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Auge y caída de los fumaderos de opio: así eran hace un siglo
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Auge y caída de los fumaderos de opio: así eran hace un siglo

"Es difícil después de haber conocido el opio tomar la vida en serio", diría Jean Cocteau. Esos antros de perdición proliferaron en Europa en 1900, también en España

Foto:  Americanos fumando opio en Nueva York en 1925, imagen de la revista 'Collectors Weekly'. (Wikimedia commons)
Americanos fumando opio en Nueva York en 1925, imagen de la revista 'Collectors Weekly'. (Wikimedia commons)

En la oscuridad del brumoso local, los cuerpos se desparraman tumbados sobre literas o, directamente, sobre el suelo. Se les sirve un artefacto alargado que bien podría ser una flauta con la que engatusar a las serpientes, aunque en realidad se trata de una pipa. Con la primera calada los ojos se tornan ausentes y vidriosos, el ánimo se marcha volando a otra parte. Nadie habla, ni siquiera tienen fuerzas para levantarse. Es una estampa más de una época que ya solo vive en la memoria colectiva, pues los que la protagonizaron abandonaron este mundo hace ya mucho tiempo. La proliferación, el auge y la caída de los fumaderos de opio.

El uso recreativo del opio parece asociado irremediablemente a la imagen de la comunidad china. En realidad, fueron los británicos los que introdujeron la droga en el país asiático desde la India, consiguiendo que el consumo se extendiera por todo el territorio entre las clases trabajadoras. En 1830, el emperador Daouguang prohibió su compra y su venta, resultando esto en una violenta guerra con Gran Bretaña que terminarían ganando nuestros vecinos isleños. Tras ello, se quedarían con la antigua colonia y ahora territorio autónomo de Hong Kong, y los fumaderos de opio se trasladarían también a Occidente.

placeholder Ilustración de un fumadero de opio en Pekín, siglo XIX.
Ilustración de un fumadero de opio en Pekín, siglo XIX.

En Europa, y en algunas partes de Estados Unidos (especialmente la Costa Oeste), la asociación entre chinos y opio se debe principalmente a que eran ellos los propietarios de los locales, suministraban y preparaban las lámparas de aceite donde se calentaba la droga, así como las pipas que iban unidas a ellas. Pronto, las clases altas y bajas europeas sin distinción comenzaron a frecuentar estos locales, así como muchos artistas que pretendían alejar a los demonios, olvidar o experimentar toda clase de alucinaciones. Charles Baudelaire escribiría en 1860 'Encantamientos y torturas de un comedor de opio', y algunos, como Arthur Rimbaud, también harían uso frecuente de la droga de manera recreativa o, como Thomas Quincey, ('Confesiones de un inglés comedor de opio') para tratar sus neuralgias.

Los británicos introdujeron el opio en China, que luego se popularizó y llegó a Occidente. Clases altas e intelectuales acudían a los fumaderos para consumir de manera recreativa o tratar sus dolencias

Eso último es fundamental, pues además de remedio contra los amargos recuerdos y el día a día, el opio también se utilizó como compuesto medicinal durante el siglo XIX, pues ni siquiera necesitaba receta. El láudano (preparación compuesta por opio, vino blanco, azafrán, clavo y canela) era compañero frecuente de intelectuales o clases altas que querían tratar algunas dolencias, y en algunas ocasiones también servía para acortar la vida: Elizabeth Siddal, musa prerrafaelista y protagonista del cuadro 'Ofelia' de John Everett Millais, se suicidaría con una sobredosis de esta mezcla. "Es difícil vivir sin el opio después de haberlo conocido", confiesa Jean Cocteau en 'Opio. Diario de una desintoxicación', "porque es difícil, después de haber conocido el opio, tomar la vida en serio".

¿Y en España?

Los fumaderos de opio se prohibirían en algunas de las principales ciudades de Europa, como Londres o París, a principios del siglo XX (aunque seguirían abiertos de manera clandestina hasta poco después del comienzo de la Gran Guerra). ¿Existieron también en nuestro país? Asociados con los barrios chinos y los ambientes degradados y miserables, quizá el primer lugar que acudiría a nuestra mente sería el Raval de Barcelona, conocido en otro tiempo como Barrio Chino. ¿El nombre es fruto de una simple casualidad?

El Barrio Chino de Barcelona adoptó el nombre a partir de los chinatown de San Francisco o Nueva York, lugares oscuros y misteriosos donde proliferaban la trata de blancas y el narcotráfico

"El nombre de Barrio Chino de Barcelona no tiene nada que ver con la nacionalidad de sus habitantes", apunta a El Confidencial Celia Marín Vega, profesora asociada en el Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura y Ciencias de la Comunicación en la Universidad Politécnica de Cataluña. "El Barrio Chino de Barcelona es un Barrio Chino sin chinos, como es lógico había muchos más valencianos, murcianos o andaluces. La inmigración china, según las estadísticas, era irrisoria (siete ciudadanos en 1920, 46 en los años 30). El nombre fue propuesto por el periodista Francisco Madrid en un artículo de 1925 en el que hablaba de la zona del Raval y explicaba: 'La Mina es el típico local del Barrio Chino de Barcelona'. Para Madrid, Barrio Chino era sinónimo de barrios bajos, y todas las grandes metrópolis lo tienen".

"En los años 20 comenzaron a circular en el cine y la prensa historias sobre los Chinatown de Nueva York y San Francisco como lugares oscuros y misteriosos donde proliferaban la trata de blancas y el narcotráfico. Francisco Madrid aprovechó esta idea para dar nombre al barrio por los crímenes, no por el origen de sus habitantes. En 1935 contó que una vez se había cruzado por casualidad con un chino caminando por una calle del Raval, el chino resbaló, se levantó y siguió con los suyo. A Madrid le sorprendió porque era la primera vez que veía uno en Barcelona. A partir de ese encuentro imaginó la posibilidad de que en la ciudad también hubiese un barrio oculto y misterioso, como el de San Francisco", señala. "Al final, el Barrio Chino acabó cobrando vida propia, y al hacerse popular varios locales decidieron cambiar su nombre. Por ejemplo, Cal Sagristà pasó a llamarse Wu Li Chang".

Los turistas extranjeros también ayudaron a fomentar la popularidad del barrio, creyendo (equivocadamente, según un artículo publicado en 'La Vanguardia' en 1935) que encontrarían un ambiente de corrupción, bohemia y noches en blanco por culpa del opio. "'¿Y hay chinos en el barrio?', pregunta el recién llegado, pensando ya en los fumaderos y sintiéndose transportado a paraísos artificiales (...) no es que yo pretenda destruir la fama del Barrio Chino, conveniente para una gran ciudad que pretende tener sus antros de perdición. Pero creo que los que están más cerca de la verdad son los curas de Santa Mónica, que han visto en el famoso barrio solo un valle de lágrimas".

En 1926 la policía clausuró un fumadero ilegal en el barrio de Gràcia: "Encontramos una caja de madera tallada con incrustaciones de nácar que contenía una pequeña cantidad de opio"

"Lo que se llevaba en Barcelona en los años 20 y 30 era la cocaína", apunta Marín Vega. "Paco Villar en su libro sobre el Barrio Chino ('Historia y Leyenda del Barrio Chino') habla de que había fumadores de opio, pero no da mucha más información al respecto, insiste en el tema de la cocaína". Sin embargo, otro artículo recogido también en 'La Vanguardia', de 1926, podría aportarnos un poco de luz. En un piso en la calle de Salmerón 53 (actual Calle Gran de Gràcia) habría existido un fumadero de opio descubierto por la policía en aquel año: "(...) Una habitación amueblada con estilo chino, en cuya pared, al fondo, existen dos abanicos de los llamados japoneses. En el centro de la habitación existe una mesita de poca altura y de forma octogonal con un servicio para fumar de latón o metal dorado y cuatro cojines a su alrededor, con una pequeña caja de madera tallada con incrustaciones de nácar que contenía una pequeña cantidad de opio en pasta y seis ampollas de inyectables con la jeringuilla correspondiente para aplicarlas". Esa información coincide con la aportada por Eduardo Mendoza en 'La ciudad de los prodigios', que habla del último de los fumaderos de opio en el barrio de Gràcia, donde acudían infinidad de caballeros y damas.

La caja de madera tallada con incrustaciones de nácar puede parecer un objeto digno de coleccionista, pero lo cierto es que eran bastante frecuentes. Los objetos que se usaban para fumar se importaban de China y Vietnam y las pipas, bandejas o divanes se adornaban con incrustaciones de piedras preciosas (porcelana, plata, marfil o jade). Desgraciadamente, cuando se prohibieron estos locales muchos de los objetos fueron incautados y eliminados, por lo que prácticamente no han llegado a nuestros días.

Las pipas, bandejas o divanes se importaban de China y Vietnam, adornados con piedras preciosas. Prácticamente ninguno ha llegado a nuestros días

Cuando Pablo Neruda viajó por Asia y probó el opio, descubrió la cara más oscura y alienante de esta droga pensada en parte para explotar la mente y el cuerpo de los siervos colonizados, como cuenta en 'El opio en el Este': "Pobres caídos, perros de carga, pobres maltratados". Con su proliferación y democratización, la droga que embota los sentidos pasa a otros estratos de la sociedad y a otros países. Ya no solo la fumaban el peón de carga o el jornalero para escapar de su terrible realidad, también el triste poeta que quería olvidar la vida durante unos momentos o el pobre rico de salud frágil que necesitaba evadirse durante un dulce momento de sus dolores. La droga deja de ser exótica y solo es el camino a la perdición de muchos y la riqueza de pocos. Los comerciantes británicos amasaron grandes fortunas a costa de los drogadictos que visitaban esos antros oscuros, repletos de sucios colchones, donde al inhalar el humo de la droga calentada en la lámpara de aceite, se sumían en un extraño sueño que les hacía olvidar, al menos durante un rato, la futilidad de la vida humana.

En la oscuridad del brumoso local, los cuerpos se desparraman tumbados sobre literas o, directamente, sobre el suelo. Se les sirve un artefacto alargado que bien podría ser una flauta con la que engatusar a las serpientes, aunque en realidad se trata de una pipa. Con la primera calada los ojos se tornan ausentes y vidriosos, el ánimo se marcha volando a otra parte. Nadie habla, ni siquiera tienen fuerzas para levantarse. Es una estampa más de una época que ya solo vive en la memoria colectiva, pues los que la protagonizaron abandonaron este mundo hace ya mucho tiempo. La proliferación, el auge y la caída de los fumaderos de opio.

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