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El día en que Italia eligió entre monarquía y república
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El día en que Italia eligió entre monarquía y república

El referéndum en que los italianos decidieron la forma del estado el 2 de junio de 1946 es una experiencia única en la contemporaneidad

Foto: Celebración del 'Sí' a la República en Italia en junio de 1946
Celebración del 'Sí' a la República en Italia en junio de 1946

A veces intentar salvarse implica acelerar el colapso. La monarquía italiana estuvo contra las cuerdas desde el 25 de julio de 1943, momento en que el Gran Consejo del Fascismo se cobró la cabeza de Benito Mussolini tras el desembarco Aliado en Sicilia y el bombardeo de Roma. La relación entre el diminuto Vittorio Emanuele III, rey desde 1901, y Mussolini, en la cúspide del poder desde la Marcha sobre Roma de octubre de 1922, había sido siempre tirante, y con la destitución del Duce quizá la Monarquía albergó esperanzas de supervivencia al intentar desligarse de esas dos décadas de fascismo en territorio transalpino.

Pero la hemeroteca y el recuerdo eran demasiado brutales como para propiciar su aceptación. Cuando además, tras firmar el armisticio con los anglosajones, el 8 de septiembre de 1943 los alemanes invadieron el Bel Paese y Su Majestad huyó de Roma para recalar en Brindisi, paso previo a su instalación en Salerno, donde el antiguo Emperador de Abisinia simuló llevar la corona de un estéril Reino del sur, dominado por la Comisión Aliada y a expensas de los lentos avances militares hacia la liberación del país, inmerso en una Guerra Civil dentro de la Mundial, algo común en casi todo el Viejo Mundo.

placeholder Vittorio Emanuelle III y Benito Mussolini
Vittorio Emanuelle III y Benito Mussolini

En el caso italiano la bota se halló fragmentada en múltiples formas políticas. En el norte ocupado por los alemanes Benito Mussolini, tras su liberación en el Gran Sasso, autoproclamó la República de Salo, reconocida por el Tercer Reich, mientras los representantes de los partidos antifascistas constituyeron el Comité de Liberación Nacional del Alta Italia con la idea de extender su impulso reformista y democrático, algo discutible hasta cierto punto, a toda la geografía tricolor. Para lograrlo, la intervención de la Unión Soviética fue esencial, al comprender cómo para alterar el orden político italiano de cara al futuro convenía hacer concesiones, y así fue como en abril de 1944 surgió 'La svolta di Salerno', con el retorno de Palmiro Togliatti, Secretario General del PCI, la creación de un gobierno de unidad nacional desde las premisas del CLN y la transferencia de funciones reales de Vittorio Emanuele a su hijo Umberto, devenido Luogotenente tras la entrada de las tropas estadounidenses en Roma el 4 de junio de 1944, dos días antes del Desembarco de Normandía.

Calmar la lava incandescente

Ese junio fue fundamental. El cargo de Luogotenente se aplicaba en caso de impedimento o retiro a la vida privada del Jefe del Estado. Sin embargo, Umberto era un pelele maniatado por el curso de los acontecimientos y su padre seguía, al menos nominalmente, al frente. El retorno de Roma a la capitalidad se concatenó con la caída del último gobierno del Mariscal Badoglio. Durante este período Umberto, bajo presión Aliada, firmó el decreto legislativo 151/1944, según el cual tras la liberación las formas institucionales se elegirían desde el pueblo mediante sufragio universal, directo y secreto para configurar una Asamblea Nacional Constituyente.

La ruta hacia extirpar de Italia todo rastro de nazifascistas fue ardua y sólo cuajó el 25 de abril de 1945, pocas jornadas antes de la debacle hitleriana en Berlín. La participación de los partisanos en este cometido alteró el panorama de fuerzas y exigió un replanteamiento del mañana por parte del Comité Aliado, quien observó con inquietud cómo en junio de 1945 el CLN elevaba a presidente del Consejo a Ferruccio Parri, Maurizio para los partisanos, miembro del Partito di Azione, muy carismático pero débil por las disensiones internas de los suyos, la inercia de ocupaciones de fábricas en el norte y tierras en el sur y la mayor potencia organizativa de los otros integrantes gubernamentales, partidos de masa con más finura a la hora de manejar los eventos; así fue como en diciembre Alcide de Gasperi, a la postre uno de los padres de la reconstrucción europea, relevó a Parri para generar un giro al centro derecha, muy conveniente para calmar los ánimos aliados, sobre todo al ser secundado por el PSIUP, Partido Socialista de Unidad Proletaria, de Pietro Nenni y los comunistas de Togliatti.

La Democracia Cristiana logró apaciguar el volcán izquierdista, en plena ebullición por la euforia partisana del norte

De Gasperi y la Democracia Cristiana eran los herederos refinados del Partido Popular de Don Luigi Sturzo y no permitirían redundar en los errores previos al ascenso del fascismo. Contar sus sutilezas se aparta del objetivo de este artículo y requeriría una tesis doctoral; en ese instante crucial de la Historia europea supieron interpretar las múltiples teselas del mosaico desde una óptica personal y los consejos del Comité Aliado, de acuerdo con el proceso de refundación desde una serie de premisas bien marcadas para apaciguar el volcán izquierdista, en plena ebullición por la euforia partisana del norte.

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De Gasperi en un mitin

Para leer este contexto intervenían muchos factores. De Gasperi barajó un sinfín de posibilidades. La primera radicaba en la previsible división entre socialistas y comunistas. La segunda, enfocada en el debate sobre Monarquía o República, estribaba en su propio partido, favorable en sus cuadros a la opción sin corona y reacio a la misma desde el incipiente electorado. Según los cálculos del estadista la clase media era más conformista y convenía gestionar sus miedos. El encaje de bolillos entre las rencillas internas progresistas y la zozobra burguesa se efectuó con dos jugadas magistrales: los anglosajones recomendaron convocar las elecciones administrativas antes que las constituyentes, y así fue como durante cinco semanas entre marzo y abril de 1946 muchos municipios italianos eligieron a sus consistorios en un primer turno. Para un español no deja de resultar curiosa esa elección desde el recuerdo del consejo de Henry Kissinger a Juan Carlos I en julio de 1976, cuando el belcebú de la Casa Blanca conminó al rey emérito a no cometer los desmanes de su abuelo en abril de 1931, cuando las municipales lo expulsaron del trono.

En esos comicios, completados en un segundo turno otoñal, comunistas y socialistas fueron de la mano y cosecharon numerosas alcaldías, entre ellas la romana. El segundo gran envite se fechó para el domingo 2 y el lunes 3 de junio de 1946, cuando la ciudadanía votaría para dilucidar la forma del Estado y los candidatos a la Asamblea Constituyente, encargada de elaborar la Carta Magna.

El referéndum de referéndums

Ese referéndum es una experiencia única de la contemporaneidad. Se determinó un voto obligatorio muy a la italiana. Los ausentes en las urnas recibirían una sanción moral al constar sus nombres en los Boletines Oficiales. Una nada en comparación con otro asunto de gran raigambre: la participación de las mujeres. Como en la España de 1933 aún se discute si su incorporación al electorado, con los curas acechando en su influencia, fue determinante para la suerte del resultado, aunque por lo acaecido quien escribe lo duda sin muchas cavilaciones.

Por primera vez en décadas, exceptuando los plebiscitos mussolinianos, los italianos se engalanaron para una campaña trepidante con las espadas en todo lo alto y la retórica populista llevada a la quintaesencia, incluso con la intervención del Papa Pío XII, quien en una de sus homilías recordó el peligro de hundir ese 2 de junio la civilización mediterránea al coincidir la cita con la francesa, donde asimismo se celebraban elecciones constituyentes. Los monárquicos avivaron el miedo al comunismo, tipificado con esos sambenitos delirantes, y efectivos, de comer niños y ser la barbarie diabólica por asesinar a Dios, romper matrimonios, igualar a la mujer y sustraer a los niños para darlos al Estado, según rezaba un opúsculo distribuido en el Lazio.

Papa Pío XII, quien en una de sus homilías recordó el peligro de hundir ese 2 de junio la civilización mediterránea

Para conservar el cetro los Saboya guardaban un último as en la manga. El 9 de mayo de 1946 Vittorio Emanuele III abdicó en favor de su hijo, a partir de entonces Umberto II. Con la renuncia se pretendía demostrar la sensatez real para enterrar el pasado relacionado con el Fascismo y aupar un falso aire fresco, tolerante y dispuesto a convivir con el socialismo si este resultaba triunfante en junio.

Llegado el gran día la participación fue masiva. Un 89% de ciudadanos acudieron al colegio. La República ganó con doce millones setecientos dieciocho mil votos, superando a los partidarios de la Monarquía en dos millones de papeletas. En el norte, industrializado y aún imbuido de abril de 1945, los republicanos doblaron a su oponente, mientras en el sur y las islas ocurrió justo lo contrario, con los acólitos de la corona bien afianzados desde el tradicionalismo, mayores tasas de analfabetismo y una siempre acuciante precariedad social. Los resultados se emitieron el 11 de junio y Umberto tomó 24 horas después el camino hacia su exilio portugués en Cascais. Los perdedores no aceptaron la derrota y alegaron fraudes electorales nunca demostrados pese a la mala fe vaticana en prolongar el bulo, hasta renunciar a recibir los presidentes republicanos durante más de tres lustros.

placeholder El rey Umberto II vota en el referéndum italiano de junio de 1946
El rey Umberto II vota en el referéndum italiano de junio de 1946

Las constituyentes encaramaron a la Democracia Cristiana al primer escalafón partidista, con los socialistas en segundo lugar y los comunistas a poquísima distancia porcentual. A partir de este hecho la Constitución se ancoraría a la izquierda, pero De Gasperi se salió con la suya. No sabemos si había leído Historia española, aunque en sus pensamientos el referéndum era un recurso magnífico para no complicar a la Asamblea Constituyente en la elección de la forma estatal, como hicieron nuestras Cortes durante el Sexenio Democrático con la Monarquía y la entrega del reino a otro Saboya, Amadeo.

Después de todo este vendaval la lava se congeló, los funcionarios fascistas mantuvieron sus empleos por absoluta necesidad de la configuración del Estado, la DC supo navegar entre aguas conservadoras y socialdemócratas, el mantra del Bienestar de posguerra, y los sucesos mundiales propiciaron en mayo de 1947 la expulsión de los comunistas y socialistas del gobierno, como en el resto de países del sector occidental del Viejo Mundo. La Guerra Fría condicionaba el tapete, y en Italia este terminó por definirse en las elecciones de abril de 1948, donde según la leyenda la Democracia Cristiana rubricó su hegemonía al ser más pesadas las maletas de la CIA en contraposición con la ligereza de las del KGB. Sea como fuere todo ello transcurrió desde cauces republicanos, con una presidencia institucional en el Quirinal y la lacra, positiva desde la pluralidad y negativa para la gobernanza, del crisol de partidos en Montecitorio. La estética depositó una metamorfosis republicana y un gatopardismo antes de Lampedusa en las instituciones. Washington respiró aliviada.

A veces intentar salvarse implica acelerar el colapso. La monarquía italiana estuvo contra las cuerdas desde el 25 de julio de 1943, momento en que el Gran Consejo del Fascismo se cobró la cabeza de Benito Mussolini tras el desembarco Aliado en Sicilia y el bombardeo de Roma. La relación entre el diminuto Vittorio Emanuele III, rey desde 1901, y Mussolini, en la cúspide del poder desde la Marcha sobre Roma de octubre de 1922, había sido siempre tirante, y con la destitución del Duce quizá la Monarquía albergó esperanzas de supervivencia al intentar desligarse de esas dos décadas de fascismo en territorio transalpino.

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