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¿Se te da bien perdonar, aunque nunca olvides lo que pasó? Hacia una teoría de las disculpas
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¿Se te da bien perdonar, aunque nunca olvides lo que pasó? Hacia una teoría de las disculpas

¿Podemos llegar a perdonar a quien nos hizo daño sin necesidad de que nos lo pida? Repasamos algunas de las teorías alrededor de esta capacidad tan humana

Foto: Foto: iStock.
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¿Cuál es el mayor agravio que alguien te ha hecho? ¿Le has perdonado ya? Cuando nos enfadamos mucho con alguien, sea por una traición, una falta o directamente una agresión que ha cometido contra nosotros, aparece un sentimiento de angustia y amargura que apela al motivo del daño, pero también a la incapacidad de poder excusar su comportamiento. Es por ello que tampoco está bien perdonar de manera automática o basándonos solo en unas disculpas sinceras: de tanto perdonar a los demás, es posible que luego te tengas que perdonar a ti mismo por haberles perdonado.

Sí, al final, reflexionar sobre por qué los seres humanos necesitamos hacer las paces entre nosotros después de un conflicto es de una gran complejidad filosófica. El perdón tiene sus raíces en la cultura cristiana; no en vano, es una de las palabras más repetidas por cualquier sacerdote en una misa o celebración religiosa católica. Se supone que Jesucristo pidió a Dios que nos perdonara por haberle asesinado de la forma más vil y cruel. Pero más allá de la cultura o de los códigos morales en los que está inscrito el perdón... ¿Tiene alguna función evolutiva? ¿Realmente podemos olvidar alguna vez el daño que alguien nos ha hecho, pasar página y hacer como si nada hubiera ocurrido?

En el año 1999, una fundación norteamericana se interesó mucho por esta cualidad humana y sus raíces biológicas, de ahí que se creara una Campaña de Investigación del Perdón (llamada "Campaign for Forgiveness Research") que más tarde publicaría varios trabajos de investigación sobre la relación estrecha entre saber perdonar y un sinfín de beneficios mentales, físicos y espirituales en las personas. Como es evidente, se demostró que el perdón elevaba "el estado de ánimo y aumentaba el optimismo", mientras que no poder hacerlo se relacionaba con "estados de depresión, ansiedad y hostilidad".

"El pensamiento superior nos permite dar nuevas interpretaciones a lo que nos ocurre, visualizar nuevas posibilidades o ponernos en el lugar del otro de forma objetiva"

"La investigación sugiere que el perdón probablemente evolucionó como un mecanismo que nos ayuda a superar el dolor y aliviar el sufrimiento humano", asegura la página de Mindful Science, que se hizo eco de estos estudios. "Nos ayuda a superar una situación que de otro modo sería una importante fuente de estrés desde un punto de vista psicológico y neurobiológico". Curiosamente, "mientras que la negatividad activa las partes más arcaicas de nuestro cerebro, perdonar lo hace con las más recientemente evolucionadas, como la corteza prefrontal y la corteza cingulada posterior, que se ocupan de la resolución de problemas, la moral, la comprensión de los estados mentales y emocionales de los demás, y el control cognitivo de nuestras propias emociones".

Los mecanismos cerebrales del perdón

"Este control cognitivo sobre los centros emocionales del cerebro inhibe las reacciones impulsivas alimentadas por la rabia y el odio", prosiguen desde la página anteriormente citada. "El pensamiento superior nos permite dar nuevas interpretaciones a lo que nos ocurre, visualizar nuevas posibilidades, ponernos en el lugar del otro de forma objetiva y convertir un evento doloroso en algo menos molesto a nivel mental y emocional". Es por ello que "la inteligencia natural, al encontrar que los seres humanos nos enfrentábamos a situaciones extremadamente dolorosas que amenazaban nuestra integridad, hasta el punto de poner en peligro nuestra supervivencia, desarrolló un mecanismo de alivio del dolor y el sufrimiento que se activa en nuestro cerebro a través del perdón y la aceptación".

Foto: Refugiados húngaros cruzan la frontera para llegar a Austria a comienzos de octubre. (iStock)

Por tanto, parece que, al estar dotados de una máquina tan poderosa como el cerebro a nivel mental y emocional, el perdón se erige como la maniobra instintiva para rebajar todo ese estrés y sentimientos negativos que nos hacen sentir tan mal. Al fin y al cabo, quienes más poder tienen de hacernos daño son aquellos que nos conocen bien, de ahí que también sintamos una necesidad de perdonarles, aunque no queramos (sobre todo si la ofensa no ha sido tan grave). Pero más allá de estas consideraciones, el perdón tiene que ver también con el sentimiento de compasión, que como definía Thupten Jinpa, principal traductor al inglés de las enseñanzas del Dalai Lama, "es un estado dotado de un sentido de preocupación por el sufrimiento de los demás y la aspiración a ver ese sufrimiento aliviado".

Cuando perdonamos a alguien que está arrepentido es porque nos compadecemos de él y eso, de alguna forma, sana nuestro propio dolor por el daño que nos ha causado. Obviamente, los remordimientos no siempre aparecen y mucho menos se confiesan. Entonces, ¿podemos perdonar a alguien que no nos ha pedido perdón de manera directa, pero al que queremos perdonar igualmente porque creemos por alguna extraña razón que nos sentiremos mejor?

"Perdonar es apaciguar la memoria, más que olvidarla, ya que aunque recuerdas el evento, no lo experimentas tan negativamente"

Felipe De Brigard, investigador de la memoria y filósofo de la Universidad de Duke, llegó a una conclusión que puede solucionar esta pregunta. Después de mucho investigar y experimentar en sus propias carnes hechos dolorosos en su país natal, Colombia, concluyó que el perdón tiene que ver con un proceso de reevaluación emocional de nuestras experiencias dolorosas, es decir, cambiar el impacto emocional que tuvo un conflicto negativo en nuestras vidas. "En la vida cotidiana, esto podría implicar pensar en una experiencia desafiante bajo una perspectiva en la que no exista tanta ira, ansiedad o tristeza", asegura Shayla Love, periodista, quien ha publicado un artículo en la revista Aeon con las reflexiones de De Brigard.

El valor de saber perdonar

En otras palabras, no es que podamos perdonar una afrenta una vez la olvidemos, sino cuando reconfiguramos el impacto emocional negativo que causó en nuestras vidas. "Es un apaciguamiento de la memoria, más que un olvido, ya que aunque recuerdas el evento tal y como sucedió, no lo experimentas tan negativamente como antes ni con tanta intensidad", observa De Brigard. Por tanto, podríamos decir que el perdón no necesariamente tiene que venir después de que alguien nos lo pida, sino que nosotros mismos, en nuestra propia cabeza, vamos perdonando sucesos dramáticos de nuestra vida a medida que va pasando el tiempo. Obviamente, no todos tienen la misma capacidad para hacerlo, pero los que sí que pueden y saben perdonar (aun no habiendo una reparación o reconocimiento del daño), podrán estar más en paz consigo mismos y las consecuencias negativas que se sucedieron de ese conflicto pasado.

"Hay personas que quieren perdonar y se deciden a hacerlo", observa De Brigard. "Y otras no quieren ni se atreven. No puedes obligarlos a perdonar. También hay otro grupo de gente que quiere perdonar, pero no puede". Hay una frase muy famosa al respecto del gran Mahatma Gandhi que ve valor en el perdón, como un atributo de coraje y fortaleza. Y otros autores, como Jacinto Benavente, creen que "a perdonar solo se aprende una vez en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho". Sea como sea, es mejor realizar esa reevaluación emocional que propone De Brigard que quedarse estancado en el papel de víctima y no ser capaces de distinguir que todos, en cierta medida, somos sujetos damnificados por otras personas. Que a pesar de que sea imposible comparar la intensidad de nuestro sufrimiento con el de los demás, todos venimos a sufrir a este mundo de la misma manera o, al menos, de una forma muy parecida.

¿Cuál es el mayor agravio que alguien te ha hecho? ¿Le has perdonado ya? Cuando nos enfadamos mucho con alguien, sea por una traición, una falta o directamente una agresión que ha cometido contra nosotros, aparece un sentimiento de angustia y amargura que apela al motivo del daño, pero también a la incapacidad de poder excusar su comportamiento. Es por ello que tampoco está bien perdonar de manera automática o basándonos solo en unas disculpas sinceras: de tanto perdonar a los demás, es posible que luego te tengas que perdonar a ti mismo por haberles perdonado.

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