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Deslumbrante Mónica Ojeda, la escritora nefanda: "Necesitamos un plan y no lo hay"
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Deslumbrante Mónica Ojeda, la escritora nefanda: "Necesitamos un plan y no lo hay"

Se ha convertido en unas de las autoras latinoamericanas más importantes de los últimos años. Ahora publica el libro de relatos 'Las voladoras', una mezcla de deseo, sexo, violencia y belleza

Foto: Mónica Ojeda (Lisbeth Salas)
Mónica Ojeda (Lisbeth Salas)

La voz de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) suena muy dulce por teléfono. Tiene una cadencia suave y una enorme riqueza de vocabulario. Las palabras precisas, las necesarias. Algo así sucede con su literatura, plagada de un lenguaje inmenso. Eso sí, la diferencia de su fraseo literario con respecto al personal es que el primero es como un tijeretazo, un golpe. Ojeda consigue que a veces desees cerrar los ojos mientras lees. Novelas como ‘Nefando’ (2016) o ‘Mandíbula’ (2018) son desagradables y a la vez gustosas. Y lo mismo ocurre con los cuentos ‘Las voladoras’, que acaba de publicar en Páginas de Espuma. El horror, la violencia se entrelaza con lo bello y lo placentero. No le ha salido mal: desde hace cinco años no ha hecho más que acaparar muy buenas críticas y hoy nadie duda de que esta ecuatoriana que se quedó en Madrid en 2017 enamorada del país está en el podio de las escritoras latinoamericanas. Con pocas competidoras.

placeholder Las voladoras
Las voladoras

“Tengo una obsesión con cómo el deseo está vinculado con el miedo y cómo la belleza está vinculada con el horror. Me muevo de lo apolíneo a lo dionisiaco, y me interesa esa pulsión salvaje y destructora que tiene el deseo”, afirma Ojeda, que se confiesa fiel lectora de George Bataille -aquel que teorizó sobre el oscuro objeto de deseo- y que, precisamente, en su último libro de cuentos se ha servido de las mitologías y de lo “gótico andino” - símbolos vinculados al paisaje, la cordillera, las alturas y toda esta cosmovisión ligada al paisaje de los Andes- “para tratar de dar orden al desorden”.

La cabeza de una chica decapitada por su padre, la sangre que brota y lo inunda todo, las axilas sudadas de miel de una “voladora”, un ser mágico que tensa el pantalón de un padre y pone nerviosa a una madre. Todo esto anida en este compendio de relatos que Ojeda comenzó a escribir en diciembre y que pulió y trabajó durante todo el confinamiento. La mayoría de los personajes son mujeres, “no por una elección política”, sino porque “me interesa explorar a personajes femeninos que están desbordadas de deseo, ya sea deseo sexual u otro, para acabar con eso de que la mujer no desea sino que es deseada”.

Lo que me interesa es cómo estamos tratando de controlar una especie de animalidad, cómo queremos contener la barbarie

El sexo, obviamente, también esta presente. No puede faltar en esta mezcla entre ternura y violencia. Es ese choque entre Eros y Tanatos, que la escritora observa, siguiendo los preceptos bataillanos, como la forma en la que se organizan las sociedades. “Lo que me interesa es cómo estamos tratando de controlar una especie de animalidad, cómo queremos contener la barbarie, pero lo animal siempre está allí”, sostiene.

¿Un control que va a más? “Creo que siempre ha sido así. Ahora estamos en una sociedad en la que a priori podemos hablar de muchas cosas, pero en realidad siempre hay una turbación e inquietud en torno al deseo, pero es porque el deseo es misterioso y enigmático.Y todo lo que es ignoto y misterioso a nosotros como especie nos incomoda y queremos controlarlo. Pero hay cosas que tienen que ver con la experiencia humana y el mundo emocional que son bastante telúricas e incognoscibles porque su fondo es eterno y abisal. Nos inquieta lo que no podemos controlar. Y hay un mundo entero de la emocionalidad humana que no es tan fácil de controlar”, contesta.

placeholder Mónica Ojeda (DIEGO CARDIERNO)
Mónica Ojeda (DIEGO CARDIERNO)

Escritora y migrante

Mónica Ojeda llegó a España en 2011 como estudiante en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Quería poner distancia con su país y su familia. “Una idea que en ese momento fue muy atractiva, después no tanto”, reconoce. Pero se enamoró del país y se quedó. Por una razón básica: “Aquí no vivía las experiencias violentas que podía vivir en mi país. Es decir, podía caminar sin tener problemas, sin sentir que me iba a pasar algo en cada esquina. La experiencia del miedo viviendo aquí para mí desapareció. Y me dije, quiero vivir en un lugar en el que yo pueda caminar sin tener miedo por mi vida”, comenta.

La experiencia del miedo viviendo aquí para mí desapareció. Y me dije, quiero vivir en un lugar en el que yo pueda caminar sin tener miedo por mi vida

En 2014 volvió a Guayaquil, pero para 2017 ya estaba de vuelta, esta vez en Madrid, y sin billete de regreso. Empezó a ver cómo la editorial Candaya publicaba su novela ‘Nefando’, con un tema como la deep web, un videojuego y la pornografía, y después ‘Mandíbula’, una historia de violencia cruda entre una alumna y una profesora. Y cómo llegaban las buenas críticas. “He conseguido unos editores tremendos que confían en mi trabajo”, dice. Cómo también conseguía un trabajo en la Pompeu Fabra y cómo afianzaba su mundo afectivo. “En ese sentido he tenido suerte”, reconoce.

Pero, lo que en los círculos literarios fue bien, en otros como migrante no funcionó de forma tan fluida. “Sí, por ejemplo, todavía estoy esperando que en Extranjería me permitan sacar la huella para que me den mi tarjeta y llevo tres años en ese trámite” -, relata: “Hay cosas que uno se da cuenta, sobre todo cuando se viene de países del sur, que la migración no se vive de la misma manera en otros sitios y es dura e implica una experiencia de exclusión que yo literariamente no he tenido y, sin embargo, con respecto a otros aspectos de mi vida sí han sido más complicados”. La escritora aplaudida y la migrante todavía en la cola de Extranjería.

Ni ilusión ni fantasía

¿Y el futuro qué? ¿España, Ecuador? ¿Seguir escribiendo? ¿Qué escribir en tiempos como estos, tan llenos de incertidumbre?

“Yo soy incapaz de pensar sobre lo que estamos viviendo porque me tiene un poco en shock, como a mucha gente. Por eso no he escrito nada sobre ello y no quiero escribir nada. Además creo que hay cosas con las que se necesita un cierto tiempo y distanciamiento”, manifiesta Ojeda que observa la situación con cierta pesadumbre. “No es que antes no existieran incertidumbres, pero había ilusión, fantasía… Ahora, sin embargo, ni siquiera existe la fantasía, nadie sabe lo que va a pasar mañana, no puedes hacer planes de un mes para otro… Todos necesitamos aferrarnos a un plan y ahora no lo hay. Estamos sumidos en una especie de terror existencial, en plan qué hago con mi vida, no sé qué va a pasar mañana”.

Ahora vivimos en un momento en el que estamos atravesados por la experiencia del miedo

Ella va a seguir, de momento, con la novela que tenía medio empezada cuando se cruzaron estos relatos por su camino. Y a seguir evitando el miedo, ese terror que suele inundar sus libros. “Lo único es que a mí me interesa la experiencia del miedo atravesada por el deseo y ahora vivimos en un momento en el que estamos atravesados por la experiencia del miedo. Siempre lo estamos, pero hay periodos históricos en los que ese miedo se vuelve más potente y ahora en esta situación pandémica es colectivo”, zanja. Y tampoco sabemos cuánto va a durar.

La voz de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) suena muy dulce por teléfono. Tiene una cadencia suave y una enorme riqueza de vocabulario. Las palabras precisas, las necesarias. Algo así sucede con su literatura, plagada de un lenguaje inmenso. Eso sí, la diferencia de su fraseo literario con respecto al personal es que el primero es como un tijeretazo, un golpe. Ojeda consigue que a veces desees cerrar los ojos mientras lees. Novelas como ‘Nefando’ (2016) o ‘Mandíbula’ (2018) son desagradables y a la vez gustosas. Y lo mismo ocurre con los cuentos ‘Las voladoras’, que acaba de publicar en Páginas de Espuma. El horror, la violencia se entrelaza con lo bello y lo placentero. No le ha salido mal: desde hace cinco años no ha hecho más que acaparar muy buenas críticas y hoy nadie duda de que esta ecuatoriana que se quedó en Madrid en 2017 enamorada del país está en el podio de las escritoras latinoamericanas. Con pocas competidoras.

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