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Adriana Royo: "Tinder es un bufé de sexo en el que vomitas para seguir comiendo"
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ENTREVISTA

Adriana Royo: "Tinder es un bufé de sexo en el que vomitas para seguir comiendo"

La terapeuta y asesora psicológica española publica 'Falos y falacias' para destapar las falsedades contruidas alrededor del sexo y las relaciones afectivas

Foto: La terapeuta y asesora psicológica publica su primer libro, 'Falos y Falacias' (Foto: cedida)
La terapeuta y asesora psicológica publica su primer libro, 'Falos y Falacias' (Foto: cedida)

“Existe un abismo entre cómo nos gustaría vivir la sexualidad, cómo la mostramos a los demás y cómo la vivimos en realidad”, se presenta un libro de título revelador ‘Falos y falacias’ (Arpa Editores). Es el primero de Adriana Royo, terapeuta y asesora psicológica fascinada por las patologías sexuales y el análisis del autoengaño humano por imposición social. Las máscaras, insiste ella, las llevamos todos: cuando fingimos orgasmos, cuando ocultamos lo que de verdad sentimos o cuando exponemos una vida perfecta que, en realidad no tenemos. “El engaño es la moneda de cambio de los vínculos afectivos y, por supuesto sexuales”.

placeholder 'Falos y falacias' (Arpa)
'Falos y falacias' (Arpa)

Royo profundiza en el amor en los tiempos de Tinder o en cómo es intimar en una sociedad narcisista. A lo largo de sus capítulos, intercala conversaciones reales con sus pacientes. Pasan solo un par de páginas hasta que especifica que no se trata de un libro de autoayuda. No es fan y quería dejarlo claro, dice por teléfono desde Barcelona. “Me parece un poco peligroso caer en ciertas cosas, en ciertas ecuaciones. Los libros de autoayuda son la parte capitalista de la salud”.

PREGUNTA: Hablas del autoengaño, de que todos nos presentamos con una máscara según lo que está socialmente aceptado para que no nos rechacen. ¿Alguien está libre de llevar máscara?

RESPUESTA: Yo creo que no, como no sea Buda encarnado (risas). La palabra “persona” etimológicamente significa “máscara”, ser humano ya implica llevar una. El problema es qué hacemos con la máscara y cómo la utilizamos. Antes, los rituales que hacían los humanos más primitivos usaban máscaras para canalizar emociones. Ahora te levantas, te maquillas, te pones la máscara neonarcisista. Es lo que hay. Ya no es una forma de expresar emociones sino de taparlas. Eso se enquista y luego se pudre y es cuando viene un paciente, te dice que tiene depresión y rascas y te dices que lleva 40 años sin decir lo que sentía. La máscara molaría que la usáramos para conocernos. ¿Para quién me pongo guapa? ¿Por qué quiero esconder que estoy triste?

P: Cuando hablas del hombre hablas del cliché del macho alfa. ¿Algún momento podremos desterrarlo por completo?

R: Ojalá, pero tengo una visión un poco pesimista. Hay tantos estímulos… De Hollywood, del mega actor de moda. Pero también con las mujeres. Es propaganda que se envía directamente a nuestro cerebro y que no estamos lo suficientemente mazados. Parece una tontería pero creo que nos afecta en el subconsciente y nos comparamos. También en Instagram. Es inevitable que te compares. Con ese hiperestímulo acabamos cayendo en clichés. Y en el hombre es lo típico masculino: soy muy directo, aguanto mogollón en el sexo, no digo lo que siento porque es de nenazas. Me encantaría que las cosas cambiaran pero lo veo complicado.

P: Y nosotras, ¿hasta qué punto hemos interiorizado la mirada masculina?

R: Hasta el fondo. Tengo que estudiarlo más, pero en Egipto, a partir de cierto momento, empieza a ser todo mucho más patriarcal. Llega un momento en el que dejan de haber diosas. Y ya no es en la religión, es en todo. El arte, por ejemplo, es cosa del hombre. Pocas mujeres he conocido que no tengan esta mirada sucia dentro.

Tengo un montón de pacientes con una sexualidad que hay que desprogramar; no es suya, es del porno que han visto

P: Este autoengaño del que hablas también afecta a la sexualidad. Entrevistaste a cien mujeres y el 81% dijo haber fingido un orgasmo alguna vez. Es una cifra enorme.

R: A pocas conozco que no lo hayan hecho alguna vez. Tienes que hacerte un poco la actriz porno. Y quizá el orgasmo no han fingido algunas, pero sí la excitación. Sabemos que los jadeos excitan al hombre o a la mujer. Demuestras lo que quieres que vean de ti. A mí como mujer me ha pasado y la primera que me estudio soy yo. Al final nos ocupa más energía y tiempo en que el otro vea que estamos disfrutando que disfrutar. Es absurdo.

P: ¿Cómo ha afectado la pornografía a nuestra generación?

R: Mira, lo digo en el libro. En un colegio, cuando estaba dando una charla, los niños de doce años me preguntaban por el bukkake y claro, eran vírgenes. No tienes ni idea de cómo es la vagina de una mujer y ya estás maquinando cómo correrte con tres amigos en la cara de una tía. Creo que el porno ha afectado depende de cómo lo consumas. Puedes ver partes oscuras, puedes investigar sobre cosas que te excitan pero que tú juzgas luego de cara a la sociedad. Eso me parece muy interesante. Lo que no es, por ejemplo, pacientes súper jóvenes que tienen sexo real y dicen que no les excita suficiente. Hay casos de tres pajas con porno al día. Es consumo de adición. Debería hacerse un estudio de cómo afecta al sistema límbico o al hipotálamo ver tanto estímulo. El cerebro es plástico. Lo que nos metemos lo absorbemos. Tengo un montón de pacientes con una sexualidad que hay que desprogramar, no es suya, es de las películas, de lo que han visto.

P: Explicas también que incluso un consumo esporádico de porno contribuye a colaborar con ese negocio y al abuso de mujeres, ¿qué opinión tienes del llamado “porno feminista”?

R: Opino dos cosas. Por una parte, qué guay y por el otro, la industria pornográfica ve el auge del feminismo y ¿qué hace? Lo fagocita, lo coge y lo mainstreamea. Hay muchas productoras que lo hacen y es más capitalismo. ¿Cómo podemos hacer más dinero? Vamos a coger esto que está de moda y lo vamos a vender. Creo que hay un poco de engaño y que es más de lo mismo.

El problema de las redes sociales es que las usamos como si fuera farlopa

P: Feminismo industrial, creo que lo llamabas.

R: (Risas). Sí. Es como con la ropa. Salió una camiseta de Dior de 500 euros que ponían “I’m feminist”.

P: Ana Botín se considera feminista. ¿Qué te parece?

R: Me hace mucha gracia porque es más de lo mismo. Para mí es una máscara. Quiero verlo. Es como en una pareja que te dice que es muy fiel. Vale, vamos a estar tres años y vamos a ver cómo eres. Hechos, no palabras. Haz algo, vete de ahí, haz algún tipo de acto anticapitalista y punki.

P: Dices que es absurdo hablar de la igualdad de género porque hombre y mujer nunca van a ser iguales. Es algo muy tajante.

R: Como humanos sí, pero como género somos dos sexos completamente distintos. Yo no necesito lo mismo que un hombre. Me gasto más dinero al mes en Tampax, por ejemplo. Eso sí, hay hombres que tienen más estrógenos y son más femeninos y mujeres que tienen más testosterona y son más masculinas. Pero lo que es la biología es distinta y hay otro tipo de energía a nivel vital.

P: Antes has hablado de estímulos y también de Instagram. ¿Las redes sociales son el villano del siglo XXI? ¿Estamos así por su culpa?

R: Yo creo que no, creo que es más bien cómo las usamos. Yo me quité Instagram porque me enganché. Es una especie de voyeur de la vida de los demás. Cuando me lo quité me noté mejor porque ya no estaba tan pendiente de qué hacen los demás, no estaba volcada hacia afuera en vez de preguntarme yo cómo estoy. ¿Son malas? No, podemos hacer tú y yo un Skype y conocernos sin estar en el mismo sitio. El problema es que las usamos como si fuera farlopa. Es una nueva droga súper bien vista.

P: La soledad en la época de las redes sociales parece algo contradictorio, pero dices que a día de hoy existe una falta de afecto globalizado, ¿por qué?

R: No es lo mismo la soledad que el aislamiento. La soledad es el contacto con uno mismo, estar solo, pero no implica desconexión con la sociedad. En cambio el aislamiento lo veo muy triste porque es aislarte de ti mismo y de los demás para conectarte en una superficialidad. Aparenta que estamos conectados porque lo primero que hacemos es mirar el teléfono y ver los likes. No hay ningún tipo de relación íntima. Si tienes redes, está genial pero luego en tu vida íntima ve a ver a un amigo, habla de lo que te molesta con tu pareja y confronta lo que sientes. En cambio, estar hiperconectados nos aísla de lo que sentimos.

placeholder Adriana Royo (Foto: cedida)
Adriana Royo (Foto: cedida)

P: Me llama la atención que muchos de los casos que pones en el libro son de gente que parece querer una libertad sexual pero que luego, en el fondo, quieren una relación y que les cuiden. ¿Por qué nos empeñamos en ocultarlo?

R: Es interesante. Yo no tengo miedo de decir que quiero una relación y me han llegado a llamar conservadora. Depende del grupo de amigos que tengas tienes una respuesta, algunos te dicen que no seas estrecha y que disfrutes. Creo que radica un poco en el tema masculino-femenino: cuanto más tengas, más poderoso eres. Si voy a una discoteca y hay tres que quieren ligar conmigo, soy más poderosa que la que no. Es por conceptos como el mérito, porque la cantidad está antes que la calidad.

P: Tinder, por ejemplo, es la máxima expresión de esto, ¿no?

T: Lo gracioso es que Tinder empezó siendo una herramienta para tener relaciones sexuales. No sé si en hombres y mujeres es lo mismo pero gran parte de las mujeres buscan una relación. Ves que estamos mega solos y que queremos encontrar a alguien. Está muy bien una red social para encontrar a alguien afín a ti, pero el medio es el mensaje y el medio de Tinder es súper agresivo, como un escaparate. Este medio es muy frívolo y hay mujeres que quieren encontrar una pareja pero se engañan, se ponen guapas para llamar la atención del macho pero luego en realidad quieren una pareja. Si dices que quieres novio, los alejas. Muchas amigas me dicen que quieren mostrarse libres pero en el fondo quieren una pareja. Es el autoengaño rebañado de más autoengaño.

P: Leyendo la parte en la que hablas de Tinder y de no tener nunca suficientes likes, me acordé de un artículo de The New York Times de Lauren Petersen, "Querer monogamia mientras 1.946 hombres esperan mi match”. Decía que te tienta a pensar que con tanta gente que hay disponible, siempre habrá alguien mejor que la persona que estás viendo.

R: No he leído el artículo pero lo ha resumido muy bien. Es tal cual. Creo que Tinder incita a la gula. Todos tenemos activas facciones humanas: el orgullo, la ira, la avaricia… Tinder activa la gula. Es como cuando vas a un buffet y te hinchas a carne, pescado, luego un cruasán. De pronto te apetece todo en lugar de coger una cosa y saciarte con una porque sabes que tu cuerpo no necesita comer marisco y luego un pastel y un café. Tinder hace eso y no tienes suficiente con una cosa y quieres más porque piensas que encontrarás algo mejor. Como los romanos cuando vomitaban para seguir comiendo. Creo que Tinder activa esta gula en versión emocional.

Tinder activa la gula en versión emocional, como cuando los romanos vomitaban para seguir comiendo

P: Dices que algunos hombres poliamorosos son “misóginos modernos”, ¿es el poliamor la gran mentira?

R: Creo que hay dos tipos de poliamor. Hay personas que se sienten más desinhibidas y libres y luego está lo que yo llamo el poliamor narcisista, que es como lo que hablábamos del porno feminista. Gente que usa una corriente, unos valores, para ponerle este nombre y tapar lo que realmente es promiscuidad. Cuela mucho. No es lo mismo decir “soy promiscuo” que “amo mucho”. Luego ves que tienen un vacío enorme que intentan tapar usando a las mujeres. Tengo muchas pacientes con el cerebro lavado que han acabado en una relación de poliamor sin quererla.

P: Cuando hablas de la represión a nosotros mismos, a ocultar lo que queremos, también nombras a los curas pedófilos. ¿Crees que la mayoría de casos que se dan es por eso? ¿Por reprimir el deseo?

R: En todos, diría. Generalizar no es bueno, pero diría eso. El otro día lo pensaba viendo los casos de EEUU. Imagina que eres terapeuta y viene alguien que te explica que de pequeño su padre abusó de él con tres años. Un caso súper bestia. Y ahora tiene pensamientos en los que tiene tendencias pedófilas. No siempre tienes que haber sido abusado o haber tenido un trauma muy fuerte para tener estas tendencias, pero siempre hay un mecanismo que está en todos, que es la represión de la que hablamos. Si para ser cura hay que reprimir un instinto que forma parte del ser humano me parece una aberración. Como ser humano no te puedes castrar a nivel emocional. Me lo imagino como una energía roja que se queda en los genitales y que explota. En la versión católica explota con los niños porque es la versión más pura e inocente, que es lo que ellos no son y lo quieren robar. La represión no la vemos, es un gota a gota, pero siempre explota con perversiones sexuales de todo tipo.

Si para ser cura hay que reprimir un instinto que forma parte del ser humano, me parece una aberración

P: ¿Es imposible llevar una vida de castidad?

R: No. Si lo haces bien, como lo que hablábamos de las máscaras, para canalizar y no para reprimir, se puede. Se tiene que estudiar, igual que la retroeyaculación. La clave es desde dónde lo haces. Es como ayunar, si lo haces bien guiado y te sirve para limpiar, te sentará bien. El tema es que lo hagas para aprender de ti y no para evitarte.

P: Hemos hablado de los curas, pero cuando sale algún caso de violación como el de La Manada, por ejemplo, siempre hay quien dice que lo han hecho porque están “enfermos”. ¿Qué opinas?

R: Yo creo que depende del caso. En muchos hay abuso de poder, ya sea por tener contactos o por creer que la tienes grande. Más que enfermos, son las personas más vacías, miedosas e inseguras que hay. Creo que se sienten ultra disociadas. Muchos psicopatólogos dicen que cuanta más disociación tienes de ti mismo, tiendes más a una enfermedad mental como esquizoide o a la depresión paranoide. No sé si enfermo es la palabra, pero sí que es disociado.

“Existe un abismo entre cómo nos gustaría vivir la sexualidad, cómo la mostramos a los demás y cómo la vivimos en realidad”, se presenta un libro de título revelador ‘Falos y falacias’ (Arpa Editores). Es el primero de Adriana Royo, terapeuta y asesora psicológica fascinada por las patologías sexuales y el análisis del autoengaño humano por imposición social. Las máscaras, insiste ella, las llevamos todos: cuando fingimos orgasmos, cuando ocultamos lo que de verdad sentimos o cuando exponemos una vida perfecta que, en realidad no tenemos. “El engaño es la moneda de cambio de los vínculos afectivos y, por supuesto sexuales”.

Tinder Ana Patricia Botín Igualdad de género