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“En Grecia el mecenas no tenía retorno fiscal”
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CULTURA ADELANTA QUE LA PRÓXIMA LEY DE MECENAZGO NO FIJARÁ LAS DESGRAVACIONES

“En Grecia el mecenas no tenía retorno fiscal”

Las subvenciones públicas han muerto. Bienvenidos al nuevo modelo. La financiación de la cultura pasa a manos privadas, cuyo paradigma son las instituciones culturales estadounidenses. Piensen

Foto: “En Grecia el mecenas no tenía retorno fiscal”
“En Grecia el mecenas no tenía retorno fiscal”

Las subvenciones públicas han muerto. Bienvenidos al nuevo modelo. La financiación de la cultura pasa a manos privadas, cuyo paradigma son las instituciones culturales estadounidenses. Piensen en el MoMa neoyorquino: los casi 156 millones de dólares de presupuesto de 2010 proceden en un 100% de recursos privados. Sólo falta tener una ley de mecenazgo que permita que la nueva fuente de capital fluya por los organismos públicos y cuide de ellos. Sin embargo, la negociación está en pausa: hay que esperar a que Hacienda mueva ficha.

Tal y como asegura Faustino Díaz, subdirector general de promoción de industrias culturales y mecenazgo de la secretaría de Estado de Cultura, desde antes de verano la negociación está “en un estado de reflexión en tanto que Hacienda no presente escenarios alternativos, porque la propuesta que había sobre la mesa no puede ser asumida por las arcas públicas”. Las ventajas fiscales previstas para empresas y ciudadanos que quieran apoyar a la causa pública son el quiste que impide resolver la ecuación del futuro.

El técnico de la Secretaría de Estado de Cultura reconoce la existencia de un “proyecto demasiado ambicioso” del grupo de trabajo sobre la mesa de Cristóbal Montoro, en el que “se aclara que apoyamos la elevación de las deducciones fiscales”. También explica que la realidad ha superado las ilusiones, una vez más: “Conforme han evolucionado los Presupuestos Generales del Estado todo el mundo ha entendido que debemos estar en función del déficit público”.

Sin cifra fija

Díaz adelanta una decisión clave en la elaboración de la norma, que todavía no se encuentra ni en su fase de anteproyecto. “No se puede fijar una cifra permanente que dure diez o quince años. Se tendrá que regular en función de la evolución de la situación económica porque los incentivos son ingresos que deja de percibir el Estado”, señala. En realidad son ingresos que, de una manera u otra, son costeados por todos los ciudadanos.

Además, avisa de que el Gobierno sólo puede dar lo máximo en el momento en que los Presupuestos Generales del Estado estén a pleno rendimiento y no enfermos de gravedad, como en este momento. La contradicción es notable, porque cuando más necesita el Estado que le ayuden es cuando menos tiene, e incentivar la ayuda depende de abrir la espita de las ventajas fiscales. La duda es razonable: ¿para qué ayudar más a las empresas cuando no se las necesita porque las arcas estén boyantes y apretarlas cuando más las necesitamos?

Ahora las desgravaciones para los particulares son del 25%, y del 35% para las empresas. “La próxima ley –adelanta Díaz- se modificará para hacerlo más flexible”. Entona en su despacho del extinto Ministerio de Cultura la máxima de política cultural y coherencia fiscal. “El estado no se puede comprometer más allá de donde puede llegar”, aclara.

Altruismo o nada 

El aviso es evidente: no hay que esperar grandes excelencias fiscales. Porque además, “el mecenazgo es una actividad voluntaria, filantrópica”. Esa misma línea de entrega voluntaria sin recibir nada a cambio es la misma que mantuvo el presidente Mariano Rajoy en su visita al Museo del Prado hace unas semanas. Faustino Díaz confirma la visión de Rajoy: “Desde la Grecia antigua el mecenas no tenía retorno fiscal. Sólo buscaba prestigio, asociar su nombre a una actividad general y de reconocimiento”.  

Está convencido de que el donante está motivado por algo distinto a los incentivos fiscales, “el mecenazgo no es sólo retorno fiscal”. Por eso echa de menos la conciencia filantrópica en la sociedad española; entre otras razones alude a las “labores de asistencia y de educación en España; lo ha hecho la Iglesia católica”. 

En eso coincide con Javier Martín, director de la fundación Compromiso y Transparencia”, quien cree que las deducciones fiscales no son la panacea ni harán crecer la aportación social a las instituciones públicas. Pone el ejemplo de las donaciones en los EEUU; segura que son más o menos las mismas que las españolas en estos momentos. La diferencia con ellos es la transparencia: hay que mostrar los resultados para crear confianza. Prioriza la ley de transparencia a la de mecenazgo.    

En ese sentido, este país está por hacer. Vuelve a hablar de los museos ingleses. En un click se puede saber el sueldo del director de cualquiera. “Aquí las instituciones son muy opacas. No se explica ni siquiera el acuerdo que hemos firmado con la 'baronesa' Thyssen, ¿por qué eso no es público? Sí, hay que ir al registro mercantil, pero nadie publica sus balances ni sus estados financieros en su web”, afirma. Apunta los dos museos más transparentes de este país: el Artium de Vitoria y el Guggenheim de Bilbao.

Primero, la transparencia 

“La transparencia es esencial para que cualquiera compruebe dónde va su dinero”. Ese es otro grave inconveniente de la Administración española. Sólo las instituciones que tienen una ley propia, como el Prado y el Reina Sofía, y próximamente la Biblioteca Nacional de España, reciben la aportación del donante que quiere apoyarlos. El resto, se pierde en Hacienda. Es el fenómeno de 'caja única', que no permite las donaciones a voluntad del donante.

Así que no espera nada de la ley de mecenazgo, porque los datos de la asociación de mecenazgo en Francia demuestran que la aportación privada ha disminuido un 30% en el ámbito cultural, y eso que las desgravaciones se acercan al 60%.

La conclusión es que al paso del modelo de subvenciones nominativas al de ayuda en concurrencia competitiva le falta un eslabón fundamental, y mientras no se engarce en la cadena, todo seguirá en un dramático tiempo muerto en el que las empresas y gestores culturales ven cómo sus iniciativas se arruinan poco a poco. ¿Cómo intervenimos en el ciudadano que nunca ha donado y ahora debe empezar a hacerlo? “La crisis de credibilidad de las instituciones sólo puede salvarse con confianza, y la confianza llega con transparencia. Será muy difícil recuperarla si no se rinden cuentas a la sociedad”.  

Javier Martín y Faustino Díaz ponen en común sus opiniones también en el reconocimiento del mecenas: “No necesita necesariamente una compensación. El reconocimiento público puede hacerse de muchas maneras. La piedra filosofal no son las ventajas fiscales”. 

Las subvenciones públicas han muerto. Bienvenidos al nuevo modelo. La financiación de la cultura pasa a manos privadas, cuyo paradigma son las instituciones culturales estadounidenses. Piensen en el MoMa neoyorquino: los casi 156 millones de dólares de presupuesto de 2010 proceden en un 100% de recursos privados. Sólo falta tener una ley de mecenazgo que permita que la nueva fuente de capital fluya por los organismos públicos y cuide de ellos. Sin embargo, la negociación está en pausa: hay que esperar a que Hacienda mueva ficha.