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Una realidad en perpetua decadencia
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Una realidad en perpetua decadencia

Casas que vuelan, siluetas de ratón sospechosamente parecidas a la de Mickey, escenas de película en blanco y negro o muñecos hechos en serie para jugar.

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Una realidad en perpetua decadencia

Casas que vuelan, siluetas de ratón sospechosamente parecidas a la de Mickey, escenas de película en blanco y negro o muñecos hechos en serie para jugar. Este es el microcosmos que ha reflejado Juan Cuéllar (Valencia, 1967) en su exposición titulada Todo es mentira, que se puede contemplar en la Galería madrileña My Name's Lolita Art.

Referencias cinematográficas, televisivas actuales y pasadas, de publicidad, especialmente a esas casas típicas prefabricadas que salían en las páginas amarillas y que Roy Lichtenstein -una gran influencia en esta exposición- hizo archiconocidas, a las que hace volar sobre ramas y sobre parajes desolados. Motoristas sin moto e insertados en una caja, militares que te protegen, que te deberían dar seguridad y lo que consiguen es crearte una gran incertidumbre. Estas contradicciones son las que Juan Cuéllar reconoce en su obra en sus palabras a El Confidencial, afirmando que este conjunto de trabajos son parte de "un proceso continuado que forma parte de lo anterior. Se refiere a cómo percibimos la realidad de una manera descreída, cómo seleccionamos la parte de realidad que pensamos que es verdad".

En sus palabras confirma la influencia no sólo del mencionado Lichtenstein, sino también de James Rosenquitz; pero, como artista pop, de todo tipo de imágenes sacadas de la cultura popular: cine, revistas, televisión y una de sus series más icónicamente llena de referencias: Twin Peaks, de David Lynch. En uno de los cuadros, por ejemplo, se cuela un fotograma en blanco y negro, reproducido en grafito sobre papel, que parece sacado de una película de Rock Hudson: esa típica escena en un coche del galán con la chica guapa conversando; en otro un cartel medio borrado y caído en el que pone Empire; en "el más mentiroso de todos", La verdad está ahí fuera, un ovni es visto desde dentro de un coche; en uno más, Kit higiénico, observamos varios artículos de primera necesidad en un motel cuidadosamente expuestos sobre una superficie indefinida

Pero sus obras no son simplemente una referencia a un sueño americano -que realmente es "extrapolable a otros lugares occidentales"- decadente, sino "una tensión entre el pasado y el presente", entre necesidades que se contradicen como la de necesitar casa y la de proteger la naturaleza en sus cuadros El milagro o Escenas olvidadas; o la de ser personas de acción y estar parados, en ese cuadro de motoristas de juguete titulado Trabajadores. Un juego con temas modernos en el que no evita referenciar el tema actual de la amenaza química llamando a un supuestamente idílico pueblo, Polonio.

Sus cuadros son óleos y dibujos de gran tamaño muy limpios, figuras de loza esmaltada... Todo brillante, resplandeciente, y, a la vez, desasosegante, pues "no todo es de una manera; contiene otras muchas cosas".

Todo es mentira, dice su título, y se convierte aquí en la afirmación más que verdadera. Una constatación de que "tenemos una cosa y no queremos dejar de tener otra" según Cuéllar, en un continuo anhelo que Baudelaire explicara en su mítica cita: "Me parece que siempre seré feliz allí donde no estoy". La realidad siempre está en decadencia. Sin duda.

Casas que vuelan, siluetas de ratón sospechosamente parecidas a la de Mickey, escenas de película en blanco y negro o muñecos hechos en serie para jugar. Este es el microcosmos que ha reflejado Juan Cuéllar (Valencia, 1967) en su exposición titulada Todo es mentira, que se puede contemplar en la Galería madrileña My Name's Lolita Art.