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Resacón en Monegros
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cinco recuerdos para entender el MITO DEL festival

Resacón en Monegros

La cancelación de la fiesta oscense es una pésima noticia para quienes disfrutan de la música electrónica

Foto: Asistente al Festival de Monegros en 2013 (EFE)
Asistente al Festival de Monegros en 2013 (EFE)

El jueves pasado trajo un triste teletipo para todos los festivaleros: la suspensión de Monegros, por primera vez en veinte años. Asistí a tres ediciones, que me dejaron claro que es una cita que no tiene nada que envidiar a vacas sagradas como Sónar, Primavera Sound o Benicássim (al contrario, seguramente tiene algunas cosas que enseñarles).

¿Por qué es tan especial? Primero: por su ubicación en el desierto. Después, por el hecho de que se junten las 40.000 personas más fiesteras de España en el mismo recinto (auténticos profesionales de la noche que saben a lo que van). Pero, sobre todo, porque una vez que cortan tu entrada en la puerta tienes que estar dispuesto a darlo todo en quince horas de fiesta. Ni tu hotel está a tres paradas de metro ni vas a convencer a tus amigos de volveros todos en coche porque "estás un poco cansado". Te has metido en el centro de una tormenta techno y no hay vuelta atrás.

El autobús techno

La primera vez que visité Monegros fue en 2007. Decidí comprar un billete en el autobús de la organización, que en seis horas recorría la distancia de Madrid hasta el recinto. Lo primero que encontré, en el asiento de delante, fue a un veinteañero australiano con camiseta de Underground Resistance (legendario colectivo techno) y una llamativa pierna escayolada. Me contó que había visto la luz hace cuatro años, en el festival belga I Love Techno y allí juró dedicar su vida a la música electrónica. Le habían hablado tan bien de Monegros que tenía que acudir, a pesar de la escayola.

"Soy camarero, a mi compañero se le escurrió un barril de cerveza en mi pie y no voy a dejar de ir de fiesta por eso", explicaba. Detrás de mí había dos chicos españoles, que respondían a los motes de "Jamfry" y "Copón". A mitad del viaje, el primero soltó una frase imposible de olvidar: "Ayer bailé seis horas en la sesión de Danny Tenaglia. Fue brutal, lo mejor de mi vida. Las dos últimas me agarré a la cuerda tensora de la carpa, porque así tenía un punto de referencia”. Lo llamativo es que "Jamfry" usaba la palabra "ayer" para referirse a Monegros 2006. Como si el festival fuese lo único que realmente importaba.

La cúpula del trueno

El escenario más impresionante de Monegros es la carpa Apocalyptika. Imaginen una pirámide minimalista con el escenario colgado diez metros por encima del público. Desde allí atruena una música desquiciada, popularmente conocida como hardcore o schranz. Si hablan ustedes con un cardiólogo, les dirá que más de cien pulsaciones por minuto se considera taquicardia, pero aquí hablamos de ritmos entre las 150 y los 170. Para entendernos: un rodillo sonoro que apenas se puede bailar de manera coherente, así que el público opta por retorcerse o entregarse a movimientos conpulsivos. La cosa no afloja ni un solo segundo. Por supuesto, es la carpa favorita del público más joven del festival. El aspecto del lugar es parecido a la tercera entrega de Mad Max, la distopía afterpunk donde las tribus de moteros se juntaban para divertirse en "la cúpula del trueno". La única diferencia es que aquí, en vez de combates a muerte, hay un ciclón de sonido que satura tus sentidos durante el tiempo que aguantes.

Las fiestas del pueblo

Una de los momentos esenciales de Monegros es el amanecer. Imaginen que, después de diez o doce horas continuadas de fiesta, les digan que "ahora viene lo bueno" (lo anterior era más bien un aperitivo). Entonces sale al escenario principal algún clásico, pongamos Richie Hawtin, poniendo firme al festival con un temazo tipo Trans Europe Express, de Kratfwerk. El ambiente fraternal, de comunidad, supera a cualquier otro festival en el que haya estado. El trato humano en Monegros es totalmente distinto al rollo estirado de Sónar y Primavera Sound. No hay ni un gramo de esnobismo. Esto es la típica fiesta de pueblo, con la ventaja de que estás escuchando la música más sofisticada de nuestra época en vez de Pajaritos, Mayonesa o El venao.

¿Una prueba? En 2008 un chaval que se quejaba amargamente de que el festival hubiese coincidido con los San Fermines (sus dos fiestas favoritas). Ese año, además, cayó un chaparrón considerable a primera hora. En vez de espantar al público, la gente se abalanzó al estand de merchandising a comprar sudaderas con capucha, que se acabaron en una hora. Cuando se terminaron las existencias, empezaron a comprar toallas de playa para cubrirse la cabeza. Por supuesto, nadie se arrugaba ante la mini-tormenta, sino que bailaban con el doble de entusiasmo. A Monegros viene uno a divertirse sí o sí.

Momento párking

Que no se me olvide: la magia de Monegros empieza antes de pasar por la taquilla. Si vienes en autobús, te toca atravesar dos o tres kilómetros de párking alucinógeno. Impresiona esa extensión inabarcable de vehículos con las puertas abiertas, techno a todo trapo y botellón colectivo. Imposible cruzar sin que te ofrezcan cuatro o cinco copas gratis. Probablemente hablamos del lugar más sociable de España.

Te puedes encontrar, por ejemplo, a unos cuarentones de Marbella que ha venido con autocaravana para poder echarse una siesta cuando se cansen. O a una limusina con el lema Narkomonegros pintado en la puerta. O una réplica de la furgoneta del Equipo A donde atruena una sesión de Óscar Mulero. Por supuesto, no todo es idílico: cuando acaba el festival, el párking se convierte en un pequeño infierno, donde los asistentes pasan una o dos horas intentando salir del recinto entre un caos considerable, sin posibilidad de comprar ningún líquido para hidratarse (tampoco en la zona de autobuses). Ahí es donde se escuchan más promesas de "no vuelvo", que casi siempre se olvidan doce meses más tarde.

Musicón

Por supuesto, también está la música. Lo primero que debemos destacar es que todos los escenarios de Monegros tienen un sonido perfecto. Es una garantía que los festivaleros agradecemos. Durante algunos años, montaban un escenario en un establo que tenía mejor sonido que el que usan muchos festivales cool para sus cabezas de cartel. Por supuesto, la selección de artistas de Monegros siempre tiene mucho nivel. A bote pronto, recuerdo sesiones míticas de Aphrodite, Umek, Óscar Mulero, Laurent Garnier o Richie Hawtin.

Aunque suene rancio, comprendo perfectamente a esa parte del público que rechaza que se incluya a estrellas de radiofórmula como David Guetta, que actuó en 2011 en medio de una gran polémica. Maestros del techno como Dave Clarke también expresaron su preocupación por el rumbo que estaba tomando Monegros. Abrir el festival a sonidos pijos y poperos puede arruinar por completo su encanto macarra. Esperemos que Monegros (rebautizado Groove Parade) recupere pronto el pulso y que no se deje comprar por los tiburones del sector ni ablandar por las modas del mercado.

El jueves pasado trajo un triste teletipo para todos los festivaleros: la suspensión de Monegros, por primera vez en veinte años. Asistí a tres ediciones, que me dejaron claro que es una cita que no tiene nada que envidiar a vacas sagradas como Sónar, Primavera Sound o Benicássim (al contrario, seguramente tiene algunas cosas que enseñarles).

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