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La autopsia ilegal del 'extraño' cerebro de Einstein
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La autopsia ilegal del 'extraño' cerebro de Einstein

En 1955 una ruptura aórtica puso fin a la vida del físico más famoso de todos los tiempos. El médico encargado de analizar la causa del fallecimiento decidió realizar procedimientos poco convencionales (e ilegales)

Foto: Thomas Harvey con el cerebro de Einstein.
Thomas Harvey con el cerebro de Einstein.

A principios del mes de abril de 1955, el físico más famoso del mundo se encontraba en su despacho de la Universidad de Princeton, en EEUU, escribiendo un discurso acerca del séptimo aniversario de la fundación de Israel (él, aunque se consideraba agnóstico, era de origen judío).

Mientras estaba centrado en escribir, sentado y tranquilo, su abdomen y su pecho empezaron a doler de forma inhumana: su aorta se había roto y su cuerpo se estaba inundando de sangre. Es el vaso sanguíneo más importante de nuestro organismo, y también la más grande de las arterias. Es la que se encarga de llevar sangre, no solo a todos los órganos vitales de nuestro abdomen, sino también a las piernas. Dicho de otro modo: sin ella, se acabó.

"Me quiero ir cuando me quiera ir. Alargar la vida artificialmente carece de ninguna 'clase'. Yo he hecho mi parte; es hora de irse"

Las rupturas aórticas, aunque no son el pan nuestro de cada día, al menos para nosotros, personas 'sanas', son comunes y su tratamiento consiste en una operación quirúrgica que puede llegar a durar más de 12 horas en la que se sustituye el tejido dañado por implantes de 'tubos' de Dacron, un tipo de poliéster.

Aunque hoy en día no se trata de una operación 'segura' (dado que las personas que llegan a la sala de operaciones tienen una condición extraordinariamente severa, habiendo perdido mucha sangre, su éxito hoy en día es infinitamente mayor que en los años 50, cuando esta técnica se encontraba en sus primeros años de aplicación y la tasa de mortalidad se aproximaba mucho a de la enfermedad que pretendía remediar. Dicho de otro modo: casi todo el mundo moría.

En el caso de Einstein, finalmente, no hubo final feliz. El 18 de abril de 1955 falleció el físico, con 76 años. La ausencia del susodicho 'final feliz', no se debió a la operación, dado que el propio Einstein se encontraba en buenos términos con respecto a su propia mortalidad, diciéndole a sus médicos: "Me quiero ir cuando me quiera ir. Alargar la vida artificialmente carece de ninguna 'clase'. Yo he hecho mi parte; es hora de irse".

placeholder (Flickr).
(Flickr).

Las rupturas aórticas suelen ser consecuencia de otros males. Uno de los más comunes es el tabaquismo, lo que encajaría con Einstein, dado que el científico fumó en pipa toda su vida. Existen historias que hacen referencia a Einstein recogiendo, de camino a impartir clase en la Universidad de Princeton, colillas de cigarros tiradas en el suelo, de las que estrujaba el poco tabaco que les quedaba en su pipa y que encendía para entretenerse durante el paseo.

Cierto es que, hoy en día, esto es algo completamente impensable, pero en los años 50 el vínculo entre tabaco y cáncer todavía no estaba muy establecido, lo que llevó a Einstein, en diversas ocasiones, a alabar los beneficios del tabaco: "Contribuye a tener un juicio calmado y objetivo en todos los aspectos de la vida".

Pero tras su muerte, otra opción acerca de las causas se valoró: la sífilis. En los últimos estadios de esta enfermedad de transmisión sexual, la infección puede provocar ruptura aórtica, lo que sumado a las múltiples (y conocidas) aventuras extramatrimoniales del físico alemán, encajaba en el relato que a la prensa le interesaba difundir. Por 'suerte' (aunque él ya estaba muerto, por lo que poco le podía importar), su autopsia reveló que en el cuerpo de Einstein (ni en su cerebro) había el menor rastro de infección sifilítica.

placeholder Portada del 'The Sun' tras la muerte de Eisntien. (iStock)
Portada del 'The Sun' tras la muerte de Eisntien. (iStock)

Pero esa autopsia tuvo un giro más que macabro. La familia del físico, teniendo en cuenta su avanzada edad, en un primer momento no quería más que la autopsia 'rápida', para poder incinerar su cuerpo cuanto antes (y liberar sus cenizas en un lugar que nunca fue revelado al público). Pero el doctor Thomas Harvey, encargado del rutinario procedimiento, decidió que el cadáver que tenía ante él era más importante que cualquier consentimiento que los allegados del científico pudieran dar (o no dar), así que retiró del cráneo de Einstein su cerebro y lo llevó a otra área del edificio para estudiarlo con detenimiento.

Finalmente, tras confesar a la familia sus osados actos, el hijo mayor del físico, el señor Hans Einstein, le concedió el permiso para llevar a cabo la minuciosa autopsia de su cerebro.

Foto: Albert Einstein. (iStock)

Tras recibir el consentimiento, el doctor procedió a 'rebanarlo' en láminas con una anchura microscópica para poder observarlo con detenimiento al microscopio. El razonamiento de Harvey era que la anatomía y la estructura celular de un cerebro eran, por sí solos, capaces de definir a un genio. Su gran conclusión fue (tampoco era el mejor de los investigadores, de hecho perdió su licencia médica poco después por suspender un examen) que el cerebro de Einstein tenía "un aspecto diferente al de la mayor parte de cerebros y, por tanto, debía funcionar de manera diferente a estos".

Tras la autopsia, el cerebro del físico fue devuelto a su familia que lo donó al Museo Médico Mütter, en la ciudad de Filadelfia. Esto permitió que otros médicos pudieran valorar las mencionadas 'diferencias' a lo largo de los años. En efecto, algunos aspectos del cerebro de Einstein eran anatómicamente poco comunes, pero nada que explicase el porqué de su intelecto. Tal vez el doctor Harvey estaba demasiado fascinado por el físico y cometió el robo de su cerebro por las razones equivocadas.

A principios del mes de abril de 1955, el físico más famoso del mundo se encontraba en su despacho de la Universidad de Princeton, en EEUU, escribiendo un discurso acerca del séptimo aniversario de la fundación de Israel (él, aunque se consideraba agnóstico, era de origen judío).

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