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La joven de la perla está en la Quinta Avenida
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los Maestros flamencos toman nueva York

La joven de la perla está en la Quinta Avenida

Nueva York alberga una retrospectiva íntima de los grandes maestros flamencos. Pinturas clásicas de la Historia del Arte de Vermeer a Rembrant

Foto: 'La joven de la perla', de Johannes Vermeer
'La joven de la perla', de Johannes Vermeer

Holanda hervía en riqueza y cultura en el siglo XVII, su Edad de Oro. El comercio había florecido, era la nación más adinerada de la Tierra, con abundancia para dedicar a las artes y las ciencias. Décadas atrás, la República Holandesa se independizó de la corona española y, con ello, del catolicismo. El arte mutó. Mientras que, de Flandes hacia el sur, la pintura en el reinado católico eran grandes obras financiadas por la Iglesia para las catedrales o con dinero público para los palacios, en la república protestante los iconoclastas habían arrancado las ornamentas de los edificios públicos. En la zona independizada de los Países Bajos, los encargos empezaron a depender de la iniciativa privada y a colgar de los hogares de los comerciantes o de las oficinas del gobierno. El retrato como forma de expresión pictórica toma fuerza, y pintores como Vermeer, Rembrant y Hals dominan la tendencia.

Es en ese contexto cuando, en 1665, Johannes Vermeer (1632-1675) pinta La Joven con pendiente de perla, una obra emblemática a la que muchos llaman “la Mona Lisa holandesa”. Se trata de un tronie (“rostro” en holandés de la época), una subcategoría artística creada en los Países Bajos, que consistía en pintar caras idealizadas o con expresiones exageradas. La joven lleva un turbante (algo que no se veía en las mujeres europeas de la época) y una enorme perla. Está, tal vez, inspirada en algún personaje del entorno del pintor, quizá su hija. No hay más que conjeturas. Tez blanquecina, labios turgentes que escondían un secreto: tras una restauración, en 1984, se descubrió que el brillo sensual que incluyó el pintor había sido tapado en anteriores trabajos de mantenimiento del cuadro.

La Joven con pendiente de perla se expone ahora y hasta el 19 de enero en la Frick Collection, un fascinante museo-palacio situado en la parte noble de la Quinta Avenida de Nueva York. Forma parte de la exhibición titulada Vermeer, Rembrandt y Hals: Obras maestras de la pintura holandesa desde el Mauritshuis. Se trata de la primera vez en 30 años que este extraordinario museo holandés permite viajar una muestra tan grande (15 pinturas; aquí una selección de ellas). “No podemos responder a ninguna pregunta relacionada con el coste, transporte o seguro de las obras”, nos cuenta la organización, ante nuestro interés por saber si estos “préstamos” de grandes obras pictóricas pueden servir para financiar museos en dificultades económicas con su alquiler, como ocurre en el caso del Museo del Prado. Desde luego, las expectativas de ingresos son altas: sólo La Joven consiguió reunir a más de 10.000 personas en Tokio el año pasado, según la agencia de noticias Bloomberg.

Este presente glorioso de La Joven nada tiene que ver con el olvido en el que permaneció la obra hasta que fue adquirida, por el equivalente a siete dólares actuales, a finales del siglo XVIII. Vermeer, famoso en su época, permaneció enterrado por la Historia del Arte hasta mediados del XIX, cuando se le devolvió su importancia. “Creo que el talento de Vermeer para representar superficies y texturas con la luz es lo que nos cautiva”, explica a El Confidencial la comisaria de la exposición Margaret Iacono. “Nos lleva a los ojos diáfanos de la niña, a su piel suave sin tacha y a sus labios carnosos, a los pliegues de la ropa que ocultan su pelo, lo tosco de sus ropas, y claro, la pesada perla que cuelga provocativamente sobre su cuello blanco”. En 2003, Scarlett Johanson dio vida a La Joven y la popularizó en la película de Peter Webber, que narraba un ficticio proceso de enamoramiento de ella, sirvienta en la casa de los Vermeer, hacia el pintor.

Si La Joven es el cuadro más reconocible de esta muestra, Rembrandt van Rijn (1606-1669) es claramente el más afamado. En el tour del Mauritshuis en Nueva York participa con cuatro obras, en la que se marca la intensidad de los gestos de sus protagonistas: la altanería del El hombre de la boina emplumada (1635), el terror en el rostro de su Susana (1636), la escena bíblica de La canción del elogio de Simeón (1631) y la senectud del Retrato de un hombre viejo (1967).

El primero es un tronie que destaca por lo ampuloso de las decoraciones del caballero, donde no falta un pendiente impropio de la época. La segunda muestra a una joven desnuda, tomando un baño a la luz de la luna, que es espiada por dos mirones ocultos, casi imperceptibles entre la maleza. Cuenta la Biblia que Susana, mujer virtuosa, es acosada por estos dos hombres, que le piden favores sexuales y si se niega le dirán a su marido que ella tiene una aventura. Ella se niega al chantaje, ellos consuman su amenaza. Cuando va a ser ejecutada por adúltera, Dios interviene y la salva. En el Rembrandt el temor de la joven destaca entre unos trazos de luz que la iluminan casi con divinidad.

La Edad de Oro holandesa fue esa mezcla de tiempos gloriosos tanto en el comercio como en las artes. Supuso un auténtico nacimiento y afirmación de la cultura protestante en el corazón de Europa, y de sus modos austeros. Estos tocan su cénit en en la muestra neoyorquina con el Retrato de Jacob Olycan (1625) de Frans Hals (1582-1666). Hals, uno de los retratistas más reputados de la época, es el encargado de dotar de nobleza y altura a este alcalde de la localidad de Harlem, de 29 años. Destaca la negritud de sus ropajes. El negro, por herencia cultural española, era el color más caro para las telas, y también el más distinguido de la época. Olycan se muestra altivo, con un brazo en jarras. Todo un gentleman holandés.

Justo lo contrario que los protagonistas de la escena caótica de fiesta y decadencia en familia de Mientras los viejos cantan, los jóvenes tocan la gaita (1668-1670) de Jan Steen (1626-1679), uno de los pocos óleos de gran tamaño de la exhibición. Se trata de todo un cautionary tale (una historia sobre qué no hacer): un bautizo en el que el padre (un autorretrato del propio Steen) está enseñando a fumar a uno de sus hijos, mientras la comida se cae de la mesa, se sirve vino y otro joven toca la gaita. Toda la escena es observada por un loro, simbología sobre el efecto imitación que las actitudes de los adultos producirán en los pequeños. La propia gaita es considerada como un instrumento innoble, y las ostras sobre la mesa representan el erotismo. Toda una fiesta, anatema del ideal holandés de la época. “Las deslumbrantes técnicas pictóricas de los artistas de la exhibición son muy atractivas, en parte porque las pinturas holandesas de esta época son normalmente más seculares que religiosas, y por tanto más sencillas de comprender”, opina Iacono.

Más allá del atractivo de los tronies, la muestra es sugerente por su hogar en la ciudad. Cuando uno termina de ver las dos salas de la exhibición temporal, puede ir a disfrutar del resto de la Frick Collection, que es quizá uno de los tesoros menos conocidos de Nueva York. Se trata de un museo íntimo que contiene decenas de obras maestras de la pintura y escultura europea: El Greco, Goya, Turner, Van Dyck, Velázquez, Renoir, Da Siena, Constable. Un auténtico viaje exprés a través de la historia pictórica del viejo continente. Silencioso (no se admiten niños menores de diez años, polémica medida) y normalmente alejado de las hordas de turistas de otros grandes museos cercanos como el Metropolitan o el Guggenheim.

Holanda hervía en riqueza y cultura en el siglo XVII, su Edad de Oro. El comercio había florecido, era la nación más adinerada de la Tierra, con abundancia para dedicar a las artes y las ciencias. Décadas atrás, la República Holandesa se independizó de la corona española y, con ello, del catolicismo. El arte mutó. Mientras que, de Flandes hacia el sur, la pintura en el reinado católico eran grandes obras financiadas por la Iglesia para las catedrales o con dinero público para los palacios, en la república protestante los iconoclastas habían arrancado las ornamentas de los edificios públicos. En la zona independizada de los Países Bajos, los encargos empezaron a depender de la iniciativa privada y a colgar de los hogares de los comerciantes o de las oficinas del gobierno. El retrato como forma de expresión pictórica toma fuerza, y pintores como Vermeer, Rembrant y Hals dominan la tendencia.

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