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Por el bulevar de los sueños rotos con mi madre (y Álvaro Urquijo de Los Secretos)
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VII festival ciudad de la raqueta

Por el bulevar de los sueños rotos con mi madre (y Álvaro Urquijo de Los Secretos)

El grupo más longevo de la movida madrileña se reúne en la capital con el público que le acompaña desde hace más de treinta años

Foto: Los Secretos cerraron así el primer concierto que dieron en el VII Festival Ciudad de la Raqueta. Foto: Facebook Ciudad de la Raqueta
Los Secretos cerraron así el primer concierto que dieron en el VII Festival Ciudad de la Raqueta. Foto: Facebook Ciudad de la Raqueta

Guitarra en alto. Bocado al mástil. La eléctrica es de verdad, tan real como los trofeos de los últimos domingos de Grand Slam. Allí está Álvaro Urquijo, en el centro de una pista de tenis, en medio de su gente -con los que toca y para quien lo hace-, mordiendo la guitarra como cuando un deportista comprueba que su medalla no es de chocolate. “Aún quedan las mejores canciones”, dice mi madre percibiendo que el encore (“otra, otra”) va a tener premio.

A Pancho Varona y a su tropa, los de Sabina, no les dio tiempo a cantar el “y nos dieron las once”. Antes, a las diez de la noche, saltaban al escenario del VII Festival Ciudad de la Raqueta el grupo más longevo de la movida madrileña, la que se engendró en la Escuela de Caminos del padre de Ana Torroja. Allí estaban aquellos chavales que hoy siguen el orden de sus conciertos gracias a un Ipad colocado en un atril y con diez guitarras como escuderas.

Bombines, canas, gafas de pasta, móviles en ‘play’ y un excesivo moreno en la piel entre los asistentes que nos recuerda que estamos en el barrio madrileño de Montecarmelo. Los Secretos reúnen, treinta años después de su primer concierto, a padres e hijos que entonan los primeros temas de la noche, la mayoría del último disco, ‘Algo prestado’. No despegan los pies de la pista azul de tenis hasta que Álvaro Urquijo empuña la guitarra española e invoca a ‘la noche tan oscura y fría’ de ‘La calle del olvido’.

Es una de las preferidas, sin duda. Las quinielas sobre qué canciones tocarían anoche llevan toda la semana fraguándose en los grupos de fans de Facebook que mi fiel madre rastrea en busca de novedades cada día. No les hacen falta festivales en los que la cerveza se paga con ‘tokens’, el público de Los Secretos luce pulseras fosforitas y aplaude la humildad con que el cantante advierte que va a sonar ‘Ojos de gata’ y que mucha de su esencia tiene el nombre de Joaquín. “Esta es más bonita que la que canta Sabina”, se escucha entre los incondicionales.

El escenario es tomado por los ‘viejos’ Secretos casi a la par que las alertas de los periódicos notifican el golpe de Estado en Turquía. “El grupo de hoy no se entendería sin mi hermano Enrique. Va por ti”, pronuncia Álvaro. La gente aplaude desahogada, como si hubiesen retenido a ese Enrique al que su hermano se encarga de llevar a todos los conciertos y que sólo él tiene la potestad de ‘dejar libre’ por el escenario. Suena ‘Pero a tu lado’ entre un auditorio que canta con los brazos perpendiculares al cielo. Turquía sólo me importa a mí.

La nostalgia, la otra protagonista

Urquijo tuerce el gesto por el sonido, hace pruebas, suelta algún chascarrillo y mi madre le justifica porque asegura que es un perfeccionista nato ("no como tú", le falta apuntillar). Y es que la canción que viene a continuación tiene que sonar especialmente bien por algún motivo, pienso. Arranca ‘El bulevar de los sueños rotos’, otro de los temas compuesto ‘fifty fifty’ junto a Sabina, letra del de Úbeda y música del cantante de Los Secretos, que recuerda que Chavela se dejó el corazón en Madrid porque Madrid es y canta con el corazón.

En el último set los madrileños sacan el resto de la artillera, los temas preconstitucionales, como dicen ellos. ‘Agárrate a mí, María’ y un ‘Déjame’ que había sonado varias veces entre el público desde antes de que el sol se escondiera. “Jamás podremos separarnos de esta canción”, aseguraron al confesar que esa era la parte más nostálgica del concierto, cuando el público, cómplice, les mece pidiéndoles más y más.

En el ‘tie break’ llega el tributo a los que les han ayudado a resurgir tras perder varias batallas, algún soldado y el alma de su ejército: su público.

‘Gracias por elegirme’ es el final de este Grand Slam, que sólo tuvo de falso que no se celebró en domingo.

Guitarra en alto. Bocado al mástil. La eléctrica es de verdad, tan real como los trofeos de los últimos domingos de Grand Slam. Allí está Álvaro Urquijo, en el centro de una pista de tenis, en medio de su gente -con los que toca y para quien lo hace-, mordiendo la guitarra como cuando un deportista comprueba que su medalla no es de chocolate. “Aún quedan las mejores canciones”, dice mi madre percibiendo que el encore (“otra, otra”) va a tener premio.

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