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'Ciudad de la Luz', el secadero de jamones
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'Ciudad de la Luz', el secadero de jamones

Era el sueño de nuestro gran Luis García Berlanga. Que España tuviera unos estudios de cine a la altura de la ambición que debe abrigar un país creativo y moderno

Foto: Estudios de Ciudad de la Luz (Alicante).
Estudios de Ciudad de la Luz (Alicante).

Inspirándose en el propio cineasta, recordando el poderío del mismísimo Walt Disney en las películas de su infancia, fue el entonces presidente de la Comunidad de Valencia, Eduardo Zaplana, quien recogió la fantasía de Berlanga, al fin y al cabo natural de la ciudad del Turia.

La construcción de los estudios de cine 'Ciudad de la Luz' al lado de la playa de Aguamarga (Alicante) fue una iniciativa romántica, en principio muy bien recibida por la industria cinematográfica española. Todo a lo grande: 320.000 metros cuadrados, inmensos platós que sumados superaban los once mil metros cuadrados, enormes decorados que salían pintados de una cadena tecnológicamente puntera, amplias extensiones de tierra para el rodaje de exteriores, uno de los mayores tanques del mundo para rodajes subacuáticos que bien aprovechó Bayona para conseguir lo imposible...

Foto: Rodaje de 'Juego de tronos' en Sevilla

El proyecto arrancó en 2005 después de que, cinco años antes, se constituyera una sociedad con capital público y dependiente de la Generalitat valenciana, que embarcó a Aguamarga Gestión de Estudios, entidad mercantil encargada de sacar adelante tan magna obra, es decir, comercializar fuera y dentro de España una infraestructura de propiedad pública lista para competir con los mejores estudios del mundo.

Cuando Zaplana, antaño diputado por Alicante y Valencia se trasladó a Madrid porque iba de ministro, los estudios perdieron a su principal valedor.

Una idea buena, con un coste final excesivo, y lo que es peor, con una interferencia constante por parte de las administraciones autonómica y municipal hicieron que la 'Ciudad de la Luz' se convirtiera en un laberinto de sombras. La incompetencia de políticos y empresarios en una de las regiones españolas más castigadas por la corrupción hicieron el resto.

Bruselas, implacable

Por los estudios de Alicante habían pasado productores nacionales e internacionales. Allí llegaron a rodar Francis Ford Coppola y Ridley Scott. Hasta Depardieu recreó a Obelix en 'Asterix en los Juegos Olímpicos'. Se hicieron casi cuarenta películas, de mayor o menor fortuna. Pero su nivel llegó a despertar recelos. Pinewood Studios de Londres presentó una reclamación ante el Tribunal de la Competencia de Bruselas (hablamos de antes del Brexit, claro) alegando que las películas que se rodaban en Aguamarga recibían ayudas de manera irregular. La denuncia tenía calado, y sobre todo el objetivo de convertir los estudios en cualquier otra idea que nada tuviera que ver con el cine.

En 2012, los estudios fueron cerrados. Fundido a negro. Lo que tenemos desde entonces es un lamentable espectáculo

El lector avisado puede imaginar el resto de una historia marcada por los impagos de la Generalitat, irregularidades en la gestión y concesión de incentivos. Bruselas fue implacable. En 2012, los estudios de la “Ciudad de la Luz” fueron cerrados. Fundido a negro.

Lo que tenemos desde entonces es un lamentable espectáculo no ya de cine, sino de una desidia y un abandono tales que producen alipori, vergüenza ajena. Los sufridos españoles ya sabemos de qué va. Otro ejemplo más de despilfarro en obras faraónicas.

Ciudades de las artes sin arte, aeropuertos sin aviones, auditorios sin audiencia, polideportivos sin cancha; obras inacabadas, instalaciones a las que jamás se dio utilidad alguna y cuya conservación cuesta dinero: el que cobran los vigilantes para evitar que sean pasto de los ladrones: cables de cobre, aparatos eléctricos, falsos mármoles, vigas de madera... Todo lo que tenga una mínima salida en el mercado de segunda, de tercera o de cuarta mano.

Ensombrecida, la 'Ciudad de la Luz' llegó a tener una deuda superior a los 190 millones de euros --ahí es nada-- después de haber funcionado apenas siete años.

Oh, sorpresa

Durante el último lustro, hemos visto intentos fallidos de la Generalitat para vender los estudios al sector privado; convertirlos en un parque temático; ceder las instalaciones a otras entidades públicas para que hagan literalmente lo que quieran. Hemos visto incluso como se instalaba un simulacro de estación espacial para divertimento de niños y escuela de futuros astronautas. La correspondiente comisión de Bruselas, en un alarde de poder y fuerza administrativa, ha boicoteado todas y cada una de estas iniciativas.

¿Pero no eran estos estudios de la Generalitat, o sociedad participada por ella al cien por cien? ¿Quién es el deudor? ¿Quién el acreedor?

Hasta que esta semana, oh, sorpresa: Bruselas "permite" quedarse con la 'Ciudad de la Luz' como dación en pago. Y los “furtivos” nos preguntamos: ¿Pero no eran estos estudios de la Generalitat, o sociedad participada por ella al cien por cien? ¿Quién es el deudor? ¿Quién el acreedor? Y lo más sorprendente: está dación en pago no permite a su receptor -los estudios y sus servicios auxiliares- darle uso lucrativo alguno a las instalaciones durante los próximos 15 años. Resulta pintoresco escuchar al actual presidente de la Generalitat sacando pecho por conservar la propiedad para los valencianos de algo que era de los valencianos, eso sí, por impedimento de Bruselas ya no tendrá actividad económica. En dos palabras, ¡in-creíble! Honorable presidente, cuidar el patrimonio de los valencianos es crear actividad económica, empleo y excelencia. A partir de ahí vendrán los retornos, y no convirtiendo una infraestructura puntera en un erial.

Volvamos a nuestro querido Berlanga, el inspirador del sueño; el mismo que cuando vio cómo venía la mano hizo esta profecía: “En manos de tanto corrupto e incompetente, los estudios acabarán siendo secaderos de jamones".

Continuará...

Inspirándose en el propio cineasta, recordando el poderío del mismísimo Walt Disney en las películas de su infancia, fue el entonces presidente de la Comunidad de Valencia, Eduardo Zaplana, quien recogió la fantasía de Berlanga, al fin y al cabo natural de la ciudad del Turia.

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