Cuando la amistad desaparece: siete posibles razones del 'ghosting' entre amigos
El ghosting en la amistad es más habitual de lo que parece. Una situación así puede hacer sentirnos solos, pero no lo estamos
¿Has sentido alguna vez que un amigo te daba la espalda, que se hacía el silencio poco a poco entre vosotros, que no estaba en las malas pero tampoco en las buenas? En el mundo hiperconectado en el que vivimos, las relaciones sociales se vertebran con más asiduidad, se expanden e intensifican gracias a la comunicación constante que las redes nos permiten, pero también se disuelven como quien echa una pastilla efervescente en un vaso de agua. De repente, aquella genial amistad que parecía eterna ya no existe.
El ghosting en la amistad es más habitual de lo que parece. Una situación así puede hacer sentirnos solos, pero no, no lo estamos, ni siquiera en la órbita de pensamientos en la que comienza a girar nuestro cerebro tratando de dar con la respuesta a esa sensación entre el dolor y el desconcierto que genera que tu amigo o amiga se haya convertido en esa pastilla efervescente.
La periodista y escritora Anneli Rufus se ha detenido justo en ese punto intermedio del después, una etapa que considera un auténtico duelo, porque a veces no es necesario que la pérdida conlleve la muerte basta con un vínculo desvanecido que, cuanto más fuerte, más retumba. No hay una respuesta absoluta, apunta Rufus en el portal de 'Psychology Today', cuando no ha habido explicación por su parte y, simplemente, su presencia en nuestra vida ya es solo desde los recuerdos. Sin embargo, la periodista enumera hasta siete posibles razones por las que los buenos amigos nos hacen ghosting.
Tal vez no es personal, o sí
“Nos preguntamos: ¿Estará en circunstancias demasiado tristes o aterradoras para compartirlas, incluso conmigo? (Esta podría ser la razón 1). ¿Tal vez un trauma ha vuelto a cablear su mente, cambiando sus prioridades? (Razón 2). ¿Quizás está ocupado, abrumado en casa, en clase, en el trabajo, sin tiempo libre? (Razón 3). Tal vez esto no es personal”, sostiene Rufus.
"Como si fuéramos expulsados de un avión sin paracaídas, giramos a través del espacio preguntándonos qué hicimos mal"
En circunstancias como estas, tendemos a buscar respuestas, creemos que necesitamos saber qué ha ocasionado el final de una relación que parecía mutua y sincera, pero en algún momento del duelo los pensamientos intrusivos acuden a celebrar mientras estamos demasiado abrumados por el dolor. Y, de repente, la culpa.
“Como si fuéramos expulsados de un avión sin paracaídas, giramos a través del espacio, sin reconocer puntos de referencia, preguntándonos qué hicimos mal, porque seguramente esto es culpa nuestra. Las cosas siempre son culpa nuestra: ¿Hemos dejado de ser quienquiera que fuéramos mientras la otra persona nos quería?”, lamenta la también escritora.
El comodín emocional
De pronto, lo que no tendría por qué ser personal se torna personal en tanto que nuestra autoculpa se hace con el mando de nuestra mente y, entonces, queremos respuestas, pero también deseamos desesperadamente no llegar a ellas. Preguntándonos desde este estado por qué nos han dado de lado, nos decimos: ¿Habré cambiado? (Razón 4), ¿Me habré vuelto más aburrido, ridículo u ofensivo? ¿Más ansioso, obsesivo, deprimido?
Sin embargo, que existan posibilidades que nos señalen directamente a nosotros no quiere decir que la opción contraria ya no pueda ser. Tal vez no hemos cambiado, han cambiado ellos, acercándose a nuevos intereses que están lejos de los nuestros. “Tal vez nos han superado. Tal vez somos el qué/dónde/cómo que ellos han dejado de querer ser. (Razones 5, 6 y 7)”.
Para Rufus, el ghosting en las amistades, que a diferencia del que sucede en pareja suele ser menos directo y por tanto un proceso más progresivo, nos otorga un truco extraño al estilo comodín emocional cuando ya no hay duda de que nuestros supuestos amigos pasan de nosotros: “podemos elegir creer que no es nuestra culpa”. Pero los cerebros humanos se han configurado para asumir lo peor, una tendencia que se conoce como el sesgo de negatividad.
Es por ello que no culparnos a nosotros mismos, aunque no queramos hacernos daño, parece tan difícil. Ahora que lo sabes, intenta, al menos, relativizar todas esas preguntas inevitables. Pero, sobre todo, recuerda que las relaciones sanas se basan siempre en la comunicación, así nunca te pillará por sorpresa los cambios en la otra persona, y tampoco la distancia.
¿Has sentido alguna vez que un amigo te daba la espalda, que se hacía el silencio poco a poco entre vosotros, que no estaba en las malas pero tampoco en las buenas? En el mundo hiperconectado en el que vivimos, las relaciones sociales se vertebran con más asiduidad, se expanden e intensifican gracias a la comunicación constante que las redes nos permiten, pero también se disuelven como quien echa una pastilla efervescente en un vaso de agua. De repente, aquella genial amistad que parecía eterna ya no existe.