Animales bonitos y feos: cómo la percepción humana determina a otras especies
Un nuevo estudio apunta que existe "un efecto directo" entre la idea humana de belleza y el instinto de protección
¿Nos gustan los animales o simplemente nos atrae su belleza? La percepción humana acerca de lo que le rodea ha marcado la propia evolución de su entorno en general y de otras especies en particular. Concebir el mundo como un escenario dispuesto a los intereses de las personas plantea un devenir lleno de incógnitas por el sabotaje a la naturaleza como hábitat colectivo y común de todo lo que alberga. Los animales resultan grandes damnificados de esa conciencia humana, y prueba de ello es el creciente número de especies en peligro de extinción tras siglos siendo entendidas para gusto y placer humano. Sin embargo, eso es solo la punta de un iceberg que, como en la realidad, la aceleración de los modelos de vida y con ellos del pensamiento hacia la vida está derritiendo: tras la estandarización de patrones como lo bonito, lo cuqui, lo bello se esconde todo el proceso de devastación.
¿Crees que un conejo es más bonito que un ratón, una mariquita es más bonita que una langosta o que un cerdo vietnamita es más bonito que un cerdo de mayor tamaño? Si es así, probablemente tu afirmación te lleve considerar a los primeros "más puros" que los segundos, y esto a su vez te lleva a creer que poseen un valor moral más inherente. Esta es la conclusión de un nuevo estudio llevado a cabo por Christoph Klebl, Yin Luo y Brock Bastian, tres investigadores de la Universidad de Melbourne en Australia. Su investigación vincula inextricablemente las percepciones de pureza, belleza y posición moral que las personas han construido hacia los animales, los paisajes o los edificios.
Internet está lleno de imágenes de animales que entendemos como bonitos, esto no es más que nuestra mente plasmada en pantallas. Sin embargo, aquellos que no nos lo parecen también han tenido su espacio en el imaginario colectivo humano, pero de una manera mucho menos bonita: de su “fealdad” y, tal vez, su peligrosidad deviene la idea del monstruo, y con el miedo establecido crece el desinterés de las personas hacia ellos. Si buscas en Google “animales bonitos” no verás, por ejemplo, una langosta. De la misma forma, ocurre para una misma especie: que un mono te resulte “bonito” depende a menudo de su raza, y también de su edad. Esto es lo que sucede también con animales domesticados como perros, gatos, e incluso ese cerdo vietnamita que tu vecino tiene en casa.
De la belleza al instinto de protección
Según apunta Emma Young en ‘The british psychological society’, estudios anteriores han encontrado que “cuanto más sentimos que una entidad tiene una mente y es capaz de sentir sensaciones y sentimientos, mayor es su posición moral, es decir, pensamos que hay un aspecto moral más fuerte en las decisiones sobre cómo debe ser tratada”. No obstante, parece que esto no es todo, porque los juicios estéticos también tienen un fuerte impacto en ese trato.
El reciente estudio conforma en realidad un conjunto de hasta seis investigaciones hiladas, cuyos resultados han sido publicados en el Boletín de ‘Personalidad y Psicología Social’ y evidencia que existe un "efecto directo" entre la idea de belleza y el instinto de protección. Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron diferentes pruebas a 1.600 personas. En la primera parte, Klebl y sus compañeros utilizaron una medida del "deseo de proteger" a varios animales como indicador de la posición moral atribuida a cada uno. Los participantes debían calificar el grado en que peces, mariposas o pájaros "feos" o "bonitos" les hizo pensar en algo "puro", así como en lo útiles e inspiradores que les resultaban. De la misma forma, debían apuntar si les hacían sentir asco, miedo o tristeza.
Los animales juzgados como más bellos también se consideraron más puros, y esto llevó a los participantes a verlos como más "merecedores" de protección
Las percepciones de pureza encontradas resultaron guiar su deseo de proteger a según qué animales. Aunque no se encontró un efecto directo de la belleza propiamente dicha (o entendida) frente a la fealdad en el camino de la posición moral, los animales juzgados como más hermosos también fueron juzgados como más puros, y fue esto lo que llevó a los participantes a verlos como más “merecedores” de protección. Según señalan los autores, las percepciones de cuán "útil" les resultaba cada animal presentado también fueron relevantes en la decisión de los participantes.
Un nuevo marco de conciencia
Esto mismo sucedió en los estudios posteriores, centrados en personas, paisajes, lugares y objetos inanimados respectivamente. Para el caso de las personas, los autores descubrieron que, de nuevo, los voluntarios establecían una posición moral a otras 12 personas presentadas en fotografías determinada por el nivel de belleza que les transmitía cada rostro. Juzgaron que los lagos, montañas e incluso edificios “hermosos” versus “feos” eran “más puros” y más merecedores de protección, y una vez más, la utilidad percibida también influyó en los resultados.
Esto último establece un nuevo marco de conciencia hacia el cambio en el trato humano que recibe el planeta. Pero para hacerlo hay que reconocer la perversión que la humanidad ha alcanzado: sobre ello continuó el enfoque de este conjunto de estudios. Los participantes debían ahora evaluar hasta qué punto dañar a un animal o un edificio sería moralmente incorrecto. Nuevamente, tanto los animales como los edificios considerados bellos, vistos como más puros, generaron más instinto protector.
Además de una explicación científica, estos estudios proporcionan el reflejo de nuestras acciones, para que, si al conocerlas nos resultas “feas” reflexionemos sobre ellas. Mientras tanto, como apuntan los autores: “Nuestros hallazgos sugieren vías novedosas y prácticas a través de las cuales aprovechar la preocupación moral por una amplia gama de objetivos, como animales, plantas u obras de arquitectura".
¿Nos gustan los animales o simplemente nos atrae su belleza? La percepción humana acerca de lo que le rodea ha marcado la propia evolución de su entorno en general y de otras especies en particular. Concebir el mundo como un escenario dispuesto a los intereses de las personas plantea un devenir lleno de incógnitas por el sabotaje a la naturaleza como hábitat colectivo y común de todo lo que alberga. Los animales resultan grandes damnificados de esa conciencia humana, y prueba de ello es el creciente número de especies en peligro de extinción tras siglos siendo entendidas para gusto y placer humano. Sin embargo, eso es solo la punta de un iceberg que, como en la realidad, la aceleración de los modelos de vida y con ellos del pensamiento hacia la vida está derritiendo: tras la estandarización de patrones como lo bonito, lo cuqui, lo bello se esconde todo el proceso de devastación.