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Manuel Alcántara, el sabio del periodismo tiene 90 años… y mucho que contar
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mejor cronista español de boxeo de la historia

Manuel Alcántara, el sabio del periodismo tiene 90 años… y mucho que contar

El poeta y articulista, Premio Nacional de Literatura, es el columnista más longevo de España. Lleva seis décadas escribiendo todos los días, de modo ininterrumpido

Foto: Manuel Alcántara brinda ayer con su clásico Dry-Martini, en el salón de los espejos del Ayuntamiento de Málaga, durante el homenaje por su 90 cumpleaños.
Manuel Alcántara brinda ayer con su clásico Dry-Martini, en el salón de los espejos del Ayuntamiento de Málaga, durante el homenaje por su 90 cumpleaños.

Manolo también es Manuel Alcántara, pero es mucho más Manolo para los que hemos disfrutado y seguimos disfrutando un almuerzo o una cena con él, en compañía de sus amigos más íntimos, o en solitario. Un sabio que disfruta, desde su piso de Rincón de la Victoria, cómo aparcan las gaviotas y que cada tarde, sobre las 5, se sienta, aliado con su cigarrillo BN, el sabor que vence, para escribir renglones mecanografiados, nunca torcidos (apenas sin tachaduras), todo seguido, casi sin parar, la columna que publican en la última página los diarios regionales del grupo Vocento.

Manolo, Manuel Alcántara, cumplió este miércoles 90 años. Y eso hay que celebrarlo. Leyendo sus artículos, sus poemas, sus crónicas de boxeo en el diario ‘Marca’ (1967-1978). Existen muchos Manuel Alcántara. Manolo para mí. Don Manuel para otros. Esa cara esculpida de patricio romano, siempre peinado, con caracolillos en las postrimerías de su cráneo cincelado con sabiduría ya desde muy joven en el Café Varela. Cara de “pésimo actor mexicano”, como le bautizó Fernando Quiñones. Ese nada pésimo documental del mismo nombre que dirigió Manuel Jiménez Núñez. La esencia de Alcántara.

Foto:  Opinión

Manolo es el trovador de poemas como el de ‘Niño del 40’:

No se estaba ya en guerra aquel verano,
mi padre me llevaba de la mano,
yo estudiaba segundo de jazmines.

placeholder Manuel Alcántara con César González-Ruano y Rafael Penagos (Fundación Manuel Alcántara).
Manuel Alcántara con César González-Ruano y Rafael Penagos (Fundación Manuel Alcántara).

Esos jazmines cantados por Mayte Martín el pasado 28 de diciembre en el sala de conciertos María Cristina de Málaga. Manuel Alcántara, Premio Nacional de Literatura por ‘Ciudad de entonces’ (1962). Manuel Alcántara, el de los más importantes galardones del periodismo español: en 1974 se alzó con el Mariano de Cavia; en 1979 logró el González-Ruano (siempre recuerda a su amigo César), el Luca de Tena en 1964. Antes de que Umbral creara escuela, de que cualquier columnista quisiera convertirse en un ‘Umbralito’, hasta Francisco Umbral quería ser Alcántara, estrella del articulismo español de la década de los sesenta y primeros setenta que jamás escribió la palabra “Franco” en sus columnas trufadas de humor, ironía, ingenio. Talento.

Su legado entre los jóvenes articulistas

Manolo, hermano mayor de la 'Cofradía de la Columna' (Ignacio Camacho, ‘dixit’), es el decano. El articulista más longevo (seis décadas de modo ininterrumpido) y de más edad que escribe en España. “Y de Europa”, recalca su hija Lola. A Alcántara quizá en los últimos años no se le recuerde tanto en toda España. Las nuevas generaciones de lectores apenas conocen un detalle de su intensa vida y obra. Fue ‘el’ Manuel Jabois de los sesenta. O David Gistau. O Rosa Montero. O Carmen Rigalt. O Raúl del Pozo o su querido Antonio Lucas llegando hasta Juan Soto Ivars y más. Todos reconocen el legado de Alcántara.

placeholder Manuel Alcántara con José Luis Garci (Fundación Manuel Alcántara).
Manuel Alcántara con José Luis Garci (Fundación Manuel Alcántara).

Manolo ha vivido (y fumado y bebido) con José Luis Garci muchos encuentros noctámbulos. Búhos en la madrugada en La Tortuga. Aquel bar de la Plaza de Manuel Becerra. Garci es uno de los pocos históricos amigos que conserva tras la muerte dolorosa de casi todos ellos. Manolo recorrió todos los continentes (recuerda su primer viaje a Argentina, en 1963). Se iba meses. No escribía, no llamaba. Algún día volvería. Sin billete de vuelta. India, Tailandia y Sudáfrica, como glosa en ‘Viajes’:

Ya estuve en los lugares donde estuve.

Reconocí a la tierra en las naciones,

los cielos varios con las mismas nubes,

los repetidos y mortales hombres.

Recuerdo aquellos atlas escolares

tanto como las noches de Sudáfrica.

Para haber visto todo acaso baste

mirar desde el balcón la luna apátrida.

placeholder Manuel Alcántara con el boxeador Pepe Legrá (Fundación Manuel Alcántara).
Manuel Alcántara con el boxeador Pepe Legrá (Fundación Manuel Alcántara).

Manolo en acción, practicando el gerundio: escribiendo reportajes, entrevistando a escritores. Fue amigo de Pablo Neruda, que le conminó en un encuentro en Valparaíso: “¿Qué puede ser de una nación que mata a sus poetas?”. Manolo respetó mucho a Gerardo Diego (le gusta citar su definición de periodista: “un salvador de instantes”). Devoto de Quevedo. La primera vez que le escuché (jueves, 6 de mayo de 1994, hotel Larios de Málaga, como tengo apuntado en dos folios ya amarilleados), dejó claro que en ‘Las coplas de Jorge Manrique’ se puede aprender “todo de la vida”.

Manolo cubrió campeonatos del mundo de boxeo en Tokio, en Los Ángeles, en Dublín, en Roma. Washington. Y conoció a Cassius Clay (mejor que Alí, aclara) y es amigo de Pepe Legrá, José Durán. Esa Edad de Oro del boxeo español, la publicamos en Libros del KO, también con Pedro Carrasco, Urtain, Alfredo Evangelista y Perico Fernández.

Manuel Alcántara como mejor exponente, del Nuevo Periodismo estadounidense en España. Es el Norman Mailer español de la Ring Side Fila 2

Manolo en Madrid. Siempre hay que volver a Madrid. A su casa cerca de la calle Orense, a tres pasos del Bernabéu. Allí continúa la misma Olivetti con la que escribe en su refugio de Rincón de la Victoria. Cuatro periódicos nacionales encima de la mesa. La nevera siempre a punto. La escalera me espera para trepar en busca de los libros pugilísticos del mejor cronista del ‘boxing’ español de todos los tiempos. De estos tiempos que también son suyos [aborrece la expresión “en mis tiempos…”.]. Me prestó una veintena. Se los devolví todos. Una biblioteca Cum Laude para mi tesis doctoral sobre su obra boxística. Reivindiqué su escritura deportiva como germen, como mejor exponente, del Nuevo Periodismo estadounidense en España. Nuestro A. J. Liebling. El Norman Mailer español de la Ring Side Fila 2, donde le gustaba ver los combates, nombre también de su sección de artículos de boxeo en ‘Marca’.

placeholder Manuel Alcántara viendo un combate de boxeo (Fundación Manuel Alcántara).
Manuel Alcántara viendo un combate de boxeo (Fundación Manuel Alcántara).

Manolo sigue en Madrid. Recorre un pasillo plagado de fotografías en blanco y negro, con marco. Recortes de periódicos. La máquina de escribir espera que su dueño empiece a teclear el artículo. Una entrada de boxeo del combate Durán-Wajima (Tokio, mayo de 1976). Los amigos Fernando Vadillo e Ignacio Aldecoa (su vecino en el Paseo de la Florida) viendo boxear en el campo del Gas, que así tituló Garci su último libro. Los cuadros naif de Lola, los boxeadores subidos a los árboles y el preparador con la merienda campestre. Un salón luminoso con vistas a un jardín lleno de hortensias. Me enseñó más fotografías. Paula Sacristán sonriendo a la cámara a los mandos de un bólido.

Manolo es el “Amadís de Paula” como se define él mismo.

Manolo y Paula. La enfermedad del olvido. La memoria de su mujer, madrileña, que fundó el colegio Estilo, heredero del Instituto Libre de Enseñanza, junto a Josefina Aldecoa, se transformó en una pizarra en blanco. De Paula, fallecida en 2007, no se habla en la familia. Se recuerda en la intimidad, sin expresar los sentimientos, como la de otros muertos queridos.

La luz, más luz

Manolo se emociona, pero jamás en público. Cuando regresó a su columna tras el fallecimiento de Paula escribió: “A mí también me han pasado cosas estos días. La más importante que podía ocurrirme. Podría decir que ya están solos mi corazón y el mar, pero ya lo dijo alguien que expresaba mucho mejor que yo sus sentimientos. Además no sería verdad. Yo soy solo, pero no estoy solo. Vuelven rápidos fotogramas. Quizá el tiempo sea plano. Estoy algo aturdido, con esto de mi memoria histórica personal. ‘La vida sigue’, me dicen mis amigos. La verdad es que no estoy muy seguro. Según a lo que llamemos vida”.

placeholder Retrato de Daniel Quintero de Manuel Alcántara (Fundación Manuel Alcántara).
Retrato de Daniel Quintero de Manuel Alcántara (Fundación Manuel Alcántara).

Manolo Alcántara está lleno de vida y de luz. Aunque la luz precisamente le ha faltado en dos de sus últimas citas. Una en la familia, en la pasada Nochevieja, cuando en su casa de Rincón de la Victoria todo se quedó a oscuras. Pablo, su bisnieto, animó la velada. Pablo es el hijo de Marina, una de sus dos nietas (la otra se llama Clara). Marina es el alma de la Fundación Manuel Alcántara. Y el poeta, “el bisa”, el bisabuelo, pregunta: “¿A qué edad los niños pueden decir ya Manolo?”. Marina llamaba de niña a su abuelo “Lolo”. Pablo aún no dice ni Lolo ni Manolo. Todavía.

Los almuerzos en el María: antes de almorzar se sitúa en su rincón, junto a la barra, donde degusta un Dry-Martini, el “cuchillo disuelto” que él acuñó

Manolo acaba de sufrir otro apagón. Fue el pasado martes en el restaurante María, su sitio predilecto para almorzar. Comió con los amigos de la tertulia. Teodoro León Gross, Salvador Moreno Peralta, Juan López Cohard, Francisco Barrionuevo y Rafael Porras. La electricidad se fugó del espacio ya oscuro, de paredes de ladrillo visto, frente al mar. Manolo se situó en su mesa favorita, entrando al comedor a la izquierda. Nada más llegar al María se sitúa en su rincón, en un apartado, junto a la barra, donde degusta un Dry-Martini, el “cuchillo disuelto” que él acuñó.

“Comprobaré que sigo vivo”

Manolo se dejó fotografiar por el móvil de León Gross, motor intelectual de la fundación desde sus inicios hace una década y especialista en su obra. Teodoro publicó la fotografía en su cuenta de Twitter. Se recordó a Goethe en su lecho de muerte: “¡Luz, más luz!”. Luz no le falta. Ni gracia. El mismo día de su cumpleaños remató su artículo así: “Hoy, sin ir más lejos en la historia del tiempo, cumplo 90 años. Si ustedes leen este artículo comprobaré que sigo vivo, porque yo también lo leeré. ‘Para descansar, morir’, pero no estoy cansado ni muerto. Si hoy sale y ustedes pueden leerlo, o simplemente ojearlo, comprobaremos los dos que estamos vivos. Así sea”.

Manolo es ahora un Alcántara más melancólico, sin duda también nostálgico, que no teme a la muerte, pero que está dispuesto a jugar más prórrogas, la de los 91, los 92… Antes de acabar el año, cuando recibió el premio ‘Malagueño de Hoy’, dijo que la vida se le había pasado en un suspiro. "Me quiero despedir de todos y cada uno de vosotros”.

“Me llevan de un lado para otro, hijo”. “Tenemos que desmarcarnos un día los dos solos. Nos llamamos”, te dice Manolo

Manolo y su epicureísmo. La identificación con la impavidez ante el azar y el destino tan característico en una figura literaria que ha sabido encajar golpes duros (la muerte de Paula, de su yerno, el olvido durante la Transición...) en medio de tremendas alegrías. Los premios periodísticos. Sus grandes libros de poesía. Un balcón frente al mar azul (“hoy hace un día como para tener novia formal). “Yo lo que quiero es escribir hasta el final”, me dijo unos días antes de cumplir 90. Manolo presume de trabajar “todos los días, pero muy poco tiempo”. “Me llevan de un lado para otro, hijo”. “Tenemos que desmarcarnos un día los dos solos. Nos llamamos”.

Manolo suele planificar la semana los domingos por la tarde. Nunca antes de las seis y media, cuando ya da por terminado el artículo y lo envía por fax a la redacción del diario ‘Sur’. Luego llama al periódico, a la sección de Cultura, a ver si ha llegado. En su agenda, en una letra diminuta, apunta las citas pendientes, los almuerzos y cenas con los amigos. Esos ojos que chispean cuando ve llegar a quien aprecia (“no hay nada peor que un pelmazo”, subraya), que disfruta citando a Rilke (“sobreponerse es todo”), que se sabe poemas enteros de memoria, siempre lúcido. En plena conciencia del final y con un inevitable cansancio ante tanto trajín.

“Casi todos amigos de mi generación ya no están. Y en todos había un punto en común: la búsqueda de la felicidad”

Manolo relee en estos momentos ‘La conquista de la felicidad’ de Bertrand Russell. Y lo hace sabiendo lo que dijo el otro día en la tertulia en el María, en medio de brindis y más brindis y de vino tinto Cune. Tras la comida llega un trago de la bebida Jägermeister. “He visto morir a mucha gente en mi vida, casi todos los amigos de mi generación ya no están. Y en todos había un punto en común: la búsqueda de la felicidad”.

Manolo pasó el día de 90 cumpleaños con Lola, Marina, y con Pablo. El niño, de dos años, se portó muy bien. Manolo comió alubias verdinas y jamón ibérico de entrante. De postre, una bola de helado de chocolate. Le dijo a Lola lo entusiasmado que está leyendo el dietario de Pla ‘Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas’ que acaba de publicar Destino. Lee muy pocas novelas. Las de Baroja le interesan. Devora ensayos. Séneca o Schopenhauer son dos de sus autores favoritos.

Ni novela ni memorias

Manolo nunca ha sido amigo de las distancias largas. Nunca se planteó escribir una novela. No formaba parte de su ambición literaria. Se perdió una buena oportunidad para que hubiera escrito sus memorias y quizá aún se esté a tiempo de recopilar sus vivencias, salpicadas en textos de aquí y de allá, en entrevistas impresas y audiovisuales. “Le podíamos haber grabado, pero nunca le ha apetecido”, admite su hija, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA.

Manolo ahora tiene una obsesión. “Me fastidia dejar al Málaga en Segunda”. Él se considera un “viudo” del Club Deportivo Málaga. Y se va despidiendo desde hace una década. “No es lo mismo ocho que ochenta” (lo dijo al cumplir los 80 años). En la despedida de un congreso de periodismo en homenaje a su figura, remarcó que había tenido el honor “de leer su obituario”. “Quien tuviera 80” (lo dijo al cumplir 82 años).

“¿Se va usted de viaje, don Manuel?”. ‘No, no. Es que me voy a morir pronto’. Y los camareros se quedan estupefactos”

Manolo llega a un restaurante y confiesa que viene a despedirse. “¿Se va usted de viaje, don Manuel?”. “No, no. Es que me voy a morir pronto”. Y los camareros se quedan estupefactos. Lola le riñe. “Papá, no digas eso”. “Mi padre comunica su muerte cada cinco minutos diciendo que a ver si mañana está vivo. ¿Quién llega con 90 años a conocer su bisnieto? Eso cada vez es más difícil. La gente ahora tiene hijos a los treinta y tantos o cuarenta. Él, aunque en poca cantidad, come de todo. ¿Quién a su edad se toma Dry-Martini?”.

Manolo, con 30 años, ya pensaba en el fin. Versos que lo certifican:

No pensar nunca en la muerte
y dejar irse las tardes
mirando como atardece.

Ver toda la mar enfrente
y no estar triste por nada
mientras el sol se arrepiente.

Y morirme de repente
el día menos pensado.
Ese en el que pienso siempre.

placeholder Manuel Alcántara, en 2005, escribiendo su artículo diario con la Olivetti desde su casa de Rincón de la Victoria (Fundación Manuel Alcántara).
Manuel Alcántara, en 2005, escribiendo su artículo diario con la Olivetti desde su casa de Rincón de la Victoria (Fundación Manuel Alcántara).

Manolo y cada llamada que hago, con el pellizco de la ilusión, al marcar su teléfono. 952.40…. Una voz grave contesta. La nicotina queriendo traspasar el otro lado del aparato. El espíritu de su perro Rulfo, el muy saltarín, sigue ahí, junto a la Olivetti. El articulista que sólo vende “pescado fresco”, cuyo primer mandamiento es “no aburrir ni a Dios sobre todas las cosas”.

Manolo es el Maestro. En mayúscula. Y el amigo. Esta cercanía. El que siempre pregunta por las personas que más quieres. Un clásico que confieso que he vivido. Y vive…

Manolo también es Manuel Alcántara, pero es mucho más Manolo para los que hemos disfrutado y seguimos disfrutando un almuerzo o una cena con él, en compañía de sus amigos más íntimos, o en solitario. Un sabio que disfruta, desde su piso de Rincón de la Victoria, cómo aparcan las gaviotas y que cada tarde, sobre las 5, se sienta, aliado con su cigarrillo BN, el sabor que vence, para escribir renglones mecanografiados, nunca torcidos (apenas sin tachaduras), todo seguido, casi sin parar, la columna que publican en la última página los diarios regionales del grupo Vocento.

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