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Si eres un delfín y la NASA te ofrece LSD y una profe de inglés, no aceptes
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Si eres un delfín y la NASA te ofrece LSD y una profe de inglés, no aceptes

A mediados del siglo XX, EEUU se preguntó cómo podíamos enseñar a hablar a los 'aliens'. ¿Su solución? Drogar delfines y enseñarles a decir "hola, Margaret". Lo que iba a ser una unión interespecies acabó peor imposible

Foto: Margaret Lovatt con Peter. (Christopher Riley/Lilly Estate)
Margaret Lovatt con Peter. (Christopher Riley/Lilly Estate)

En plenos años sesenta la exploración espacial maravillaba a todos y a cada uno de nosotros. Daba igual que se tratase de una carrera armamentística encubierta entre las superpotencias mundiales. Vimos al primer hombre en el espacio y al primer ser humano en la luna. Nuestra ambición espacial no tenía fin y mirábamos a las estrellas preguntándonos: "¿Qué habrá allí arriba? ¿Habrá gente, como nosotros, buscándonos?".

Tanto es así que se empezaron a planear proyectos (como el de las naves Voyager lanzadas en los 70) que tenían el objetivo de abandonar el sistema solar (de hecho, ahí siguen, cada día un poco más lejos), con información de quiénes somos y de cómo encontrarnos. Pero esto propició otra serie de preguntas, entre las que destacaba: en el hipotético caso de que hagamos contacto, ¿cómo diablos vamos a hablar con los extraterrestres?

"El sonido de la letra 'm' es especialmente difícil para Peter, dado que no puede pronunciarla sin soltar muchas burbujas bajo el agua"

Es por esto que, desde finales de los años 50, tanto la NASA como la Armada de EEUU, encargaron al neurocientífico John C. Lilly, famoso por ser el inventor del tanque de aislamiento sensorial, un proyecto revolucionario: la investigación de cómo enseñar a hablar a especies inteligentes. Como ya está más que probado que los seres humanos son capaces de hablar inglés, las agencias gubernamentales de EEUU decidieron que era necesario recurrir a otra especie muy inteligente, lo menos antropomórfica posible. ¿Su elección? Los delfines.

Con el visto bueno de la U.S Navy y la NASA, Lilly cogió su financiación y se marchó a la paradisíaca isla de Saint Thomas, en el Caribe (que pertenece a EEUU), pero no de vacaciones, sino a montar un complejo de investigación con delfines donde el objetivo fundamental era enseñarles a hablar inglés. En este 'refugio', Lilly conoció a Margaret Howe Lovatt, una chica de 20 años que, a pesar de no tener el menor tipo de formación científica, era una amante empedernida de estos mamíferos acuáticos.

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(iStock).

Lilly y Lovatt congeniaron y el científico le hizo una oferta laboral en su proyecto. El objetivo era que, durante dos años, Lovatt se pasaría gran parte del día con Peter, un delfín macho adolescente, cuidándolo, creando un vínculo afectivo con él, e intentando enseñarle a hablar. Como explica en su libro El delfín que me amó: el proyecto financiado por la NASA que salió mal el escritor británico Christopher Riley, las formas de afrontar la enseñanza de Lovatt y de Lilly eran muy distintas.

Por parte de la amante de los delfines, su filosofía era ser una madre. Pasarse horas y horas todos los días con Peter, hablándole suavemente, cubriendo todas sus necesidades (existen historias que hacen referencia a actitudes románticas entre ellos) y enseñándole a decir "hello Margaret" (hola Margaret). Como la propia Lovatt explica: "el sonido de la letra 'm' es especialmente difícil para Peter, dado que no puede pronunciarla sin soltar muchas burbujas bajo el agua".

placeholder Una mujer, charlando con un delfín. (iStock)
Una mujer, charlando con un delfín. (iStock)

A pesar del cariño y esfuerzo de Lovatt, los resultados fueron de todo menos prometedores. A esto tampoco ayudó el enfoque de Lilly que, sin que lo supiera Margaret Lovatt, la NASA y la U.S Navy también le habían encargado estudiar los efectos del LSD en estos mamíferos acuáticos (por si eso pudiera ayudar a mejorar su vocabulario). Por suerte (para los delfines) estas pruebas no arrojaron ningún tipo de resultado visible, y muchísimo menos una mejora de las aptitudes vocales de los mamíferos estudiados.

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Dado que ninguno de los dos experimentos tuvieron el menor rédito, las organizaciones federales de EEUU tardaron solo dos años en considerar todo el proyecto un agujero sin fondo de dinero y recursos, por lo que tiraron del cable y mataron la iniciativa. Esto provocó que Peter fuera separado de Lovatt y llevado a unos tanques de almacenamiento en la ciudad de Miami, en Florida (EEUU).

Como explica en su libro Christopher Riley, el delfín adolescente, debido a la pérdida de su cuidadora, así como a sus pésimas condiciones de vida (su tanque de diminuto tamaño no tenía ni siquiera luz solar), no tardó en deteriorarse, llegando a cometer suicidio pocos días después. Como explica el afamado activista en pro de los delfines, el estadounidense Ric O'Barry: "Los delfines no respiran de forma automática como lo hacemos nosotros. Cada bocanada de aire es un esfuerzo consciente. Si su vida se vuelve demasiado insoportable, los delfines inhalan por última vez y se hunden hasta el fondo, para no volver a emerger jamás".

En plenos años sesenta la exploración espacial maravillaba a todos y a cada uno de nosotros. Daba igual que se tratase de una carrera armamentística encubierta entre las superpotencias mundiales. Vimos al primer hombre en el espacio y al primer ser humano en la luna. Nuestra ambición espacial no tenía fin y mirábamos a las estrellas preguntándonos: "¿Qué habrá allí arriba? ¿Habrá gente, como nosotros, buscándonos?".

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