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Adiós al último editor que toreó con el franquismo
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Muere Josep maría castellet a los 87 años

Adiós al último editor que toreó con el franquismo

Con la muerte de Josep María Castellet, a los 87 años, la memoria democrática española pierde a uno de los últimos editores que negoció la salvaguarda

Foto: El escritor y editor Josep María Castellet, en 2012 (EFE)
El escritor y editor Josep María Castellet, en 2012 (EFE)

Con la muerte de Josep María Castellet, a los 87 años, la memoria democrática española pierde a uno de los últimos editores que negoció la salvaguarda de la literatura en los despachos de la censura. Junto con Esther Tusquets (1936-2012) y Carlos Barral (1928-1989) su nombre era uno de los habituales en la agenda de Carlos Robles Piquer (1925) –cuñado de Fraga y Director General de Información, entre 1962 y 1967, ministro de Cultura y Ciencia entre 1975 y 1976, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España, entre 1979 y 1981-, con quien discutía sobre los libros censurados, las multas y los secuestros.

Escritor, crítico literario, editor, Premio Nacional de las Letras, solía rebajar la crudeza de los encontronazos con el aparato franquista, con la intención de cerrar heridas, de conciliar posturas. “La censura actuaba sobre escenas concretas, pero el estilo no quedaba afectado”, excusaba con ánimo apaciguador sobre el desaguisado que ejecutaron los censores sobre los primeros libros de Ana María Matute (Los Abel, Luciérnagas y Los niños robados).

Miraba atrás y veía escritores atrevidos, que sabían dónde podían pisar y dónde estaba la mina antipersona. Y a pesar de eso decía que “había cautela, no autocensura”. Y a pesar de eso Robles Piquer cuenta en su currículo con la prohibición de Si te dicen que caí, del Premio Cervantes Juan Marsé, que decidió no pensar en nadie y crear sin concesiones. La censura se mostró tan intransigente como con las varias versiones que Cela presentó de La Colmena.

Jóvenes e inconformistas

Como escritor Castellet formó parte de una generación decisiva, la de los años cincuenta, que llegan con un lenguaje nuevo y menos encorsetado, que explican la posguerra desde su experiencia y perspectiva de jóvenes educados en el franquismo, pero ávidos por desembarazarse de su opresión reaccionaria.

“Nada de lo que ocurrió en los años del franquismo ha sido bien interpretad, como tampoco ha sido bien leída la generación de los cincuenta”, contaba a este periodista hace algunos años. Era hijo de la victoria (procedía de una familia carlista) con tendencia a la resistencia. No en vano, él definió a su generación –vencedores y vencidos- en la posguerra, como “juventud inconformista”.

Compartían cartel literario Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Ignacio Aldecoa, Luis Martín-Santos, Manuel Sacristán, Carlos Castilla del Pino, Carmen Martín Gaite, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma y Juan Benet, además de Matute, Barral y Castellet. Ellos tomaron la iniciativa en los cincuenta y sesenta para recuperar la cultura y su presencia, con nuevas revistas, editoriales, empresas.

Empezó a forjarse como joven editor con Faulkner, Virginia Woolf, Graham Greene en Luis de Carlat, editorial de especial atención al género policíaco, que nacía en 1942 con un compromiso ideológico falangista (como Destino) y que tradujo abundante literatura extranjera.

El inicio de la ruptura

En la revista Laye (1950-1954) intervino en la orientación literaria de sus contemporáneos, con la publicación de jóvenes poetas (Barral, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, los Ferrater) y el choque de dos poéticas enfrentadas: la rama sociopolítica contra la vocación estética, que defendía Castellet.

En su radiografía de la cultura española –lastrada por la ausencia del Ulises de Joyce o Palmeras salvajes de Faulkner en sus librerías- evidenció el pobre nivel de la novela española contemporánea y la extensión de la mediocridad gracias a la pléyade de premios que surgían. Decía de la novela contemporánea que, además de ser incapaz de retratar “la vida del hombre español actual”, que casi todo lo publicado desde el final de la guerra “parece hacerse todavía bajo un concepto decimonónico de la literatura”.

Sólo tras la aparición de La Colmena vio (y escribió) sobre la recuperación de la modernidad. Consideraba esta novela “la única que lleva consigo la problemática del hombre español actual, la única novela española que se expresa en un lenguaje cuya técnica y espíritu están al día, dentro de su tiempo”. Lo demás brilla por su falta de vocación, pobreza lingüística, ignorancia vocacional.

Castellet premiaba a los escritores que trataban de satisfacer el “equilibrio entre el contenido de sus obras y su expresión formal”, frente a los autores de un empuje urgente que favorecían la protesta social y desplazaban involuntariamente las exigencias formales de la novela.

La mano de dios

Juan Marsé suele recordar la bomba que supuso la llegada, en 1960, de su manuscrito Encerrados con un solo juguete, presentado al Premio Biblioteca Breve, a Seix Barral. Ese año el premio queda desierto, pero ni Carlos Barral ni Castellet dejarían escapar al escritor. “¡Al fin el espécimen más buscado del panorama literario español! ¡Un escritor obrero, uno de verdad!”, dijo Castellet cuando se enteró de que Marsé escribía en un taller.

Culmina el editor sus primeros pasos como interventor de la evolución literaria española, con la mítica antología Veinte años de poesía española (1960), de éxito notable, con la que resume el panorama de la lírica de la posguerra a partir de los intereses del sector más crítico con la vida oficial. El mayor error de esta selección fue excluir a Juan Ramón Jiménez.

Diez años más tarde repetía la jugada, con la no menos importante “Nueve novísimos poetas españoles”, publicada en Barral Editores. El nuevo artefacto –con el que dio paso a la definitiva campaña antirrealista- ya era pop, con ilustraciones en la portada que recordaban a la lengua de los Rolling Stones y que conectaba comercialmente con el sector urbano más joven y universitario. Castellet seleccionó los nuevos poemas y poetas gracias a la mano de Pere Gimferrer. Vázquez Montalbán, Martínez Sarrión, Azúa, Molina Foix, Ana María Moix, Leopoldo María Panero, el propio Gimferrer, entre otros. José Miguel Ullán fue el damnificado en esta ocasión.

La memoria de la herida

En el prólogo de La cultura bajo el franquismo, de 1977, escribió que hasta no bien pasados muchos años de la dictadura, y tras vencer las heridas, no se podría contar el proceso cultural durante el franquismo. Certificaba la pobreza cultural de la dictadura y animaba a despojar a la cultura “de su dimensión minoritaria e inequívocamente clasista para llegar a ser, en la medida que esto sea posible y dependa de ella, una cultura de alcance popular”.

Como memorialista ha dejado dos obras esenciales, en las que confluyen política, cultura y confesión: Los escenarios de la memoria (1988) y Seductores, ilustrados y visionarios (2009), ambas en Edicions 62 y Anagrama. Esta última etapa de su vida culmina con Memòries confidencials d’un editor, que aparece en Edicions 62, de la que se hizo cargo en 1964. De entre ellos es importante destacar un hecho que marcará los intereses posteriores, cuando leen el manuscrito de Años de penitencia (1975) de Barral. “Comprometidos con el legado de transmitir la legitimidad de la preeminencia de lo literario personal sobre lo más o menos periodístico de la crónica histórica aferrada a la puntualidad de los hechos”. Era la lectura de un texto capital que nació para refundar el género.

En sus huellas memorialistas se ve el legado que han asumido editores como Jorge Herralde, cuyo catálogo ha celebrado el efecto del cóctel de las letras extranjeras sobre las españolas en una editorial con expectativas más allá de las industriales.

Con la muerte de Josep María Castellet, a los 87 años, la memoria democrática española pierde a uno de los últimos editores que negoció la salvaguarda de la literatura en los despachos de la censura. Junto con Esther Tusquets (1936-2012) y Carlos Barral (1928-1989) su nombre era uno de los habituales en la agenda de Carlos Robles Piquer (1925) –cuñado de Fraga y Director General de Información, entre 1962 y 1967, ministro de Cultura y Ciencia entre 1975 y 1976, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España, entre 1979 y 1981-, con quien discutía sobre los libros censurados, las multas y los secuestros.

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