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Vida y obra de Guastavino: el arquitecto español más famoso era un pillo de armas tomar
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Vida y obra de Guastavino: el arquitecto español más famoso era un pillo de armas tomar

Un desclasado al que, en los salones de la alta sociedad, le hacían el vacío las fuerzas vivas porque no tenía fortuna alguna de la que presumir

Foto: Rafael Guastavino Moreno (Fuente: Alamy)
Rafael Guastavino Moreno (Fuente: Alamy)

“O bien no somos libres y Dios todopoderoso es responsable del mal, o bien somos libres y responsables, pero Dios no es todopoderoso."

Albert Camus.

Guastavino fue un personaje excepcional. Era un dios menor, hecho de resentimientos y miseria. Resentimiento por como le había tratado la estirada burguesía catalana de su tiempo, pobreza porque en su infancia y adolescencia le merodeaban el hambre y el hacinamiento sin inhibición alguna. Era un desclasado al que, en los salones de la alta sociedad, le hacían el vacío las fuerzas vivas porque no tenía fortuna alguna. Además, era como tirando a mequetrefe, un coctel entre cetrino, enjuto y apergaminado, vamos, que las señoras de buen ver lo despachaban con una fingida mirada piadosa y con un 'toquecillo' de asco, impidiéndole el acceso a esa gloria que ellas tienen reservada para los elegidos. Harto de verse ninguneado, con el tiempo y unos cuantos pufos, materia esta en la que era un esmerado especialista, tomó las de Villa Diego y se fue a Nueva York. Allí sí que había pasta y, además, estaba a su alcance, aquello era el Cuerno de la Abundancia, el Vellocino de Oro, el no va más.

Cuando se iba a Nueva York, ya había un pufo importante en la Ciudad Condal. En el Teatro de la Massa en localidad de Vilasar de Dalt, próxima a Barcelona, le ocurrió un episodio que va más allá de la mera anécdota. El hombre, como todo quisque tenía sus 'pecadillos'. El día de la inauguración, aquella cúpula majestuosa se quedó sin su notable presencia. ¿Qué pasó? Pues que se había quedado con el dinero de unos inversores que le querían echar el guante y él, no estaba por la labor. En cualquier caso, su esposa, a la que le había caído una jugosa herencia, le dejó colgado tras tanto sobresalto y se llevó a sus tres hijos en el primer barco que iba hacia Argentina. Además, le dejó con el cuarto, que obviamente era el hijo que había tenido con Paulina Roig. Por las mismas y con las dos hijas de esta y 40.000 pesetas del ala, de las que les había levantado a los inversores, se dio a la fuga en dirección a Nueva York. Un encanto la criatura.

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Pero tenía un capital oculto y una imaginación inmensa, lo que a la postre le darían una merecida fama. En Estados Unidos, muy dados a la filosofía práctica, les ponía aquello de que la fortuna ayuda a los audaces.

Arquitecto de nula reputación en España por falta de oportunidades, en la nación americana, llegó, vio y venció. Guastavino era un tsunami, la parte masculina de la diosa Durga, firmaba contratos con todas las manos y a veces, incluso simultáneamente. Un hacha.

Pero para entender lo que sucedería una vez que llegó a Nueva York, habría que hablar de sus 'secretillos' de faldas, pues era un 'pelín' ligero de cascos. Una correspondencia inédita descubierta a mediados del siglo pasado alude a su hijo Rafael como vástago a su vez de Paulina Roig, criada de la familia a la que había hecho un bombo como quien no quiere la cosa en un arrebato hormonal. Pilar Expósito, había sido su primera mujer y al percibir la asfixiante y endémica pobreza en la que vivían, aderezada con una depresión severa, le señalo la puerta de la casa sin dudarlo.

placeholder Gustavino participó en el diseño de la biblioteca pública de Boston (Fuente: iStock)
Gustavino participó en el diseño de la biblioteca pública de Boston (Fuente: iStock)

Una de las cosas más sabrosonas de su vida privada, es que era un organista de primera; corrijo, quiero decir que, tocaba muchas teclas.

Rafael Guastavino Moreno, era una especie de Dalí de la arquitectura de interiores, pero a gran escala. El hijo, Guastavino Jr., estaba más en la gestión, gestión que, por otra parte, era un caos, pues el dinero entraba a espuertas y tal como entraba se evaporaba. La contabilidad, tan personal, estaba desbordada por la realidad que era más trascendente que el hecho de sumar y restar.

Corrían los albores del siglo XX, cuando se apeló a especialistas y opinión pública para votar sobre cuáles eran los edificios más asombrosos de EE. UU. Guastavino estaba en todas las quinielas porque era el perejil de todas las salsas. Se postularon más de un millar de candidatos en pleno boom de la construcción, y casualmente, su empresa en la que su hijo era el amanuense, puesto que hablaba un inglés muy pulido, había construido 350 de ellos, de los cuales la cuarta parte aproximadamente lo fueron Baltimore y la siempre pionera Boston, así, uno detrás de otro y por añadidura, estaban casi todos situados en la Gran Manzana.

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Su secreto fue el de recuperar la clásica bóveda romana y revestirla de elementos cerámicos ignífugos. La belleza encastrada en esta ingeniosa solución fue admirada y reverenciada por los arquitectos más vanguardistas de la época, dándole “marca de tinta” como Sistema Guastavino. La clave estaba en su portentosa imaginación y la seducción que causaba ver aquel mosaico hilvanado con una sencilla argamasa o mortero de Portland. Pero como todos los genios, era un desastre en lo económico.

Se da el caso, de que, amparado o protegido por su extraordinaria reputación, un buen día, en su despacho neoyorkino, una brigada de inspectores de hacienda lo visitaron. Al parecer el hombre entró en trance al ver a aquellos guardianes del interés público. Una vez sentado y bien abanicado, con un vasito de agua y un golpe de Bourbon, consiguieron espabilarlo y le dijeron que se calmase, que venían en son de paz. El expresidente de EE. UU., Ulyses S. Grant, un republicano moderado y dialogante (consiguió la mayoría gracias a los demócratas), estuvo presente en la Exposición Universal de Filadelfia. Guastavino le había hecho unos 'trabajillos' bajo cuerda y gracias a la intervención de él y su mujer, que veneraba al catalán, los guardianes de los números miraron para otro lado y atendieron al arquitecto con guante de seda. Seis meses tardaron aquellos hombres grises en hacer las cuatro reglas como Dios manda y encajar aquel galimatías hasta darle algo de sentido. Una vez arreglado el desaguisado, la mujer de Grant ordenó a su 'maridito' que dejara allá un inspector y un malabarista numérico para que las finanzas volvieran adonde tenían que estar. Guastavino, menudo elemento.

placeholder Grand Central Terminal (Fuente: iStock)
Grand Central Terminal (Fuente: iStock)

El ínclito Guastavino dejó este plano terrenal en 1908. El New York Times lo nombró post mortem "arquitecto de Nueva York" ya que muchos de los edificios más importantes de la ciudad habían salido de su estudio. Si miramos con lupa la enrevesada alma de este increíble hombre, es probable que, escarbando, encontremos a una divinidad un poco dislocada, claro.

Para la memoria de los amantes de la belleza, quedarán para la posteridad expresiones tan rotundas como la Fábrica Batlló, la Biblioteca pública de Boston, la famosa estación fantasma de City Hall, en Manhattan, la Grand Central Terminal tan cinematográfica ella, el Museo Nacional de Historia Natural bajo control del Smithsonian Institution, y tantas obras repartidas como perlas en el acervo de la explosiva arquitectura a la que estuvo sometido EE. UU. en los albores del siglo XX.

Guastavino. Un “Bon vivant” y pícaro español que medró al amparo de su talento y sus ¿inocentes fechorías?

“O bien no somos libres y Dios todopoderoso es responsable del mal, o bien somos libres y responsables, pero Dios no es todopoderoso."

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