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Esteban Hernández: "La inseguridad y el miedo van a devorarnos"
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¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Esteban Hernández: "La inseguridad y el miedo van a devorarnos"

El periodista publica 'Los límites del deseo', un imprescindible manual de instrucciones del capitalismo del siglo XXI

Foto: Esteban Hernández. Foto: Salomé Sagüillo
Esteban Hernández. Foto: Salomé Sagüillo

Esta es la historia de un asesino múltiple. Tras liquidar las esperanzas de una prosperidad en acelerada descomposición en 'El fin de la clase media' y abatir las ilusiones que los dueños del mundo se hacen sobre sí mismos en 'Nosotros o el caos', Esteban Hernández (Madrid, 1965) ha dejado para el final la pieza de caza más valiosa de su colección de cadáveres exquisitos, la más inquieta y difícil de apuntar: nada menos que el capitalismo. Así que podemos decir que lo del periodista de El Confidencial es -cómo escribió Vargas Llosa a propósito de la obra de García Márquez- la historia de un deicidio. Y el libro que la narra lleva por título 'Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI' (Clave Intelectual, 2016).

Foto: Esteban Hernández. Foto: Salomé Sagüillo

Pero el capitalismo histórico no es uno, ni siquiera trino, sus cabezas son tan numerosas como las de la Hidra de Lerna e, igual que ocurre con ella, los estudiosos no han alcanzado un acuerdo acerca del número exacto. ¿Cinco? ¿Cien? ¿Cien mil? Para evitar la dispersión conceptual y con ánimo de bajar del cielo de las ideas pasadas a la tierra áspera y real del presente, Hernández se ha impuesto en estas páginas investigar los usos y las prácticas, los cortocircuitos y las contradicciones, los límites y las resistencias del capitalismo en el estadio actual de su desarrollo. Y todo ello sin moralinas, sin eludir la crítica a una izquierda cada vez más desnortada que precisa con urgencia mapas y ases de guía para volver a poner en cuestión con eficacia la crítica a un sistema que no deja de comportarse como una metástasis letal.

PREGUNTA. Después de 'El fin de la clase media' y 'Nosotros o el caos', ¿tienes la sensación de completar con 'Los límites del deseo' una suerte de trilogía no sé si involuntaria sobre la última hora del capitalismo postmoderno actual?

RESPUESTA. Son pasos dentro del mismo proceso. El primer libro trataba de cómo una parte esencial de la sociedad occidental del siglo XX y su mecanismo cohesivo esencial, la clase media, estaba desvaneciéndose, y de las consecuencias sociales y emocionales que estaba provocando. 'Nosotros o el caos' era un libro sobre un tema típico de nuestra época, lo viejo y lo nuevo, y del sorprendente modo en que están interrelacionándose. Este es un esfuerzo para establecer una articulación teórica del tiempo en el que vivimos y del que vendrá a continuación. Los tres tienen muchos puntos en común.

No he querido juzgar las bondades o maldades del capitalismo teórico. He intentado ser pragmático y examinar lo que existe realmente

P. A priori parece el libro más "teórico" de los tres y, sin embargo, la sorprendente tesis de partida refuta rápidamente esa impresión: el capitalismo es como el cristianismo, polimorfo y extremadamente cambiante, y flaco favor nos haríamos intentando resumirlo en una teoría general. Se impone analizar el capitalismo "verdaderamente existente" hoy.

R. El punto de partida no es juzgar las bondades o maldades del capitalismo, ni tampoco apoyar o refutar sus fundamentos teóricos, que sobre eso ya hay miles de libros, y además cada cual tiene su idea ya formada. Lo que he intentado es ser pragmático y examinar lo que existe realmente. Por eso la referencia al cristianismo, que ha tenido expresiones muy diferentes bajo el mismo rótulo, como ejemplo de lo que pasa con nuestro sistema: no es igual el capitalismo de 1920 que el de 1960 y éste, a su vez, es radicalmente diferente del de nuestro tiempo. Todos se llaman capitalismo, pero no son lo mismo. Por eso, en lugar de establecer una discusión teórica, me he centrado en las prácticas, en lo que hace realmente.

P. Tal y como anuncia el título del libro -y como un eco de la canción-, ¿ha agotado el capitalismo el deseo de tanto usarlo?

R. Todo lo contrario. El capitalismo es cada vez más un deseo incesante: ganar más, innovar más, llegar más lejos. De hecho, es ese deseo el que le constituye, algo que nunca queda satisfecho. Y esa es también su patología primera.

P. Deslizas en las primeras páginas una confesión, cada vez entiendes menos lo que nos ocurre. ¿Es paradójicamente la complejidad creciente del edificio social una garantía de confort para aquellos que lo habitan?

R. Podía ser así en el capitalismo de hace 30 o 40 años, cuando habíamos depositado en los expertos un caudal de confianza que nos hacía creer que, aunque no entenderíamos bien las complejidades, había personas capacitadas por su conocimiento para darnos las mejores soluciones. Era la llamada confianza ontológica que describía Anthony Giddens, que era central en nuestras sociedades. Hoy es distinto, porque no confiamos en las profesiones, aunque sí podamos creer en profesionales en concreto. La política es un buen ejemplo, porque si bien se trata de un campo muy desprestigiado, esta tendencia convive con la confianza en algunos líderes en particular. Eso son Trump o Le Pen, por ejemplo, cuyo éxito radica en mostrar cómo la política del establishment es plenamente rechazable, al mismo tiempo que sus figuras generan confianza para sus votantes.

En nuestra sociedad predominan la inseguridad y el miedo, especialmente (pero no solo) en lo material

Pero, en un instante de inseguridad vital, como es el que vivimos, lo complejo se convierte mucho más en una fuente de incertidumbre que en otra cosa. En nuestra sociedad predominan la inseguridad y el miedo, especialmente (pero no solo) en lo material: unos no saben si van a llegar a fin de mes, otros están en buena posición pero no saben cuánto va a durar en ese estatus, un tercer grupo piensa que puede que su vida está solucionada pero que la de sus hijos va a ser mucho más difícil, y otros piensan que quizá nunca se les dé una oportunidad. Vivimos en un equilibrio muy precario, en el que nada tiene pinta de ser seguro. Y cuando estás en una sociedad así, las complejidades son una fuente más de incertidumbre. La inseguridad y el miedo van a devorarnos.

P. Durante años has investigado los cenáculos del poder moderno, los despachos de los directivos y de las cúpulas empresariales. ¿Cuáles son las mitologías más evidentes -e inconsistentes- del discurso que los dueños del mundo cuentan sobre sí mismos?

R. Hay muchas, ligadas a la meritocracia, a sus habilidades, a su capacidad de dirigir el timón del barco. A los dueños del mundo les gusta mucho exhibirse como triunfadores, quizá no desde la ostentación de la riqueza, como en el pasado, sino como campeones de la innovación, grandes líderes y gestores extraordinarios; les gusta mostrarse como personas con un gran talento y con una gran intuición, características que les hacen merecedores de su posición. Aunque tengan grandes yates y aviones privados, lo que más les gusta mostrar, quizá de un modo impúdico, no son sus bienes, sino su genio.

Pero más que sus ideas respecto a sí mismos, lo que importa son sus visiones de la sociedad. Y a veces asustan. Si escuchas lo que dicen sobre el futuro, pretenden cambiar la mano de obra por robots, a los profesionales por máquinas que contengan enormes bases de datos y al imperfecto ser humano por instrumentos técnicos misteriosamente perfectos, hasta el punto de que nos prometen la inmortalidad en pocos años.

Y si escuchas lo que dicen sobre el presente, creen profundamente en la desigualdad económica, correlato de la distancia que separa al estúpido ser humano común de los grandes talentos, en la necesidad de ser regidos por una planificación centralizada, esta vez no a través de los gobiernos, sino de las visiones de los actores principales del mundo financiero, y en la necesidad de que la política, siempre mentirosa, se someta a la prescripción racional y pragmática de las creencias económicas.

Lo que cuento en 'Los límites del deseo' no es más que la forma en que todas estas ideas moldean la inseguridad y la inestabilidad en que vivimos la mayoría de los ciudadanos, y de qué modo están produciendo que cada vez haya menos trabajo y que los existentes estén peor pagados, que las pequeñas tiendas desaparezcan, que los pequeños empresarios tengan muy pocas opciones de llevar su aventura a buen puerto, que la riqueza se esté concentrando de nuevo, que las prestaciones típicas que dieron lugar a la clase media y al estado del bienestar se debiliten enormemente, y que las opciones de futuro sean mucho más limitadas para un número cada vez mayor de personas.

Nuestro sistema está fallando porque no es útil ni para la mayoría de las personas ni tampoco para los propósitos que pretende

P. En el capítulo que titulas 'Los sacerdotes' señalas una incapacidad casi diríamos congénita de los expertos: son incapaces de pronosticar nada. Ni advirtieron la llegada de la última gran crisis ni parecen capaces de acertar nada más en el futuro. Los líderes de hoy, escribes siguiendo a Sennett, son unos directores de orquesta que interpretan con mayor o menor virtuosismo una partitura cuyo punto de partida no puede alterarse...

R. Más allá de la crítica común a los expertos, esa que señala que siempre encuentran las explicaciones a posteriori, lo que subrayo es que nuestro sistema está fallando porque no es útil ni para la mayoría de las personas ni tampoco para los propósitos que el mismo sistema pretende. El problema del capitalismo actual es que ni es coherente consigo mismo (eso que le hace decir a Peter Thiel que el único negocio interesante es el monopolio, algo que la teoría capitalista niega expresamente, o que una buena parte de las grandes empresas dependan de las aportaciones de los Estados o de los privilegios que les otorgan para generar sus beneficios) ni tampoco sabe cómo crear equilibrios sostenibles en el tiempo. El entorno financiero es un buen ejemplo de cómo los principales capitalistas se han desligado de aquello que el capitalismo liberal decía ser.

En este contexto, donde la ineficiencia es elevada, y donde el pragmatismo es muy torpe, los expertos a los que aludes (los “sacerdotes”) ya no pueden utilizar armas racionales para defender sus posiciones, sino que tienen que acudir a elementos emocionales, a generar miedo o a alentar esperanzas, a prometer recompensas o a amenazar con castigos, mucho más que a exponer argumentos racionales.

P. Tus libros han sido bien recibidos por la llamada "nueva izquierda española", huérfana al parecer de referentes intelectuales propios. Y sin embargo no eres especialmente optimista respecto a su futuro. ¿Ves a Podemos saliendo de su inacabable división interna con el pensamiento estratégico suficiente como para seducir a una mayoría con ese grito según tu irrenunciable de ¡"Somos el 99%"!?

R. Ya me gustaría darte la razón, pero creo que mis libros no han sido acogidos por la izquierda española, como tampoco han acogido los de casi nadie. Si con la nueva izquierda te refieres a Podemos, viven en un mundo propio en el que sus ideas provienen del pasado, de pensadores téoricos estilo Laclau y Gramsci, y de los referentes que dieron lugar al 15 M, y mucho menos de pararse a observar la realidad contemporánea, que es distinta a la de hace cinco años, y a veces sustancialmente distinta. No veo ya a Podemos como un partido de mayorías, y menos aún en la medida en que persistan en colocarse en una posición ideológica que no hace más que repetir los lemas de la izquierda extraparlamentaria de hace diez años. Eso les lleva inevitablemente a convertirse en algo útil para el poder, que siempre puede invocarles como el gran peligro a evitar, y poco adecuado para consagrarse como la principal fuerza de resistencia.

Creo que Podemos no ha sabido identificar, como sí ha hecho la extrema izquierda en otros países, el peso enorme que tiene lo material en una sociedad con tanta incertidumbre, y tampoco ha sabido tomarse en serio algo indispensable para tener apoyo social y, en consecuencia, éxito electoral, como es ese “Somos el 99%”. Ideológicamente, nada tengo que oponer a lo que el Podemos actual quiera hacer, pero sí a su comprensión emocional de la sociedad, eso que parecía haberles hecho fuertes, y a su visión estratégica, que es manifiestamente mejorable.

Esta es la historia de un asesino múltiple. Tras liquidar las esperanzas de una prosperidad en acelerada descomposición en 'El fin de la clase media' y abatir las ilusiones que los dueños del mundo se hacen sobre sí mismos en 'Nosotros o el caos', Esteban Hernández (Madrid, 1965) ha dejado para el final la pieza de caza más valiosa de su colección de cadáveres exquisitos, la más inquieta y difícil de apuntar: nada menos que el capitalismo. Así que podemos decir que lo del periodista de El Confidencial es -cómo escribió Vargas Llosa a propósito de la obra de García Márquez- la historia de un deicidio. Y el libro que la narra lleva por título 'Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI' (Clave Intelectual, 2016).

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