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Las muñecas de primeros auxilios que tienen el rostro de una mujer ahogada en el Sena
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Una máscara, una muñeca, un cadáver

Las muñecas de primeros auxilios que tienen el rostro de una mujer ahogada en el Sena

Tras la cara más besada en el mundo existió, hace más de un siglo, una joven a la que encontraron ahogada en el río Sena. Su historia es un misterio y su retrato un retrato social

Foto: Fuente: Wikipedia
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A finales del siglo XIX, el cuerpo sin vida de una joven apareció flotando en el río Sena a su paso por París. No presentaba signos de violencia y, a pesar de haber muerto ahogada, en su rostro se apreciaba una sonrisa serena. Todo parecía indicar que se trataba de un suicidio, y ante esta idea fue llevada a la morgue de la ciudad, a la espera de que alguien la reconociera. Nadie lo hizo, así que el misterio de su imagen fue creciendo de boca en boca. Su anonimato y su abandono no la sentenciaron al olvido, sino que proyectaron su vida después de, supuestamente, habérsela quitado. Sin embargo, el recuerdo incierto de aquella chica, su propia voluntad desconocida previa a la muerte, resultaron el margen perfecto en el que operar el machismo de la época, hasta convertirla en una idea soñada que salvaría millones de vidas.

Foto: Fuente: Oakenroad/ Flickr.

Anne, como se la conoce en la actualidad, es hoy esa muñeca de primeros auxilios que has podido ver en algún que otro simulacro. Lo lleva siendo desde la década de los cincuenta, pero antes fue muchas cosas más: atravesó el arte, la literatura, el ideal femenino y los sueños infinidad de hombres, o todo esto la atravesó a ella: su rostro acabó colgado de la pared en los estudios de artistas y escritores de toda Europa. Rilke, Man Ray, Nabokov o Camus hicieron de su cadáver la prolongación de la musa. Este último llegó a apodarla la "Mona Lisa ahogada".

Todo comenzó en aquella morgue situada detrás de la catedral de Notre Dame, en el borde de la l'Ile de la Cité. "A partir de 1881, los cuerpos de hasta catorce personas desconocidas se colocarían en una habitación fría frente a una ventana de vidrio ante la cual pasaría un tren interminable de curiosos, con la esperanza de que algunos de los transeúntes reconocieran a alguno de ellos", apunta el periodista Jeremy Grange en un reportaje para la BBC. En un volumen de grabados con fecha de 1893 titulado 'Unknown Paris', señala Grange, el texto decía: "No hay una sola ventana en París que atraiga a más espectadores que esta".

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Una máscara inusual

También describió aquel espectáculo dantesco Émile Zola en su novela de 1867 'Thérèse Raquin' al hablar sobre pandillas de niños "que corrían a lo largo de la ventana, únicamente parando frente a los cadáveres femeninos".

Así, aquella chica desconocida ahogada fue inscrita en los libros de la morgue como "ecadavre feminin inconnu" (cadáver de mujer desconocida), y así quedó expuesta en aquel escaparate. Según indica Angelique Chrisafis en ‘The Guardian’, fue un catálogo de máscaras mortuorias de 1926 que finalmente dio a la mujer su nombre, "L'Inconnue de la Seine", la mujer desconocida del Sena. Chrisafis añade, citando a Hélène Pinet, trabajadora en los sótanos del Museo Rodin, que: "A partir de ese momento, el nombre trascendió la máscara en sí, fue el nombre lo que despertó la imaginación".

Según la historia popularizada, antes de que sus restos fueran depositados en una tumba de indigente sin nombre, se hizo una máscara mortuoria con sus rasgos. Hay quien dice que con el fin de buscar su identidad, pero también existe la versión de que fue debido al empeño de un asistente de la morgue que se había obsesionado con el rostro de la muchacha y pidió tenerlo para siempre como recuerdo. Lo que sí es seguro, sostiene la periodista, es que "no es cierto que habitualmente se hicieran máscaras mortuorias de todos los difuntos que adornaban la morgue de París con su presencia".

Entre L'inconnue y Resusci-Anne

De Shakespeare a Millais, la historia del arte retrata la perturbadora fijación de los hombres por la juventud ahogada de las mujeres a lo largo de los siglos. Cuando encontraron a la joven flotando en el Sena ya solo era su belleza.

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En los años 50, el fabricante de juguetes noruego Asmund Laerdal creó un modelo de persona con el que aprender a realizar primeros auxilios. Como indica Grange, "hizo deliberadamente a la muñeca como una mujer, pensando que los hombres machos no querrían practicar el boca a boca con un maniquí de su propio género". Laerdal eligió el rostro que había visto de pequeño sobre la chimenea de sus abuelos. Era el de la chica que medio siglo atrás apareció en el río. Así, el mito de la musa del arte que creaban los hombres también llegó a la medicina, aunque tampoco esto era nada nuevo.

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Un cuerpo de plástico, un rostro estático y sonriente al que besar una y otra vez, una chica muriendo y resucitando, a "L'Inconnue de la Seine", entonces la llamaron "Resusci-Anne", y el rostro pasó de la pared a una maleta, en miles de maletas en todo el mundo.

"En algunos yesos tomados de personas vivas, los rostros pueden llegar a ser muy claros, tan detallados que cuando les miras los párpados puedes ver el movimiento de los globos oculares debajo. Ese es el caso de la Inconnue"

En el taller donde moldearon la primera máscara de aquella joven, la familia Lorenzis venden tres o cuatro Inconnues al año, aseguraron a 'The Guardian', muchas a escritores que quieren la máscara para decorar sus hogares. A menudo les preguntan si ellos saben quién era esta la chica, pero no se hacen ilusiones. "Ciertamente, no se trata de una mujer ahogada, sacada del agua. Sería imposible tomar un rostro tan perfecto de una mujer muerta. En algunos yesos tomados de personas vivas, los rostros pueden llegar a ser muy claros, tan detallados que cuando les miras los párpados puedes ver el movimiento de los globos oculares debajo. Ese es el caso de la Inconnue".

A finales del siglo XIX, el cuerpo sin vida de una joven apareció flotando en el río Sena a su paso por París. No presentaba signos de violencia y, a pesar de haber muerto ahogada, en su rostro se apreciaba una sonrisa serena. Todo parecía indicar que se trataba de un suicidio, y ante esta idea fue llevada a la morgue de la ciudad, a la espera de que alguien la reconociera. Nadie lo hizo, así que el misterio de su imagen fue creciendo de boca en boca. Su anonimato y su abandono no la sentenciaron al olvido, sino que proyectaron su vida después de, supuestamente, habérsela quitado. Sin embargo, el recuerdo incierto de aquella chica, su propia voluntad desconocida previa a la muerte, resultaron el margen perfecto en el que operar el machismo de la época, hasta convertirla en una idea soñada que salvaría millones de vidas.

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