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Las teorías de los filósofos más pesimistas: ¿era mejor no haber nacido?
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'El dilema humano'

Las teorías de los filósofos más pesimistas: ¿era mejor no haber nacido?

Conversamos con David Benatar, máximo exponente actual del antinatalismo, para desentrañar por qué no solo no deberíamos traer más vidas al mundo, sino reconsiderar que la nuestra propia tuvo alguna vez un sentido

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Hace unos años, el nombre de David Benatar se coló entre los principales diarios por rescatar y traer al presente una corriente filosófica de lo más controvertida: el antinatalismo. Su libro, 'Better Never To Have Been' (2006), cuyo título ya lo dice todo ('Mejor nunca haber existido'), ahondaba en una triste y ceniza conclusión: la mayoría de las personas nos autoengañamos pensando que nuestra vida tiene un sentido o es buena, pero en realidad es de mala calidad, puesto que sufrimos miserablemente, y ninguno de los placeres o bondades que nos puedan surgir vienen a paliar los profundos dolores a los que nos tenemos que enfrentar y que nos acecharán en el futuro. Por esto mismo, deberíamos reconsiderar nuestra capacidad de reproducirnos, ya que si reparamos en esta verdad absoluta, preferiríamos ahorrar a las futuras generaciones el tener algo que vivir para que no experimenten este cruel desengaño que nos atrofia y paraliza, y por esto mismo lo obviamos, aunque ello suponga dar la espalda a este lúcido pensamiento tan trágico.

"La pregunta es: ¿cuánto sentido hay en nuestras vidas? Incluso las vidas más dignas de ser vividas tienen una cantidad limitada de sentido"

Abstenerse de traer hijos al mundo representa, pues, un deber moral. Una conclusión a la que a nadie le gustaría llegar basada en unos razonamientos que nadie querría escuchar o leer, pues como Benatar advierte innumerables veces en sus libros y entrevistas, su pensamiento es de lo más "impopular". No en vano, cuando acudimos a una librería, siempre hay una sección dedicada a esa literatura de 'autoayuda' que edita y vende miles de libros al año, una industria que promete felicidad y que a su vez refuta una y otra vez todo aquello que pretende obviar o ignorar: no, tu vida no tiene sentido, vas a sufrir irremediablemente, tu dolor también será inútil y todo lo que hagas para paliarlo será insuficiente. En caso contrario, si nuestra vida fuera feliz y deseable, habría un lugar en estas mismas librerías que trataría de convencernos de lo opuesto. Y no, ideas calificadas de 'pesimistas' como las de Benatar no son un filón editorial, que digamos. Al final, esto ilustra a la perfección la aciaga tesis del filósofo: la gente necesita repetirse a sí misma o que le repitan que está aquí por un propósito, que hay motivos por los que existir y sufrir, que su vida es digna de ser vivida.

El dilema humano más difícil

A decir verdad, hay argumentos de sobra para pensar que esta vida es mala y miserable. Sin reparar en las circunstancias particulares de cada uno, es decir, echando la vista a lo colectivo, basta con sentarse delante del sofá a ver el telediario para que cualquiera lo suficientemente inteligente o empático tuerza el gesto dibujando una mueca de asco. El mundo está hecho una mierda.

No hace falta tampoco reparar en graves catástrofes humanitarias que están sucediendo ahora mismo, mientras un servidor escribe y un lector lee este mismo artículo, como la de Ucrania; la tragedia, el dolor, la injusticia, está al otro lado de la pared de la habitación en la que te encuentras, en tu mismo barrio o a pocos kilómetros de distancia. En cada situación personal adversa, cada acto violento contra gente inocente, cada padecimiento mental obsesivo y recurrente. Esto no quiere decir que lo correcto sea caer en la autoflagelación, la culpa o la inmovilidad hacia la que tiende el pesimismo, sino todo lo contrario. Así aparece el complejo dilema filosófico que se nos presenta, el cual mide nuestra capacidad de sobrellevar sin llegar a aceptar o negar los grandes males de este mundo.

No hay una postura optimista ni pesimista, estos dos conceptos no son binarios, sino que depende de nosotros y nuestra forma de afrontarlos

De eso se encarga Benatar en su nuevo libro, titulado precisamente 'El dilema humano', publicado en 2017 y traducido al español este mismo año por María Hernández Díaz en Alianza Editorial. En él, se pierde en un laberinto de preguntas y respuestas a través de la lógica más analítica digna de un buen filósofo sobre el sentido de la vida (en su vertiente cósmica, colectiva, mística o personal), la inmortalidad, la muerte, el suicidio o la (ir)relevancia que tiene nuestra existencia. Y el resultado no es tan negativo, o al menos no tanto como el de su anterior tomo, ya que como certifica, no hay una postura optimista ni pesimista, estos dos conceptos no son binarios, sino que depende de nosotros, nuestras circunstancias o nuestra forma de afrontar ese dilema, llegar a una verdadera conclusión en si de verdad merecería la pena no haber nacido.

placeholder Portada de 'El dilema humano', de David Benatar.
Portada de 'El dilema humano', de David Benatar.

"Muchas personas, de hecho, ven un sentido a sus vidas", esgrime el autor, en una entrevista concedida a este diario. "La pregunta es: ¿cuánto sentido hay en nuestras vidas? La respuesta correcta varía según la persona, pero incluso las vidas más significativas o dignas de ser vividas tienen una cantidad limitada de sentido". Esta carencia de significado comienza en el propio silencio cósmico que nos rodea, siendo los únicos seres conscientes conocidos del universo. Precisamente, nuestra conciencia puede entenderse como un castigo divino (o profano, si somos ateos), pues nos aboca a darnos cuenta de la inevitable caída que nos aguarda a la par que a empatizar sobre los dolores de este mundo.

El castigo de la conciencia

De la consciencia como un trágico fallo en la evolución hablaba Peter Zapffe, el filósofo noruego que más exploró la corriente antinatalista y a quien ya dedicamos un artículo. "Una especie", afirmaba en su libro 'El último Mesías', refiriéndose al ser humano, que "fue armada con demasiada fuerza: un espíritu se había hecho todopoderoso sin él, pero igualmente una amenaza para su propio bienestar". Con estas palabras asumió la paradoja de que aquello que nos hizo prosperar como especie biológica es también lo que nos hirió profundamente de cara a resolver los grandes (y dolorosos) interrogantes que nos arroja el mundo.

Foto: Retrato de Peter Zapffe, tal vez el más cenizo de todos los filósofos. (Dominio público)

Cuando preguntamos a Benatar sobre la influencia de Zapffe en su pensamiento, especialmente en su anterior libro en el que defendía posiciones antinatalistas, afirma que de ningún modo le conocía cuando lo escribió. "Es verdad que ambos llegamos a conclusiones antinatalistas, pero hasta donde yo sé, no del mismo modo", explica. "Su libro fue publicado en noruego y hay muy poco sobre él traducido al inglés". Su premisa de que la consciencia nos convierte en víctimas de nosotros mismos, por tanto, no es compartida: "No estoy de acuerdo, sería más fácil decir que la conciencia nos convierte en víctimas de aquellos que nos trajeron a una existencia consciente", responde, dejando así más preguntas en el aire, pues no sabemos si se refiere a nuestros propios padres (atendiendo a sus ideas antinatalistas) o a algún tipo de sustancia divina o cósmica que nos otorgó la capacidad de pensar y sentir, a la par que pensar sobre el pensar y pensar sobre el sentir.

Todos los horrores de este mundo

Lo que sí que es cierto es que muchas de las teorías de Benatar coinciden con los postulados de escritores y filósofos del siglo XX como Samuel Beckett, padre de la literatura del absurdo. O también con otros más vitalistas pero no menos malditos, como Charles Bukowski, quien en un bello poema ya dejó sentenciado: "El dolor es absurdo, porque existe, nada más". Del mismo modo, Scott Fitzgerald decía aquello de que "toda vida es un proceso de demolición", y esta es una de las conclusiones a las que podemos llegar leyendo al filósofo, ya que inevitablemente a medida que cumplamos más y más años, nuestras condiciones de vida irán empeorando (por mucho que se empeñen en negarlo los dichosos libros de autoayuda sobre las hipotéticas ventajas del envejecimiento). Sin embargo, como también atinaba a concluir Fitzgerald: "Un hombre puede derrumbarse de muchas maneras", lo que también querría decir Beckett, regresando a él, con su "fracasa otra vez, fracasa mejor".

"Debemos mantener un cierto grado de optimismo respecto a la posibilidad de que nuestras vidas tengan sentido"

A este respecto, Benatar se revuelve en su antinatalismo. "Creo que se puede ganar algo si se comprende todo el horror que impregna el dilema humano", afirma. "No estoy convencido de que esto ayude a nadie a resistir la tragedia de su vida, principalmente porque esta es inevitable. Sin embargo, bien puede ayudarlos a perpetuar el problema al crear nuevas vidas". Eso es todo: dejar de concebir hijos para que estos no tengan que vérselas con ese proceso de demolición, con ese absurdo, con esa espiral de sinsentido que se apodera de nuestras vidas cada vez que torcemos la mirada, se nos viene abajo un objetivo o reparamos en lo cruel y despiadado que es el mundo.

"Horror" es precisamente una palabra muy apropiada para describir el dilema del que habla Benatar. Este término le conecta con otros pensadores que, no siendo particularmente defensores del antinatalismo, tienen premisas similares sobre la pésima condición de habitar en el cuerpo de un humano con la consciencia suficiente como para dirigirse contra sí mismo y anhelar la destrucción de la especie. Hablamos en concreto de Thomas Ligotti, un escritor de cuentos de terror al que la categoría de maldito le sentaría estupendamente bien. Heredero de la literatura de Lovecraft o Poe, su personalidad de depresivo crónico aficionado a las historias para no dormir le brindan figurar entre los autores más pesimistas de nuestra época.

placeholder Portada de 'La conspiración contra la especie humana', de Thomas Ligotti.
Portada de 'La conspiración contra la especie humana', de Thomas Ligotti.

En 2010 se publicó su ensayo 'La conspiración contra el ser humano' en la editorial Valdemar que, como su propio nombre indica, ahonda en la miseria que representa el solo hecho de existir. Ligotti y Benatar tienen en común a Zapffe y su irredento pesimismo, asumiendo que su propia tarea de escribiente —en este caso nos referimos a Ligotti—, no es más que un ejercicio de voluntar por intentar apaciguar el malestar existencial que supone estar vivo. Como el pensador noruego, Ligotti parece dar con la salida de la sublimación, es decir, desarrollar un espíritu creativo o una intuición estética (en este caso, los cuentos de terror), que provoque una especie de catarsis entre esa consciencia vital negativa y nuestro yo más interno.

El ser humano: una ridícula marioneta

"La misma vocación literaria de Ligotti es, para él, una muleta, uno de los engaños consoladores creados por el hombre para intentar distraerse de la terrible verdad de su condición de criatura consciente", analiza José Miguel García de Fórmica-Corsi en un lúcido análisis sobre el libro del autor, publicado en 'Café Montaigne'. "Por eso, no deja de ser coherente que su literatura esté impregnada por esa continua sensación de que el ser humano es un 'error' de la naturaleza, una marioneta que ignora que lo es".

De hecho, el propio ejercicio filosófico que Ligotti ejerce también se torna para él como algo detestable, ya que la sola idea de reflexionar sobre aspectos negativos de la condición humana no es más que un intento pretencioso de dar sentido a algo que no lo tiene, rechazando así todo predicamento filosófico de los grandes pensadores pesimistas, desde Schopenhauer a Nietzsche. Por ello, a lo largo del libro, y tal y como lo describe de Fórmica-Corsi, no hace más que profundizar en una denuncia y crítica de sus propias ideas. Por otro lado, lo que a simple vista se podría antojar como una escapatoria a tales pensamientos tan intempestivos y pesimistas, el acto de cometer suicidio, tanto para Benetar como para Ligotti se muestra más absurdo e inútil aun que la decisión de seguir viviendo. El pecado ya está hecho: haber nacido.

Foto: ¿De nuevo hablando de catástrofes? (Imagen: iStock)

A pesar de la negatividad que rodea el pensamiento de estos autores, debemos regresar a las conclusiones básicas de Benatar. No, la vida por sí misma no tiene sentido, partiendo del hecho de que somos los únicos seres conscientes del universo (que sepamos) y estamos solos. Al margen de ello, nuestro cuerpo se descompondrá cuando muramos, al igual que la memoria que los demás tengan sobre nosotros ya que, aunque seamos célebres por cosas buenas o malas que tuvieron cierta repercusión en el destino de la humanidad, también desapareceremos. Sin embargo, como concluye el filósofo: "Debemos mantener un cierto grado de optimismo respecto a la posibilidad de que nuestras vidas tengan sentido desde una perspectiva terrestre limitada, pero eso no significa que debamos ser optimistas respecto al panorama general".

Hace unos años, el nombre de David Benatar se coló entre los principales diarios por rescatar y traer al presente una corriente filosófica de lo más controvertida: el antinatalismo. Su libro, 'Better Never To Have Been' (2006), cuyo título ya lo dice todo ('Mejor nunca haber existido'), ahondaba en una triste y ceniza conclusión: la mayoría de las personas nos autoengañamos pensando que nuestra vida tiene un sentido o es buena, pero en realidad es de mala calidad, puesto que sufrimos miserablemente, y ninguno de los placeres o bondades que nos puedan surgir vienen a paliar los profundos dolores a los que nos tenemos que enfrentar y que nos acecharán en el futuro. Por esto mismo, deberíamos reconsiderar nuestra capacidad de reproducirnos, ya que si reparamos en esta verdad absoluta, preferiríamos ahorrar a las futuras generaciones el tener algo que vivir para que no experimenten este cruel desengaño que nos atrofia y paraliza, y por esto mismo lo obviamos, aunque ello suponga dar la espalda a este lúcido pensamiento tan trágico.

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