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El Sixto Rodríguez de la canción romántica
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caída y auge de lewis

El Sixto Rodríguez de la canción romántica

O cómo un misterioso cantante de música romántica se hizo popular tras décadas en el ostracismo

Foto: Lewis, hito inesperado de la canción ligera
Lewis, hito inesperado de la canción ligera

Se abre el telón y es 1983. Un hombre alto, vestido de blanco de pies a cabeza, se apea de un Mercedes descapotable aparcado frente a un estudio de grabación en Los Angeles. Lleva del brazo a una mujer exuberante con quien comparte una absurda fotogenia y un pelo rubio exquisitamente mantenido.

Con un encabezado ad hoc como “Exterior estudio de grabación – Día”, esta imagen podría ser la escena de apertura de una película de culto sobre la decadente Los Angeles de la década de 1980, en la liga de Doble cuerpo(1984) o de Menos que cero(1987).

Se trata sin embargo del acto fundacional del mito de Randall A. Wulff, o más bien de su alias, Lewis: un misterioso compositor e intérprete de música romántica que, tras tres décadas condenado a la más absoluta oscuridad, en 2014 ha aflorado como un insólita figura de culto gracias a una rápida sucesión de titulares.En ellos convergen mentiras, una modelo de bañadores de Sports Illustrated, jets privados, cheques sin fondos, y, planeando por encima de todo ese pintoresco atrezo, una voz susurrante y no especialmente dotada que sin embargo está erizando el vello de miles de melómanos.

Music Lab, Los Angeles (1983)

De vuelta a 1983, el élan vital del apolíneo Randall A. Wulff, a quien dejamos prendido del brazo de su última conquista a las puertas de Music Lab, era grabar un disco titulado L’Amour, descrito con renuencia al encargado del estudio como “atmosférico y muy etéreo”.

Pese a tratarse de un proyecto ajeno al engranaje de la industria discográfica, sin más vocación que la de capturar en vinilo diez canciones para uso y disfrute privado –consistente por cierto con la elección de un estudio con una tarifa de derribo de 25 dólares por hora–, Wulff prestó una atención al envoltorio de aquel artefacto que plantea una duda razonable sobre sus verdaderas ambiciones en el coto de la música ligera.

Por ejemplo, incorporó una pegatina con una dedicatoria de la canción Romance For Two a la por entonces popular modelo de bañadores Christie Brinkley –tres veces portada de Sports Illustrated–, quién sabe si apócrifa o en loor de un antiguo flirt.

Para la imagen de portada, Wulff contrató a Edward Colver, fotógrafo de referencia de la escena hardcore punk de la Costa Oeste y responsable, por ejemplo, de la icónica portada del Damaged de Black Flag. Pese a ser una decisión heterodoxa –saldada además con un cheque sin fondos, que condujo a Colver a adquirir una copia del disco sólo para acordarse “de la cara de ese hijo de puta”–, la fotografía de Lewis en la portada de L’Amour contribuiría decisivamente a su culto veinticuatro años más tarde.

Edmonton, Alberta (2007)

En concreto, el día de año viejo de 2007, en que el coleccionista Jon Murphy removía las cubetas de vinilos de un mercadillo de la ciudad canadiense de Edmonton cuando se topó con la mirada de Lewis en la cubierta de L’Amour. Murphy aventuró que el álbum sería un refrito amateur de folk religioso, y habría resultado igual de legítimo asociar la portada al empalagoso AOR de Toto, Kenny Loggins, Hall & Oates o Boz Scaggs, pero pasó por caja de todos modos seducido por la caída de ojos entre seductora y elusiva de Wulff.

Al dejar caer la aguja sobre el primer surco de L’Amour, Murphy se topó en cambio con un solista vulnerable, susurrando una serie de lugares comunes románticos sobre un lecho de sintetizadores y un parco aderezo de guitarra y piano. La suma de factores suplía sin embargo la ausencia de virtuosismo, y desplegaba un emocionante trayecto de 37 minutos con el que resultaba casi imposible tender paralelismos, más allá de las similitudes entre la cohibida interpretación vocal de Wulff y la del polifacético productor de música disco, violonchelista autodidacta y cantante de pop mutante Arthur Russell, víctima de la autofagia de la industria musical en la década de 1980 que acabaría recibiendo un tardío pero merecido culto a partir de 2000.

Searching for Lewis

Tras el hallazgo de Murphy, el boca-oreja y las copias en CD-R de L’Amour empezaron a alimentar un culto alrededor de Lewis que atrapó, entre otros, a Matt Sullivan, responsable del sello estadounidense especializado en reediciones Light in the Attic.

Sullivan, que ya había contribuido a exhumar a Sixto Rodríguez –cantautor maldito y musa del oscarizado documental Searching for Sugar Man–, decidió embarcarse no sólo en la reedición de L’Amour, sino en una búsqueda desaforada de Wulff para completar su hagiografía y pagarle hasta el último royalty debido.

No puede decirse que su investigación fuera infructuosa, porque sirvió por ejemplo para saldar la deuda de 250 dólares de Wulff con Colver por la sesión fotográfica de la discordia, pero la información obtenida por Sullivan en su periplo no sólo no resolvió el rompecabezas de Lewis, sino que, en cierta medida, lo volvió todavía más complicado...

Su sobrino Jeremy revelaría por ejemplo el origen canadiense de Wulff y su exitosa carrera como trader de bolsa. Pero dejaría entre brumas si amasó una fortuna suficiente para costearse un apartamento en Malibu, un descapotable y hasta un jet privado del que alardeó en alguna ocasión haciendo de émulo de Gordon Gecko o por un parentesco no demostrado con la millonaria Doris Duke. Y es que Wulff habría asegurado a un ingeniero de sonido de Vancouver haber pasado su adolescencia en compañía de la célebre filántropa en Hawaii, destino al que regresaría por cierto cuando su chalet se hundió en aguas del Pacífico tras una acometida especialmente violenta de El Niño poco después de grabar su debut.

Calgary, Alberta (2014)

Sólo dos meses después de que el libreto de la reedición de L’Amour dejara en suspense no ya el grueso de la biografía de Wulff sino incluso si seguía vivo, la creciente logia de Lewis-maníacos vivió un primer sobresalto cuando un coleccionista basado en Calgary puso a la venta en eBay el segundo disco de Lewis, grabado en 1985, titulado Romantic Times y de cuya existencia no se tenía ninguna constancia.

La copia de Romantic Times a subasta acabaría vendiéndose por algo menos de 1.400 euros el pasado 27 de julio, en una puja paralela al hallazgo de una segunda copia que allanó el terreno para su reedición, de nuevo vía Light in the Attic y prevista para el próximo mes de septiembre.

En algún lugar en las profundidades de Canadá...

Y cuando parecía que el filón de Lewis estaba agotado y que la especulación sobre su figura se centraría en adelante en la existencia de un tercer, un cuarto y quién sabe cuántos discos más –con una previsible caída libre del interés y la factura de cada nuevo trabajo–, el pasado 8 de agosto Light in the Attic distribuyó un comunicado escuetamente titulado: Lewis found! (¡Lewis encontrado!).

En su emocionante redactado, Sullivan culminaba su larga pesquisa glosando un breve encuentro con un Lewis cincuentón, todavía vestido de blanco impoluto, con una envidiable pelambrera y viviendo aún en concubinato en una ciudad de Canadá no desvelada por respeto a su intimidad.

Un consejo: compren la suya mientras puedan y abracen sin ambages el culto a Lewis.

Se abre el telón y es 1983. Un hombre alto, vestido de blanco de pies a cabeza, se apea de un Mercedes descapotable aparcado frente a un estudio de grabación en Los Angeles. Lleva del brazo a una mujer exuberante con quien comparte una absurda fotogenia y un pelo rubio exquisitamente mantenido.