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El experimento islandés para trabajar menos (y sus buenos resultados)
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El experimento islandés para trabajar menos (y sus buenos resultados)

Durante cuatro años, 2.500 islandeses participaron en dos experimentos impulsados por el gobierno que tenían como objetivo analizar una semana laboral más corta

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La semana laboral de cuatro días se ha convertido en eje central del debate social y político en los últimos meses, dentro del marco contextual en el que la pandemia de coronavirus nos ha situado: después de una ola, y otra, y otra, como si estuviéramos suspendidos en el arrastre, la orilla puede estar cerca o no, porque la orilla es precisamente todo lo que era y ahora tal vez ya no deba ser si se pretende un futuro mejor. La reducción de la jornada de trabajo no es ninguna novedad, se trata de una lucha prepandémica: años atrás, décadas atrás, incluso siglos atrás, atravesada por otras pandemias, aquella forma parte de los aspectos identitarios de la clase trabajadora. Sin embargo, al tiempo que el capitalismo se ha acelerado, algunos de esos aspectos (luchas) han quedado suspendidas, arrastradas, por la narrativa ilusoria del bienestar, hasta que a la ilusión le pudo la desesperanza.

Un año antes de que el coronavirus llegara a nuestras vidas, se celebraba en Madrid la 'Cumbre del Clima o Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático' (COP25) con gran expectación internacional, especialmente por la presencia de la activista Greta Thumberg y la agitación del movimiento que impulsó en los llamados ‘Fridays for future’. Millones de personas esperaban que de aquellos encuentros de varios días entre representantes de todos los países afloraran soluciones que disuadieran el desastre climático. Ya entonces, las voces de expertos y expertas advertían de la imposibilidad de un gran cambio ecosocial sin cambiar radicalmente el paradigma económico mundial, en el que el modelo de organización del trabajo juega un papel fundamental.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Durante el confinamiento mundial, a la incertidumbre le precedió la certeza de que había algo de positivo entre el miedo, la tristeza y la desazón colectiva: muchas ciudadanas y ciudadanos, por supuesto quienes tuvieron la suerte de continuar con su empleo, comenzaron a palpar con sus propias manos el tiempo que podían dedicarse a sí mismos y a su familia, a una cotidianidad más consciente mediante el teletrabajo, y así la salud mental y la conciliación sonaron sobre la mesa de las instituciones. Sin embargo, desde entonces, el afán del sistema por recuperar los ritmos anteriores a la pandemia (la vuelta a la antigua normalidad) crecen. Como si no hubiera pasado nada, volver a la vida laboral se ha vuelto una prioridad para muchos gobiernos, pero el debate de lo que ello supone ya no puede ocultarse.

Islandia y el éxito de trabajar menos

El 11 de octubre de 2019, Íñigo Errejón presentaba el programa verde de su entonces recién constituida formación ‘Más País’. Cuatro palabras trascendieron aquel papel: semana de cuatro días. Un año después, en plena crisis socioeconómica debido a la Covid-19, el partido recuperaba esta propuesta como enmienda a los Presupuestos Generales del Estado. El resultado: 50 millones de euros que el Gobierno invertirá para un plan piloto en el que ya se está trabajando a nivel estatal. De esta forma, entre 200 y 400 empresas recibirán ayudas económicas para que sus plantillas de trabajadoras y trabajadores pasen de trabajar 40 horas semanales a hacerlo 32 horas (es decir, cuatro días a la semana) sin ver reducidos sus salarios.

No obstante, no se trata de un proyecto pionero. El primer país en ofrecer resultados ha sido Islandia. Durante cuatro años, entre 2015 y 2019, aproximadamente 2.500 islandeses participaron en dos experimentos impulsados por el gobierno que tenía como objetivo analizar cómo una semana laboral más corta repercutiría en la productividad.

Foto: La brecha de demanda afecta tanto a mujeres como a minorías (iStock)

En este caso, la idea ha consistido en una semana laboral de 35 o 36 horas que, para empezar, no provocó ninguna caída en la productividad o en la calidad de la prestación de servicios mientras que el bienestar de las trabajadoras y los trabajadores aumentó sustancialmente. En ambos ensayos participaron diversos lugares de trabajo, desde hospitales hasta oficinas. En total, unas 2.500 personas, lo que equivale a algo más del 1% de toda la población activa islandesa. Durante los cuatro años se mantuvieron los mismos salarios previos. Simplemente se recortaron las horas, lo que llevó a que las reuniones fueran más breves, menos cambios de turno y menos absentismo así como la eliminación de tareas innecesarias. Todo ello ayudó a las plantillas a mantener (también psicológicamente) el nuevo régimen, porque las personas estaban mejor, y esto es: más descansadas, más realizadas y, en consecuencia, más satisfechas. Así lo reflejan los resultados, publicados por la Asociación para la Sostenibilidad y la Democracia (Alda) en Islandia, y el grupo de expertos de Reino Unido Autonomy.

El tiempo, el tiempo, el tiempo

"En ambos ensayos, muchos trabajadores expresaron que después de comenzar a trabajar menos horas se sintieron mejor, con más energía y menos estresados, lo que les llevó a tener más energía para otras actividades, como el ejercicio físico, el tiempo con los amigos y otros pasatiempos", recoge el informe. En esta línea, todo eran ventajas: Trabajar cuatro o cinco horas menos a la semana ofreció tiempo y el tiempo permite a las personas ser creativas con la forma en que hacen su trabajo, y aunque algunos participantes reconocieron que al principio tuvieron dificultades para adaptarse, la mayoría no tardó en hacerlo. La clave: no se trata de buscar otras formas a través de las formas conocidas, sino precisamente cambiar estas. "En lugar de hacer las cosas con la misma rutina habitual que antes, las personas reevaluaron cómo hacerlas y, de repente, se estaban haciendo", señala uno de los participantes.

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Es así como la idea de bienestar deja de ser una mera ilusión: los participantes aseguraron que sentían menos estrés en el trabajo porque el equilibrio entre este y la vida fuera de él realmente existía. En este sentido, en las entrevistas de seguimiento mencionaron beneficios como tener más tiempo para hacer mandados y tareas del hogar, tener más tiempo para ellos mismos y poder hacer más ejercicio. Esto se traduce en una vida más saludable y en la posibilidad de que el mecanismo circular del capitalismo, que sitúa sobre la ciudadanía la responsabilidad de una ética sostenible, si diluya en su propio mensaje.

Según señalan en un informe la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la exposición a largas jornadas laborales (hasta 55 horas a la semana) es más frecuente de lo que creemos, pese a conocerse que esto aumenta la mortalidad por enfermedades como la cardiopatía isquémica y los accidentes cerebrovasculares. Asimismo, la mala calidad de vida incluye otros muchos vectores con consecuencias igual de graves. Existen estudios que confirman que los ritmos desenfrenados a los que se ve obligada la ciudadanía, impiden una alimentación correcta, lo que puede conllevar problemas de obesidad y enfermedades como la diabetes, entre otras. Una nueva lógica con respecto al trabajo reduciría además las emisiones de CO2, y el consumo masivo de plásticos y otros materiales (porque a menudo cocinar y trabajar no son opciones compatibles).

Partiendo de que no todos los trabajos cuentan con la posibilidad del teletrabajo, existen múltiples formatos de reducción de jornada

Volviendo a España y, según un estudio de Adecco, el 74% de nuestras empresas rechazan un modelo de trabajo más equilibrado por miedo a las pérdidas económicas (y jerárquicas) que consideran que podría conllevar, mientras que el 14% solo lo ve factible si la reducción de jornada también conlleva un recorte salarial. Únicamente el 12% de las empresas consideran que podrían abordar una semana de cuatro días manteniendo los mismos sueldos.

Es cierto que no en todos los sectores podría aplicarse la nueva lógica de la misma forma. Para servicios como la hostelería (un sector que trabaja 6 días a la semana, y en turnos partidos) así como la consulta de un psicólogo o la de un fisioterapeuta, y por supuesto quienes se dedican a los cuidados (quienes a menudo ni siquiera tienen una jornada definida, superando con creces las horas diarias) como las empleadas de hogar o personas que suman varios trabajos precarios de salario insuficiente (muchas de ellas jóvenes), se requerirá una reforma íntegra de los códigos laborales. Partiendo además de que no todos los trabajos cuentan con la posibilidad del teletrabajo, existen múltiples formatos de reducción de jornada, como puede ser trabajar directamente un día menos o seguir trabajando la misma cantidad de días, pero menos horas, por lo que resulta necesario analizar la situación de cada sector, sus carencias y demandas.

A la espera ahora de que en España el proyecto comience a germinar, y con él quizá la mirada política se incline también hacia otras áreas de empleo, por el momento septiembre se presenta con la máxima presencialidad para muchos, una vuelta a los primeros días de marzo de 2020. Para otras personas, directamente no ha dejado de ser así desde entonces, o ya lleva meses siéndolo. Mientras tanto, queda la esperanza en una nueva narrativa que esté presente, y la visibilidad que sigua adquiriendo por el momento en Islandia: desde que se llevaron a cabo las pruebas, alrededor del 86% de toda la fuerza laboral en el país ha pasado ya a una semana laboral más corta, y los investigadores encargados de las pruebas esperan que estas ideas también se puedan aplicar en otros países.

La semana laboral de cuatro días se ha convertido en eje central del debate social y político en los últimos meses, dentro del marco contextual en el que la pandemia de coronavirus nos ha situado: después de una ola, y otra, y otra, como si estuviéramos suspendidos en el arrastre, la orilla puede estar cerca o no, porque la orilla es precisamente todo lo que era y ahora tal vez ya no deba ser si se pretende un futuro mejor. La reducción de la jornada de trabajo no es ninguna novedad, se trata de una lucha prepandémica: años atrás, décadas atrás, incluso siglos atrás, atravesada por otras pandemias, aquella forma parte de los aspectos identitarios de la clase trabajadora. Sin embargo, al tiempo que el capitalismo se ha acelerado, algunos de esos aspectos (luchas) han quedado suspendidas, arrastradas, por la narrativa ilusoria del bienestar, hasta que a la ilusión le pudo la desesperanza.

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