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Schindler fue un aficionado: Sanz Briz, el milagro del ángel de Budapest español
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salvó a 4.000 judíos del exterminio

Schindler fue un aficionado: Sanz Briz, el milagro del ángel de Budapest español

Un diplomático español apenas conocido fue uno de los grandes héroes de la II Guerra Mundial. El periodista e historiador Julio Martín Alarcón recupera su historia

Foto: Ángel Sanz Briz, el ángel de Budapest.
Ángel Sanz Briz, el ángel de Budapest.

Los nazis no eran unos dementes, eran tipos prácticos, organizados e inteligentes aplicados en cuerpo y alma a un peculiar proyecto de eugenesia y dominio. Y de exterminio. Su derrota final costó un continente en ruinas y decenas de millones de muertos, seis de ellos judíos a los que aniquilaron con deslumbrante eficiencia en toda clase de escenarios. Los más conocidos se extienden por el este europeo, en las tierras de sangre de Polonia, Bielorrusia y Ucrania. Pero en los márgenes del Tercer Reich, en ciudades como la Budapest húngara, se sucedieron también masacres aterradoras menos conocidas, con sus víctimas y sus verdugos. También con sus héroes.

Héroes como el diplomático español Ángel Sanz Briz. La lista de San Briz no es ni lejanamente tan célebre como la de Oskar Schindler y, sin embargo, el empresario alemán logró arrebatarle al Holocausto un millar de judíos mientras que el joven encargado de negocios español de la embajada de Budapest en 1944 salvó a más de 4.000. Para conseguirlo se aplicó a la mentira y al engaño, a un peligroso juego de trileros con las autoridades de la Hungría ocupada por los nazis. Y siempre con la aprobación del régimen franquista. El periodista e historiador Julio Martín Alarcón (Madrid, 1977) ha recuperado la historia de Sanz Briz en 'El ángel de Budapest' (Ediciones B, 2016), un libro electrizante que se devora en un suspiro con el corazón en un puño.

Hablar con Julio Martín de nazis es como enfrentar una ametralladora. Compruébenlo.


PREGUNTA. Esta es la historia de diez meses en los que Hitler destruyó el último país que pudo antes de su derrota. ¿Qué lugar ocupa Hungría en la historia de la Segunda Guerra Mundial?

RESPUESTA. Un lugar desconocido, sin duda. Cuando empecé a investigar lo ocurrido tenía una idea vaga acerca de lo ocurrido en países periféricos como Hungría, Bulgaria o Rumanía durante la contienda. Hungría cumplió un papel secundario pero relevante, se vio en la tesitura entre someterse al Tercer Reich o luchar y ser inevitablemente invadida. El de Horthy fue un gobierno conservador que accedió a ser aliado del Tercr Reich y contribuyó con importantes tropas a las operaciones militares pero que mantuvo a su vez la independencia, una aliado como la Francia de Vichy o la Italia de Mussolini. No sufrió así al principio a las SS ni a la Gestapo. Pero todo cambia en el año 1944 cuando ya se adivina que el Tercer Reich va a perder la guerra. Hungría intenta entonces girar hacia los Aliados y la Abwehr se entera. Entonces Hitler invade el país.

P. Hasta ese momento Hungría, pese a su pertenencia al Eje, era una suerte de oasis para los judíos europeos según relata en su libro. ¿Cuál era su benéfica anomalía?

R. Es raro. En realidad Hungría contaba posiblemente con la legislación antisemita más antigua de Europa y, sin embargo, en plena guerra los judíos no eran perseguidos. Así que sí, comparada con el Tercer Reich, Hungría parecía un oasis. En una Europa ocupada en la que todavía existía una comunidad judía muy importante muchos de ellos escapban precisamente a Hungría. Describo en el libro cómo el Comité Judío de Budapest, también llamado de "los jóvenes sionistas" ayudó a muchos refugiados. Pero en el 44 la situación cambia radicalmente: desde el primer día de la invasión alemana el propio Eichmann se traslada al país y la Gestapo empieza a tachar nombres de su lista. Y en mayo los propios oficiales húngaros empiezan las grandes deportaciones a toda velocidad hacia Auschwitz. Se abre la veda: 395.000 judíos irán directos a la cámara de gas.

En mayo del 44 los oficiales húngaros empiezan las deportaciones a Auschwitz. Se abre la veda: 395.000 judíos irán directos a las cámara de gas

P. Y mientras, dos judíos que logran fugarse de Auschwitz irrumpen en la historia.

R. Sí, los dos fugados llegan andando hasta Eslovaquia y elaboran un informe que describe por primera vez en la historia, de forma minuciosa y detallada, cómo funcionan las cámaras de gas, los crematorios y, en general, la solución final. El informe está en alemán y en húngaro. ¿Por qué en húngaro? Porque la principal información que tienen que dar es que los nazis están preparando el campo para exterminar a los judíos de Budapest. Y hasta la capital húngara llegará el informe. Yo conocí en mis investigaciones de Londres al que entonces era el chico de los recados en el Comité judío de la ciudad y me contó que recibieron el informe pero que las autoridades judías decidieron no hacerlo público para "no crear pánico en la población". Pero el informe también llegó a las embajadas y, por tanto, a manos de Sanz Briz...

P. Y aquí hace su aparición el gran protagonista del libro, un diplomático españo al que describe tan “normal” como “excepcional”. ¿Quién era Ángel Sanz Briz y qué circunstancias le situaron bajo el foco de la historia?

R. Sanz Briz era un joven encargado de negocios que, por azar, se quedó sólo con un pequeño equipo al frente de la embajada española. Llevaba informando a España de la persecución de los judíos de Budapest desde hacía varios meses y, cuando conoció las noticias de los dos fugados de Auschwitz, lo hizo público junto a otros embajadores de otros países y el presidente húngaro detuvo las deportaciones. Aquel verano del 44 fue un breve periodo de paz. Pero luego la paz acabó, la Club Flechaza nazi dio un golpe y se recrudecieron las deportaciones. Sanz Briz se impuso entonces la tarea de salvar a todos los judíos que pudiera otorgándoles pasaportes y cartas de protección, un documento que reconoce al que lo recibe que mantiene una relación de algún tipo con España. Y que, por tanto, está protegido por España.

La lista de Sanz Briz, entre pasaportes, cartas y casas de protección, lograría salvar a más de 4.000 personas

P. ¿Esos vínculos eran reales?

R. No, por supuesto que no, Sanz Briz se los inventa para salvar a aquella gente. A diferencia de Tesalónica, en Grecia, en Hungría apenas había sefardíes.

P. ¿Y cuál fue el resultado efectivo de su hazaña? ¿Cuántos judíos húngaros, y de qué manera, se salvaron de la muerte?

R. La lista de Sanz Briz, entre pasaportes y cartas de protección lograría salvar, tras una negociación interminable con las autoridades húngaras, a más de 2.000 personas. Pero si incluimos a los que acogió en las Casas Españolas de Protección la cifra se duplica.

P. En un libro anterior -’En el nombre de Franco’- Arcadi Espada situaba con ánimo provocador la figura del San Briz salvador de los judíos húngaros como un estricto funcionario a las órdenes del régimen. ¿En qué se diferencia su enfoque?

R. Espada ponía el énfasis en la relación de Sanz Briz con Madrid y en la función que cumplió el régimen para ayudar a los judíos con el fin de buscar el reconocimiento de los Aliados con intereses básicamente propagandísticos. Esto fue así, Sanz Briz era un funcionario de estado que cumplía órdenes. Pero a mí lo que más me interesaba era describir la escena en Budapest y otras tramas esenciales como la de Eichmann.

No es que Eichmann cumpliera órdenes, es que se extralimitó. Mira que parece difícil extralimitarse en la Solución Final pero así fue

P. Adolf Eichmann es el contra ego de Sanz Briz, el responsable de la Solución Final. Según usted su actuación se ciñó al cumplimiento estricto de las ordenanzas alemanas. ¿Se adiere entonces a las tesis de Arendt acerca de la banalidad del mal?

R. Lo más interesante es que, como explico en el libro, no es que Eichmann cumpliera órdenes, es que se extralimitó. Mira que parece difícil extralimitarse en la Solución Final pero así fue. Fíjese que, cuando Alemania está perdiendo la guerra y ya no quedan trenes, Eichmann se inventa las marchas de la muerte: miles de judíos caminando a pie en pleno invierno, y muriendo a montones, desde Hungría a Polonia. Hasta tal punto fue horrible aquello que, cuando llega de visita a Hungría Rudolf Höss, jefe de Austchwitz, le pareció tan desagradable que reprendió a Eichmann. Aquel mal no era tan banal. Arendt acertaba con el diagnóstico, la banalidad de la eficaz máquina de la muerte nazi, pero lo aplicaba a la persona equivocada.

P. Por cierto que uno de los puntos más polémicos de Arendt en este asunto fue la colaboración de los consejos judíos en la propia destrucción de su pueblo. ¿Las últimas investigaciones corroboran sus tesis?

R. Ese es un tema esencial, aunque también muy polémico y duro y yo lo trato en el libro con muchas reservas. Esa fue precisamente la historia que me llevó a Londres a conocer a aquel chico de los recados del Comité Judío de Budapest. Aún guardaba rencor hacia los dirigentes del Comité. Un chiste que se contaba en aquel Budapest de 1944 decía así: "Llaman a la puerta, el judío se sobresalta y pregunta quién es muerto de miedo. Le responden que las SS y, aliviado, exclama: '¡menos mal, pensé que era el Comité Judío!'". Y es que el Comité Judío de Budapest nunca quiso creer que los deportados estaban siendo exterminados y, cuando les llegó la información de lo que estaba ocurriendo allí, la retuvieron... Quien sabe cuántos podrían haberse salvado de no hacerlo.

Los nazis no eran unos dementes, eran tipos prácticos, organizados e inteligentes aplicados en cuerpo y alma a un peculiar proyecto de eugenesia y dominio. Y de exterminio. Su derrota final costó un continente en ruinas y decenas de millones de muertos, seis de ellos judíos a los que aniquilaron con deslumbrante eficiencia en toda clase de escenarios. Los más conocidos se extienden por el este europeo, en las tierras de sangre de Polonia, Bielorrusia y Ucrania. Pero en los márgenes del Tercer Reich, en ciudades como la Budapest húngara, se sucedieron también masacres aterradoras menos conocidas, con sus víctimas y sus verdugos. También con sus héroes.

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