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Adriana Royo, terapeuta: "No saldremos mejores del covid, sino más obedientes"
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Adriana Royo, terapeuta: "No saldremos mejores del covid, sino más obedientes"

Publica el libro 'Ética del despiadado', en el que habla de los abusos de poder y hasta dónde estamos dispuestos a aguantar

Foto: La terapeuta Adriana Royo
La terapeuta Adriana Royo

Hace un par de años, la terapeuta y asesora psicológica Adriana Royo publicaba el libro 'Falos y falacias' en las que hablaba de patologías sexuales en una sociedad tan narcisista como la nuestra. Ahora ha vuelto con 'Ética del despiadado' (Ediciones B) en la que trata un tema de lo más candente: los abusos de poder, hasta dónde estamos dispuestos a aguantar y cómo caemos en las garras de los autoritarios. Desde las violencias que aparecen en el seno de la pareja, la familia, pero también la que ejercen los poderes públicos contra los ciudadanos. Un tema muy interesante en momentos de restricciones, de exaltación moralista en las redes sociales y que ya está llevando a los pacientes a su consulta. Porque, según afirma la especialista, las consecuencias pueden ser muy graves para todos.

placeholder 'Ética del despiadado'
'Ética del despiadado'

PREGUNTA: Defiende el derecho al enfado para ir hacia una sociedad mejor y a unas mejores relaciones entre nosotros. El enfado, sin embargo, siempre ha tenido mala prensa.

RESPUESTA: El miedo y la culpa son las puertas de entrada a que te manipulen y a que abusen de ti. El derecho que tenemos como seres humanos a la indignación, a decir, esto no me gusta, me molesta y me duele….El propio miedo a la rabia o al rechazo por enfadarse, ya que enfadarse está mal visto… hace que nos enfademos. Pero yo quiero utilizar el enfado como una arma de indignación para protegernos la dignidad.

P: Ahora hay mucho enfado en la población. No se entienden bien las restricciones, que no haya acuerdos… ¿Cómo observa este enfado que hay ahora?

R: Hay una parte del enfado que procede de un histrionismo infantil… Pero es que imagínate, tantas horas de televisión, de desinformación, de fake news, de números que están pervertidos, de noticias con dibujos… Todo esto al final, tengas pensamiento crítico, tengas tele o no, al final afecta. Y yo lo que veo es mucha rabia y violencia intrafamiliar. Tengo muchos pacientes que me llaman y que me dicen que ha aumentado la violencia con el confinamiento [en sus casas]. Es una violencia que no es tanto la rabia para protegernos, de la que hablaba antes, y decir, yo no me voy a tragar un presidente que lo que hace es negar la realidad por avaricia… Al contrario, lo que estamos haciendo es cargar unos contra otros, cargar contra nuestras parejas, cargar contra uno en la calle que lleva una mascarilla mal puesta. Ejercemos mal nuestro poder porque nos sentimos miserables con nosotros mismos y la única forma de compensarlo es ir en contra del otro.

P: El policía de balcón, del que tanto se habló durante el confinamiento.

R: Eso es. Eres policía y eres culpable y a la vez víctima y perpetrador. El carcelario y el encarcelado. Estamos en un punto en el que está empezando un agresividad hiper descontrolada porque explotamos. Estamos tragando situaciones de abuso… Y con todo. Y es diario.

Lo que estamos haciendo es cargar unos contra otros, cargar contra nuestras parejas, cargar contra uno en la calle que lleva una mascarilla mal puesta

P: Vemos ese enfado de personas que piden un estado de alarma más grande y más control sobre ciertos grupos, como los jóvenes. O que señalan que no nos conmovemos por los muertos.

R: Eso es lo que hace el miedo. Hay pacientes que ya tenían principio de trastornos obsesivos compulsivos que ahora no tocan a nadie, piensan que si tocan mueren… Hay una parte que se llama precaución y hay que ser cautos, pero al final es un virus… y nuestro enemigo no es el virus. Yo lo que estoy viendo es mucho odio. Gente que odia al otro, pero no canaliza su rabia.

P: ¿Esto procede de la forma en la que los poderes públicos nos están gestionando?

R: Ojalá pudieran gestionarnos porque parece que se están aprovechando de la angustia que tenemos hacia lo desconocido. Hay una incertidumbre general y estamos todos con unas consecuencias psicológicas, de salud… estamos viendo mucho dolor, gente que está muriendo… pero al final me da la sensación de que los gobiernos se están aprovechando de la angustia de lo desconocido. En vez de gestionar el caos, están generando más caos.

Me da la sensación de que los gobiernos se están aprovechando de la angustia de lo desconocido. En vez de gestionar el caos, están generando más caos

P: En el libro hablas de la culpa. En todo esto no falta quien eche toda la responsabilidad en el ciudadano.

R: ¡Tú, milenial, que has hecho un botellón eres el culpable de todos los muertos! Pero ellos, no. Ellos pueden seguir con sus avaricias, subir los impuestos… mientras nosotros nos estamos cargando de responsabilidad. La culpa juega un papel un poco oculto muchas veces también. Yo entiendo que cuando llegas del trabajo no tienes ganas de preguntarte de qué te sientes culpable, pero creo que es básico para no abrir las puertas al abuso, preguntarse, qué parte mía me avergüenza de mí mismo, qué parte es fácilmente manipulable…

P: ¿Cuáles son las consecuencias de tragar y sentirse culpable?

R: Se traga para que no te rechacen, porque enfadarse no se ve de persona inteligente…, entonces lo que ocurre es que vas acumulando rabia, pero eso es abusar de uno mismo. Y lo permitimos porque ni nos damos cuenta. Esta rabia explota de dos formas: o me hago daño a mí mismo o de golpe te pego un bofetón. La violencia viene de la culpa y del miedo que tenemos a mostrar nuestra rabia.

P: Hay un anuncio del Gobierno estos meses que decía: “saldremos mejores”. Usted que está tratando con pacientes… ¿cómo ve esto de salir mejores?

R: Yo solo pienso en que saldremos más obedientes.

P: Hay épocas de la Historia que demuestran que cuando se ha pedido más control al final ha alcanzado el poder un líder autoritario. Y se ha establecido un régimen autoritario. Obviamente estoy pensando en la Alemania de los años treinta donde al final en las elecciones triunfó un partido autoritario.

R: Efectivamente, en esta sociedad infantilizada buscamos un padre autoritario que nos marque los límites porque no somos capaces de decidir de forma libre… He visto estos días una noticia que es una especie de guía de comportamiento en esta nueva normalidad. Y salen fotos y animaciones para niños directamente de cómo deberías obedecer y comportarte en un espacio libre, en un espacio medio cerrado y en otro cerrado… Es una noticia para niños estupidizados con cuerpos de adultos. Aquí lo hay que es el instinto de sumisión. Como decías, en la Alemania nazi lo que ocurrió es que apareció alguien con su sociopatía y su narcisismo que parecía muy seguro de sí mismo, en el que se delegaron todas las decisiones. Luego nos quejamos, pero estamos siendo niños que se están dejando guiar. ¿Se están poniendo límites?

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Adriana Royo

P: Esto me recuerda una cosa que señala en el libro y que sucede desde hace tiempo: en las series nos gustan los personajes malvados con un poder autoritario fuerte. Desde el matrimonio de House of Cards a Los Soprano o el protagonista de Breaking Bad. Y además, han tenido muy buena prensa. ¿Tiene esto algo que ver con esta sociedad infantilizada de la que habla?

R: Lo que demuestra esto es una represión de nuestros instintos de agresión que todos tenemos como humanos. Si por un tema moral lo que haces es reprimirlos no desaparecen. Por tanto, te vas a fascinar cuando veas que algo tiene la libertad y los cojones suficientes de dar rienda suelta a esa parte de agresividad que como animales tenemos y que no nos permitimos. Pero lo que no puede ser es que el Gobierno utilice nuestro instinto de agresión contra nosotros mismos. Porque acabamos como estamos: cansados, deprimidos y con ansiedad. Por eso animo a que aprendamos a enfadarnos, pero respetando la dignidad, primero al amor propio.

Luego nos quejamos, pero estamos siendo niños que se están dejando guiar. ¿Se están poniendo límites?

P: Esto trae dificultades en una época en la que convivimos con las redes sociales. Como afirma en el libro, las redes sociales nos polarizan, nos enfadan, pero además nos vuelven más tristes.

R: Están construidas de una manera que provocan adicción al cerebro. Yo este año las he usado poco…, pero es imposible. O estoy días sin mirarlo porque no he colgado nada, pero si me meto lo miro tres o cuatro veces al día. Por mucho control que tengas las redes sociales crean a nivel hormonal y en el sistema límbico una adicción de dopamina. Y el exceso de dopamina lo que provoca es una sobreestimulación del cerebro y eso crea depresión o ansiedad. El producto es tu atención y hay un tema del Big Data que es la manipulación de tu comportamiento. Y ya no es solo la adicción o la infantilización o el rendimiento que necesitas con la autoexplotación en las redes sociales sino el nivel de pensamiento crítico que falta a partir de este uso.

P: Las redes tienen esa cosa del rebaño: si aparece un tema del que todo el mundo habla en Twitter es difícil retraerse a hacer un comentario porque si no parece que te has quedado fuera, aunque a nadie le importe tu opinión.

R: Es que te has quedado fuera. Y eso crea una sensación de exclusión. Y desde que somos pequeños hacemos todo lo necesario para sentirnos incluidos. El niño para poder sobrevivir necesita ser obediente. Puedes rebelarte, pero ahí ves que el amor puede estar más en riesgo. Y esta obediencia muchas veces se queda fijada y nos vemos obedeciendo con cincuenta a líderes autoritarios. Y en las redes sociales se tiende bastante a la obediencia porque al final te metes en una urdimbre social. Y sí, hay esa sensación de rebaño. Tristísimo.

En las redes sociales se tiende bastante a la obediencia porque al final te metes en una urdimbre social. Y sí, hay esa sensación de rebaño

P: ¿Es posible la desconexión digital? ¿La trabaja con sus pacientes?

R: No existe eso. Si yo tengo mucha pasta me voy a ir a Palo Alto porque hay una clínica detox y me voy a mirar plantas, pero luego vuelvo a la ciudad y vuelvo a lo mismo. Lo único que se puede hacer es aprender a tener una dieta de medios. Hay que pensar: ¿cuánto miro Instagram cada día? ¿Siento que me afecta? ¿Un abrazo sustituirían ocho likes? El tema no es ser anti tecnología, porque eso es radicalizarse, sino pensar cómo me sienta a mí gestionar el teléfono, ¿me gestiona él a mí? No es la tecnología sino cómo la usamos, porque no estamos educados.

P: En el libro también habla de la empatía como receta contra todo esto que estamos señalando. Es un asunto complejo porque también dices que un exceso de empatía es peligroso, ya que supone otra forma de abuso. Lo que pasa es que la falta genera problemas a la hora de relacionarse con las personas.

R: La empatía es colocarse en el lugar del otro. Pero es que una cosa es la empatía y otra cosa lo que les pasa a algunas personas que más que hacia a la empatía tienden a la simbiosis, es decir, se ponen en el lugar del otro y son incapaces de poner un límite porque tienen miedo de herir al otro. Si hay un exceso de empatía eso es un abuso contra uno mismo porque te olvidas de ti. Es como si te quieres ir de viaje, pero tu pareja te dice que está muy cansada y que no le apetece y siempre cedes para no hacer daño. Y eso te hace acumular agresividad y resentimiento. Y luego claro, ya ni hay deseo sexual porque estás tratando a esa persona como un niño. Y ahí empieza toda la madeja del horror en una relación de pareja. Así que empatía, sí, pero también con límites. Y primero, empatía con uno mismo.

Hay que bajar el histrionismo y la histeria infantil. No estoy diciendo que tengamos que ser agresivos, pero pongamos límites y luego abracémonos más

P: Y, ¿cómo podemos salir de esta sociedad infantilizada, temerosa y en busca de una voz autoritaria en estos tiempos de pandemia?

R: Lo primero, aprender a enfadarse. No explotes, observa tu culpa, no obedezcas por miedo a sentirte insuficiente porque si te sientes así vas a hacer lo que te diga. ¿Por qué te sientes insuficiente? No tengas miedo a tu libertad. Y lo más claro: no tengas miedo a que te rechacen y te castiguen. En esta sociedad hay un miedo al castigo constante. También creo que, siendo cautos, hay que tocar a los demás y no te dejes manipular por las distorsiones y el miedo. Ahora mismo hay tal presión psicológica… hay un nivel de personas que están cobrando una miseria para sacar adelante el país, pero con más presión, con más vigilancia y menos libertad. Hemos normalizado el abuso y lo estamos llamando amor y eso no puede ser. También diría que hay que bajar el histrionismo y la histeria infantil. No estoy diciendo que tengamos que ser agresivos, pero pongamos límites y luego abracémonos más. Estoy viendo a niños que están creciendo con miedo al contacto. Se está implantando un modelo de sociedad de violencia contra la sensibilidad y disociarnos del cuerpo y los afectos.

P: Podemos mirar con un poco de optimismo porque en este mundo hemos pasado por otras pandemias y nos hemos vuelto a abrazar y a besar.

R: Me gustaría pensar que sí, pero la diferencia que veo es que ahora habrá cámaras que te estarán vigilando, habrá rastreos, reconocimiento facial y te multarán por besarte con alguien porque serás un terrorista contra la salud pública.

Hace un par de años, la terapeuta y asesora psicológica Adriana Royo publicaba el libro 'Falos y falacias' en las que hablaba de patologías sexuales en una sociedad tan narcisista como la nuestra. Ahora ha vuelto con 'Ética del despiadado' (Ediciones B) en la que trata un tema de lo más candente: los abusos de poder, hasta dónde estamos dispuestos a aguantar y cómo caemos en las garras de los autoritarios. Desde las violencias que aparecen en el seno de la pareja, la familia, pero también la que ejercen los poderes públicos contra los ciudadanos. Un tema muy interesante en momentos de restricciones, de exaltación moralista en las redes sociales y que ya está llevando a los pacientes a su consulta. Porque, según afirma la especialista, las consecuencias pueden ser muy graves para todos.

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