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Islas fantasmas que nunca existieron y que solo están en los antiguos atlas
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EL EFECTO FATA MORGANA

Islas fantasmas que nunca existieron y que solo están en los antiguos atlas

Antes de que hubiera GPS o imágenes por sensor remoto, el ser humano tendía a completar con la imaginación los huecos de la realidad. Y lo hacía a partir de ilusiones ópticas

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

En algún momento, la fiebre por cartografiar todo de la humanidad llevó a incluir islas que no existían en los atlas antiguos. Podemos imaginar a los seres humanos de aquella época, catalejo en mano, divisando lo que parece un trozo de tierra en el horizonte, pero que luego resulta ser un mero engaño de la neblina marina. Nada más empezar los viajes transatlánticos en el siglo XVI, los ciudadanos europeos corrieron a montarse en sus naves y galernas para explorar sin cesar los mares y océanos. Y, con ello, surgió la necesidad de mapear todo lo potencialmente habitable, bordear cada una de las fronteras marítimas y dibujar islas que en un principio se creían que estaban ahí, pero luego no habían sido producto más que de la confusión, la imaginación o la intuición.

Así, se pensaba, por ejemplo, que había una pequeña isla llamada Hy-Brasil al oeste de Irlanda, en el Océano Atlántico, la cual transfería la inmortalidad a quien la pisara; que había otra denominada Gamaland al este de Japón que atraía a los avaros marineros en busca de oro y plata, de tintes totalmente homéricos. Y también la fantasmal Tierra de Sannikov, en la Siberia rusa, que hacía desaparecer a cientos de personas.

"Los rumores y avistamientos no confirmados, los cálculos erróneos... fueron incorporados para dar con la imagen más completa de un mundo recién revelado"

Estas islas inexistentes, fruto de la más pura fantasía, han emergido del agua del pasado y su existencia fantasiosa ha permanecido hasta ahora gracias a los primeros atlas, obra de Abraham Ortelius, geógrafo flamenco, conocido como "el Ptolomeo del siglo XVI". Podríamos decir que el primer mapa más detallado de la historia lo fabricó él, 'Theatrum Orbis Terrarum', el cual contenía un total de 56 zonas de Europa, 10 de Asia y África y una del resto de continentes. "La creación de mapas era un negocio competitivo, y los cartógrafos estaban desesperados por obtener la información más reciente obtenida de los exploradores que regresaban para llenar los espacios en blanco", asevera en un reciente artículo de 'National Geographic' el escritor Edward Brooke-Hitching, quien ha pasado mucho tiempo investigando sobre ellos.

"De forma inevitable, la geografía 'fantasma' comenzó a florecer en las páginas", admite Hitchings, autor de 'The Phantom Atlas'."Los rumores y avistamientos no confirmados, los cálculos erróneos, como la longitud de las islas o la ubicación exacta... fueron incorporados por el cartógrafo para publicar la imagen más completa de un mundo recién revelado".

Una ilusión, un espejismo del mar

Una de las particularidades es que, en el momento en que uno de estos primeros cartógrafos decía que ahí había una isla, luego era muy difícil de desmentir. Ahora mismo sería 'pan comido', basta con conectarte al satélite de Google Maps para localizar cualquier punto en el mapa. Pero antes, evidentemente, hacía falta que un barco se diera por vencido en la tarea de llegar hasta ella y confirmara que, en realidad, no había nada ahí, que todo había sido un engaño de la refracción de la luz con el agua. A este fallo de la percepción se le conoce como el efecto de Fata Morgana, por el cual tendemos a ver en el horizonte lo que parece tierra, pero si embargo no es más que un espejismo.

De ahí que se desmintiera la existencia de la mayoría de ellas hace relativamente poco. Por ejemplo, la anteriormente mencionada tierra o isla de Sannikov, en Siberia, la cual entra en los mapas después de ser avistada por un barco ruso en 1810 a "430 millas al norte de la Siberia continental". Un explorador alemán, Baron Eduard Vasilyevich Toll, decidió emprender un viaje hasta allí en 1900 para comprobar si verdaderamente existía (ya que tampoco había muchos documentos de navegación sobre ese territorio).

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Sin duda, el viaje de Toll, tal y como lo narra Brooke-Hitching, se antoja como cualquier película de aventuras a bordo de un barco. Su embarcación quedó encallada en el hielo de las islas de Nueva Siberia y él y su tripulación tuvieron que navegar en trineo y kayak hasta la isla Bennett. Jamás se supo nada de ellos, quedaron atrapados en la espesa niebla del Ártico que también alteraba la percepción causando una Fata Morgana de gran calibre.

Otras islas, como la de Bouvet, que supuestamente estaba al sudoeste de África, al sur del Océano Atlántico, y había una gran discusión sobre su existencia, acabaron siendo muy reales. "Los turistas ahora pueden abordar cruceros antárticos que visitan esta antigua isla". Así lo cuenta la historiadora Malachy Tallack en su libro 'The Un-Discovered Islands'. Sin embargo, hasta hace no mucho, el ahora territorio de Noruega era más un mito que una realidad. La primera vez que fue avistada fue en 1739 por un explorador francés llamado Jean Baptiste Charles Bouvet de Lozier, cuando buscaba "la gran tierra austral", es decir, la Antártida.

placeholder Isla Bouvet, fotografiada en 1898. (Wikipedia)
Isla Bouvet, fotografiada en 1898. (Wikipedia)

En su lugar, el explorador halló posiblemente una enorme porción de tierra cubierta de nieve en mitad de la nada, pues la ubicación de esta isla la convierte en uno de los lugares más remotos del mundo. Lejos de cualquier otro país o continente, fue redescubierta por el marinero James Lidnsay en 1808, quien no llegó a pisar su tierra, pero fue el primero en dar con su posición.

Evidentemente, ya no hay islas fantasma como antes. "Dada la plétora de imágenes por sensor remoto de todo el planeta, tenemos una idea muy buena de qué islas existen en el mundo y es poco probable que las islas fantasmas persistan en nuestros mapas", asegura Alex Tait, geógrafo del 'National Geographic'. "El dinamismo geofísico de la Tierra permite que se creen nuevas islas y desaparezcan las existentes, debido al vulcanismo, la erosión y el derretimiento de los glaciares". De hecho, la erupción del volcán de La Palma, ocurrida el año pasado, de producirse en el interior del mar, posiblemente habría dado a luz a una nueva isla por la gran cantidad de lava emanada.

Es una lástima que en el presente, con tantos avances disponibles, no completemos con imaginación todo lo que la razón no está capacitada para descartar. Aunque menos mal que hay mapas vía satélite, no sea que algún despistado decida internarse en una de esas tierras imaginarias y, como le sucedió a Toll y los suyos, no volver jamás.

En algún momento, la fiebre por cartografiar todo de la humanidad llevó a incluir islas que no existían en los atlas antiguos. Podemos imaginar a los seres humanos de aquella época, catalejo en mano, divisando lo que parece un trozo de tierra en el horizonte, pero que luego resulta ser un mero engaño de la neblina marina. Nada más empezar los viajes transatlánticos en el siglo XVI, los ciudadanos europeos corrieron a montarse en sus naves y galernas para explorar sin cesar los mares y océanos. Y, con ello, surgió la necesidad de mapear todo lo potencialmente habitable, bordear cada una de las fronteras marítimas y dibujar islas que en un principio se creían que estaban ahí, pero luego no habían sido producto más que de la confusión, la imaginación o la intuición.

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