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Lope en versión Shakespeare
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Lope en versión Shakespeare

No hace mucho vimos en los cines a Ariadna Gil recitar los célebres versos en los que Diana, condesa de Belflor, despedía con rabia y amargura

Foto: Lope en versión Shakespeare
Lope en versión Shakespeare

No hace mucho vimos en los cines a Ariadna Gil recitar los célebres versos en los que Diana, condesa de Belflor, despedía con rabia y amargura a Teodoro. Antes, también en la gran pantalla, Emma Suárez dirigía esa rítmica queja a un desconsolado Carmelo Gómez en la magnífica adaptación de Pilar Miró, que cosechó siete premios Goya. Y es que El perro del Hortelano es una de las comedias románticas más célebres de nuestro siglo de oro por la vivacidad de su verso, por su ritmo narrativo perfectamente medido y por lo moderno de su mensaje. La compañía encargada de llevarla a las tablas en esta ocasión es Rakatá, a la que pudimos ver recientemente en el Círculo de Bellas Artes con una más que aceptable adaptación de De Toledo a Madrid y en La Abadía con la sorprendente La ilusión.

En la obra de Tirso, Rakatá exprimió mucho sus medianos recursos, tirando de ingenio y cuajando una representación viva, divertida y creativa. Con El perro… han tirado la casa por la ventana. Se han traído de Londres al multipremiado Laurence Boswell, han vuelto a recurrir a la cantera actoril de La Abadía, han hecho debutar a Blanca Oteyza en teatro clásico y han contado con un par de ‘técnicos’ brillantes, Jeremy Herbert y Lorenzo Caprile -con quien ya trabajaron en La ilusión-. Con estos mimbres bien puede conseguirse un buen espectáculo, y Rakatá vuelve a hacerlo.

Boswell ya representó con éxito, para la Royal Shakespeare Company -de la que es director asociado-, varias obras de nuestro siglo de oro. Según parece, su principal cometido ha sido naturalizar el verso en los actores, lo que en absoluto es baladí. Precisamente, el rasgo que más enturbia una representación clásica es el escaso rendimiento declamatorio y empático para con el verso, luego con la obra, luego con el público. El verso no se recita como la lista de la compra, es lenguaje vivo y plenamente significativo, y si por su contenido semántico puede resultar lejano al espectador, una correcta interpretación facilita la comprensión del texto y permite, por mor del ritmo y la entonación, la conexión emocional con los personajes -de hecho, si hemos de creer a los actores, Boswell no habla castellano y se guía por el ritmo del verso para interpretar el sentido del texto-.

Esto sería imposible sin un adecuado elenco de actores. Para Oteyza esta es su primera experiencia en teatro clásico. Boswell obligó por ello a los actores a empezar de cero, para que acompañaran a la actriz en su aprendizaje, y a fe que el sistema funciona. En el estreno en Alcalá de Henares, Oteyza tuvo un primer acto dubitativo, inseguro. No obstante, mediado el segundo, comenzó a remontar, hasta alcanzar un tercero soberbio, precisamente allí donde el papel de Diana tiene sus momentos más brillantes y emocionalmente complejos -junto con el final del segundo-. Rakatá suele contar, además, con una nómina bastante estable de actores, muchos de ellos salidos de La Abadía. Ernesto Arias es un habitual, presente en las tres obras citadas; en Alcalá pareció algo perdido, tratando de encontrar a un Teodoro que se le escapaba, aunque en alguna ocasión llegó a tocar el personaje con los dedos. Lidia Otón, Luis Moreno y Chema Ruiz rayan a gran nivel, como por otra parte acostumbran.

De configurar el espacio se encarga Jeremy Herbert, quien buscó la esencia del movimiento del teatro clásico español, encontrándola en el juego de entradas y salidas del corral de comedias. Sus cortinas grises son efectivas pero poco vistosas y demasiado graves. El toque de color lo pone Lorenzo Caprile, que se está convirtiendo en un habitual del figurinismo barroco. En esta obra su participación se limita a los cinco vestidos que presenta Diana a lo largo de los tres actos. Esta vez no hay carácter que reflejar en el vestido porque, por su posición, la condesa sólo puede ceñir prendas magníficas. Y puede decirse que en la bulliciosa Nápoles del XVII, las manos de Caprile habrían sido muy disputadas, si no peleadas. En conjunto, el montaje de Rakatá es, como la escenografía de Herbert, efectivo y correcto, pero poco vistoso. Cuenta con un aliado leal, el texto, pero en esta ocasión le falta frescura, alegría. Después de todo, Lope no es Shakespeare.

En cartel en Madrid:

LA MUJER DE NEGRO

JESUCRISTO SUPERSTAR

PLAY STRINDBERG

HIJOS DE SU MADRE

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT

BARROCO

SALIR DEL ARMARIO

MADRUGADA DE COBARDES

No hace mucho vimos en los cines a Ariadna Gil recitar los célebres versos en los que Diana, condesa de Belflor, despedía con rabia y amargura a Teodoro. Antes, también en la gran pantalla, Emma Suárez dirigía esa rítmica queja a un desconsolado Carmelo Gómez en la magnífica adaptación de Pilar Miró, que cosechó siete premios Goya. Y es que El perro del Hortelano es una de las comedias románticas más célebres de nuestro siglo de oro por la vivacidad de su verso, por su ritmo narrativo perfectamente medido y por lo moderno de su mensaje. La compañía encargada de llevarla a las tablas en esta ocasión es Rakatá, a la que pudimos ver recientemente en el Círculo de Bellas Artes con una más que aceptable adaptación de De Toledo a Madrid y en La Abadía con la sorprendente La ilusión.