Es noticia
Al Gore, el marshal de la ecología mundial
  1. Cultura

Al Gore, el marshal de la ecología mundial

Al Gore. Héroe y villano, como todo ser humano, pero con una presencia pública ampliada que, entre otras cosas, le ha valido un Premio Nobel de

Al Gore. Héroe y villano, como todo ser humano, pero con una presencia pública ampliada que, entre otras cosas, le ha valido un Premio Nobel de la Paz. A pesar de la evidente imposición de sus postulados, al menos en el horizonte ideológico contemporáneo, sigue siendo una personalidad cuestionada, tachado de hipócrita, pues su piscina quizá no es ecológica y se ha enriquecido con su lucha medioambiental. Contaba Pedro Laín Entralgo que Max Scheler recibió una llamada telefónica mientras disertaba acerca de los fundamentos de la vida moral. Los alumnos pudieron escuchar a su profesor de ética solicitar una prostituta, y éstos le recriminaron su actitud hipócrita cuando volvió al aula. Scheler, imperturbable, les señaló que para llegar a la universidad habrían seguido postes indicadores, ateniéndose a la información que ofrecen, no siguiéndoles físicamente porque entonces no habrían podido moverse. La credibilidad de Gore, como la de Scheler, no debe ir determinada por su vida personal, ni siquiera por la pública, sino por la solidez y la veracidad de su mensaje. Y éste se plasmó, antes de Una verdad incómoda, en La tierra en juego, ensayo que recupera ahora Planeta, con un nuevo prólogo que sitúa el texto, de 1992, en relación al presente –no del todo nuevo, es de 2007–.

 

Tiene Gore una gran facilidad para transmitir, quizá herencia de sus tiempos políticos, pero siempre manteniendo un tono serio, sin ceder contenido, recabando con ejemplos la atención y comprensión del lector. El ensayo es amplio, jugoso, y aunque en su parte analítica no aporta gran cosa –hoy sabemos más, se han resuelto problemas que entonces aún estaban en su apogeo, como el agujero de la capa de ozono, han aparecido otros nuevos–, sigue siendo válida y aprovechable, tanto por su contenido como por su estructura y disposición. Más sugestivas son las partes segunda y tercera, en donde aporta su enfoque espiritual del problema y la propuesta de solución. Son las más interesantes porque son las más personales, aunque también las más cuestionables. En la edición en español se ha soslayado, al menos en la cubierta, la importancia que Gore concede al enfoque espiritual del problema: el original tenía por subtítulo Ecology and Human Spirit. Para el ex vicepresidente estadounidense, la nuestra es una civilización disfuncional y, mientras eso no se resuelva, no habrá manera de que sintamos ni el peligro ni el deber de implicarnos en la recuperación del equilibrio natural.

Para ello propone un medioambientalismo del espíritu, una nueva fe que resacralice la Tierra. Y ello debe plasmarse en un objetivo concreto: “convertir la salvación del medio ambiente en el principio organizativo central de la civilización”. Tomando como modelo e inspiración el Plan Marshal, propone uno nuevo mundial –hoy diríamos “global”– porque, considera, el restablecimiento del equilibrio está dentro de nuestras posibilidades. Autores como James Lovelock lo niegan. Sin una retracción del desarrollo, la salvación es imposible y el fundador de Gaia advierte de que el mal está hecho y de que sólo podemos aspirar a minimizar el daño, pero que la humanidad tiene que prepararse para una larga temporada en el infierno. En cualquier caso, Lovelock como Gore instan a una reacción rápida, porque el precio del escepticismo y del inmovilismo parece demasiado alto. Por otra parte, reclama el liderazgo del proceso para los Estados Unidos, porque son los únicos con fuerza y autoridad moral para ello. Aquí es donde más claramente se percibe su intencionalidad política, y donde podemos esperar las mayores resistencias al proyecto global propuesto. Fuerza sí tienen, aunque cada vez sea menor. En cuanto a la autoridad moral de los Estados Unidos, no todos están dispuestos a concedérsela. Y, como sabemos, a él tampoco.

La Tierra en juego. Ed. Planeta. 464 págs. 19,50 €.

Al Gore. Héroe y villano, como todo ser humano, pero con una presencia pública ampliada que, entre otras cosas, le ha valido un Premio Nobel de la Paz. A pesar de la evidente imposición de sus postulados, al menos en el horizonte ideológico contemporáneo, sigue siendo una personalidad cuestionada, tachado de hipócrita, pues su piscina quizá no es ecológica y se ha enriquecido con su lucha medioambiental. Contaba Pedro Laín Entralgo que Max Scheler recibió una llamada telefónica mientras disertaba acerca de los fundamentos de la vida moral. Los alumnos pudieron escuchar a su profesor de ética solicitar una prostituta, y éstos le recriminaron su actitud hipócrita cuando volvió al aula. Scheler, imperturbable, les señaló que para llegar a la universidad habrían seguido postes indicadores, ateniéndose a la información que ofrecen, no siguiéndoles físicamente porque entonces no habrían podido moverse. La credibilidad de Gore, como la de Scheler, no debe ir determinada por su vida personal, ni siquiera por la pública, sino por la solidez y la veracidad de su mensaje. Y éste se plasmó, antes de Una verdad incómoda, en La tierra en juego, ensayo que recupera ahora Planeta, con un nuevo prólogo que sitúa el texto, de 1992, en relación al presente –no del todo nuevo, es de 2007–.