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Los mejores libros infantiles para Navidad seleccionados por un padre escritor
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Los mejores libros infantiles para Navidad seleccionados por un padre escritor

Selección personal de algunos de los libros icónicos de los más pequeños

Foto: 'La ovejita que vino a cenar'.
'La ovejita que vino a cenar'.

Me fascina la literatura infantil. Quiero decir, la chorrada que es. Tomen por ejemplo 'La pequeña oruga glotona', que en España edita Kókinos en tres formatos distintos. Trata de una oruga que se despereza al sol y va comiendo página a página diversos alimentos hasta convertirse, en la última, en una mariposa. El libro incluye agujeritos reales, y eso es todo. A su autor, Eric Carle, se le ocurrieron los agujeritos en 1969 y en 2020 siguen vendiéndose por toneladas en todo el mundo. Uno ha escrito libros de hasta 100.000 palabras soñando con llegar al año siguiente, y apenas lo consiguió. Eric Carle está ahora tan tranquilo al sol de Key West (Florida) después de haber escrito dos folios y haberlos acompañado de cuatro dibujitos hace 50 años.

También hay que echar un ojo a 'Perro tiene sed' (Anaya), de Satoshi Kitamura, edición original de 1997. El libro consta de 14 páginas donde un perro, que tiene sed, trata de saciarla. Una frase por página nos ilustra sobre su odisea hidratante. 'Bestseller' internacional. Al japonés hay que reconocerle que en 1997 lo dio todo: escribió también 'Ardilla tiene hambre', 'Pato está sucio' y 'Gato tiene sueño', auténtico 'tour de force' de su minimalismo creativo.

Luego hay un libro de un globo rojo que se convierte en una flor en la siguiente página, y en un paraguas y en no sé cuántas cosas más según avanza la historia, hasta acabar como mariposa. Ni una sola palabra. Lo de acabar con mariposas es importante, parece.

El gran clásico de esto de escribir 200 palabras y hacerse rico porque también salen dibujos es 'Donde viven los monstruos' (Kalandraka). Maurice Sendak escribió (es un decir) y dibujó (muy bonito) este libro en 1963. Dense cuenta de que millones de niños en decenas de países con contextos históricos y sociales tan variados, como puedan imaginarse, han disfrutado de este libro durante 60 años. Esa gloria no la conocieron Proust, Kafka o García Márquez. Es una gloria seminal, casi turbia: niños en el tiempo. El libro tiene un final extraordinario: el tazón sigue caliente después de toda una gran aventura. Ahí fue viendo uno que esto de escribir libros para niños tiene su intríngulis.

placeholder Portada del libro 'Donde viven los monstruos'.
Portada del libro 'Donde viven los monstruos'.

Menos conocido es 'Historias de ratones' (Kalandraka), de Arnold Lobel, venido de 1972. Aquí el autor escribe más, a lo mejor 15 folios. Los dibujos son más humildes y supletorios. Las historias son simples. A los niños les encanta, pasado medio siglo.

Ganar dinero

Si relaciono la literatura infantil con el dinero es porque desde que entré en el mundo editorial varias personas en momentos diferentes me aconsejaron que escribiera para niños porque (subrayaban) es donde estaba el dinero. Eso me hizo despreciar la literatura infantil y juvenil aún más. Ahora que solo pienso en el dinero (porque para eso soy padre: para pensar solo en el dinero), hice un intento con esto de hacerse rico con dos folios y cuatro dibujitos. Tenía un cuento, titulado 'Celeste, el pájaro azul', que había inventado para mi hija de entonces tres años y que le gustaba mucho. Se lo había contado tantas veces que había alcanzado la perfección absoluta. Además, pensaba, el cuentito estaba testado con una niña real, que era, obviamente, todos los niños del mundo. Solo faltaba un dibujante que hiciera las ilustraciones. De lejos, observaba a Maurice Sendak temblar ante la amenaza que se cernía sobre su imperio de dibujitos.

Lo envié a un sello de literatura infantil y me lo rechazaron. Son una mafia.

Como ya no tengo edad para que me rechacen libros durante años hasta lograr la primera publicación y arrepentirme del tiempo perdido, he renunciado a revolucionar el panorama internacional de la ficción para infantes. Si usted quiere revolucionarla, no se olvide de las mariposas.

Geniales

Los niños van creciendo y les compra uno libros más complicados, y hay cosas que están muy bien. Si un libro para niños está muy bien deduzco que su autor no escribía libros para adultos que nadie compraba y se vio obligado a esta pederastia literaria que es escribir libros para niños porque dan de comer. Déjenme pensar en positivo por una vez. Rotraut Susanne Berner debe de ser una de ellas. Su obra 'El libro del invierno' (Anaya) me impresionó tanto como, no sé, Perec o Calvino: es un libro que aloja magia. No hay palabras en él sino varios personajes que se mueven por una ciudad ilustrada a toda página; todos tienen su objetivo o su conflicto. El niño elige un personaje y lo busca en cada página. Es delicioso. Su autora cuenta también con 'El libro del otoño' o 'El libro de la noche'. En uno de ellos aparece de hecho Max, de 'Donde viven los monstruos', un detalle metaliterario que me encandiló (y a los niños también).

placeholder 'La casa de Tomassa'. (Edelvives)
'La casa de Tomassa'. (Edelvives)

En otro terreno se mueve 'La casa de Tomasa' (Edelvives), de Phyllis Root. Los escritores experimentales tratan de llevar el lenguaje y el formato del libro a sus límites, pero nunca incluyen 'pop-ups'. Yo creo que un Joyce de nuestro tiempo tendría que incluir un 'pop-up' en su novela. En 'La casa de Tomasa' la protagonista da cobijo a todos sus amigos en su vivienda, que va creciendo caóticamente hasta conformar una arquitectura delirante. En la última página, la casa salta del papel y alcanza las tres dimensiones (el 'pop-up'). Sí, yo creo que Javier Marías debería acabar su última novela con un 'pop-up': sería muy gracioso.

Y otro libro que me admira por motivos también distintos es 'La ovejita que vino a cenar' (Beascoa), de Steve Smallman. Va de un lobo que vive solo y a su puerta llama una oveja, su plato favorito. El lobo está dispuesto a comérsela, pero no acaba de hacerlo porque en su cabeza batalla el instinto contra la civilización, la pulsión de muerte y la concordia. Obviamente es un libro sobre la violación. El modo en el que el lobo supera sus oscuros deseos es aleccionador y entrañable. Resulta casi punk que haya un libro para niños pequeños tan cercano al filo del horror.

placeholder 'La ovejita que vino a cenar'.
'La ovejita que vino a cenar'.

Con todo, el otro día vi la literatura infantil amenazada, en forma de libro titulado ' Bebé antirracista' (Norma), de Ibram X. Kendi. Era un libro para niños de entre 3 y 6 años. También hay libros sobre océanos en peligro por culpa de las bolsas de plástico, libros sobre igualdad, sobre diversidad y sobre cualquier tema que los adultos ponemos de moda y, en realidad, ni siquiera acabamos de tomarnos en serio. Me parece tristísimo que alguien le compre a su hijo de cuatro años un libro titulado 'Bebé antirracista', para qué les voy a engañar. ¿Qué será lo siguiente, 'Mi amiga la eutanasia'? Es como comprarle un catecismo o un perro al que le falta una pata. Así va aprendiendo a rezar y a cuidar de animales mutilados. Así va aprendiendo que la policía dispara a personas negras indefensas y que la muerte es horrible. Con cuatro años. A los niños hay que comprarles los libros que quieren leer, no los libros que tú quieres que los demás vean que les compras.

Los niños están para el juego y la alegría, la magia, la risa.

La mariposa, sí.

Me fascina la literatura infantil. Quiero decir, la chorrada que es. Tomen por ejemplo 'La pequeña oruga glotona', que en España edita Kókinos en tres formatos distintos. Trata de una oruga que se despereza al sol y va comiendo página a página diversos alimentos hasta convertirse, en la última, en una mariposa. El libro incluye agujeritos reales, y eso es todo. A su autor, Eric Carle, se le ocurrieron los agujeritos en 1969 y en 2020 siguen vendiéndose por toneladas en todo el mundo. Uno ha escrito libros de hasta 100.000 palabras soñando con llegar al año siguiente, y apenas lo consiguió. Eric Carle está ahora tan tranquilo al sol de Key West (Florida) después de haber escrito dos folios y haberlos acompañado de cuatro dibujitos hace 50 años.

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