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la red hospitalaria está colapsando

"Una amenaza para la humanidad": Brasil, el nuevo epicentro global de la pandemia

Brasil vive el peor momento de la pandemia con apenas un 4% de su población vacunada y la mayoría de sus hospitales al borde del colapso

Voluntarios desinfectan las calles de la favela de Santa Marta, en Río de Janeiro. (Reuters)

No tenemos camas en ninguna UCI de covid. Hay fila de espera, está muy tenso por aquí. Vamos a tener un mes de marzo horrible”. Denise Abranches, cirujana y coordinadora de Odontología del Hospital de São Paulo, relata entre lágrimas el día a día desde lo que parece una trinchera de guerra. Con una media diaria de 1.832 muertos y caminando peligrosamente hacia los 3.000, como llevan semanas adviertiendo los más prestigiosos epidemiólogos del país, Brasil vive el peor momento de la pandemia y se ha convertido en el epicentro global del coronavirus.

En este hospital, localizado en la ciudad más poblada y más golpeada por la pandemia, los pacientes se amontonan en los pasillos de urgencias. “Estamos en el peor de los escenarios. Si no se reduce el número de personas en circulación, la gente va a morir en su propia casa y en las puertas de los hospitales”, agrega Denise, quien desde hace más de dos décadas vela por la salud bucodental de los enfermos en terapia intensiva. Esta profesional lleva un año al pie del cañón, desinfectando la boca de cada paciente para intentar evitar infecciones paralelas entre los que están entubados por causa del coronavirus.

Ni siquiera descansó el día de su cumpleaños. Para proteger a su madre, que es mayor y vive en otro estado, pasó la Navidad sola en casa, con la única compañía del Zoom. “En este momento, todos somos víctimas de un virus que se está llevando a nuestros familiares… y eso no es suficiente para que las personas se conciencen y usen la mascarilla”, lamenta cuando le preguntamos sobre la falta de distanciamiento social en Brasil. Muchos profesionales sanitarios, agotados por el trabajo y el desinterés del propio Gobierno y la población, se quejan de la actitud de algunos brasileños, que siguen participando en fiestas clandestinas sin mascarilla.

La policía brasileña interviene en una fiesta ilegal en Sao Paulo. (Reuters)

Estos días, Brasil se ha convertido en la zona cero de la epidemia y concentra el 10% de las muertes registradas en todo el mundo. Los hospitales de prácticamente todos los 27 estados federados están al borde del colapso o colapsando. Ciudades como Porto Alegre tuvieron que instalar contenedores refrigerados en las puertas del principal hospital para almacenar los cuerpos. Mientras tanto, los mismos expertos que ya alertaron de que esto acontecería, preconizan ahora un posible colapso funerario.

La lucha contra el covid-19 fue perdida en 2020 y no hay la menor posibilidad de revertir esta trágica circunstancia en el primer semestre de 2021”, asegura Jesem Orellana, epidemiólogo de la Fundación Oswaldo Cruz en Amazonas. “Hoy Brasil es una amenaza para la humanidad y un laboratorio al aire libre, en el que la impunidad parece ser la regla”, destaca.

Las variantes brasileñas del coronavirus, las aglomeraciones de Navidad y Carnaval, la falta de una cuarentena eficaz y un ritmo muy lento de vacunación han creado la tormenta perfecta. Ya lo dijo en enero el recientemente defenestrado exministro de Sanidad, Luiz Henrique Mandetta —el tercero en ser reemplazado por Bolsonaro desde el inicio de la pandemia—, cuando la ciudad de Manaos se quedó sin oxígeno y decenas de pacientes murieron asfixiados. “De aquí a 60 días podemos tener una megaepidemia”, avisó Mandetta, que es médico.

Pasados dos meses, el país más grande de América Latina vive la crónica de una hecatombe anunciada. A falta de una política nacional para enfrentar la pandemia, las principales ciudades de Brasil, entre ellas São Paulo y Río de Janeiro, han decidido ampliar las restricciones parciales al movimiento de los ciudadanos en un intento a la desesperada de corregir una situación fuera de control. Sin embargo, algunos investigadores aseguran que es necesario decretar con urgencia un confinamiento nacional y estricto de mínimo tres semanas. Aun así, las probabilidades de reducir las muertes son escasas.

El retorno de Lula

En medio de la peor crisis sanitaria del siglo, el pasado 8 de marzo un juez del Tribunal Supremo, Edson Fachin, lanzó una bomba política al anular las dos condenas contra el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Su decisión, que no entra en el mérito de si Lula es culpado o inocente de las acusaciones de corrupción y lavado de dinero, se basa en un argumento formal: el tribunal de Curitiba que lo condenó no tenía jurisdicción para juzgarle.

Tras esta decisión, Lula recupera todos sus derechos políticos, que habían quedado anulados por la Ley de la Ficha Limpia, que impide que los políticos condenados en segunda instancia accedan a un cargo público. Lula puede ser de nuevo candidato y 'de facto' se convierte en el más temido contrincante de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de 2022. Aunque un tribunal de Brasilia le va a tener que juzgar de nuevo, es improbable que lo haga antes de los comicios del año que viene. El escenario más probable es que los crímenes prescriban antes de que el que fue el presidente más popular de Brasil sea condenado de nuevo.

El efecto Lula, además de abrir una nueva etapa en la convulsionada vida política del país tropical, se está haciendo sentir en la gestión de la pandemia. “Vacuna para generar empleos. En los próximos meses vacunaremos a decenas de millones de brasileños”, escribía en su cuenta de Twitter Flávio Bolsonaro, primogénito del presidente más negacionista del planeta. Flávio, que es senador y está siendo actualmente investigado por corrupción, publicó estas declaraciones minutos después de que Lula pronunciase su primer y esperado discurso, en que el defendió el uso de la vacuna y de la mascarilla. El diputado Eduardo Bolsonaro también apoyó las vacunas en sus redes sociales.

Este mensaje representa un giro de 180 grados en la postura de la familia Bolsonaro, que se ha pasado el primer año de pandemia criticando el confinamiento y las vacunas, especialmente la Coronavac, importada desde China por el archienemigo del mandatario brasileño: el gobernador del estado de São Paulo, João Dória. Y hay más: después del discurso de Lula, Bolsonaro y sus ministros aparecieron en un acto oficial llevando mascarillas, algo tanto insólito como inesperado. “Otros dos discursos de Lula y Bolsonaro estará postando en su Twitter 'Buenos días a todes”, bromeaba un internauta.

Desde el inicio de la pandemia, Bolsonaro ha defendido el uso de la cloroquina y de la invermectina, un medicamento contra los parásitos intestinales, ineficaz contra el covid-19 según la propia farmacéutica que lo produce. Recientemente, el mandatario brasileño ha enviado una delegación a Israel, integrada por su hijo diputado, Eduardo Bolsonaro, y por el ministro de Exteriores, Ernesto Araújo, para importar el espray nasal contra el coronavirus que se está desarrollando en este país y que todavía se encuentra en fase de experimentación.

El presidente de extrema derecha sigue criticando el confinamiento para agradar al núcleo duro de su electorado, pero su actitud hacia las vacunas ha cambiado. El 10 de marzo, Bolsonaro, que en más de una ocasión afirmó contundentemente que no piensa vacunarse, negó su negacionismo. En una conexión en directo desde sus redes sociales, llegó incluso a decir que nunca lo llamó el coronavirus de ‘gripecinha’, algo que ha quedado grabado en más de un discurso oficial.

Bolsonaro sigue criticando el confinamiento para agradar al núcleo duro de su electorado, pero su actitud hacia las vacunas ha cambiado

Ahora Bolsonaro se aferra a la vacunación como a un clavo ardiendo, consciente de que solo esto puede reportarle votos el año que viene y que la falta de vacunas le va a alejar de la soñada reelección. Asegura que ha liberado 20.000 millones de reales (3.003 millones de euros) para la compra de inmunizantes. El problema es que, a esta altura del campeonato, es difícil conseguir suficientes dosis para un país con una población de 212 millones de personas y con un mercado que obedece a reglas geopolíticas.

Hay capacidad, falta suministro

Hasta la fecha, Brasil ha vacunado a cerca de ocho millones de personas, equivalentes al 4% de la población. De momento se están suministrando solo dos vacunas: la Coronavac, del laboratorio chino Sinovac, y la AstraZeneca, de Oxford. El Instituto Butantán y la Fundación Oswaldo Cruz están a la espera de que se produzca la transferencia tecnológica para poder producir las dosis de ambas vacunas directamente en Brasil, lo que agilizaría el proceso.

No hay que olvidar Brasil tiene el sistema público de salud más grande de América Latina y unas de las redes de vacunación más grandes del mundo. El país cuenta con 38.000 unidades básicas de salud con al menos una sala de vacunación dotada de nevera. Recientemente el fundador de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria de (Anvisa) recordó que Brasil tiene capacidad de vacunar a 60 millones de personas por mes, considerando 20 días útiles. Esto quiere decir que, si hubiese un número suficiente de dosis, se podría vacunar a toda la población adulta, equivalente a 159 millones de personas, para finales de julio.

Pero la información gubernamental sobre la adquisición de vacunación es cambiante y contradictoria. El año pasado, Pfizer ofreció 70 millones de dosis, pero otro exministro de Sanidad, Eduardo Pazuello, se negó a aceptar las condiciones ofrecidas por la empresa, que tildó de “draconianas”. En las últimas semanas, Pazuello intentó cerrar un acuerdo de última hora con Pfizer, pero tuvo que reducir cinco veces la previsión de entrega de dosis. La última noticia es que Brasil podría recibir de 22 a 25 millones de dosis.

La realidad es que no hay un plan ni un calendario de vacunación, y eso a pesar de que el Tribunal Supremo se lo exigió al Gobierno el pasado mes de diciembre. “Deberíamos estar vacunando cerca de un millón de personas por día y en Brasil tenemos capacidad para hacerlo. Pero para eso precisaríamos tener más vacunas. Tenemos una cantidad muy pequeña que solo cubre los profesionales sanitarios y una parte de las personas por encima de una determinada edad”, señala Margareth Dalcolmo, neumóloga, investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz y una de las voces más respectadas en Brasil. Para ella, solo la vacunación de masa puede salvar a Brasil del abismo.

Esta semana Bolsonaro anunció que va a reemplazar a Pazuello por el cardiólogo Marcelo Queiroga. Será su cuarto ministro de Sanidad en un año, cuando el país se acerca a los 300.000 muertos. Para muchos analistas y epidemiólogos, no es de esperar un cambio sustancial en la política sanitaria de Brasil. Queiroga, que preside la Sociedad Brasileña de Cardiología, es un viejo conocido del presidente: después de las elecciones de 2018 formó parte del equipo de transición, dando apoyo técnico en cuestiones de salud.

En una entrevista reciente, el futuro ministro dijo que apoya las vacunas y que la polémica hidroxicloroquina, promovida por Bolsonaro y denostada por la comunidad científica, no entraría en su lista de medidas. No hay que olvidar que el histórico de Bolsonaro muestra que se deshace sin pestañear de los ministros que no siguen sus directivas. Hay quien dice incluso que el verdadero ministro de Sanidad es el mandatario de Brasil, que quiere un ministro sumiso que acate sus órdenes, es decir, que no haga un lockdown y que no pare la economía. Queiroga tendrá que obedecer o dimitir, como hizo su predecesor, el oncólogo Nelson Teich, que el año pasado dejó el cargo tras negarse a apoyar la hidroxicloroquina.

Sin vacunas, sin camas en los hospitales, sin un plan nacional y sin perspectivas de mejora, Brasil ha dejado de ser un paria internacional para convertirse en una amenaza global. “Denunciado de forma frecuente por abandonar su población a la muerte y sin credibilidad alguna cuando toma la palabra en los foros internacionales, el Gobierno tomó iniciativas que garantizaron que el virus del covid-19 no solo destruyese vidas, sino también la reputación de una nación, de una economía y de una imagen construida a lo largo de décadas”, resume el columnista Jamil Chade.

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