¿Cómo llegó el papel a España? Játiva, los molinos y las truchas, solo para suscriptores
A pesar de la cada vez más creciente tendencia que apunta a la muerte del papel, lo cierto es que sin él, nada sería como lo conocemos: esta es su historia en este adelanto editorial
Esta es la historia definitiva de un material que ha dado forma a nuestro mundo. El papel es una de las tecnologías más esenciales. Durante miles de años, la habilidad de producir este material de una forma cada vez más eficiente ha contribuido al desarrollo de la alfabetización, los medios de comunicación, las religiones, la educación, el comercio y el arte. El papel ha sido el cimiento sobre el que se han erigido civilizaciones, ha avivado revoluciones y ha restaurado la estabilidad en territorios sumidos en el caos.
En una sociedad cada vez más digital y enfrascada en un debate sobre la cultura 'sin papel', el ser humano se encuentra ahora en una encrucijada histórica.
La historia de Játiva
En el 670, el califato omeya invadió lo que hoy se conoce como Marruecos, tierra que habitaban los bereberes pero que había sido gobernada por Cartago, después por Roma y, más tarde, por los visigodos. Este territorio recibía el nombre de Al Mamlakah al Maghribiyah, el Reino Occidental, de donde procede la palabra 'Magreb', que significa 'árabe' en el norte de África. Esto quiere decir que el califato bagdadí se había expandido —así como su lengua, su religión y su cultura— desde Asia Central hasta el océano Atlántico.
Sin embargo, su control sobre la región era inestable. Los bereberes eran más difíciles de subyugar que el resto de culturas que habían conquistado. Aceptaron el islam e incluso aprendieron árabe, pero continuaron hablando su propio idioma, mantuvieron su propia cultura —incluido lo que quedaba de su religión ancestral—, se rebelaban con regularidad, establecían sus propios gobiernos y contaban con sus propios ejércitos.
A pesar de ser el artífice de uno de los acontecimientos más cruciales de la historia europea —la conquista musulmana de la península ibérica—, no hay demasiada información sobre el líder de la conquista, Táriq ibn Ziyad. Aunque el suyo es un nombre de origen árabe, se sabe casi con certeza que Táriq era bereber y, según numerosos documentos, se trataba de un esclavo liberado de Musa ibn Nusair, un general árabe al que se le atribuye la subyugación de los bereberes. Musa había descartado las brutales políticas de su predecesor y había convencido a los bereberes de que toleraran sus costumbres a través de la persuasión y la sugestión. Algunos incluso se presentaron voluntarios para luchar por él. Una vez que los árabes controlaron la tierra firme bereber hasta el Atlántico, Musa trató de conquistar lo que ahora se conoce como La Cueta, entonces bajo el mandato de un hombre llamado Julián, que gobernaba allí en nombre de los visigodos. Los historiadores no han determinado si Julián era visigodo o bereber, pero lo que sí está claro es que odiaba a los visigodos a los que servía. Según algunas historias, este odio surgió cuando Rodrigo, el rey de los visigodos, violó a su hija.
Julián jugó con los instintos de Musa y advirtió al general árabe de que los visigodos tenían un nuevo rey, Rodrigo, un hombre cruel y muy odiado. De hecho, cuando Rodrigo ascendió al poder en el 710, una sección disidente trató de derrocarlo. Julián también contó que los visigodos tenían hermosas tierras que ofrecían increíbles riquezas. Musa enseguida envió un grupo de asalto a través del estrecho de Gibraltar hacia la península ibérica y, tras esta breve travesía, desembarcó en lo que hoy conocemos como Tarifa, donde no encontró ningún tipo de resistencia. Más tarde, en el 711, creyendo que los visigodos podían ser más vulnerables de lo que había sospechado en un primer momento, mandó un ejército bereber de siete mil hombres capitaneado por Táriq para avanzar tierra adentro. Táriq debió de ser consciente del importante papel que tendría en la historia, puesto que se detuvo por el camino para bautizar una montaña que cruzaron en su honor: Jebel Táriq, 'peñón de Táriq', conocido en la actualidad como Gibraltar.
La misión de Táriq era conducir a las tropas y explorar la zona, pero la suerte estaba de su parte. En el momento de su desembarco, Rodrigo se encontraba en el norte haciendo frente a una rebelión de los vascos. Durante tres semanas, apenas hallaron señales de las fuerzas visigodas, y los bereberes tomaron ciudad por ciudad mientras los mensajeros visigodos huían hacia el norte para alertar al rey. Al final, los bereberes se enfrentaron a los visigodos, cuyo ejército de dos mil efectivos liderado por Rodrigo estaba mal preparado, mal armado y agotado. A pesar de tener un ejército tres veces mayor que el de los bereberes, los visigodos fueron derrotados, y la mayoría de los nobles, incluido Rodrigo, murieron en la batalla de Guadalete.
Los bereberes derrotaron a los visigodos en el año 711 y la mayoría de los nobles, incluido Rodrigo, murieron en la batalla de Guadalete
Más tarde, Táriq tomó Toledo, la capital, y comenzó a gobernar la totalidad del reino visigodo de la península ibérica. Musa desembarcó con un segundo ejército, esta vez de dieciocho mil hombres árabes y bereberes y, hacia el 714, ya había alcanzado el golfo de Vizcaya, haciéndose así con el control de la península.
Los árabes gobernaron este enclave al que llamaron Al Ándalus durante casi ochocientos años, el equivalente al periodo desde el Renacimiento hasta nuestros días. Muchos cristianos de la región se convirtieron al islam, y los judíos, que habían sido maltratados bajo el reinado de los visigodos, recibieron con los brazos abiertos a los musulmanes y prosperaron bajo su mandato. Los judíos habían vivido en la península ibérica desde los tiempos de los romanos, pero, con la llegada de los visigodos, se aprobaron leyes antisemitas que prohibían el matrimonio entre judíos y cristianos, impedían la celebración de las fiestas judías y, por último, los forzaban a convertirse, a marcharse o a ser esclavizados.
Los cristianos no conocían en absoluto a los nuevos invasores. Muchos pensaban que los musulmanes pertenecían a un sector disidente de la cristiandad, al igual que los visigodos. Sin embargo, en aquella época, hacía menos de un siglo de la fundación del islam. El islam, que reconoce a Abraham, a Moisés y a Jesús, sostiene que tanto judíos como cristianos deben ser respetados como ahl al kitah, 'gente del libro'. Los musulmanes opinaban que los cristianos estaban simplemente mal informados, por lo que no obligaban ni a judíos ni a cristianos a convertirse, aunque es cierto que los musulmanes pagaban menos impuestos y tenían acceso a mejores puestos en el gobierno. Tuvieron que pasar doscientos cincuenta años, hasta mediados del siglo X, para que los musulmanes supusieran la mayoría de la población de Al Ándalus.
En el siglo IX, los musulmanes de la península ibérica gozaban de una economía próspera, aunque esta situación se extendía al mundo mediterráneo en general, y habían desarrollado una civilización y una cultura que iban mucho más allá de lo que había en el resto de Europa, e incluso, en algunos aspectos, más allá de lo que había en otras partes del Imperio árabe. La cristiandad estaba tan centrada en expulsar a los musulmanes que tardó mucho en asimilar sus conocimientos. Sin embargo, cuando al fin lo hizo, la cultura árabe impulsó grandes avances en Europa.
Para los andalusíes, como se llamaba al pueblo de Al Ándalus, los cristianos del norte eran bárbaros. Mientras que la gente de Al Ándalus se bañaba con regularidad con agua caliente y lavaba su ropa a menudo, los cristianos del norte, decían, solo se bañaban unas pocas veces al año con agua fría y nunca lavaban la ropa.
Los musulmanes llevaron consigo los conocimientos árabes en el ámbito de las matemáticas, la astronomía, la medicina, la ingeniería, la agricultura y la literatura. En el siglo X, la biblioteca de Córdoba albergaba cuatrocientos mil libros; en contraposición, en el año 1455 el Vaticano, que pretendía establecer la biblioteca más importante de la cristiandad, tan solo había reunido cinco mil volúmenes.
Los musulmanes también introdujeron en la península ibérica el algodón, las espinacas, la sandía, los higos y las técnicas avanzadas de regadío, lo que hizo que la agricultura de Al Ándalus estuviera mucho más avanzada que la del resto de Europa. Los andalusíes tomaron como referencia el sistema de regadío romano, que también se practicaba en Siria y en otros territorios árabes, y lo mejoraron. Fueron pioneros en los sistemas de ruedas hidráulicas, desagües y canales; añadieron cubos a las ruedas, que giraban gracias a la fuerza del agua o de los animales, para llevar el agua de los ríos, pozos y cisternas hasta los canales de riego. Su más famoso y extenso proyecto de regadío convirtió La Huerta, en las marismas de las costas de Valencia, en una zona agrícola muy productiva administrada por un 'Tribunal de las Aguas'. La zona es ahora famosa por ser el lugar de nacimiento de la paella, que originalmente no llevaba marisco, solo productos silvestres, como conejo, acompañados del arroz y las verduras de La Huerta.
La filosofía y la teología andalusíes alcanzaron niveles sin precedentes. En el siglo XII, Moisés ben Maimón, o Maimónides, cuestionó y analizó la religión judía como nunca antes se había hecho. Al mismo tiempo, un pensador musulmán, Averroes, estudió el islam en profundidad. En el siglo XIII, el gran cabalista Moisés de León exploró una nueva rama del pensamiento judío mientras el islam se expandía con las enseñanzas de Ibn Arabi en un movimiento denominado sufismo.
Al Ándalus también fue célebre por su poesía y su música, y sus baladas árabes y judías se siguen tocando en la actualidad. Los andalusíes intentaron escribir música y sabían identificar si una nota era más alta o más baja con respecto a la siguiente, pero no el tono exacto de estas. En ese aspecto, no habían avanzado más que los monjes europeos que marcaban los cantos gregorianos. Sin embargo, la música de Al Ándalus se escribía en papel.
En el 912, Abderramán III se convirtió en el califa de Córdoba y, durante los alabados cincuenta años de su reinado, introdujo no sólo la práctica de encargar poesía, sino también de encargar una historia oficial del reinado de un gobernante. Las historias oficiales se convirtieron en una tradición en Al Ándalus y dejaron un gran tesoro para los historiadores, aunque la mayoría de ellas tratan sobre hazañas militares. En el siglo XI, Semuel ibn Nagrella, un judío que lideró con éxito las fuerzas militares de Granada, mandó escribir poemas que dejaran constancia de sus victorias en los que se lo comparaba con el rey David. También escribió importantes estudios sobre la Biblia y el Talmud.
Al Ándalus también fue célebre por su poesía y su música, y sus baladas árabes y judías se siguen tocando en nuestro país en la actualidad
Las transacciones comerciales y bancarias se registraban con meticulosidad en papel mediante el sistema de numeración indo-arábigo. Las facturas y los recibos se normalizaron. Se estudiaba y se escribía sobre matemáticas. La cartografía, que los árabes habían aprendido de los griegos, los persas y los indios, era una actividad importante que se realizaba siempre en papel, aunque los mapas en sí no estaban destinados al público general y, a menudo, eran difíciles de leer. La geografía tenía especial importancia en la sociedad andalusí, ya que todos los musulmanes debían rezar orientados hacia La Meca, y todos los judíos, hacia Jerusalén. La astronomía, incluida la cartografía de los cielos, era otra disciplina esencial.
La arquitectura también alcanzó nuevas esferas de elegancia y complejidad, como todavía se observa en la mezquita de Córdoba. Dado que los andalusíes tenían papel para dibujar, podían hacer planos con diseños nuevos y elaborados. Y, debido a la prohibición de imágenes figurativas, compusieron y desarrollaron patrones geométricos de una complejidad sorprendente. A lo largo y ancho del mundo árabe, los diseños de alfombras se dibujaron en papel de esta misma forma.
Aunque no hay duda de que los andalusíes dieron un gran uso al papel, no se puede decir lo mismo de los habitantes del norte de África, que no adoptaron el material con tanta rapidez como otras zonas del Imperio árabe. La suya era una sociedad de pastores de ovejas, acostumbrada al uso y la elaboración del pergamino. Sin embargo, en el siglo XI, Fez, en Marruecos, se había convertido en un importante centro de producción papelera.
Esta es una historia que nos puede dar una idea de cómo el papel común llegó finalmente al norte de África: se adornó una mezquita de Fez con elaborados tallados. Sin embargo, dado que el islam prohíbe mostrar representaciones de animales y de personas, los habitantes de la zona temieron que el gobernante, Abd al Mumin, un estricto musulmán fundamentalista, los destruyera. Así que cubrieron los muros con papel y lo enyesaron. Durante un tiempo, pareció que la mezquita tenía las paredes lisas.
Hacia el siglo XII, según un documento, había 472 molinos en Fez. Quizá sea una exageración, pero sabemos que, en esta época, Fez producía una gran cantidad de papel y lo enviaba a la costa mediterránea de la península ibérica.
La primera mención al papel andalusí data del año 1056, en la ciudad de Játiva, o Shátibar en árabe, aunque es posible que se produjera en la zona incluso antes. La ubicación de Játiva era perfecta para la construcción de los molinos de papel. Se trataba de una antigua ciudad romana, situada en una colina junto al bravo río Albaida. La ciudad estaba rodeada de campos de lino y fue muy famosa durante la época romana, cuando se la conocía como Saebtis debido a la calidad de su lino.
Según algunas fuentes, los fabricantes de papel de Játiva eran judíos, lo cual no resulta extraño, ya que, en el mundo árabe, tanto estos como los musulmanes eran fabricantes de papel. Existen escritos judíos sobre el arte de la fabricación de papel que se remontan al siglo VIII. En el XII, el papel de Játiva, llamado shabti, era considerado uno de los mejores del mundo árabe. Nunca antes se había alabado el papel hecho en Occidente; no obstante, el producido en los antiguos centros orientales de Bagdad, Damasco y El Cairo todavía se consideraba de mejor calidad. Aunque se creía que el nuevo papel andalusí podía suponer una mejora. En 1154, el geógrafo Al Idrisi escribió: "Játiva es una ciudad agradable con palacios y fortificaciones famosos por su belleza. Este excelente papel no se fabricaba en ningún otro lugar del mundo civilizado y se exportaba a Oriente y a Occidente".
Un molino es un molino y, como se descubriría en el resto de Europa, casi cualquier tipo de molino sirve para la elaboración de papel. Cuando una rueda emplea la fuerza del agua para hacer girar una piedra moledora, el molino puede usarse para moler muchas cosas, incluida la pasta de papel. Los andalusíes convirtieron los molinos que los romanos utilizaban para moler las aceitunas y obtener aceite en molinos de papel. Estos estaban equipados con piedras gigantes que se encargaban de moler; eran estas piedras las que hacían que el papel fuera más suave y, en definitiva, mejor que el papel árabe de Oriente, donde los molinos tenían piedras más pequeñas. Otra mejora importante fueron los moldes de alambre metálico, que permitían una mayor producción con respecto a los moldes de bambú de Asia o los de junco del mundo árabe.
Lo único que se necesita para hacer girar la piedra moledora es una fuente de agua corriente, pero el papel de mejor calidad requiere algo más: agua buena. El agua deber ser clara, sin suciedad ni contaminación. De no ser así, aparecen manchas en el papel.
Por otra parte, el agua con un alto nivel de hierro da como resultado un papel rojizo o marrón. La presencia de calcio o magnesio en el agua ayuda a conseguir un papel muy blanco y, en ocasiones, los andalusíes añadían cal, que es calcio puro, a la pasta de papel. En la España de los árabes y los cristianos, se decía que un río donde vivieran truchas tenía la calidad suficiente para la fabricación de papel. Una característica curiosa del papel andalusí que se fabricó entre 1166 y 1360 es que, cuando se sostiene a la luz, se distinguen unas líneas en zigzag o una serie de X o líneas aleatorias. Se desconoce el motivo de este fenómeno. Las líneas podrían haber sido ideadas como una guía de pliegue o a modo de imitación de las marcas que a veces aparecían en el pergamino durante el proceso de curado y estirado. También es posible que fueran las precursoras de las marcas de agua, que los fabricantes de papel utilizarían más tarde para identificar su trabajo.
El papel tintado, muy popular en Persia y en algunas zonas del norte de África, también fue muy común en Al Ándalus, sobre todo en Granada, que era famosa por sus papeles rojos, morados y rosas. Una carta datada de 1418 de Muhamed VIII encontrada en un archivo catalán está escrita en un papel rojo carmesí de lino y cáñamo.
En la España de los árabes y los cristianos, se decía que un río donde vivieran truchas tenía la calidad suficiente para la fabricación de papel
El interés de los cristianos europeos por el papel andalusí creció de forma paulatina, ya que lo consideraban un material producido y usado por judíos y musulmanes. Alrededor del 1140, un monje de Cluny, Pedro el Venerable, visitó los monasterios benedictinos de la península y, a su regreso, escribió un manuscrito en pergamino titulado 'Diálogo contra los judíos'. Había visitado importantes lugares cristianos, incluido Toledo, la sede catedralicia del reino de Castilla. Toledo era una ciudad célebre por su exquisita manufactura de papel. La judería era el barrio más grande de la ciudad; sus habitantes constituían el núcleo de la vida intelectual y, según Pedro, estaban en todas partes. Escribió con desprecio: "En el cielo, Dios lee el Talmud. Pero ¿en qué clase de libro? Normalmente leemos sobre pieles de oveja, de cabra o de ternero, y sobre corteza de juncos de los pantanos de Oriente (papiro). Empero, estas gentes lo hacen en trozos de ropa vieja o cosas más repugnantes". Había incluso quienes se referían al papel como "pergamino de andrajos" y se burlaban de los "desechos de tejidos".
Sin embargo, poco a poco, el interés de los europeos por el papel fue en aumento, lo que, con el tiempo, habría derivado en una gran competencia entre estos y los fabricantes de papel árabes, pero Al Ándalus no duró tanto como para que se diera esa situación. Europa no fue más que un buen mercado para ellos. Sicilia y, más tarde, Italia fueron sus primeros clientes habituales. El papel andalusí se exportaba a Mesina, Catania y Siracusa, y también a Génova, Nápoles y Venecia. Más adelante, los musulmanes expandieron su mercado a Burdeos y, luego, a Inglaterra. Pronto comenzaron a vender su papel a las islas Baleares, que hoy forman parte de España, a Aigues-Mortes y a Marsella, en el sur de Francia. En el siglo XV, el papel sirio y egipcio, que siempre había sido bastante caro, fue prácticamente eliminado del mercado, mientras que el andalusí se vendía incluso en Egipto.
Los árabes de Oriente Medio también comerciaban con Europa, mientras que los habitantes del norte de África hacían negocios con África occidental y con Sudán. Sin embargo, aunque el comercio con Europa terminó con la instauración de molinos de papel europeos, su producción en el África subsahariana no comenzó hasta la época colonial. Allí, el papel continuó siendo un artículo importado de lujo. Ni las autoridades del gobierno ni sus religiones, habitualmente los dos grandes demandantes de papel, desarrollaron una fuerte necesidad de este material. Todavía en los siglos XVII y XVIII, los africanos seguían sin fabricar su propio papel; las pequeñas cantidades que llevaban los comerciantes del norte de África y de Andalucía a través del Sáhara cubrían las necesidades de su mercado.
Como en una tragedia griega, lo que acabó con Al Ándalus fueron los desacuerdos internos entre árabes y bereberes, entre los diferentes califatos, y entre suníes y chiíes. Mientras que los árabes y los judíos de Al Ándalus llevaban una vida próspera y culturalmente rica, los poderes políticos que unían a la sociedad sufrieron fracturas internas paralelas al creciente desarrollo y unidad de sus enemigos cristianos.
Mientras el comercio, la economía y la cultura andalusíes prosperaban, Al Ándalus desaparecía poco a poco. Hacia mediados del siglo XI, las luchas intestinas habían desintegrado el enclave andalusí en más de dos docenas de pequeños estados, y los cristianos aprovecharon la oportunidad. Comenzaron a fragmentar los territorios árabes y, en el 1085, conquistaron Toledo. Durante un tiempo, este pareció el principio del fin. No obstante, la dinastía almorávide del norte de África volvió a invadir la península y retomó el control, aunque estos fueron derrocados por una dinastía norteafricana más fanática, la almohade, que impuso una estricta ley religiosa que provocó que algunos judíos huyeran del norte de África hacia Córdoba y que otros abandonaran Al Ándalus rumbo a Egipto. Finalmente, sin embargo, en el siglo XIII los enclaves musulmanes de Valencia, Sevilla e incluso el de la gran ciudad de Córdoba fueron tomados por los cristianos, uno a uno. "Pues mientras yace dormido, está el destino tremendo vigilante", advirtió el poeta Abi Sharif ar-Rundi.
Algunos cristianos, como Isabel de Castilla, la Católica, futura reina de España, eran fanáticos religiosos; sin embargo, otros líderes cristianos, como los bereberes, simplemente veían territorios que les gustaban y los conquistaban. En el año 1240, Jaime I, rey de Aragón, escribió al ver Játiva que había "contemplado la tierra de cultivo de regadío más hermosa que jamás habíamos visto […]. El paisaje hinchó nuestros corazones de placer y satisfacción, y nos pareció que debíamos venir a Játiva con nuestro ejército […] con el objetivo de tomar el castillo para la cristiandad". Para el siglo XV, ya sólo quedaba un pequeño enclave de musulmanes y judíos, y, finalmente, en 1492, Granada, la última ciudad musulmana, que se moría de hambre por un asedio, se rindió. Los judíos y los musulmanes fueron expulsados, y Al Ándalus, que había sido el mayor exponente de la civilización occidental, desapareció, casi como si sólo hubiera sido un sueño.
Los musulmanes vivieron en España ochocientos años, mientras que los europeos sólo lo han hecho en Norteamérica durante quinientos. A pesar de esto, hoy en día, en Europa sólo quedan las trazas de la otrora gran civilización de Al Ándalus. Entre ellas se encuentran restos de su gran arquitectura —mezquitas y sinagogas—, que ahora se usan como iglesias. Los judíos expulsados mantuvieron su dialecto español escrito en el alfabeto hebreo, el ladino, y conservaron las llaves de sus casas, pasándolas de generación en generación; la tragedia de la expulsión de 1492 es una de las desgracias que los judíos recuerdan en una festividad de luto y ayuno llamada Tisha b’Av. El laúd de cuatro cuerdas, un instrumento musical fundamental en la cultura sefardí de los judíos y en las canciones de los musulmanes andalusíes, se convirtió en el laúd de cinco cuerdas europeo, muy importante en la música medieval y renacentista. En Marruecos, los franceses consiguieron que los árabes lo llamaran 'laúd árabe', una obra maestra del imperialismo cultural. El español y la mayoría de los idiomas europeos tienen influencias árabes, sobre todo en lo que respecta a la adaptación del prefijo árabe 'al'; además, el español incluye algunos fonemas árabes, como la jota gutural.
Pero los andalusíes dejaron otro gran legado a los europeos: el papel.
Esta es la historia definitiva de un material que ha dado forma a nuestro mundo. El papel es una de las tecnologías más esenciales. Durante miles de años, la habilidad de producir este material de una forma cada vez más eficiente ha contribuido al desarrollo de la alfabetización, los medios de comunicación, las religiones, la educación, el comercio y el arte. El papel ha sido el cimiento sobre el que se han erigido civilizaciones, ha avivado revoluciones y ha restaurado la estabilidad en territorios sumidos en el caos.
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