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Hannah Arendt, un elogio de la inteligencia
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SE ESTRENA EL 'BIOPIC' SOBRE LA PENSADORA DIRIGIDO POR MARGARETHE VON TROTTA

Hannah Arendt, un elogio de la inteligencia

"Los mayores males del mundo son los males cometidos por don nadies". Así, de forma tan concisa y clara como pudo, fue como la pensadora alemana

Foto: Hannah Arendt, un elogio de la inteligencia
Hannah Arendt, un elogio de la inteligencia

"Los mayores males del mundo son los males cometidos por don nadies". Así, de forma tan concisa y clara como pudo, fue como la pensadora alemana Hannah Arendt resumió ante sus alumnos el fenómeno que ella denominó "la banalidad del mal" cuando compareció ante ellos –porque fue más una comparecencia que una clase– en una histórica jornada en la Universidad de Princeton en 1962.

Arendt, activista sionista en su juventud, víctima de la persecución a judíos en Alemania y antigua reclusa de un campo de internamiento, llevaba meses lidiando con el rechazo de la academia, el vilipendio de la intelectualidad neoyorquina y la acusación de muchos de sus amigos, que no pudieron digerir sus crónicas del juicio en Jerusalén a Adolf Eichmann y la tacharon de antisemita, colaboracionista y hasta nazi. "Tratar de entender no es lo mismo que perdonar", replicó ella ante sus alumnos aquella tarde, la de su rendición, cuando decidió claudicar y explicar con tanta claridad como pudo invocar en el verbo lo que, para su desesperación, no parecía ver nadie más que ella: que los mayores males del mundo, en efecto, son los males cometidos por don nadies. 

Aunque tiene a su disposición las trampas con las que el cine aventaja a la realidad, a la cineasta Margarethe von Trotta le tocaba contar nociones complejas en Hannah Arendt –el biopic sobre la pensadora de estreno esta semana en España– y por eso eligió, y lo hizo acertadamente, la austeridad, que la RAE define como la propiedad de lo que es "sencillo, sin ninguna clase de alardes". Austeridad en la música, que se adhiere a la narración con la perfección de la tela mojada, austeridad formal en la realización, que evita en todo momento la pirueta y el efecto para sostener la atención, y austeridad en la propia adaptación, que no rebusca en el texto ni peca de ambición, al contarnos solo un segmento de la vida de la teórica, aquel en el que se ocupó del juicio en Jerusalén de un criminal nazi.

Es precisamente con lo que empieza la cinta. Adolf Eichmann, un importante cargo de las SS alemanas durante el régimen de Hitler, fue localizado por los nokmin –los "vengadores", un cuerpo de élite de los servicios secretos israelíes– en Argentina. Eichmann había escapado de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, pero el Mossad no creía que hubiera muerto. El 11 de mayo de 1960 el nazi fue apresado en el Gran Buenos Aires, donde vivía con el nombre de Ricardo Klement, y trasladado a Jerusalén para ser sometido a juicio.

Arendt, entonces ya una influyente pensadora e intelectual, se ofreció entonces a la revista The New Yorker para asistir al proceso como corresponsal y publicar una serie de crónicas del mismo, que años después se convertirían en un libro, Eichmann en Jersusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Siendo judía y víctima, todo el mundo esperaba de ella que se ensañase con Eichmann y lo retratase como un genocida, un asesino inhumano al que no cabe perdonar y cuyo único destino posible es la horca. Arendt lo hizo, pero nadie, o casi nadie, lo comprendió.

En sus crónicas la filósofa habló de Eichmann como un hombre apocado, mediocre y gris, un absoluto don nadie sin rastro de singularidad al que la burocracia nazi y el sistema habían situado en su posición en los engranaje del exterminio, y acuñó la expresión "banalidad del mal" para referir la noción de la que Eichmann era el vivo ejemplo: la de que no son necesariamente los genios o las grandes personalidades quienes son capaces de ejecutar el peor mal imaginable –organizar el exterminio sistemático de millones de inocentes–, sino cualquiera. El hecho de que el Holocausto fuese perpetrado por personas como él –para quienes la devoción al sistema estaba por encima de la propia capacidad de raciocinio y el propio código moral– explicaba la naturaleza misma del totalitarismo y del mal en la condición humana.

Es de lo que habla Hannah Arendt según expliçó su directora a El Confidencial a su paso por Madrid. Del Holocausto, de Israel y del punto difuso en el que se solapan la política y la justicia, pero, sobre todo, de pensar. Todo lo demás, dice Von Trotta, es su escenario. "Lo dice la propia Arendt en la película: pensar nos salvará de la catástrofe".

Quizá por esa razón la película, una apología rendida a la figura de la alemana, es además un perfecto elogio de la inteligencia que nos lleva por razonamientos, discusiones y debates como una película de acción nos zarandea con explosiones, persecuciones y carreras. Y consigue –seguramente lo más meritorio– sostener nuestra atención, convenciéndonos de la incomprensión de Arendt y de la ceguera de sus opositores y consiguiendo que nos importe.

¿Un efecto en lugar de un honesto logro intelectual? Da igual: lo cierto es que las películas como Hannah Arendt –tan perfectas cinematográficamente, tan honestas intelectualmente– no abundan y deberían abundar más. Hasta que así ocurra, si es que llega a ocurrir jamás, cualquiera que se tenga por aficionado a la historia, al cine o a las dos, haría mal en perderse la película de Von Trotta.

Hannah Arendt

Dirección: Margarethe von Trotta

Género: Época

Duración: 113 minutos

Reparto: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentsch, Ulrich Noethen

"Los mayores males del mundo son los males cometidos por don nadies". Así, de forma tan concisa y clara como pudo, fue como la pensadora alemana Hannah Arendt resumió ante sus alumnos el fenómeno que ella denominó "la banalidad del mal" cuando compareció ante ellos –porque fue más una comparecencia que una clase– en una histórica jornada en la Universidad de Princeton en 1962.