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Barrachina se emborracha de surrealismo y Tchaikovsky
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FIRMA EN 'LA VENTA DEL PARAÍSO' UNA TRAGICOMEDIA ABSURDA CON TINTES SOCIALES

Barrachina se emborracha de surrealismo y Tchaikovsky

Aura María –Ana Claudia Talacón–, una inmigrante mexicana, llega a Madrid traficando con una droga que resulta ser las cenizas de un difunto y allí se

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Barrachina se emborracha de surrealismo y Tchaikovsky

De la cinta, en todo caso, hay que celebrar su triunfo en el extraño cocktail que propone, que reúne en un mismo texto –quizá de ahí su abundancia– drama social, comedia absurda al estilo de Amanece que no es poco y El milagro de P. Tinto y una fábula entrañable tipo Amélie. ¿Lo consigue? Depende del gusto de cada cual y, en particular, de su tolerancia al barroco, aunque si no es así, se acerca mucho. Barrachina erige con solvencia los pilares maestros de aquello que se propone –en particular la cerrazón de su universo, un Madrid decadente y caricaturizado– y cuenta con una producción impecable y una banda sonora simplemente brillante, firmada por Sergio G. Carducci.

El patinazo fundamental de la película, por el contrario, está en la densidad del texto, recargado de afirmaciones poéticas sobre la naturaleza del mundo que consiguen saturar a un espectador constantemente desplazado del debido mood lírico –como debe ser en una híbrido, por otra parte– con escenas alocadas, personajes estrafalarios y humor. Hubiera bastado con quitar humor –hablaríamos de una tragicomedia predominantemente dramática– o con dejar humor y quitar solemnidad, tratando en tal caso con una comedia dramática. Barrachina, sin embargo, quiere demasiado a su texto para prescindir de una sola gota y se olvida de aquella máxima que reza que no es mejor el escritor que más escribe, sino el que más elimina.

De la cinta, en todo caso, hay que celebrar su triunfo en el extraño cocktail que propone, que reúne en un mismo texto –quizá de ahí su abundancia– drama social, comedia absurda al estilo de Amanece que no es poco y El milagro de P. Tinto y una fábula entrañable tipo Amélie. ¿Lo consigue? Depende del gusto de cada cual y, en particular, de su tolerancia al barroco, aunque si no es así, se acerca mucho. Barrachina erige con solvencia los pilares maestros de aquello que se propone –en particular la cerrazón de su universo, un Madrid decadente y caricaturizado– y cuenta con una producción impecable y una banda sonora simplemente brillante, firmada por Sergio G. Carducci.