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García Jambrina ha escrito la novela del Camino de Santiago: "Es el antecedente de la UE"
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García Jambrina ha escrito la novela del Camino de Santiago: "Es el antecedente de la UE"

Publica 'El manuscrito de barro' en el que vuelve a contar con su pesquisidor Fernando de Rojas en una entretenida trama que le lleva a resolver asesinatos a lo largo del Camino

Foto: El escritor Luis García Jambrina (EFE)
El escritor Luis García Jambrina (EFE)

Hasta los años cincuenta del pasado siglo, el Camino de Santiago estaba abandonado. Se habían borrado las señales de buena parte de su recorrido porque hacía ya décadas en las que eran pocos los peregrinos que se aventuraban, ya fuera por fe, por ocio, por deporte o por cualquier otro motivo. No estaba de moda. Fue un cura de O Cebreiro, Elías Valiña, el que quiso revitalizarlo a mediados de los sesenta. Su tesis doctoral se basó en este peregrinaje y después se dedicó a ir con su coche pintando las posteriormente célebres flechas amarillas. A Manuel Fraga, que entonces era el ministro de Turismo, no se le escapó la idea y decidió potenciarlo. Valiña murió en 1989 poco antes de la verdadera explosión del Camino con el año Xacobeo de 1993. Hoy, sin duda, se quedaría ojiplático ante la repercusión que cada año cobra la aventura.

Valga esta historia porque este año también se celebra el Xacobeo -el año santo, es decir, el día de Santiago, el 25 de julio, cae en domingo- y, además, el escritor Luis García Jambrina, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca, ha querido rendir homenaje al Camino y al cura Valiña con su novela ‘El manuscrito de barro’, publicada por Espasa. Es una nueva hazaña de su pesquisidor Fernando de Rojas, un entrañable detective del siglo XVI que se apareció por primera vez a los lectores en 2008 con el Manuscrito de piedra. Desde entonces han transcurrido ya otras tres novelas. En esta última, en la que Jambrina vuelve a unir lo criminal con la ficción histórica, tiene que desentrañar una serie de asesinatos que se producen a lo largo del Camino en 1525. Y para ello contará con el clérigo Elías do Cebreiro. Una especie de Watson para este Sherlock Holmes del Renacimiento. Y un trasunto del cura Valiña.

placeholder 'El manuscrito de barro'
'El manuscrito de barro'

“No he hecho el Camino. Mi intención era hacerlo el pasado año, pero fue imposible. Pero conozco bien los lugares porque he hecho alguna etapa de la vía Künig”, confiesa el escritor que, añade, no obstante, que le atrae como concepto desde hace tiempo, ya que en él “se entrecruza todo, no solo lo sagrado sino la economía, la política, la sociedad. El Camino es el que vertebra europa y es un antecedente de la Unión Europea. Se crea una especie de calle mayor que va de Oriente a Occidente y que termina donde terminaba el mundo conocido en la Edad Media y eso generó una gran actividad económica, nacieron lugares...No me imagino la historia de la península sin el Camino”.

Cambio de época

Rojas y su escudero Elías inician la senda en León. A partir de ahí seguirán el Camino francés, el que les lleva a Rabanal del Camino, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, O Cebreiro, Triacastela, Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Pedrouzo y Santiago. Muchos de aquellos lugares de 1525 persisten hoy y le serán muy reconocidos al lector que haya hecho esta travesía. Los dos caminantes, además, se enfrentan a un fenómeno actual: el Camino estaba empezando a popularizarse y a llenarse de peregrinos que poco o nada tenían que ver con la fe cristiana.

“Es un cambio de época. De la Edad Media a la Moderna. Nace el Humanismo, el Renacimiento. También están los protestantes, que lo atacan, como Lutero, que llega a declararle la guerra a Galicia por el Camino. Él relacionaba las peregrinaciones con el comercio de bulas y las supersticiones y decía que hacer el Camino era desviarse del camino recto que era Cristo. Lo otro era accesorio y, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo”, comenta Jambrina. Para el luteranismo, hacer el Camino estaba a un paso de la excomunión ya que era una senda más de perdición que de penitencia. Y eso que hasta muy poco antes, el Camino había sido muy conocido entre los alemanes. De hecho, la primera guía la escribió el monje Hermann Künig. Se publicó en 1495 y no dejó de reeditarse hasta 1521. Hasta que Lutero dijo basta.

Para el luteranismo, hacer el Camino estaba a un paso de la excomunión ya que era una senda más de perdición que de penitencia.

Lo cierto también es que durante esos años el Camino se llenó de todo tipo de gentes. Algunos lo hacían para ganarse la vida, como los méndigos o los pícaros -es la época en la que nació la picaresca y todavía no se ha ido- que se aprovechaban de los albergues y los hospitales en los que se podía dormir (y robar algún dinero), pero también había delincuentes y asesinos, traficantes de reliquias, y un cierto nivel de prostitución -de la que incluso se avisaba en carteles-. “Los que lo hacían por fe iban disminuyendo”, afirma Jambrina. Este es el enjambre de personajes que también van apareciendo en la novela.

placeholder Martin Lutero grabado 1894. Fuente: iStock
Martin Lutero grabado 1894. Fuente: iStock


Después estaban las mujeres, para las que todos estos peligros se multiplicaban. No les estaba prohibido hacer el Camino, aunque como dice Jambrina, “había teólogos católicos que eran contrarios porque decían que podían atraer más la tentación que la penitencia”. Pese a todo ello -los peligros y las ideas de algunos- había algunas que se lanzaban a hacerlo. Está testimonializado. La mayoría de las nobles lo hacía en grupo, con otras mujeres, y muchas se hacían acompañar de maridos o criados. Otras incluso delegaban la penitencia en hombres.

“Y otras querían hacer una penitencia dura por una promesa o porque tenían pecadose iban solas. Y algunas se disfrazaban de hombres porque era más seguro. Y luego estaban las monjas, pero esas también iban en grupo, aunque el que llevaran hábito tampoco las protegía porque también había nobles que se dedicaban a ejercer la violencia y a asaltar a los peregrinos”, explica Jambrina.

Otras querían hacer una penitencia dura por una promesa o porque tenían pecadose iban solas. Y algunas se disfrazaban de hombres

La novela está plagada de invenciones, pero hay mucha documentación en ella. “Para inventar hay que documentarse. Y esas invenciones tienen que ser coherentes con los datos que sí que se conocen. La invención es el recurso del novelista histórico para llegar a donde no puede llegar el historiador”, sostiene el escritor. Ha tenido en cuenta muchos testimonios de peregrinos que contaron cómo eran los albergues, los hospitales, qué se comía, cuáles eran los rituales. No se olvida de las leyendas, las supersticiones como las de Os peregrinos da Morte o la santa campaña, los milagros “porque en aquella época las apariciones eran algo muy real para mucha gente”, señala.

Pecadores

La idea que revolotea continuamente es la del pécado. Porque también estaba muy presente entonces. El Camino, al fin y al cabo, se hacía para obtener la perdonanza y poner el kilómetro a cero en cuanto a las faltas, culpas y transgresiones. “Pero era paradójico porque el propio camino ofrecía los pecados. Ahí estaban las prostitutas. O los que no iban buscando el sepulcro del Santo porque no creían que estuviera allí. Y luego todas las situaciones que se daban con los mesoneros y posaderos. De hecho, hay muchos extranjeros que se quejaban de ser engañados continuamente porque no entendían la moneda ni el idioma”, comenta Jambrina. A Dios rogando y con el mazo dando, que dice el refrán.

Rojas y Elías se topan con todos estos personajes mientras intentan dar con un asesino que va dejando su marca en cada parada. El ritmo es incesante y la trama, para todos los públicos, avanza gracias a diálogos ágiles y una visualización sencilla de todos los parajes y situaciones. La novela, de hecho, no extrañaría que se convirtiese en una serie de televisión. “Bueno, se quiso hacer una película hace tiempo y sí, ahora hay proyectos de serie…”, confiesa el escritor. Quizá la próxima vez veamos a los protagonistas en una pantalla.

Hasta los años cincuenta del pasado siglo, el Camino de Santiago estaba abandonado. Se habían borrado las señales de buena parte de su recorrido porque hacía ya décadas en las que eran pocos los peregrinos que se aventuraban, ya fuera por fe, por ocio, por deporte o por cualquier otro motivo. No estaba de moda. Fue un cura de O Cebreiro, Elías Valiña, el que quiso revitalizarlo a mediados de los sesenta. Su tesis doctoral se basó en este peregrinaje y después se dedicó a ir con su coche pintando las posteriormente célebres flechas amarillas. A Manuel Fraga, que entonces era el ministro de Turismo, no se le escapó la idea y decidió potenciarlo. Valiña murió en 1989 poco antes de la verdadera explosión del Camino con el año Xacobeo de 1993. Hoy, sin duda, se quedaría ojiplático ante la repercusión que cada año cobra la aventura.

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