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El aprendizaje de los políticos
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LA TERCERA REVOLUCIÓN, EN MARCHA

El aprendizaje de los políticos

La desincronización de la política respecto de la realidad social repite la historia de Procusto, el posadero que cortaba las piernas a sus huéspedes para que cupieran en sus camas

Foto: Pleno del Congreso. (EFE)
Pleno del Congreso. (EFE)

El mundo se hace cada vez más complejo e incierto, y lo hace, además, a velocidad acelerada. Cunde la preocupación por saber si seremos capaces de generar el talento suficiente para resolver los problemas que se nos vienen encima, y aprovechar las oportunidades que se abren ante nosotros. La ley universal del aprendizaje nos dice que “toda persona, empresa, institución o sociedad, para sobrevivir necesita aprender al menos a la misma velocidad a la que cambia el entorno. Y si quiere progresar, tendrá que hacerlo a más velocidad”. A nadie se le oculta la importancia que la “sociedad política” tiene en la vida de las naciones. De su buen funcionamiento depende la suerte de millones de personas. Y, como está sometida también a la mencionada ley, conviene saber si la está cumpliendo. Acabo de leer ' La guerre des intelligences', de Laurent Alexandre. Critica la desincronización de la política respecto de las realidades sociales, económicas y tecnológicas, es decir, no está aprendiendo a la suficiente velocidad.

En ese libro, se refiere a la tercera revolución tecnológica en marcha, designada con la sigla NBIC (nanotecnología, biotecnología, informática y ciencias cognitivas). Pero el desfase puede verse en otros temas: la desigualdad económica y educativa, los movimientos migratorios, el incierto futuro del trabajo, el cambio climático, el envejecimiento de la población, la crisis demográfica, la búsqueda de la identidad, etc. La desincronización repite la historia de Procusto, el posadero que cortaba las piernas a sus huéspedes para que cupieran en sus camas. O el chiste del borracho a quien se le cae una moneda en un callejón oscuro, pero se va a buscarla debajo de un farol porque allí hay más luz. Es decir, los partidos reducen la realidad para acomodarla a sus ideologías, y no al revés. Philip Tetlock, en su análisis sobre el juicio político de los expertos, se alarma ante esta situación: ”Los sistemas de creencias políticas corren permanentemente el riesgo de convertirse en cosmovisiones que se autoperpetúan, con sus propios (e interesados) criterios para juzgar y asignarse puntuaciones, con sus reservas y analogías históricas y con sus propios panteones de héroes y villanos”.

La lentitud de los Estados va a hacer que los grandes consorcios informáticos oferten sistemas educativos eficientes, baratos y veloces

El desfase está produciendo dos fenómenos preocupantes: la desconfianza de la ciudadanía en los políticos y el protagonismo cada vez mayor de las instituciones tecnológicas y económicas. La lentitud y la inercia de la política contrastan con la rapidez y la innovación de esa parte de la sociedad civil. Es fácil dar ejemplos de estancamiento político. Donald Trump llegó al poder —y posiblemente continuará en él— porque conectó con una parte de la población americana que se sentía olvidada por los políticos y desdeñada por la élite intelectual. El auge de las democracias iliberales es otro síntoma.

El Brexit fue un deseo de volver a las esencias nacionales y a una actitud defensiva frente a la migración. La revolución francesa nos dejó planteado un problema que no sabemos resolver: la existencia de dos formas contradictorias de concebir los derechos. Según una de ellas, los derechos humanos son universales. Según la otra, la nación es la fuente de los derechos. Y ahí seguimos. La lentitud con que los Estados están enfrentándose con la educación va a hacer que los grandes consorcios informáticos —Google, Amazon, Facebook, Apple— oferten sistemas educativos eficientes, baratos, veloces y de vanguardia. La política es la gestión de la convivencia y de los bienes comunes. A todos nos interesa vivir en una sociedad políticamente inteligente, lo que hace prioritario desarrollar la inteligencia de los políticos y la inteligencia política de los ciudadanos.

Dos posibilidades inquietantes

Hoy voy a hablar solo de los políticos. ¿Qué, cómo y cuándo aprenden? Observamos unos líderes hiperactivos, con adicción a Twitter, que me recuerdan a la fábula de la ardilla y el caballo, de Iriarte. La ardilla alardea de su movilidad: ”Yo soy viva, soy activa, me meneo, me paseo/y trabajo, subo y bajo, no me estoy quieta jamás”. A lo que el caballo responde: ”Tantas idas y venidas; tanta vueltas y revueltas;/quiero amiga que me diga: ¿son de alguna utilidad?”. He dedicado mucho tiempo a la formación de los docentes, y me interesa profundamente la formación de los políticos y de los jueces. Tres profesiones humanistas esenciales para una sociedad. La evolución de la inteligencia artificial nos proporciona algunas claves sobre el aprendizaje que debemos aprovechar.

placeholder Zuckerberg, ¿el próximo presidente de EEUU? (EFE)
Zuckerberg, ¿el próximo presidente de EEUU? (EFE)

El gran avance se produjo cuando apareció el 'deep learning', la posibilidad de que la máquina aprenda por su cuenta, interactuando. Lo hace por ensayo y error, y la calidad de su aprendizaje depende de la calidad de su interlocutor. Ya en la década de los cincuenta, Arthur Samuel, un diseñador informático de IBM, desarrolló un programa que aprendía a jugar a las damas lo suficientemente bien para derrotar a buenos jugadores. Comprobó que la calidad de su juego mejoraba cuando el programa jugaba con jugadores mejores que él. Lo mismo sucede en política.

El nivel de los interlocutores desencadena dinámicas ascendentes o descendentes en la conversación pública. El aprendizaje político depende de la interacción. El 23 de marzo de 2016, Microsoft lanzó un 'bot de conversación', dotado de inteligencia artificial, con el nombre de Tay, aprovechando la experiencia de Xiaoice, un proyecto similar de Microsoft en China, que había tenido más de 40 millones de conversaciones sin incidentes. Tay fue diseñado para imitar los patrones de lenguaje de una adolescente estadounidense mujer de 19 años, y para aprender de las interacciones con usuarios humanos de Twitter. Microsoft tuvo que cerrarla a las 16 horas, porque en ese breve espacio de tiempo, y por obra de sus interlocutores, se había hecho nazi y respondía como una nazi.

La inteligencia artificial nos plantea dos posibilidades políticas inquietantes. La primera es la propuesta de la Fundación Watson 2016. Sostiene que el mejor candidato a la presidencia de Estados Unidos es Watson, el programa estrella de inteligencia artificial de IBM. Sería capaz de tomar decisiones manejando cantidades ingentes de información, con transparencia y sin sesgos emocionales. Además, aprendería a una velocidad asombrosa. Podría computar en tiempo real miles de millones de datos de todo tipo, incluidas las opiniones de los ciudadanos. La segunda posibilidad de intervención de la inteligencia artificial en política la plantea el rumor de que Mark Zuckerberg, el creador y dueño de Facebook, podría presentarse a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. Después del escándalo de Cambridge Analytica, es una posibilidad que plantea serios interrogantes.

"No conozco ningún guardián de los poderes últimos de la sociedad que no sean los mismos ciudadanos", dijo Jefferson

Creo que en todo el mundo los políticos están siendo desbordados por otras fuerzas sociales. Para algunos, la solución está en volver a modelos revolucionarios que son más anticuados todavía. Los partidos políticos tienen que poner en marcha sus propios procesos de aprendizaje. Pero no solo los políticos tienen que aprender. También las ciudadanos debemos hacerlo. Recordaré una vez más la cita de Jefferson: “No conozco ningún guardián de los poderes últimos de la sociedad que no sean los mismos ciudadanos; y si creemos que no están lo bastante instruidos como para ejercer su control con un criterio saludable, el remedio no consiste en quitarles el control, sino en informar su criterio”. Pero el tema de la educación ciudadana tiene que quedar para otro día.

El mundo se hace cada vez más complejo e incierto, y lo hace, además, a velocidad acelerada. Cunde la preocupación por saber si seremos capaces de generar el talento suficiente para resolver los problemas que se nos vienen encima, y aprovechar las oportunidades que se abren ante nosotros. La ley universal del aprendizaje nos dice que “toda persona, empresa, institución o sociedad, para sobrevivir necesita aprender al menos a la misma velocidad a la que cambia el entorno. Y si quiere progresar, tendrá que hacerlo a más velocidad”. A nadie se le oculta la importancia que la “sociedad política” tiene en la vida de las naciones. De su buen funcionamiento depende la suerte de millones de personas. Y, como está sometida también a la mencionada ley, conviene saber si la está cumpliendo. Acabo de leer ' La guerre des intelligences', de Laurent Alexandre. Critica la desincronización de la política respecto de las realidades sociales, económicas y tecnológicas, es decir, no está aprendiendo a la suficiente velocidad.

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