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Ian Morris: "Las sociedades que se cierren al mundo se quedarán atrás"
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EL Mundo tras el coronavirus IV

Ian Morris: "Las sociedades que se cierren al mundo se quedarán atrás"

Es el momento de imaginar cómo será el planeta cuando la pandemia pase y, para ello, iniciamos una serie de entrevistas con los pensadores internacionales más importantes

Foto: Ian Morris
Ian Morris

Leer al historiador Ian Morris (Stoke-on-Trent, Reino Unido, 1960), gozar con sus enfoques inéditos y brillantes, es una fiesta. Diseccionó las razones del éxito occidental en '¿Por qué manda Occidente... todavía?' (Ático, 2014) elogió con temeridad la guerra como factor imprescindible de desarrollo humano en 'Guerra. Para qué sirve' (2017), y en 'Cazadores, campesinos y carbón' se atrevió a practicar algo muy mal visto en las facultades de humanidades: defender la existencia de una moral universal común a todas las culturas cincelada por la biología durante millones de años de evolución. O como sugirió el biólogo E.O. Wilson hace ya cuarenta años, "ha llegado la hora de que la ética deje de estar en manos de los filósofos y pase a la de los biólogos".

Morris es uno de los más imaginativos, osados y divertidos historiadores actuales. Se doctoró en Cambridge y hoy imparte clases de Arqueología y Cultura Clásica en Stanford. Su gran libro hasta la fecha buscaba respuestas a la omnipresente pregunta de la historiografía actual con un puñado impagable de nuevas ideas con un título sin trampa ni cartón: '¿Por qué manda Occidente... por ahora?'

placeholder 'Guerra. ¿Para qué sirve?'. (Ático de Los Libros)
'Guerra. ¿Para qué sirve?'. (Ático de Los Libros)

Y en 'Guerra' realizaba un políticamente muy incorrecto elogio del secular y muy humano hábito de matarnos entre nosotros. Lo hacía cargado de historias, de batallas, de estrategias militares que nacen, vencen y son sustituidas por otras más eficaces, de excursos a la biología evolutiva o la geopolítica de bloques. La tesis podía resumirse así: la guerra que llama "productiva" genera estados más grandes y prósperos con menor propensión a la violencia. Ahora interpelamos a este "experto en transformaciones" para iluminar las zonas de sombra que sobre el futuro alarga la actual pandemia del covid-19.

PREGUNTA. ¿La epidemia del coronavirus ha herido de muerte a la globalización al mostrar que la deslocalización y la ‘piratería’ internacional en la competencia por recursos cruciales son nefastas para los países en momentos de crisis?

RESPUESTA. No. La globalización continuará. Ocurrieron muchos eventos en el pasado que desaceleraron la globalización o incluso la revirtieron, como las dos guerras mundiales en el siglo XX o la Peste Negra en el siglo XIV, pero el patrón a largo plazo aunque retrocedamos hasta los orígenes de los humanos modernos, hace 300.000 años, siempre ha sido que reanudar la globalización. Sospecho que cada nación se esforzará mucho más en la década de 2020 para desarrollar la resiliencia en su economía, y que eso podría ser a expensas del comercio mundial; pero la globalización volverá, porque eso es exactamente lo que la gente siempre ha hecho.

P. ¿Las identidades nacionales y el estado nación que venían ya reforzándose en los últimos tiempos se radicalizarán más cuando la enfermedad sea al fin controlada?

R. Sí, creo que el nacionalismo se fortalecerá en la década de 2020. La pandemia es, después de todo, un producto de la globalización; las enfermedades localizadas solo pueden convertirse en pandemias, de hecho, si las personas se mueven alrededor de poblaciones infectadas que no tienen defensas contra sus virus. Sin embargo, a largo plazo, las sociedades que se intentan cerrar al mundo se quedarán atrás respecto a aquellas que combinen el compromiso con el mundo y el reconocimiento de los riesgos que conlleva. Cuanto más se integra una sociedad con el resto del mundo, más vulnerable es a las pandemias; así que en el futuro, cada país debe hacer más para estar listo para combatir las enfermedades.

Si queremos los beneficios del progreso, debemos protegernos de sus riesgos: lo que significa estados más fuertes e intrusivos

P. Termómetros por todas partes, pasaportes biológicos, geolocalización obligatoria... ¿La radicalización de una sociedad de control en estas circunstancias es inevitable? ¿Cómo protegeremos la libertad individual?

R. Vivimos en un mundo más interconectado, móvil y complejo que nunca. Esto nos ha traído enormes beneficios. En todo el mundo, la gente de hoy en día suele vivir el doble, gana seis veces más que sus antepasados ​​hace un siglo, come mucho más y es promedio 10 cm más alta. Tan recientemente como en 1960, la mitad de la gente en la tierra no podía leer ni escribir sus propios nombres. El progreso ha sido extraordinario. Sin embargo, estos avances han traído nuevos peligros, desde las armas nucleares, el calentamiento global y las pandemias, por nombrar solo algunos. Sin embargo, si queremos los beneficios del progreso, debemos protegernos de sus riesgos: lo que significa estados más fuertes e intrusivos de lo que estamos acostumbrados en Occidente. Los países de Asia oriental frenaron la propagación de covid-19 más rápido que los de Occidente, porque sus gobiernos estaban dispuestos a emitir órdenes y sus ciudadanos estaban dispuestos a obedecerlas. Deberíamos esperar ver mucha más centralización en el siglo XXI.

P. Vivimos una situación paradójica. Por un lado, la ciencia nunca ha estado tan avanzada para ayudarnos en situaciones como esta. Por otra lado, nunca se han difundido tantos bulos y mentiras a través de la tecnología y las redes pero también desde prominentes políticos populistas. ¿Por qué?

R. Este siempre ha sido el camino: a medida que la humanidad resuelve un conjunto de problemas, siempre crea otro conjunto para reemplazarlos. Gracias a Internet, ahora podemos realizar transacciones comerciales en todo el mundo casi al instante; pero, al resolver tantos otros problemas, Internet creó un nuevo problema de ciberseguridad. Gracias a la ciencia médica, ahora tenemos vacunas y antibióticos que han salvado millones de vidas; pero, al resolver esos problemas, la ciencia médica nos dejó con los nuevos problemas de fraudes que venden vacunas falsas y tontos que afirman que las vacunas causan autismo. Así funciona el mundo: el precio del progreso es la vigilancia eterna.

Leer al historiador Ian Morris (Stoke-on-Trent, Reino Unido, 1960), gozar con sus enfoques inéditos y brillantes, es una fiesta. Diseccionó las razones del éxito occidental en '¿Por qué manda Occidente... todavía?' (Ático, 2014) elogió con temeridad la guerra como factor imprescindible de desarrollo humano en 'Guerra. Para qué sirve' (2017), y en 'Cazadores, campesinos y carbón' se atrevió a practicar algo muy mal visto en las facultades de humanidades: defender la existencia de una moral universal común a todas las culturas cincelada por la biología durante millones de años de evolución. O como sugirió el biólogo E.O. Wilson hace ya cuarenta años, "ha llegado la hora de que la ética deje de estar en manos de los filósofos y pase a la de los biólogos".