Es noticia
A los vikingos les gustaban los percebes: así llegaron a Galicia contra viento y marea
  1. Alma, Corazón, Vida
La ambición tiene un precio

A los vikingos les gustaban los percebes: así llegaron a Galicia contra viento y marea

Por la ría de Arosa, cerca de dos centenares de drakkars y snekkar, entraron profunda y sigilosamente aguas arriba para saquear las tierras gallegas

Foto: Vikingos en las Rías Vaixas. (Wikipedia)
Vikingos en las Rías Vaixas. (Wikipedia)

Lo que hace la literatura es equiparable a lo que hace una pobre cerilla en medio del campo en mitad de la noche. Una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver cuánta oscuridad hay a su alrededor.

William Faulkner

Era el tiempo del siglo IX y también de la Edad Oscura. La Alta Edad Media se acercaba irremisiblemente al amenazante fin de los tiempos o milenarismo, había una sensación de abandono, vacío y orfandad en las iletradas gentes del momento, y un clero ignorante, codicioso y manipulador atizaba las conciencias de las pobres gentes para hacer caja ante el temor de que el más allá se estuviera acercando a marchas forzadas para cargarse a la ya sobradamente estigmatizada humanidad, culpable de un extraño pecado llamado original, un pecado que como la peste era imposible de erradicar y que lógicamente nos acercaba a nuestro creador, pues según las escrituras fuimos hechos a su imagen y semejanza.

De este defecto de fábrica se deduce que había alguien que estaba tarado y solo podía haber un responsable. Lo que era evidente es que a nadie se le ocurría manifestar discrepancia alguna, pues los atentos siervos del señor estaban siempre prestos a encender una virtuosa barbacoa con cualquier librepensador que intentara deshacerse de la mugre tóxica a la que el populacho analfabeto era sometido. Quedaban aislados en lejanos lugares, cultos monjes que protegían el legado mágico de antiguas culturas en hermosas bibliotecas inaccesibles para el vulgo. Los desheredados habían quedado a merced de los poderosos y no se atisbaba signo alguno de libertad. Era una época literalmente monstruosa.

Foto: Fuente: iStock

En las latitudes del norte de Europa, en las gélidas tierras escandinavas, existían unos marinos extraordinarios que habían hecho de la piratería de temporada un negocio redondo. En los momentos en que el deshielo se producía, esto es, en primavera, bajaban raudos hacia las costas del oeste del continente y en ocasiones se infiltraban hasta el mismísimo Mediterráneo. A esos guerreros despiadados les había llegado una inquietante noticia sobre un lugar sagrado en el que las riquezas y dádivas acumuladas por una institución llamada Iglesia prometían una grande y lucrativa experiencia. Aquellas tierras que una vez pertenecieron al Imperio Romano enviaban un mensaje invitando a estos terribles depredadores a una buena faena.

Primera parada: Galicia

Con cada información que goteaban los peregrinos, más se alimentaba su deseo de acercarse a visitar aquel santo lugar que era el transitado destino de los que todavía esperaban algo. La codicia de este pueblo que, entre los meses que van desde marzo hasta finales de agosto, antes de que las mareas de septiembre hicieran intransitable el océano, nunca auguraba otra cosa que no fuera una oleada de horror para sus víctimas.

placeholder (Wikipedia).
(Wikipedia).

Una de las expediciones que hicieron a la península ibérica fue de parada y posta en Galicia. Santiago de Compostela sería el codiciado objetivo. En la mitología escandinava lo llamaban Jakobsland. Sus ágiles naves sin quilla, proa ni popa, enormes embarcaciones que podían albergar hasta treinta remeros, accedían con facilidad el arribo a cualquier río, como en los casos del ataque a Sevilla en el año 844, donde sufrieron un correctivo importante perdiendo a más de tres centenares de los suyos.

Quince años más tarde, las alegres ranas que, con su candoroso desenfado y desparpajo habitual croaban en las riberas del río Arga, guardaban un silencio sepulcral; Pamplona estaba siendo atacada por una enorme horda de vikingos que se habían desviado un pelín al remontar el Ebro. Su audacia, todo hay que reconocerlo, no tenía límites.

Las ambiciones del gigante Gunderedo

En el 968, el temible gigante Gunderedo o Gunrod para los amigos, primo del rey de Noruega Harald II, había fracasado en sendos ataques a vascos y cántabros en sus ansias por acaparar territorios y volver ufano a sus tierras. En su tercer asalto llegó a las puertas de Santiago de Compostela, arrasando sin contemplaciones la proverbial tranquilidad del pueblo gallego.

Una orgía de terror se instaló inmisericorde y dio comienzo a la aparición del más desnudo horror vikingo en tierras gallegas

Por la ría de Arosa, cerca de dos centenares de drakkars y snekkar (estos últimos tenían mayor calado que los primeros y estaban concebidos para navegaciones que demandaban gran seguridad), entraron profunda y sigilosamente aguas arriba. Controlados desde ambas orillas por los observadores del obispo Santiago Menéndez, este logró contener a aquella hueste furibunda durante cerca de una semana a base de arqueros que les imposibilitaban acercarse a tierra, pero el 29 de marzo una certera lanza vikinga lo dejó sin el imprescindible aliento vital. A partir de ahí una orgía de terror se instaló inmisericorde y dio comienzo a la aparición del más desnudo horror vikingo en tierras gallegas.

Según el Cronicón Iriense, la llamada diócesis de Iria Flavia se convirtió en una sucursal del infierno en la tierra. Hacía décadas que los celebrados (por el cine) piratas escandinavos atacaban las costas gallegas para obtener condumio, arramplar con joyas y raptar féminas distraídas.

Casi tres años de saqueos

En el desembarco que precedió a la batalla de Fornelos, el noble Hermenegildo impidió el asalto a la ciudad amurallada por los romanos, pero no puedo evitar el total saqueo de la comarca. Parte de aquella hueste de piratas profesionales acabó en el puerto de Xunqueira para desde aquel embarcadero intentar arrasar posteriormente Santiago de Compostela. La antiquísima ciudad, según relata Álvaro Cunqueiro, sitiada y sin acceso a los alimentos más básicos, previendo que tarde o temprano acabarían pasándolos a cuchillo, decidió pagar un rescate para impedir que se alargara el proceso. Casi tres años permanecieron en Galicia saqueando todo lo que se movía o estaba al alcance de sus ávidos brazos. El enorme poderío y su dominio del arte de la guerra los hicieron indesalojables.

Al final, en el año 970 decidieron marcharse para no volver, pero no se iban a ir de rositas estos especímenes. Los vikingos de Gunrod iban coreando, como una alegre cadena de niños a la salida del 'kindergarten', una de las canciones de sus famosas sagas. Caminaban relajados y felices ante su incuestionable superioridad en el campo de batalla y la facilidad con que habían sometido a los campesinos. El botín era enorme. Usaron porteadores, caballerías, carretas, parihuelas de fortuna, etc. pero no era suficiente. Había que acercarse a las embarcaciones y esto implicaba un riesgo importante de enfrentamiento con un caballero llamado Gonzalo Sánchez, famoso por sus expeditivas tácticas con los del turbante y los nórdicos en lances anteriores. Este, que había reunido un ejército de profesionales asturleoneses y gallegos desperdigados tras la derrota del clérigo Santiago Menéndez, los interceptó justo cuando creían que todo iba a desembocar en un final feliz.

placeholder Imagen pictórica en madera del rey Olaf Haraldsson. (Wikimedia)
Imagen pictórica en madera del rey Olaf Haraldsson. (Wikimedia)

En un lugar sin determinar de la zona de Ferrol, Gunrod encontró la horma de su zapato. La idea del conde que enfrentó a esta horda canalla no era otra que la de no dejar con vida ni al Tato. De hecho, no se hicieron prisioneros ni durante ni después del durísimo enfrentamiento en el que la caballería tuvo un papel determinante. Muerto Gunrod se acabó la rabia.

Años más tarde, Olaf Haraldson, se apoderó de las islas Cíes, y aburrido de estar mano sobre mano por no poder levantar a los locales sus pertenencias, se dio a la fuga. Todavía habría un último bribón, un tal Ulf El Gallego, apodado Ulf Galiciefarer, por sus éxitos saqueando el país. Hay que reconocerles imaginación a los bardos que escribieron las sagas sobre este sujeto. En un mes de andanzas por los lares gallegos fue hostigado hasta por la Santa Compaña para acabar llevándose unas cuantas cabras y quesos. Todo un botín.

Lo dicho, la carga historiográfica sujeta a curiosas interpretaciones en ocasiones y con un componente de subjetividad que viene a dificultar bastante su comprensión histórica, acabaría convirtiendo a los villanos en héroes. En Galicia estos astados barbudos tardaron en irse, pero cuando volvieron a sus brumosos pagos del norte no lo harían ni la tercera parte de ellos.

La ambición siempre tiene un precio.

Lo que hace la literatura es equiparable a lo que hace una pobre cerilla en medio del campo en mitad de la noche. Una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver cuánta oscuridad hay a su alrededor.

Historia Historia de España Social
El redactor recomienda