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Mamá Ladilla: demasiado cultos para el punk, demasiado cerdos para la RAE
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Mamá Ladilla: demasiado cultos para el punk, demasiado cerdos para la RAE

Los Mamá Ladilla se definen a sí mismos, no como gurús, sino como juglares, y esta profesión siempre ha tenido un coste social muy alto

Foto: Mamá Ladilla en 2017
Mamá Ladilla en 2017

La historia del rock español es un páramo. Nuestro país ha dado grupos que merecían haber alcanzado un éxito suficiente como para que sus integrantes se volvieran gilipollas, pero si algunos se volvieron gilipollas fue porque les apeteció, no por la pasta. En la escena han desfilado músicos titánicos que no consiguieron sacar ni para la hipoteca. Grupos tan cargados de personalidad, fuerza y talento que sin duda hubiera amasado fortunas pantagruélicas y muslos de grupi si los integrantes hubieran nacido en Londres y cantasen en inglés.

Uno de estos grupos se llama Mamá Ladilla. Los System of a Down los copiaron de pé a pá. En la liga de 2ª B que ha sido nuestro circuito musical roquero, ellos han conseguido el prodigio de mantenerse con vida enchufados a una máquina. Siguen girando y sacando discos, y llevan a gala tener la piel tersa y llenar salas de unas trescientas personas de aforo sin rebajarse a hacer letras que pueda entender una cabra o un paramecio con reuma.

En la liga de 2ª B que ha sido nuestro circuito musical roquero, Mamá Ladilla han conseguido el prodigio de mantenerse con vida enchufados a una máquina

Esta maldición tiene un nombre piadoso: los Mamá Ladilla son un grupo de culto. Sus fans formamos parte de un círculo selecto que se caracteriza por saber cómo termina esa frase. El último álbum de la banda, “Quién pudriera”, es más que un puñado de canciones: una ristra de puñaladas, es decir, lo de siempre. Al final de este artículo os dejaré una letra, para que veáis por dónde voy. Es demasiado larga para interrumpir mis loas y demasiado buena para no colarla.

En fin. Los Mamá Ladilla se definen a sí mismos, no como gurús, sino como juglares, y esta profesión siempre ha tenido un coste social muy alto. En España llevamos a gala lo graciosetes que somos y lo mucho que reímos, pero a la hora de construir una cultura satírica que esté al menos a la altura del retrato que hacemos de nosotros mismos enseñamos un ejemplar apolillado del Quijote, y para de contar. Los satíricos españoles están siempre en segunda fila detrás de los intenistos, los solemnes y los pedagógicos. ¿Mihura? ¿Jardiel Poncela? ¡Putos fachas!

Los satíricos españoles están siempre en segunda fila detrás de los intenistos, los solemnes y los pedagógicos. ¿Mihura? ¿Jardiel Poncela? ¡Putos fachas!

Siempre he pensado que el hecho de que Mamá Ladilla no haya llenado estadios se debe a este lugar residual que ocupa lo satírico en nuestra cultura. Estamos desconectados de nuestra tradición barroca y esperpéntica, demasiado importantes como para no fingir que las hemos leído, pero demasiado difíciles como para leerlas realmente. Además, el humor, que en cada época tiene sus códigos, es mucho más rentable como material de trabajo si estás al otro lado. Hoy se cotizan los torquemadillas de Twitter, y a veces sacan del humor (de su condena) una buena tajada en el TFG de la universidad.

Si algo es gracioso, no es serio

En líneas generales, los españoles participamos de una pedantería culterana que nos dice que, si algo es gracioso, entonces no es serio o no es de calidad. Pero la altura musical de Mamá Ladilla le da varias vueltas a la pastelosa emanación ectoplásmica que desfila por el Festival de Benicasim, y la ahorca. Siempre han sido tres tipos, aunque dos hayan ido cambiando, y el sonido que han sacado juntos tiene más personalidad que toda la pedantería vetusta de grupos que no hace falta mencionar ahora para que se entienda por dónde voy. Mamá Ladilla es a la música lo que Ron Lalá es al teatro.

¿Qué puedo decir de Juan Abarca, líder y pieza fija de la banda? Es un personaje que canta raro, juega con la voz y toca la guitarra como si hubiera aprendido a hacer rock entre los contenedores que hay en la puerta del conservatorio. Me ha parecido oír a Bach en alguna de sus fantasías de guitarra eléctrica, y siempre que lo he escuchado hablar me ha parecido tan inteligente y original como inadaptado. Esto se nota en sus letras: no respeta líneas rojas, pero no te saca una canción nostálgica ni aunque se le inyecte el dengue con una jeringa para medicar burros.

Siempre he sospechado que Abarca era demasiado culto para el punk y demasiado cerdo para la RAE, pero que si no hubiera sido por esta ambigüedad habría terminado como Iggy Pop, escupiendo a las multitudes, o en el asiento de la letra M de la docta casa de la lengua española. Sin embargo, Abarca tiene que conformarse con ser el autor de algunas de las canciones más ingeniosas, serpenteantes y logradas de la historia del rock español. Esto no da ni para pipas.

Con el coronavirus danzando al son de Luis Cobos y las salas de concierto cerradas, Abarca sobrevive dando clases de guitarra

Ahora, con el coronavirus danzando al son de Luis Cobos y las salas de concierto cerradas, Abarca sobrevive dando clases de guitarra y también se ha abierto un Patreon, en el que te manda un palíndromo al día y publica relatos, columnas de opinión y recuerdos. ¡Ya se sabe! En los malos tiempos, los juglares siempre terminan así, pidiendo monedas. Pero estoy deseando que las salas de conciertos vuelvan a abrirse en todas partes, porque a algunos de mis amigos los he conocido en sus conciertos.

“Subdesarrollo insostenible” (fragmento), del álbum “Quién pudriera” de Mamá Ladilla

"La vegetación crece fuerte, sana y feliz en la aldea global.

Los pajaritos cantan flamenquito bueno en este mundo plural.

Las mariposas hacen turnos para posarse en tu bolsa escrotal.

La raja de tu culo es el eje de simetría de un tatuaje tribal.

Han avistado a Heidi en las inmediaciones de esta casa rural.

Han programado en tu salón un festival multicultural.

Han amamantado un unicornio rosa con cerveza artesanal.

Han encontrado a Wally al eviscerar un pollo de corral.

Y al final, el total es igual

a la suma de tal y Pascual.

Permanezcan atentos en el barrizal:

me parece que he visto una mosca fugaz.

(...)

Con la cabeza bien alta y sin mirar atrás,

construyendo codo con codo un entorno universal

participativo de pluralidad, diversidad y poliamor,

la hermandad humana camina por fin despojada de miedos atávicos

hacia el ilusionante paradigma definitivo en el que,

juntos como hermanos, miembros de una iglesia,

cogidos de la mano y cantando una de Macaco,

nos libraremos por fin de toda violencia

y desterraremos para siempre la agresividad de nuestras vidas.

Todas las culturas, razas, etnias, clases sociales

y variantes sexuales son bienvenidas a sumarse y aportar,

sin temor alguno al escarnio,

cualquier reflexión que deseen hacer pública,

excepto las que a mí me salga de la polla.

El mundo será todo él un gran espacio seguro

por el que circularemos montados en nuestros ponis.

Al cruzarnos con cualquier persona la saludaremos

con una gran sonrisa y lágrimas en los ojos,

embriagados de dicha bajo el sol radiante y el cielo azul,

mientras de manera ininterrumpida suena la música étnica

procedente de un escenario junto al cual habrá,

en todo momento, funcionando un patíbulo

en el que se ahorcará cinco personas cada media hora,

elegidas a dedo por mí.

El arte se purgará por completo y quedará por fin

libre de toda apología de cualquier cosa,

y de cualquier hipotética agresión

o posible molestia a cualquier colectivo,

persona humana, animal, planta o canto rodado.

No se podrán usar palabras que inciten al odio,

ni conjunciones, ni preposiciones, ni adverbios,

ni nombres, ni adjetivos, ni verbos, ni artículos.

Las canciones serán instrumentales.

Las películas serán mudas y consistirán todas

en un solo fotograma repetido, de un color agradable,

que no sea demasiado claro ni demasiado oscuro,

ni demasiado rojo, ni verde, ni azul,

ni de ningún otro color.

El premio Nobel de literatura lo ganará

el autor de una novela llamada "E",

de una sola página,

con una única frase que dirá:

“Eeeeeeeeeeeeee”.

La historia del rock español es un páramo. Nuestro país ha dado grupos que merecían haber alcanzado un éxito suficiente como para que sus integrantes se volvieran gilipollas, pero si algunos se volvieron gilipollas fue porque les apeteció, no por la pasta. En la escena han desfilado músicos titánicos que no consiguieron sacar ni para la hipoteca. Grupos tan cargados de personalidad, fuerza y talento que sin duda hubiera amasado fortunas pantagruélicas y muslos de grupi si los integrantes hubieran nacido en Londres y cantasen en inglés.

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