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Por qué tardamos siglos en ver y distinguir el color violeta
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UNA CURIOSIDAD ARTÍSTICA

Por qué tardamos siglos en ver y distinguir el color violeta

Un artista y científico cognitivo ha resuelto, después de realizar un estudio de más de 20 años, por qué no aparece este color en las obras pictóricas hasta bien entrado el siglo XIX

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En la localidad francesa de Giverny, a orillas del Sena y a una hora escasa de París, podemos encontrarnos con una planta acuática de lo más peculiar en sus jardines y estanques. Se trata del nenúfar de color violeta, el cual también está presente en la geografía española, al igual que otras bellas flores con este color como la lavanda. A finales del siglo XIX, el pintor impresionista Claude Monet quedó tan embelesado con este vegetal que no dudó en mudarse allí con su mujer y sus ocho hijos para poder contemplarlo todos los días. Para él, la luz que había en este lugar era única, obsesionándose con ella e intentando trasladarla a los cuadros que pintaba.

"Mi más bella obra maestra es mi jardín", decía. Lo que no sabía es que sería uno de los impulsores de que el color violeta se hiciera un hueco en la pintura mundial posterior, pues hasta entonces los cuadros quedaban exentos de esta tonalidad de color, que en un pasado podía llamarse "púrpura" o "añil". En realidad, la experiencia de definir un color con un nombre es puramente subjetiva: nunca estaremos completamente seguros de que lo que vemos es "rojo" o "amarillo", básicamente porque esto solo son nombres que ponemos a percepciones visuales que existen de manera única en nuestra mente.

placeholder 'El jardín del artista en Giverny', de Claude Monet, repleto de tonos violetas. (Museo de Orsay, París)
'El jardín del artista en Giverny', de Claude Monet, repleto de tonos violetas. (Museo de Orsay, París)

Podemos filosofar todo lo que queramos, pero lo cierto es que hasta mediados del siglo XIX, el color violeta aparecía en menos del 4% de las pinturas. Sin embargo, a partir de entonces y a lo largo de todo el siglo posterior, el porcentaje aumenta hasta el 48%. Así lo ha demostrado Allen Tager, artista y científico cognitivo, quien en un gran estudio de 20 años junto a otros colegas resolvió este curioso enigma de por qué hasta hace no mucho tiempo los seres humanos no éramos capaz de distinguir el violeta de otros colores derivados. O, al menos, por qué los pintores nunca lo escogían para sus obras.

Sin rastro del violeta

"Durante los últimos 20 años de mi vida, visité 193 museos en 42 países diferentes", explica Tager en un artículo publicado en 'Aeon' donde expone sus hallazgos. "Equipado con 1.500 chips del sistema de color Munsell, examiné 139.892 obras de artes en busca del violeta. Llegué a la conclusión de que, en efecto, había muy poquitas obras de arte antes de 1860 que contenían este color; pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX", justo cuando Claude Monet empieza a pintar, "se hizo tremendamente popular". El artista y científico no se pudo quedar de brazos cruzados ante tal hallazgo y su curiosidad le llevó a preguntarse en un nivel más profundo por qué el violeta no aparecía en apenas ninguna obra de arte, si esto era debido a que, quizá, los seres humanos no estábamos programados lo suficientemente bien como para apreciarlo o distinguirlo de otros tonos de color.

"En el mundo natural, estos tonos son bastante raros, por lo que no sorprende que pintores antiguos o medievales los emplearan muy poco"

En primer lugar, habría que diferenciar qué es el color violeta frente a otros como el púrpura, el añil, el lila o el morado, sabiendo de antemano que dicha clasificación del color es puramente subjetiva, como decíamos antes. Hay muchos artículos y referencias científicas destinados a establecer una distinción entre ambas tonalidades, pero si atendemos a la teoría del color tradicional, la cual decreta que hay solo tres colores primarios (rojo, amarillo y azul) de los que salen el resto, podremos agrupar a todos ellos dentro de las variaciones de tonalidades del color azul.

En este sentido, el añil o índigo define las variaciones oscuras y profundas del color azul, del que se desprenden el azul cielo (el más claro), el violeta (con tonos más rojizos pero aun así claro) y el púrpura (el más oscuro de todos, con una mezcla entre azules y rojos oscuros). En un punto intermedio también podría estar el magenta o fucsia, el cual es mucho más claro que el púrpura pero más oscuro que el violeta. De esta forma, Tager y sus colegas examinaron todas las mezclas de rojo y azul en las que predomina el azul para llegar a una conclusión.

El violeta a lo largo de la historia

¿Por qué entonces el violeta empezó a hacerse tan popular en la pintura a partir de mediados del siglo XIX y no antes? En primer lugar, si nos remontamos a las épocas más antiguas de la humanidad, como Egipto o Mesopotamia, habría que tener en cuenta que los seres humanos de aquellos años vivían en "climas extremadamente secos en los que no había tonos violetas en la naturaleza". Luego, también situaron de hipótesis el hecho de que el color violeta fuera muy caro antes de 1860 debido a que estos pigmentos usados por pintores occidentales se conseguían en países lejanos.

"Durante milenios, la luz que llega a nuestro planeta podría haber cambiado, lo que habría provocado que nuestras retinas se adaptaran"

"Era lógico que los impresionistas abrazaran el violeta", asegura el científico. "En el mundo natural, estos tonos son bastante raros, por lo que no sorprende que pintores antiguos o medievales los emplearan muy poco. Los usaron tanto que los críticos los acusaron de 'violetatomanía', y a medida que se extendía la educación pictórica o artística, el público empezó a apreciarlo, por lo que el color se extendió también a la moda, el interiorismo y el diseño industrial".

¿Un desarrollo evolutivo?

Pero esta no es la única explicación. "Como científico, me pregunté si había otro tipo de fuerzas que nos permitieran ver y apreciar el color violeta", prosigue. "Durante milenios, la luz que llega a nuestro planeta podría haber cambiado, lo que habría provocado que nuestras retinas se adaptaran como consecuencia de ello". Esta es una de las tesis del zoólogo Andrew Parker, quien cree que cuando el oxígeno atmosférico aumentó durante la explosión del período Cámbrico, dentro de la Era Paleozoica, esto a su vez "hizo crecer la cantidad de luz que llega a nuestro planeta, trayendo consigo beneficios evolutivos a nuestra visión".

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Por ello, "los ojos de las criaturas que poblaban la Tierra se desarrollaron rápidamente". Un proceso de desarrollo visual que viene referenciado por el biólogo Shozo Yokoyama, de la Universidad de Emory en Atlanta, quien ha estudiado la evolución de la visión desde la percepción monocromática de nuestros primeros ancestros hasta el arcoíris de colores que vemos hoy en día. Otro trabajo que profundiza en el desarrollo evolutivo de nuestras capacidades visuales es el del astrobiólogo estadounidense Adrian Melott, de la Universidad de Kansas, quien sugirió que los rayos cósmicos producidos por las supernovas pueden alterar la ionización de la atmósfera, generando lluvias de partículas subatómicas llamadas 'muones'.

Estas, a su vez, podrían inducir mutaciones genéticas en los habitantes de la Tierra para impulsar variaciones genéticas, lo que "fomentaría cambios pequeños y graduales en los seres vivos, que les permitirían desarrollar mejores dotes de supervivencia y adaptación a sus entornos cambiantes", concluye Tager. En definitiva, es muy curioso pensar que son los rayos cósmicos quienes nos han concedido la capacidad de distinguir el violeta de otros colores. ¿Qué más 'mágico' puede haber en la forma en la que vemos el mundo y la distinción que nuestros ojos hacen de cada color?

En la localidad francesa de Giverny, a orillas del Sena y a una hora escasa de París, podemos encontrarnos con una planta acuática de lo más peculiar en sus jardines y estanques. Se trata del nenúfar de color violeta, el cual también está presente en la geografía española, al igual que otras bellas flores con este color como la lavanda. A finales del siglo XIX, el pintor impresionista Claude Monet quedó tan embelesado con este vegetal que no dudó en mudarse allí con su mujer y sus ocho hijos para poder contemplarlo todos los días. Para él, la luz que había en este lugar era única, obsesionándose con ella e intentando trasladarla a los cuadros que pintaba.

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