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Dos miradas de lo cotidiano
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Dos miradas de lo cotidiano

Publica ahora El Aleph un par de novelas que ponen su atención, aunque de manera diversa, en lo cotidiano. Literatura que prescinde de grandes conflictos, de

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Dos miradas de lo cotidiano

Publica ahora El Aleph un par de novelas que ponen su atención, aunque de manera diversa, en lo cotidiano. Literatura que prescinde de grandes conflictos, de grandes tragedias, porque el día a día tiene su propia fuerza dramática y porque, sin necesidad de Circes ni Escilas ni cantos de sirena, toda vida pasa por momentos de gran intensidad emocional que son también susceptibles de ser tratados literariamente.

 

El debut de María Sirvent, tras el largo y sugerente título de Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio, presenta la más ordinaria de las situaciones: la vida de oficina. En ella, Ágata intenta, por todos los medios, que la echen. Sigue enamorada de su ex, a quien escribe correos que nunca envía y que constituyen el cuerpo del relato. Es asediada por un seductor de oficina, por el que siente una mezcla de atracción y asco, reflejo de las emociones que siente por sí misma.

Ágata es contradictoria, cruel y frágil; confunde la soledad con la libertad, y trata de defenderla con uñas y dientes, cavando más hondo su amargo pozo. Calada perfectamente por la autora, asistimos a su figuración de una realidad paralela, ese mundo ficticio que nos creamos cada día en el que somos más listos y más guapos que quienes nos rodean, bajo el que late la mezquina cotidianidad. Ágata es una necia, y sería igualmente necio decir “como somos todos”; dejémoslo en que todos conocemos a alguien así, autodestructivo al modo de un terrorista suicida.

La literatura del siglo XX se permitió el lujo de prescindir de héroes y conflictos, recurriendo a las pequeñas cosas de cada día, las que todos los lectores compartimos; pero, a cambio, la literatura de lo cotidiano debe ofrecer algo más, estilo, estructura, una mirada única, una mayor penetración. Y eso no lo encontramos aquí. Un rosario de observaciones sagaces y un pellizco de ironía, algo tosca, son los únicos elementos literarios en este relato plano e inflexible: pese a los esfuerzos de Ágata por ser despedida, no deja de prosperar en la empresa; no cree en los príncipes azules, pero le aparecerá uno, el menos esperable de todos.

'Olive Kitteridge', Premio Pulitzer 2008

Por su parte, Strout elige para su Olive Kitteridge -Premio Pulitzer 2008- el gran estilo, en consonancia con la gran literatura norteamericana del siglo XX, para describir las vidas de los habitantes de Crosby, un pueblecito de la costa de Maine, tan literaria. Sin embargo, su acercamiento a lo cotidiano es más relativo pues, aun reconociendo la peculiaridad y la violencia de las sociedades rurales estadounidenses, ocurren demasiados hechos extraordinarios -Olive y su marido Henry son tomados como rehenes; una familia vive encerrada en su casa por años, desde que su hijo asestó veintinueve puñaladas a una mujer; casi todos los personajes tienen un familiar próximo suicidado-. Esos hechos fuera de lo común, sin embargo, desarrollan sus consecuencias en el día a día, poniendo a prueba a los personajes, los muchos personajes de esta novela coral, construida como un agregado de relatos unidos por Olive Kitteridge y su familia.

Podemos imaginar a la autora poniendo en boca de uno de sus personajes su teoría literaria: “Oh, cómo me divierto. La vida de toda esta gente. Todas las historias que no sabemos” (p. 155). Strout es inmisericorde con sus criaturas, que sufren golpe tras golpe; les atiza con un pesimismo casi complaciente, y al mismo tiempo que dispone los hechos para su sufrimiento, les trata con delicadeza y compasión, trazando una serie de retratos humanos sobresalientes, destacando sobre todos ellos el de Olive, una “bestia”, como ella misma se describe, a quien todos temen, que no deja de atormentar a su bondadoso marido, al que no ama, pero que siempre aparece cuando un vecino pasa un mal trago, reconfortándolo con su oronda presencia. Culpa y amargura mueven a esta mujer que, en realidad, no es malvada sino torpe, algo de lo que puede dar fe su hijo Christopher. Como les ocurre a tantos personajes en la novela, todo tiene su origen en el suicidio del padre.

Olive Kitteridge ofrece una serie de retratos psicológicos sobresalientes, envueltos en una prosa amplia, iluminada por la luz oblicua de Nueva Inglaterra. Sus personajes de la novela son, en su mayoría, ancianos; la literatura está dando un giro evidente hacia la vejez: “los cuerpos torpes, viejos y arrugados estaban tan necesitados como los suyos, jóvenes y firmes; que el amor no se podía tirar como si tal cosa, como si fuera una tarta en una bandeja de las muchas que te iban pasando” (p. 324), recordándonos que “los días se desperdiciaban uno tras otro” (p. 324).

Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio. Ed. El Aleph. 182 págs. 17 €. Comprar libro.

 Olive Kitteridge. Ed. El Aleph. 324 págs. 20 €. Comprar libro.

Publica ahora El Aleph un par de novelas que ponen su atención, aunque de manera diversa, en lo cotidiano. Literatura que prescinde de grandes conflictos, de grandes tragedias, porque el día a día tiene su propia fuerza dramática y porque, sin necesidad de Circes ni Escilas ni cantos de sirena, toda vida pasa por momentos de gran intensidad emocional que son también susceptibles de ser tratados literariamente.