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Por qué todos somos 'un poco Quijotes': la creación de evidencias según Maurette
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"ERÁSE UNA VEZ..."

Por qué todos somos 'un poco Quijotes': la creación de evidencias según Maurette

El escritor publica 'Por qué nos creemos los cuentos', en el que reflexiona sobre cómo se construye la ficción, y por tanto nuestras creencias, en base a evidencias ciertas o falsas

Foto: Foto cedida por el autor
Foto cedida por el autor

Los cuentos ni se leen, ni se cuentan, ni se escriben, se viven. Si fuéramos conscientes de la cantidad de cuentos que nos contamos a nosotros mismos a cada instante perderíamos la cuenta. “Cuentas tantos cuentos que ni Quentin cuenta tantos”, cantaban con gracia los hermanos rumberos más famosos de Cornellá (paradójicamente, hablaremos de un Quentin más adelante). Nuestra mirada es un libro abierto que delata cansancio, euforia contenida, pensamientos furtivos e incorrectos, pasiones secretas. La novela de nuestra vida se escribe desde que nos levantamos, tras recoger al ‘yo’ que dejamos aparcado la noche anterior al entregarle a los sueños –por cierto, otros cuentos de lo más peliagudos–. Entonces, de manera natural e involuntaria, empezamos a narrar de nuevo. Las fábulas que tejemos sobre nosotros mismos emergen por combustión espontánea, hablándonos de nuestros deseos, miedos y miserias. A veces, cuesta prestar atención a esa voz que surge y que mezcla hechos reales con ficticios. Sin embargo, nunca para de hablar, trazando nuevos desarrollos a nuestra historia común y colectiva.

No es casualidad que la portada de ‘Por qué nos creemos los cuentos. Cómo se construye evidencia en la ficción’ (Clave Intelectual, 2021) del escritor argentino Pablo Maurette sea un libro dentro de un libro cuya portada a su vez enseña una figura humana que abre una puerta insondable a otro mundo, tal vez al de la ficción o al de los cuentos. Como muchos de los autores a los que cita, Borges, Cortázar o el propio Quentin Tarantino, su obsesión filosófica nace de la relación que establecen el espectador o el lector con los personajes de la obra a la que están asistiendo, ya sea una película, una novela o un cuento. Precisamente, si algo tienen en común estos tres autores son sus pretensiones metanarrativas, es decir, reflexionar sobre la propia narración, por qué existe esa especie de “magia” que da pie a que nos compenetremos con los hechos que se suceden en una obra de ficción, y por “compenetración” Maurette se refiere a “la aparición efectiva de una dimensión de la realidad que, a pesar de no estar regida por las leyes naturales, tiene injerencia real (sensorial, afectiva, intelectual, mnemónica) en el mundo cotidiano”.

"El que cree que el coronavirus se contagia a través del 5G no es muy distinto de Alonso Quijano, que se cree Don Quijote"

Si este libro estudia la creación de evidencias en la ficción (cuya etimología refiere al sentido de la vista), en 2015 publicó ‘El sentido olvidado’ en el que profundizó en la háptica, la ciencia del tacto, la cual no solo incluye la percepción exterior de las cosas, sino todo el conjunto de sensaciones no visuales y no auditivas que experimenta el ser humano. ¿De dónde viene esta obsesión de Maurette por los sentidos? “Creo que es el tema central de la estética, que viene del griego ‘aísthesis’ que significa ‘percepción’”, recalca. “Los sentidos son nuestra vía de acceso al mundo exterior y, a través de él, a muchos otros mundos. Y, a la vez que compartimos, cada uno de nosotros tiene su relación idiosincrática con sus propios sentidos. La sensibilidad estética se construye y se cultiva en y a través de los sentidos”.

Foto: iStock

Y es precisamente esta sensibilidad mediante la cual sostenemos nuestras creencias y, por ende, regimos nuestros actos. “Los seres humanos somos anfibios (o polibios); habitamos varias dimensiones de lo real simultáneamente”, asevera Maurette a El Confidencial. “Así estamos configurados. Contar cuentos y creer en ellos nos es tan natural como caminar erguidos. No sé si lo hacemos por la necesidad de huir o de rebelarnos. Hay casos patológicos en los que sí, por supuesto, que se cuelan en la gran literatura como ‘Madame Bovary’. La gente que no lee libros, que no escucha cuentos, que no va al cine, participa de la dimensión narrativa y la habita ejerciendo esa cualidad: lee las noticias o navega en esa vorágine de confusión cognitiva que son las redes sociales, cree en determinadas visiones de la realidad, que son en última instancia relatos. De tanto en tanto y en modo controlado nos regodeamos en dar la vuelta a la tortilla, visitar el mundo del revés, fingir que somos otros. Es otra variante de nuestra dimensión lúdica. Es un juego”.

"Las redes sociales son mundos de ficción e internet es un universo de fantasía al alcance de nuestra mano"

A lo largo del libro, el autor profundiza en esta condición natural que nos hace creadores de sentido y significado en nuestras vidas, así como habitantes de la dimensión ficticia que también conforma nuestra forma de ver el mundo, de entenderlo y de afrontarlo. Todo a través de la creación de evidencias, tanto acertadas o equivocadas, pero siempre reales y persistentes, aunque sean falsas.

“El que cree que el coronavirus se contagia a través del 5G no es muy distinto de Alonso Quijano, que se cree Don Quijote”, señala, “aunque al menos el pobre Alonso tiene momentos de cordura en los que se sale de su personaje”. ¿Somos, pues, todos un poco Quijotes en una época en la que abundan tantos relatos distintos sobre una misma realidad? “Las redes sociales son mundos de ficción, internet es un universo de fantasía, y lo tenemos siempre con nosotros al alcance de la mano, bajo esa forma de ‘ladrillito luminoso’ que nos acompaña a todos lados”, confiesa. “Además de tener hábitos de lectura, ir al cine o al museo, escuchar música, hoy tenemos esa otra dimensión de la fantasía que nos absorbe en todo momento y que ha llegado para quedarse”.

El reflejo de Sharon Tate en las gafas de Sharon Tate

Aquellos que conocían la historia que relata ‘Érase una vez en Hollywood’ (2019) esperaban que los discípulos de la secta de Charles Manson acabaran con la vida de la actriz Sharon Tate al final de la película, encarnada por Margot Robbie. Sin embargo, el director decide presentar un desenlace distinto a esta sórdida y sanguinaria crónica de los años 60. Y gracias a ese cúmulo de escenas preliminares de más de dos horas cargadas de extremo realismo en las que parece no pasar nada pero pasa de todo (plagada de repeticiones, símbolos y conversaciones banales y cotidianas, como la vida misma), la realidad se entrecruza con la ficción, generando en el espectador la angustia de no saber con claridad cuáles de los dos mundos, si el histórico o el ficticio, es real.

Tal y como refleja Maurette, existen escenas concretas en las que estos universos superpuestos producen esa magia o compenetración entre el espectador y los personajes de la obra, que también son o fueron personas reales de carne y hueso, como cuando Tate en el cuerpo de Robbie acude al cine a ver su última película ‘'La mansión de los siete placeres' (1968), dirigida por Phil Karlson, y en la pantalla emerge la verdadera actriz de Hollywood que fue brutalmente asesinada. “Cuando finalmente llega el clímax y el director nos sorprende destruyendo otro cuerpo en lugar del de Tate, el alivio es abrumador”, explica Maurette en su libro.

"Ver 'Stalker' en un 'smartphone' en fragmentos de 15 minutos no es lo mismo que verla en el cine completamente del tirón"

“Es precisamente a través de esta tensión y esta expectativa que la película obliga al espectador a habitar con plena conciencia ese terreno intermedio entre su mundo y el mundo en la pantalla y aceptar ambos como verdaderos", prosigue. “Al armar una narrativa visual ficticia cuyo efecto estético se sostiene sobre una serie de datos históricos conocidos en mayor o menor detalle por el espectador, Tarantino de un lado afirma la autonomía de la dimensión estética que tiene la capacidad de trastocar y corregir la historia y del otro reconoce que esta autonomía se logra necesariamente en directa oposición, pero en fluida interacción, con el mundo real”.

Por eso, más allá de los artificios pistoleros del final que caracterizan la estética cinematográfica del director, el espectador abandona la sala de cine con una sensación de haber vivido un cuento (el propio título de la película lleva la coletilla “érase una vez”) demasiado real, tan real que, para aquellos que vivieron la época de Sharon Tate y Charles Manson, seguramente les deje un poso de inquietud basada en lo que pudiera o debiera haber sido y no en lo que realmente fue. Un cuento que acaba bien y rivaliza con una realidad trágica y funesta. Un cuento que consigue transportar al espectador de la manera más realista posible gracias a todos esos pequeños detalles y recursos fílmicos autorreferenciales al cine clásico y a las películas del propio autor, que establecen la idea metanarrativa de que ficción y realidad pueden llegar a ser la misma cosa, si se quiere, como una matrioska, tanto como Robbie observa a Tate actuar en aquel cine localizado dentro de otro cine, el cine de nuestra época, el cine de Tarantino.

Lo verdadero y lo falso

La cuarentena en la que nos sumergimos hace poco más de un año sirvió para poner en evidencia la capacidad que tiene el arte y la cultura para ‘salvarnos la vida’ en los momentos difíciles. La mayoría de las personas aprovecharon para leer todos los libros que tenían pendientes o empezar nuevos tomos que nunca llegaron a terminar, o bien sumergirse en el mundo ficticio de las series y las películas. Y, a su vez, ejercer su vida social de manera telemática a través de videollamadas o redes sociales. Todo ello por y a través de las pantallas y la infinidad de imágenes que suceden en ellas.

"Las trompetas del apocalipsis las suelen tocar personas cortas de vista; el milenarismo es la forma más grosera del provincianismo histórico"

“Hay una facilidad de acceso a todo tipo de imágenes que hace que perdamos poco a poco la capacidad de admiración y sorpresa”, reconoce Maurette. “En los 70, Susan Sontag hablaba de la omnipresencia de la imagen y de su obsesión por la fotografía. Si viera lo que el mundo es hoy en día…” A propósito de ello, nuestra capacidad para sumergirnos de lleno en cada una de estas imágenes ha menguado, cuando antes un cuadro representaba una ventana a otros mundos ahora solo es una imagen más rodeada de otros millones de imágenes. Una de las consecuencias que conlleva es la patología colectiva que ha ido manifestándose en los últimos años, sobre todo en los niños que han sido expuestos a las pantallas desde el comienzo de sus vidas: la falta de atención. ¿Irá este síndrome a más y con él nuestra concepción del arte cambiará, además de nuestras capacidades cognitivas?

“Estamos en la era de la distracción, de eso no hay duda”, reflexiona Maurette. “Muchas obras de arte visuales, literarias o musicales exigen atención. Ver ‘Stalker’ en un 'smartphone' en fragmentos de 15 minutos no es lo mismo que verla en el cine del tirón. Irán cambiando las costumbres de consumo del arte y con ella los productos. Siempre fue así. Cuando los poetas empezaron a escribir en lengua vernácula a muchos les pareció que era la muerte de la cultura. Lo mismo cuando se inventó la imprenta. Las trompetas del apocalipsis las suelen tocar personas muy cortas de vista; el milenarismo es la forma más grosera del provincialismo histórico. Apuesto lo que sea a que en cien años los cines serán una reliquia del pasado. Quedarán algunos para excéntricos y exquisitos, como hoy quedan los teatros de ópera para minorías nostálgicas. Pero habrá nuevas formas narrativas, cambiarán los criterios sobre lo que es bueno y malo, lo que es alta cultura y cultura popular”, y a este respecto cabe acordarse de la explosión de fenómenos de la cultura 'pop' actual como C. Tangana o la telebasura y los debates que generan entre el público más culto.

Foto: Una cumbre de la televisión española, dicen. (Mediaset) Opinión
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“Me resisto a creer en la teoría de la senescencia del mundo”, concluye Maurette. “Me resisto a adoptar la visión escatológica de que la historia es un proceso de deterioro general que lleva indefectiblemente a la destrucción completa de todo. Tal vez me resisto con tanto ahínco porque en el fondo tengo la sospecha de que sí, el mundo cambia siempre para peor, el genio artístico ya es cosa del pasado, somos cada vez más vanos, más estúpidos y más superficiales”. ¿Y tú, cuáles son los cuentos que te estás contando ahora mismo, y cuáles tomas por verdaderos o por una mera invención?

Los cuentos ni se leen, ni se cuentan, ni se escriben, se viven. Si fuéramos conscientes de la cantidad de cuentos que nos contamos a nosotros mismos a cada instante perderíamos la cuenta. “Cuentas tantos cuentos que ni Quentin cuenta tantos”, cantaban con gracia los hermanos rumberos más famosos de Cornellá (paradójicamente, hablaremos de un Quentin más adelante). Nuestra mirada es un libro abierto que delata cansancio, euforia contenida, pensamientos furtivos e incorrectos, pasiones secretas. La novela de nuestra vida se escribe desde que nos levantamos, tras recoger al ‘yo’ que dejamos aparcado la noche anterior al entregarle a los sueños –por cierto, otros cuentos de lo más peliagudos–. Entonces, de manera natural e involuntaria, empezamos a narrar de nuevo. Las fábulas que tejemos sobre nosotros mismos emergen por combustión espontánea, hablándonos de nuestros deseos, miedos y miserias. A veces, cuesta prestar atención a esa voz que surge y que mezcla hechos reales con ficticios. Sin embargo, nunca para de hablar, trazando nuevos desarrollos a nuestra historia común y colectiva.

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