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El tercer hombre de Sant Jordi: Cataluña excluye una vez más a Josep Pla
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El tercer hombre de Sant Jordi: Cataluña excluye una vez más a Josep Pla

El escritor murió la mañana del jueves 23 de abril de 1981 en su masía de Llofriu, su fallecimiento reunió a las más altas personalidades del país pero ayer nadie lo recordó

Foto: Josep Pla en La Marineda. Calella de Palafrugell, años 1940. Fundación Josep Pla, col. Josep Vergés.
Josep Pla en La Marineda. Calella de Palafrugell, años 1940. Fundación Josep Pla, col. Josep Vergés.

La versión canónica de la 'diada de Sant Jordi' surge por una prodigiosa carambola. La rosa de la leyenda del Patrón de Cataluña instauró en el siglo XV una feria de los enamorados en el Palau de la Generalitat y sus aledaños. En 1914 la Mancomunitat recuperó la tradición, casada con los libros desde el 23 de abril de 1930 a instancias de un Real Decreto de Alfonso XIII. La fecha arraigó en Cataluña como doble celebración romántica y literaria, justificada esta última por ser el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare en 1616.

Josep Pla murió la mañana del jueves 23 de abril de 1981 en su masía de Llofriu. Su fallecimiento reunió a las más altas personalidades del país, el mismo que, en sus últimos escritos, definió de anómalo por manifestarse al revés de los otros, donde la gente tiende a aclararse y habla normal para entenderse con los demás. En Cataluña todo es complicado, oscuro, imposible de comprender. “La confusión, la confusión permanente. ¿Dónde estamos? La confusión pura y simple. La confusión sistemática…Todo es irreal y oscuro.”

No deja de resultar chocante comprobar, cuarenta años después, el olvido sistemático para con el escritor ampurdanés, como si fuera inconcebible unirlo a los monstruos sacros del Quijote y Hamlet, algo más surrealista si se atiende a la catalanidad de Pla, corroborada por la vigencia de su prosa, asimismo aupada por crítica y público durante decenios.

Pecados capitales

Su exclusión obedece, en un giro natural de los acontecimientos en estas latitudes, a dudar de lo fiel de su catalanidad, marcándole para la élite capaz de configurar un relato hegemónico el episodio del espionaje en favor de Franco durante la Guerra Civil, cuando era el hombre de la gabardina en el puerto de Marsella, bastante inútil para la causa en su cometido, como se recordó no hace tanto con motivo de la publicación en Destino de su 'Historia de la Segunda República Española'.

El otro pecado de Pla para sus detractores radica en haber entrado junto a las tropas golpistas en Barcelona. Ese 26 de enero pudo colmar uno de sus deseos, según reza el mito, al devenir vicedirector de La Vanguardia, luciéndose con el artículo Retorno sentimental de un catalán a Gerona, muestra sin paliativos de su adhesión a los vencedores, tanto por lo expresado como por el lenguaje empleado.

El otro pecado de Pla para sus detractores radica en haber entrado junto a las tropas golpistas en Barcelona

En 'Burgueses imperfectos' (Fórcola), Jordi Gràcia lee la disidencia de Pla para con el Franquismo desde el rotundo giro de su prosa en el maravilloso 'Viaje en autobús', libro de 1942 donde las palabras fluyen con alegría, agilidad y ritmo en las antípodas de la pompa oficialista y su afición a lo esdrújulo. Este viraje en su narrativa se acompasaba con el ideológico, favorable a los aliados, algo compartido con la mayoría del equipo de la revista Destino, donde colaboraba desde ese célebre encuentro de otoño de 1939 con el editor Josep Vergés.

En sus piezas para la revista, muchos de ellos firmados con seudónimo para evitar las frecuentes tijeras de la censura, protestaba mediante el uso de catalanismos en castellano -“esto es como para alquilar sillas” o “soñar tortillas” serían clásicos- y en el relativo retiro del Mas Pla recibía numerosas cartas y entablaba contacto con personalidades del momento, como el historiador Jaume Vicens Vives, a quien Josep Tarradellas, postulaba como dirigente del catalanismo en el interior. El historiador, muy valiente en su 'Noticia de Cataluña', es otro nombre en el elenco de los dudosos, porque, como veremos a continuación, el debate sobre cierta pureza catalana no se originó con el Procés.

El caso de Òmnium Cultural

En 2018 Josep C. Vergés, hijo del editor, publicó en la editorial Sd 'La censura invisible de Josep Pla'. En este volumen, polémico y sin medias tintas, tildaba a los fundadores de Òmnium Cultural como personas enriquecidas en castellano con ganas de significarse en catalán, no en vano la institución vio la luz en 1961 con el fin de promocionar la cultura nacional. Al año siguiente, cruzándose historias, se suicidó el editor Josep Maria Cruzet, quien en 1949 empezó la publicación de las obras completas de Josep Pla. Su inesperado adiós levantó la liebre para su reedición, y uno de los artífices de Òmnium, el empresario Joan B. Cendrós, fabricante de las lociones capilares Floid, ofreció al escritor un millón de pesetas para publicarlas, declinándola al preferir Destino y la labor de Josep Vergés padre.

La inquina de Òmnium con Pla no deriva de movientes políticos, sino de odio por no conseguir catalanizar su imagen

Según su hijo, la inquina de Òmnium con Pla no deriva de movientes políticos, sino de odio empresarial al no haber conseguido ni con todo el oro del mundo una operación perfecta para catalanizar su imagen y enmascarar su connivencia con las autoridades durante los años de la autarquía. La bala de plata para ahondar en esa rabia desmedida fueron los estatutos del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, instituido en 1969 por la asociación presidida por Jordi Cuixart. Sólo pueden optar al galardón “personas que, por su obra, literaria o científica, escrita en lengua catalana, y por la importancia y ejemplaridad de su trabajo intelectual, hayan contribuido de manera notable y continuada a la vida cultural de los países catalanes.”

El primer jurado se dividió entre los partidarios de Pla y sus más enconadas némesis. En el lado de los proclives figuraban Josep Maria Castellet, Joan Fuster y el economista Joan Sardà Dexeus. En el de los hostiles cabe mencionar a Antoni Maria Badia Margarit, Antoni de Moragas, Jordi Carbonell o Joan Triadú. Según recordó este último en sus memorias, las bases no toleraban la posibilidad Pla porque este nunca se significó por el país ni sacrificó nada por el mismo. La moralidad de estas premisas siempre flotó en las discusiones de ese año inaugural, con gritos entre Castellet y Triadú, aunque otros recuerdan esas horas más bien tranquilas, si bien algunos de los presentes, como Jordi Carbonell, siguieron en sus trece tras la muerte del protagonista del enfrentamiento. Pla, desde la perspectiva del 'a posteriori' Presidente de ERC entre 1996 y 2004, no podía ser premiado al carecer de ejemplaridad, y Josep Benet lo secundaba al deslindar al galardón de lo meramente literario.

Josep Pla y Jordi Pujol

Desde 1960, cuando asumió con gusto su martirologio por los hechos del Palau de la Música, Jordi Pujol era un estilete sui generis del conservadurismo antifranquista. Como banquero no puso reparos, faltaría más, en tejer una red clientelar entre favores y rescates como los de la Gran Enciclopèdia Catalana. Según Vergés hijo, este astro ascendente compró en secreto Destino en 1971, oficializándolo en 1974. En esa época Pla, descontento con el relevo, endureció su tono en artículos a rebosar de voracidad anticomunista con motivo de la revolución de los claveles. Algunos no superaron el nuevo filtro interno, prohibiéndose. Otro fragmento de esta guerra recoge la réplica planiana a la promesa pujolista de una Cataluña como Suecia, algo utópico para el ampurdanés, entre otras cosas porque aquí no hay suecos.

Estas pullas iban más allá. Una de las contribuciones de Destino durante el Franquismo fue la recuperación de un nido cultural arquetípico de las clases medias ilustradas del siglo XX en toda Europa. La revista acentuó su criticismo con el Régimen, no se anquilosó en las firmas y pese a enarbolar la bandera de un liberalismo conservador a la catalana también concedió espacio a periodistas de izquierdas como Josep María Huertas-Claveria, Terenci Moix, Miquel Porter o Antonio Franco.

Una de las contribuciones de Destino durante el Franquismo fue la recuperación de un nido cultural arquetípico de las clases medias ilustradas

Pujol quería Destino como plataforma; en mayo de 1975 Xavier Montsalvatge y Nestor Luján dimitieron de sus cargos. Baltasar Porcel relevó al primero como director de la editora, mientras el carlista Josep Carles Clemente pasaba a dirigir el semanario en lugar del renombrado gastrónomo. Esto, alegado según Porcel por artículos tendenciosos en desacuerdo con la línea acordada, conllevó la retirada de muchos de los colaboradores, entre ellos Josep Pla, quien en 1976 calificó a Jordi Pujol de “milhombres de gran ambición política, un banquero riquísimo de ambición desmedida y pública, propia del político ignorante.”

El manto de silencio sobre Pla durante los veintitrés años de Pujolismo podría hacernos sospechar sobre cómo el mandamás nunca perdonó estas palabras, acoplándose y casi decretando lo ya presentido por las acciones de Òmnium en la realidad y por la trama hilvanada por Juan Marsé en 'La oscura historia de la prima Montse', donde los franquistas de hoy van acondicionándose para ser los convergentes del mañana.

La única responsabilidad de la deliberada omisión de Josep Pla en la diada de Sant Jordi, y de modo más gravoso en aquello transmitido desde las alturas con la complicidad de varias capas del sector cultural, corresponde a todas las instancias con poder para crear un relato de país, con el día del libro como fiesta nacional aún sin ser festivo. Para María Aurelia Capmany el tema de la negación a Pla se había hinchado porque este contaba con una gran estructura publicitaria amparándolo, rematando su filípica con el desdén por el sambenito de tenerlo como el mejor prosista en catalán, una canallada según la escritora, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona durante dos legislaturas.

Pla debería ser el tercer hombre del 23 de abril. En un siglo donde se crucifican las contradicciones, cuando son pura lógica humana, no puede vertebrar ningún tipo de consenso. Si alguien propusiera integrarlo a Shakespeare y Cervantes cualquier otra entidad, sin importar mucho su color, soltaría a los perros de presa hasta producir más contaminación acústica. Este ostracismo es una metáfora de la construcción de un imaginario, cuajado porque, algo muy del lugar, nadie atiende a todas aquellas voces dignas de ser aplaudidas al investigar la verdadera biografía de Josep Pla, heroicos y cabales al romper el muro de tantos condicionantes políticos acatados, salvo por honrosas excepciones, sin rechistar.

La versión canónica de la 'diada de Sant Jordi' surge por una prodigiosa carambola. La rosa de la leyenda del Patrón de Cataluña instauró en el siglo XV una feria de los enamorados en el Palau de la Generalitat y sus aledaños. En 1914 la Mancomunitat recuperó la tradición, casada con los libros desde el 23 de abril de 1930 a instancias de un Real Decreto de Alfonso XIII. La fecha arraigó en Cataluña como doble celebración romántica y literaria, justificada esta última por ser el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare en 1616.

Día del Libro Jordi Pujol Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)
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