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Rey Lear homenajea a Shakespeare... y a Cervantes
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Rey Lear homenajea a Shakespeare... y a Cervantes

No llegan a ser vidas paralelas, pero casi. Los dos literatos más grandes de todos los tiempos coincidieron temporalmente, casi geográficamente y según muchos eruditos, se

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Rey Lear homenajea a Shakespeare... y a Cervantes

No llegan a ser vidas paralelas, pero casi. Los dos literatos más grandes de todos los tiempos coincidieron temporalmente, casi geográficamente y según muchos eruditos, se complementan de tal modo que sólo con El Quijote y las principales piezas teatrales de Shakespeare se abarcaría la totalidad del ser humano, y sería superfluo leer más. Según Harold Bloom, “la influencia concertada de Cervantes y Shakespeare define el curso de la literatura occidental posterior”, de modo que leyendo a Dickens, a Kafka o a Javier Marías, estamos leyendo, a través de tan egregios intermediarios, la obra de los dos monstruos del barroco. Es improbable que se llegaran a conocer, aunque tal posibilidad sirvió a Anthony Burguess para su deliciosa Encuentro en Valladolid y, en los cines -y evidentemente inspirándose en ésta-, a Inés París para su Miguel y William.

Sin embargo, es sabido que Shakespeare leyó a Cervantes -aunque el ilustre manco seguramente no leyó al inglés-. La prueba de ello es la Historia de Cardenio (comprar libro), escrita junto al dramaturgo menor John Fletcher, que se creyó perdida durante mucho tiempo hasta que el trabajo del hispanista Charles David Ley desveló que se escondía tras la comedia, firmada por Lewis Theobald, Doble falsedad. La traducción al castellano data de 1987, publicada por José Esteban, pero ha sido este año cuando la Royal Shakespeare Company ha dado por correcta la versión de Ley y ha aceptado la Historia de Cardenio como parte del corpus shakespeariano. Shakespeare tuvo en sus manos la traducción del Quijote de Thomas Shelton en 1612 y, un año después, aparecía el Cardenio en unos documentos, aunque no se sabe si se llegó a representar.

La obrita es poco más que una curiosidad. Lo que nos ha llegado, por azarosas veredas, es un borrador o texto mutilado, al que faltan algunos diálogos y en el que la acción es demasiado apresurada. Dice Ley en la Introducción que se aprecia la mano de Shakespeare al principio y al final, mientras que las páginas centrales corresponderían a Fletcher. Habrá que esperar una edición crítica más amplia que desvele a qué mano corresponde cada estrofa y qué añadidos corresponden a Theobald o a otros. Pero, por ahora, el Cardenio evoca algo casi fantástico, una suerte de comunión entre dos genios que permite imaginar lo que habría sido una relación más fluida si hubieran nacido en un siglo posterior, o si, como sugiere Burguess se hubieran conocido. O ya, pasando a teorías realmente estrambóticas que aprovechan los diez días de diferencia entre sus respectivos óbitos, ¡quizá fueran la misma persona!

Rey Lear -por cierto, no está de más recordar que Don Quijote y El rey Lear se publicaron el mismo año, 1605- no sólo ha decidido reeditar el Cardenio, sino que, continuando con su homenaje postcentenario, recupera el breve ensayo de Cesáreo Fernández Duro La cocina del Quijote (comprar libro), ampliado con Todas las recetas compiladas por Miguel López Castanier. Según Fernández Duro -uno de esos buenos escritores que el tiempo y la desidia han sepultado sin razón- “¡idea del mismísimo demonio es considerar a Cervantes cocinero!”, pero Don Quijote está lleno de comida, y también de hambre, pues el propio Caballero de la Triste Figura “colocaba entre los más grandes trabajos de la caballería el andar por despoblados sin cocinero y pasar los más de los días en flores por vengar desaguisados”.

Ni los golpes ni el alejamiento de su amada: el privarse del placer de la comida -a Sancho le basta tener la Panza llena- es el origen de la locura. En la siempre grata lectura de la magna obra cervantina van apareciendo nombres tan sugerentes como los duelos y quebrantos, típico plato manchego a base de sesos de cordero y productos de la matanza, o arroz meloso sin trabajo o ternera asada en salsa de oruga -si les pica la curiosidad culinaria, ya saben, a la librería-. López Castanier ha tenido que “bucear en el recetario antiguo”, habiendo “aligerado grasas y cocciones, traducido palabrería antigua y puesto al día aquello que debía serlo, en especias o lo que hiciera falta”. Así, la edición de Rey Lear ha quedado francamente bien. En esta cuidada edición, al delicioso texto de Fernández Duro se añaden las suculentas recetas de López Castanier y grabados de muy diversos autores y épocas, relativos a las escenas de papeo -o falta del mismo- del Quijote.

Como no hay dos sin tres, Rey Lear visita La casa de Shakespeare (comprar libro), con nada menos que don Benito Pérez Galdós como enviado especial. El librito, que se lee en un suspiro y con gran deleite, evoca la visita del ilustre veraneante santanderino, en septiembre de 1889, a Stratford-on-Avon. En fecha tan temprana, Galdós se siente “uno de los pocos, si no el único español, que ha visitado aquella Jerusalén literaria”. En estas páginas le vemos postrarse -a él, tan grande- con humildad ante el gran genio de Shakespeare, sintiendo una hondísima emoción en la cocina donde “el dramaturgo pasaba largas horas de las noches de invierno contemplando las llamas del hogar”, o ante la tumba del poeta, en la Holy Trinity Church de Stratford.

No llegan a ser vidas paralelas, pero casi. Los dos literatos más grandes de todos los tiempos coincidieron temporalmente, casi geográficamente y según muchos eruditos, se complementan de tal modo que sólo con El Quijote y las principales piezas teatrales de Shakespeare se abarcaría la totalidad del ser humano, y sería superfluo leer más. Según Harold Bloom, “la influencia concertada de Cervantes y Shakespeare define el curso de la literatura occidental posterior”, de modo que leyendo a Dickens, a Kafka o a Javier Marías, estamos leyendo, a través de tan egregios intermediarios, la obra de los dos monstruos del barroco. Es improbable que se llegaran a conocer, aunque tal posibilidad sirvió a Anthony Burguess para su deliciosa Encuentro en Valladolid y, en los cines -y evidentemente inspirándose en ésta-, a Inés París para su Miguel y William.