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La vida tras el coronavirus: ¿y si después del infierno llega el paraíso?
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La vida tras el coronavirus: ¿y si después del infierno llega el paraíso?

Capitán Swing edita en español el ensayo 'Un paraíso en el infierno', en el que la ensayista Rebecca Solnit reflexiona sobre los cambios sociales que suceden tras el desastre

Foto: Protestas en Barcelona a causa de las restricciones por la Covid. (Reuters)
Protestas en Barcelona a causa de las restricciones por la Covid. (Reuters)

Igual que de una boñiga puede crecer una margarita, del desastre absoluto pueden florecer nuevos propósitos y nuevas sociedades mejoradas. Al menos así lo propone el ensayo de la periodista estadounidense Rebecca Solnit 'Un paraíso en el infierno' (Capitán Swing, 2020). Que el ser humano tiende a arrancarle los ojos al vecino por el último rollo de papel es difícilmente discutible, sobre todo cuando la misma sociedad que cantaba 'Resistiré' en los balcones antes del verano ahora contempla desde esos mismos balcones el paso de contenedores ardiendo y turbamultas enrabietadas. Pero, ¡no todo está perdido!, grita Solnit a todo aquel que quiera leerla. Pocos traumas colectivos pueden compararse al de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que el primer lustro de la década de los cuarenta del pasado siglo ostenta el doloroso título de ser uno de los momentos de mayor dolor y bajeza moral de la historia, de las ruinas de una Europa empobrecida y convaleciente nacieron proyectos idealistas como el Tratado del Atlántico Norte y el Tratado de París, gérmenes de la OTAN y la Unión Europea, respectivamente.

placeholder Portada de 'Un paraíso en el infierno'
Portada de 'Un paraíso en el infierno'

Independientemente de la crisis de popularidad que puedan tener ambas organizaciones hoy, ambos acuerdos surgieron de un sentimiento de hermandad entre países y de la premisa de evitar la repetición de un enfrentamiento armado de las dimensiones de la Segunda Guerra Mundial. Solnit publicó originalmente 'Un paraíso en el infierno' en el año 2010, movida por el desastre del Katrina ocurrido cinco años antes, uno de los cinco huracanes más mortíferos de la historia de Estados Unidos que, además de asolar la ciudad de Nueva Orleans, provocó disturbios sociales -la autora es muy crítica con la actuación de las autoridades y de las fuerzas del orden, que para reprimir las revueltas dispararon a la población desesperada y asesinaron a, al menos, once civiles-, pero que también generaron muestras de solidaridad y empatía inusitadas.

Ahora, cuando otra crisis mundial vuelve a plantear una ruptura de la normalidad -y por tanto un futuro incierto, Solnit reedita su ensayo para traer un mensaje de esperanza y oportunidad, que, aunque parezca una margarita en un campo de boñigas, al menos es una lectura mínimamente optimista en medio de un alud de negatividad y visiones apocalípticas. Porque la palabra "crisis", recuerda la autora, procede de la griega "krinein", que significa juzgar una situación para tomar una decisión. Y la palabra "emergencia", proviene del latín medieval, de "emergentia", que significa emerger, no tirarnos por un barranco. Aunque, a pesar del título, el comienzo del ensayo no es muy halagüeño: "La pandemia va a provocar inevitablemente una crisis económica, y también se ha convertido en una oportunidad para afianzar poderes autoritarios en Filipinas, Hungría, Israel y EEUU", alerta. "Eso nos recuerda que si los problemas de mayores dimensiones siguen siendo políticos también lo son sus soluciones".

placeholder Una imagen de Nueva Orleans tras el paso del Katrina. (Reuters)
Una imagen de Nueva Orleans tras el paso del Katrina. (Reuters)

A través de los cambios sociales, políticos y económicos surgidos tras varias catástrofes históricas como el terremoto de San Francisco de 1906, la explosión en el puerto de Halifax (Nueva Escocia) de 1917 o los atentados del 11 de septiembre, Solnit analiza la respuesta colectiva frente a la tragedia y recurre a sociólogos y filósofos de diferentes épocas para explicarlas. Samuel Henry Prince, por ejemplo, sacerdote devenido en sociólogo, escribió en su tesis de 1920 'Catastrophe and Social Change', que "la catástrofe y la consiguiente interrupción repentina de la normalidad sirven de estímulo al heroísmo y ponen en funcionamiento las grandes virtudes sociales de la generosidad y la bondad, una de cuyas formas es la ayuda mutua". En el momento en el que las estructuras caen, la ciudadanía reacciona.

Como muestras de ese repentino altruismo colectivo, Solnit describe como tras el terremoto de San Francisco, que dejó la ciudad reducida a cenizas -hubo tres mil muertos-, los ciudadanos sacaron sus cocinas a la calle para dar de comer a las víctimas, las carnicerías ofrecieron carne gratis para los damnificados y la petición de licencias matrimoniales se multiplicó durante los meses siguientes. "La población se dedicó a funcionar para los demás, para los desconocidos, para todo el que no lo necesitara". Sin embargo, también recuerda que "los soldados de la base militar al norte de la ciudad aterrorizaban a muchos ciudadanos".

placeholder Imagen del terremoto de San Francisco de 1906. (Arnold Genthe)
Imagen del terremoto de San Francisco de 1906. (Arnold Genthe)

Volviendo a la etimología de "crisis", Prince partió de la premisa de que tras el instante desastroso deviene un cambio inminente en un sentido u otro, el derrumbe de viejas costumbres y estructuras en las que imperaba la estabilidad, por lo que se abre la posibilidad de transformación, y es cuando emergen y se aceleran o bien cambios que ya se estaban produciendo soterradamente o se derriban los muros que hasta entonces los contenían.

En el caso de la explosión de Halifax, la explosión más grande jamás provocada por el hombre hasta la llegada de las armas nucleares, también tuvo como consecuencia una respuesta de generosidad colectiva ingternacional. "El 6 de septiembre de 1917, unos minutos después de las 9:00, Gertrude Pettipas se asomó por una ventana abierta al puerto de Halifax para contemplar las llamas que salían de uno de los cargueros. Instantes después, el carguero explotó y surgió una enorme bola de humo negro a 100 o 150 metros de altura y de ella brotaron fulgurantes llamas de un rojo cárdeno. Era una visión a la vez magnífica y aterradora. La Primera Guerra Mundial llamaba la puerta de esta tranquila y pequeña ciudad portuaria dónde hacían escala los soldados y los suministros antes de partir rumbo al frente europeo. Muchos pensaron en aquel momento que los alemanes habían invadido la ciudad, pero se trataba en realidad de un accidente entre dos barcos". Tras el 'shock' inicial, se llevaron a cabo mejoras en las infraestructuras, en los servicios de salud pública, en educación, en urbanismo, se contrató a mujeres para las obras del tranvía y se desató "una mayor implicación en la vida de la ciudad tanto por parte de los ciudadanos como de las autoridades civiles".

placeholder Halifax en 1917. (Wikipedia)
Halifax en 1917. (Wikipedia)

Del 11-S, el gran suceso trágico que dio por comenzado el siglo XXI, destaca los voluntarios procedentes de todo Estados Unidos y Canadá, las muestras de solidaridad internacional, el envío de alimentos, medicinas y suministros varios procedentes de todo el planeta. Aunque todo aquello queda ahora empequeñecido por el nacimiento de un estado vigilante en el que las libertades del ciudadano han quedado recortadas en pos de la seguridad. ¿Quién no añora la posibilidad de subir a un avión con un machete en el equipaje de mano? No, probablemente esa posibilidad nunca existió, aunque sí la de embarcar con una Venus de Gillette.

En su reflexión, Solnit rescata a Charles Fritz, sociólogo pionero en la investigación de desastres, quien escribió en 1957 que "el movimiento en dirección al desastre suele ser cuantitativa y cualitativamente más significativo que la huida o la evacuación del área destruida; lo habitual en la mayoría de las catástrofes domésticas es que, al cabo de algunos minutos, miles de personas empiecen a converger hacia la zona afectada, hacia los puestos de primeros auxilios, los hospitales y los centros de comunicaciones instalados en los alrededores. Casi inmediatamente llegan toneladas de materiales y provisiones de alimentos, como ropas, camas y multitud de equipamiento no solicitado". Solnit también concede que frente a esta reacción optimista, también chocan actuaciones egoístas o por supervivencia, o por mantener de forma autoritaria el statu quo.

Pero la autora comprende que el ser humano no es unidimensional y su naturaleza es contradictoria. "Aceptando que las naturalezas humanas son varias, modeladas a partir de la cultura y las circunstancias, puede que el desastre no demuestre o quiénes somos siempre o quiénes somos de forma general, sino quiénes podríamos ser". Ahora toca elegir si queremos ser la boñiga o la margarita. Y, si es algo menos cursi, mejor.

Igual que de una boñiga puede crecer una margarita, del desastre absoluto pueden florecer nuevos propósitos y nuevas sociedades mejoradas. Al menos así lo propone el ensayo de la periodista estadounidense Rebecca Solnit 'Un paraíso en el infierno' (Capitán Swing, 2020). Que el ser humano tiende a arrancarle los ojos al vecino por el último rollo de papel es difícilmente discutible, sobre todo cuando la misma sociedad que cantaba 'Resistiré' en los balcones antes del verano ahora contempla desde esos mismos balcones el paso de contenedores ardiendo y turbamultas enrabietadas. Pero, ¡no todo está perdido!, grita Solnit a todo aquel que quiera leerla. Pocos traumas colectivos pueden compararse al de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que el primer lustro de la década de los cuarenta del pasado siglo ostenta el doloroso título de ser uno de los momentos de mayor dolor y bajeza moral de la historia, de las ruinas de una Europa empobrecida y convaleciente nacieron proyectos idealistas como el Tratado del Atlántico Norte y el Tratado de París, gérmenes de la OTAN y la Unión Europea, respectivamente.

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