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Caleidoscopio de la Mallorca asfaltada
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Caleidoscopio de la Mallorca asfaltada

Más vale tarde que nunca. He podido leer este libro como debe leerse un volumen de relatos: despacio, pieza a pieza; nunca de un tirón, sino

Más vale tarde que nunca. He podido leer este libro como debe leerse un volumen de relatos: despacio, pieza a pieza; nunca de un tirón, sino reencontrando este universo en días alternos. Acrollam se publicó en enero, lo que para una sección de crítica literaria convierte este espécimen en un fósil. La novedad, tirana imprecisa, debería impedir que ahora, tantos meses después, me permitiera hablar de él. Mas, ignorándola, me dispongo a reseñar, hoy y en las próximas semanas, algunos títulos que por diversos motivos –sin descartar la desidia– dejaron de recibir los justos agasajos de esta sección. Como la libropesía es un mal que afecta al juicio moral –el estético se ve afectado por otras causas–, me temo que seré incapaz de sustraerme a esta inclinación por un alimento sustancioso que ya se ha “anonimado” en el fondo de su librería.

 

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Mallorca es lo más cercano a lo más parecido al Paraíso que tenemos –y, alejándonos un poco, Madeira, Canarias–; todos quieren un casoplón en alguna de las bellas calas baleares, de apacibles aguas claras, de pinos que besan la orilla con sus ramas vencidas por la brisa. Sus puertos se llenan de yates, grandes y pequeños, de nuevos ricos y de estirpes regias sostenidas contra viento y marea. Y parece que Mallorca es eso, el lujo, el placer exquisito, hasta que aparece Biel Mesquida, le da un empujón, la deja vuelta del revés y vemos entonces las enaguas sucias de Acrollam, las carreras de sus medias. En el paraíso no viven ángeles, sino pecadores, y esa es la materia de estos 99 relatos breves, de poco más de dos páginas cada uno: el pecado, es decir, la humanidad.

Acrollam se construye, como nuestra vida cotidiana, sobre pecadillos veniales, aunque los mortales también están por ahí. Según el siempre certero Enrique Vila–Matas, Mesquida sigue el camino marcado por Joyce cuando dedujo que “la vida está hecha de cosas triviales”. En palabras del autor: “Escribir para no contar ninguna historia. El cronista se plantea semejante deber maravilloso una noche oscura y chejoviana […]. Ya sabes, Lector de los mil y un sexos del espíritu, que la bella y esforzada tarea de juntar palabras no siempre tiene por finalidad una historia, la narración de un relato, la peripecia de una fábula” (p. 173). Esquivo con los géneros, estos relatos son crónicas ficticias en las que no ocurre nada; nada más maravilloso que la vida misma, claro. Pero Mesquida continúa, ahora con Cortázar: “un relato literario recorta un fragmento de la realidad, fijándolo con determinados límites pero de manera tal que este recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia” (p. 189). Esto es Acrollam, un caleidoscopio de “hechos sencillos” y de “la cotidianidad difícil del amor” (p. 193) en la Mallorca asfaltada, que ya ha probado el fruto del árbol prohibido.

Un feliz hallazgo. Eso es Acrollam. Por supuesto, para el lector en castellano porque, desgraciadamente, tenemos poco traducido de este autor inmenso. Aparte de este volumen, sólo está disponible Excelsior, en Anagrama, la novela en la que nació el espacio de Acrollam. Una isla que, al menos, puede seguir siendo un paraíso de letras.

Acrollam. Ed. El Aleph. 280 págs. 20,90 €. Comprar libro.

Más vale tarde que nunca. He podido leer este libro como debe leerse un volumen de relatos: despacio, pieza a pieza; nunca de un tirón, sino reencontrando este universo en días alternos. Acrollam se publicó en enero, lo que para una sección de crítica literaria convierte este espécimen en un fósil. La novedad, tirana imprecisa, debería impedir que ahora, tantos meses después, me permitiera hablar de él. Mas, ignorándola, me dispongo a reseñar, hoy y en las próximas semanas, algunos títulos que por diversos motivos –sin descartar la desidia– dejaron de recibir los justos agasajos de esta sección. Como la libropesía es un mal que afecta al juicio moral –el estético se ve afectado por otras causas–, me temo que seré incapaz de sustraerme a esta inclinación por un alimento sustancioso que ya se ha “anonimado” en el fondo de su librería.