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Sancho Dávila hace pupa a los malvados protestantes
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Un soldado letal

Sancho Dávila hace pupa a los malvados protestantes

Si algo se ponía feo, si había dudas, su proverbial serenidad generaba entre sus pares, una actitud de confianza en sus decisiones

Foto: Sancho Dávila. (Wikimedia commons)
Sancho Dávila. (Wikimedia commons)

"En cada pueblo un hombre enciende una llama, el maestro. Y otro la apaga soplando, el cura".

Víctor Hugo.

El perfil del enorme soldado que fue Sancho Dávila podría resumirse en que era de una pasta sobrenatural, quizás, un galáctico. Tenía un enfoque micro y macro. Un gran angular unido a un microscopio en el que nadaba como pez en el agua ante las adversidades. Si algo se ponía feo, si había dudas, su proverbial serenidad generaba entre sus pares, una actitud de confianza en sus decisiones.

La necesidad de acción, de mundo, en confluencia con una honra sensata puesta al servicio de su rey, eran sus banderas. Nada de postureo. Era un militar de una pieza.

Cada nación tiene su sino, su marchamo, un enfoque o tendencia que duerme en su naturaleza, que está inserto en sus venas

Cada nación tiene su sino, su marchamo, un enfoque o tendencia que duerme en su naturaleza, que está inserto en sus venas, su ADN en suma. El patrón de los españoles de aquel tiempo estaba muy vinculado al del soñador que huye de la pobreza o de la miseria cultural, que viene a ser casi lo mismo, traduciendo a la realidad todo lo onírico que albergamos cuando la imaginación es la única salida de emergencia.

Hay que reconocer, que aquella monarquía hispánica que ingresaba toneladas de oro volátiles para sostener guerras a diestro y siniestro era el resultado de una gestión cuando menos contradictoria. Nadie que viva engañado, es consciente de lo que ignora y ante la humillación de aceptar su ignorancia o error, alerta al pretencioso ego-comodín para disimular sus carencias.

Otto von Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”

Cuando este síndrome, manía o lo que sea que alimente de manera sostenida en el tiempo un sesgo tan frágil y vulnerable, hace que el concepto de nación desaparezca en detrimento del individualismo y la confrontación y, con el paso del tiempo, a esta extraña patología le ocurre aquello de que las costumbres se hacen leyes, y por la misma inercia del jibaro reduccionismo, se va empequeñeciendo y en vez de progresar se convierte en un Tour Operator por a Atapuerca. En ese bucle vivimos en este extraño y maravilloso país y lo más increíble, es que seguimos vivos. Ya lo dijo en su momento Otto von Bismarck en frase propia o apócrifa según otros: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. Triste sentencia.

Pero Sancho Dávila, no tenía su fuerte en las labores de administración de la Corona. Como hombre de acción se forjo en los campos de batalla. En Flandes, le aguardaba un lodazal de barro pastoso con lluvias permanentes adheridas al pais como si de un sidecar se tratara. Sombrías moles de nubes grises atacaban el espíritu de los combatientes peninsulares y por supuesto, de los mercenarios alemanes y suizos que estaban insertos en los tercios, estos últimos más adaptados a las miserias meteorológicas. El sol, brillaba por su ausencia y mellaba hondo entre las gentes del sur.

Como hombre de acción se forjo en los campos de batalla. En Flandes, le aguardaba un lodazal de barro pastoso con lluvias permanentes

Pero Sancho Dávila tenía a su favor una tropa muy entrenada, bien pertrechada, pero pesimamente pagada. Técnicamente la superioridad era manifiesta, pero los holandeses de entonces estaban dispuestos a acabar con la pesadilla de los peninsulares a pesar de sus limitados recursos. Llegaron a inundar sus propias tierras y a perder la recolección de sus cosechas con tal de acabar con la gota malaya que suponían los soldados del emperador y tras su fallecimiento, de su hijo Felipe II.

La analogía de las batallas que tuvo que afrontar este soldado de referencia en los medios militares, que fue estudiado por su audacia e imaginación en academias militares como Sandhurst, Frunze, Saint Cyr, Zaragoza o West Point, recuerdan al protagonista del drama histórico de Shakespeare en la Tetralogía de Lancaster, Enrique V y su famosa arenga antes de la batalla decisiva de Azincourt, que venía a decir en el "Discurso del día de San Crispín":Nosotros los pocos, los felices pocos, banda de hermanos…”Huelga decir que los ingleses desgastados y enfermos tras un durísimo invierno, infligieron una onerosa derrota a un ejercito de cerca de 60.000 franceses.

En Muhlberg (1547) a las órdenes del emperador Carlos V, daría un golpe de gracia con su habitual maestría

En Muhlberg (1547) a las órdenes del emperador Carlos V, daría un golpe de gracia con su habitual maestría. La Liga Smalkalda se había venido “parriba” y hostigaban con frecuencia los asentamientos católicos y las líneas de abastecimiento del ejército imperial. Este, que carecía de pontones para cruzar el río Albis y en cuya orilla contraria estaban los alterados teutones, parecía una misión imposible. Dicho y hecho, Dávila se puso manos a la obra y en un asombroso golpe de mano abrochados a unas tripas de cerdo infladas, cruzaron el río arrebatando a los protestantes las barcazas con las que pretendían ellos hacer lo mismo. El ejército atravesó el Albis por la pasarela montada por los hombres de este genio militar y sin más preámbulos, se les aplicó un severo correctivo.

Sancho Dávila operaba siempre en inferioridad de condiciones numéricas, pero, su modus operandi era brillante. Un ejemplo, el asalto de Goes.

La mayor de las gestas

Una húmeda noche del año 1572 (era octubre), literalmente sin capacidad de orientación más allá del pequeño destello de una fogata manejada en código y bajo el control de los sitiados en la pequeña villa de Goes, en las riberas del Escalda, un tercio formado por 3.000 hombres cruzó con el agua al cuello y durante la marea baja, el estuario del rio asestando un durísimo golpe a los sublevados flamencos en una de las mayores gestas ocurridas en la Guerra de los Ochenta Años (o de Flandes).Sancho Dávila fue el autor intelectual que planifico esta obra maestra.

Una guarnición permanente de 800 soldados de los tercios, la flor y nata al mando de Sancho Dávila, un curtido guerrero veterano en Alemania, Italia y África habitaba una ciudadela fortificada en medio de la hermosa urbe

Una de las secuelas más graves y que ha pasado a la historia por la brutalidad de su ejecución, fue la toma de Amberes, capital cultural económica española en el área en conflicto. Una guarnición permanente de 800 soldados de los tercios, la flor y nata al mando de Sancho Dávila, un curtido guerrero veterano en Alemania, Italia y África habitaba una ciudadela fortificada en medio de la hermosa urbe. Alba se encontraba en un callejón sin salida pues la situación política estaba estancada y las arcas seriamente dañadas, por lo que la solución militar estaba descartada. Como militar era brillante, pero sin el condimento financiero nada podía hacer. En estas estaba Felipe II, cuando le dio un aire y sustituyó al prestigioso general por el no menos alabado y reconocido Luis de Requesens, que venía de dar estopa a mansalva en Lepanto.

En Mook, enclave próximo a Nimega, Requesens estaban en apuros. Los holandeses sabían de buena fuente que el maestre las estaba pasando canutas y la caja estaba a cero. La tropa no cobraba desde hacía dos años. Juana de Austria ya le había dicho a su hermano que había telarañas en las arcas. Una quiebra más, al fin y al cabo. Sancho Dávila al ver el calibre y la deriva de los acontecimientos, decidió mirar la situación con los ojos entornados. La tropa en el límite de la resistencia y paciencia asaltó Amberes causando una matanza memorable en la población civil, tras esto, pidió el traslado, no estaba hecho para esas zarandajas.

Los holandeses sabían de buena fuente que el maestre las estaba pasando canutas y la caja estaba a cero

En 1550, con motivo de la expedición contra Mahdia, una plaza del norte de África; se implementó una expedición organizada por el virrey de Sicilia, varios prohombres y Muley Hassan, el destronado rey de Túnez. El asedio discurrió entre los días 28 de junio y 10 de septiembre de ese año. Como las defensas de la ciudad por la parte de tierra eran infranqueables, se organizó una maniobra de diversión que consistió en atacar desde el mar, para lo que unos barcos se aproximaron a las murallas por poniente y los hombres que transportaban —uno de ellos era Sancho Dávila— las escalaron y penetraron en el interior, donde la resistencia se vino para abajo, incapaz de resistir esta acometida y otra simultánea desde tierra. Los avezados soldados de Sancho Dávila en una opaca noche y con un silencio escandaloso, entraron en la ciudad por donde nadie les esperaba. Objetivo cumplido.

La tragedia de los condes de Egmont y Horn, es otro de los episodios que marcaría indeleblemente al capitán. Es sin duda posiblemente uno de los grandes errores de la Guerra de Flandes. Se produjo cuando siguiendo órdenes del Duque de Alba, el capitán español capturaría en medio de una copiosa cena a los dos nobles ¿disidentes? Nunca se le podrá imputar aquella barbaridad.

La tragedia de los condes de Egmont y Horn, es otro de los episodios que marcaría indeleblemente al capitán

Y así suma y sigue.

En Tabernes, Almería, tenemos unos platós para el rodaje de películas del oeste americano o del estilo” Peplum” hormonado. Bien harían los productores patrios en acercarse a nuestra historia, asombrase y asombrarnos. Material hay de sobra.

"En cada pueblo un hombre enciende una llama, el maestro. Y otro la apaga soplando, el cura".

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