Auge y caída del imperio 'beat'
"El nuevo Honda Jazz, como dijo Jack Kerouac: Las grandes cosas no las llevan a cabo aquellos que ceden a las tendencias, las modas y la opinión popular".
"El nuevo Honda Jazz, como dijo Jack Kerouac: Las grandes cosas no las llevan a cabo aquellos que ceden a las tendencias, las modas y la opinión popular". De esta manera, invocando al gran juglar del movimiento beat, es como cierra un spot publicitario de 2010 en el que unos parodiados hipsters nos venden las virtudes de un vehículo que, dicen, se pliega a la perfección a sus antojos culturales.
¿Es para lo que ha quedado el patriarca beat en el siglo XXI? ¿Como un atributo para caracterizar petulantes en un anuncio de coches? No del todo, claro. Sin Jack Kerouac, sin su On the road y sin lo beat ni Bob Dylan sería Bob Dylan ni las road movies serían road movies, por ejemplo. Pero sí es cierto que, a diferencia de otros fenómenos culturales, el peso real de esta generación literaria en los cultivos posteriores ha estado no cuestionada, pero sí relativizada en los cultivos posteriores. Con frecuencia el beat es presentado más como un movimiento precursor de otras cosas –de mayo del 68, del hippie y de los ismos sociales– que como un fenómeno en sí mismo.
Cuando no como un invento comercial, que de todo hay. Un ejemplo: Carolyn Cassady, amante en tiempos de Jack Kerouac y casada después con Neal Cassady –que inspiró a Kerouac el personaje central de On the road, Dean Moriarty–, ha renegado de lo beat desde que se enteró de que alguien había acuñado tal nombre. "Por lo que yo sé, la generación beat fue algo que se inventaron los medios y Allen Ginsberg", anunció en 2008.
A Cassady, que hoy tiene 90 años y vive ahora en Reino Unido –"no hay nada que me guste de América", confesó al Telegraph el año pasado–, se la han denominado en más de una ocasión la víctima de los beats. Aunque mantuvo un affaire con Kerouac –de quien era amiga de juventud– su gran amor fue Neal Cassady, con quien emprendió una relación cuando este estaba casado aún con su primera esposa, Lu Anne Henderson, y a quien abandonó cuando le descubrió en la cama con ella y el poeta Allen Ginsberg. Después retomaron su relación y tuvieron tres hijos, aunque volvieron a romperla en varias ocasiones.
"No quise leer On the road cuando salió en 1957 porque no quería saber qué hizo Neal con Jack cuando me abandonó", explicó a finales de 2012. "Y, de todos modos, no era mi tipo de literatura. Prefiero a Dickens, a Shakespeare y a los clásicos".
Si no quiso leer el libro, parece natural que tampoco quiera ahora ver la película dirigida por Walter Salles, estrenada esta semana en España, como de hecho ha dicho que no hará. Dice que los actores no son los apropiados –aunque se ha mostrado complacida por la que le ha tocado a ella en suerte, Kirsten Dunst– y que la adaptación cinematográfica no hace sino abundar en aquello que Kerouac y Cassady no querían, que era convertirse en iconos de nadie. "Aquello de la generación beat no comenzó hasta después", explica. "Fue Ginsberg quien lo empezó. Jack siempre dijo que no quería tener nada que ver con ello y Neal también. A Jack le dolía sentirse responsable por todos aquellos jóvenes que dejaban la escuela y se ponían a recorrer el país buscando la libertad. Él había ido a la universidad. Él escribía".
Un fenómeno de masas
Porque hubo un momento, en efecto, en el que miles de jóvenes estadounidenses se lanzaron a los parajes de Norteamérica y a la Ruta 66 buscando el viaje iniciático, sexual y psicotrópico que Kerouac escribió –porque antes lo vivió– en On the road.
Aunque Kerouac escribió la novela encerrándose tres semanas en su apartamento de Nueva York en 1948, esta no vio la luz hasta 1957, en parte debido a la censura, en parte a las sucesivas correcciones que Kerouac aplicó al texto. El autor escribió On the road en un rollo de papel continuo sin respetar márgenes, párrafos y demás convencionalismos tipográficos. La investigación de este material –que él denominaba sencillamente "el rollo", una reliquia que hoy es propiedad del carismático propietario de los Colts de Indianapolism, James Isray– y de otras notas de Kerouac han permitido saber que la novela original contenía los nombres reales de los personajes, no sus pseudónimos, y que Kerouac –y francófono– empezó a escribirla en francés.
En la hora de su publicación, sin embargo, la generación beat había producido ya casi todas sus grandes obras y aunque sus integrantes reivindicaban su salud intelectual, el paso del tiempo demostró que estaban vistos para sentencia. On the road se convirtió en una obra de culto que muchos jóvenes empezaron a beber y los valores que profetizaba –una negación del american way of life y una celebración hedonista de la vida– fueron absorbidos por las siguientes generaciones que, en los años sesenta, eclosionarían en el hippie y otras contraculturas relacionadas con la emancipación de la mujer, los negros y el movimiento queer en favor de los derechos de los homosexuales.
Quizá por eso, porque anunciaba cambios profundos en el modo de pensar, el periodista Herb Caen les apodó a finales de los 50 como beatniks, un coloquialismo que fusionaba su denominación con la del Sputnik, el primer satélite artificial de la historia. En su paranoia –era la época del macarthismo y de la caza de brujas–, los conservadores acusaron así a los beats, antimilitaristas, de simpatizar con los soviéticos. Otros intelectuales de su tiempo, por el contrario, criticaron a los beats y les acusaron de impostura, como hizo el cineasta Roger Corman en su A bucket of blood de 1959, escrita por Charles B. Griffith, en la que los beats consagran a un impostor que hace pasar un gato muerto por una notable obra de arte.
El propio Kerouac, que odiaba tal denominación, intentó reconducir el nombre del beat poco después de publicar su novela. Si beat procede de una expresión común en la comunidad afroamericana, beat down, para referir el abatimiento o el cansancio, Kerouac insistió ya en los 60 en que beat connotaba la noción de beatitud y la expresión upbeat, que en castellano se traduciría como alegre, alentador, animado u optimista. En eso consistió el beat, en un nihilismo para bien en lugar de para mal, aunque Kerouac, que acabó acercándose al pensamiento místico y al orientalismo zen, quiso rebautizarlo por el lado religioso. Y el beat, que no era precisamente eso, dejó de esta manera de ser beat.
Una aproximación medio siglo después
Quizá por esa razón la mejor manera de citar el beat sea no retratándolo, como hace Walter Salles en su reciente película, sino hablando de él y su momento. Es lo que hizo Andy Warhol en su Couch de 1964 –en la que aparecen los propios Gregory Corso, Allen Ginsberg, Gerard Malanga y Naomi Levin– o Rob Epstein en su Howl de 2010, en la que James Franco interpreta a Allen Ginsberg. La cinta retrata la presentación del poema Howl, obra de Ginsberg, en la Six Gallery de San Francisco el 7 de octubre de 1955, la puesta de largo oficial de la generación beat y el detonante de lo que algunos llamaron el Renacimiento cultural de San Francisco.
El cine de Cassavetes –en particular Shadows, de 1959–, el homenaje de Bob Dylan y Patti Smith, novelas como Las horas de Michael Cunningham en 1999 –o su magistral adaptación cinematográfica de Stephen Daldry en 2002– y cintas como Heart Beat, de John Byrum en 1980, son otras maneras de aproximarse a una generación, un tiempo y una forma de pensar que, con las décadas y su eclosión en otras formas de ver el mundo, dieron forma precisamente al mundo de hoy.
"El nuevo Honda Jazz, como dijo Jack Kerouac: Las grandes cosas no las llevan a cabo aquellos que ceden a las tendencias, las modas y la opinión popular". De esta manera, invocando al gran juglar del movimiento beat, es como cierra un spot publicitario de 2010 en el que unos parodiados hipsters nos venden las virtudes de un vehículo que, dicen, se pliega a la perfección a sus antojos culturales.