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El altruismo no es sexy: por qué ser majo no te hace más deseable
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según una investigación de yale

El altruismo no es sexy: por qué ser majo no te hace más deseable

Nos gustan las personas que ayudan a los demás y quizá las queramos como políticos, pero definitivamente nunca las consideraremos una potencial pareja

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Cruzas la calle para comprarle un bocadillo a ese hombre que pide entre los semáforos. Cedes tu asiento en el autobús. Curas a los insectos en lugar de fumigarlos. Llevas muchos meses trabajando y con el dinero podrías hacerte ese viaje a Sri Lanka que siempre habías soñado, pero en su lugar prefieres donarlo a un país en desarrollo en el que se comprarán mosquiteras para que los niños se prevengan de la malaria. Y, sin embargo y a pesar de tu gran corazón, digno de un protagonista de Disney, no logras encontrar a tu media naranja.

Vamos ahora a pensar en lo contrario: ¿qué pensarías si tu pareja prefiriese donar mosquiteras en lugar de viajar a una isla paradisíaca? Filosóficamente hablando, diríamos que, cuando piensas que la gente en el Congo merece cosas buenas tanto como nosotros, entonces eres un utilitarista o consecuencialista. Por el contrario, si crees que debemos priorizar sobre las personas cercanas, aquellas que queremos, eres sin duda un deontólogo, y parece que no estás solo, según informa 'Vox'.

Una pareja egoísta vale por dos

Según una investigación en la Universidad de Yale, cuando buscamos un cónyuge o amigo, preferimos firmemente a los deontólogos, pues los consideramos más morales que los consecuencialistas. En otras palabras, aunque admiramos el altruismo de ciertas personas, no confiamos del todo en ellas, y desde luego no las queremos como parejas.

La moralidad y el altruismo son conceptos que se han estudiado históricamente. Quizá conozcas el famoso problema del tranvía, que corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por otra vía diferente, por desgracia, hay otra persona atada a esta. ¿Debería pulsarse el botón? Generalmente, la gente opina que la mejor decisión moral es pulsar el botón, sin entrar en si sería capaz de hacerlo. Si nos vamos a los extremos, el utilitarista o consecuencialista dirá que siempre habrá que pulsar el botón, porque está maximizando el bien general. El deontólogo, sin embargo, es probable que diga que no, porque tiene el deber de no matar a nadie como un medio para un fin.

Aunque admiramos el altruísmo de ciertas personas, no confiamos del todo en ellas, y desde luego no las queremos como parejas

Lo curioso es que, más allá de lo que hayas pensado con este pequeño problema, según Sigal Samuel, autor del estudio, preferimos generalmente a los deontólogos. Es decir, confiamos más en las personas que dicen que no está bien sacrificar a una persona para salvar a muchas otras. "Sin embargo", apunta, "cuando buscamos un líder político, en realidad preferimos al consecuencialista. La investigación sugiere que el contexto es realmente importante cuando se trata de juzgar la moralidad de los demás".

Foto: Una pareja de enamorados. (Unsplash)

Señala entonces otro ejemplo que quizá te haga meditar: Wendy podría proporcionarle comida a un niño pequeño pero no lo hace, ¿es mala? Depende de quién sea el niño. Si es su propio hijo, por supuesto, es inadmisible. Pero las cosas cambian si Wendy es propietaria de un restaurante y el chico no se está muriendo de hambre. Entonces no tienen una relación que genere obligaciones para alimentarle.

Si quieres impresionar a tu potencial pareja, es mejor que la invites a cenar a que le cuentes cómo diste clase en un colegio en Nicaragua

Dejando todo esto a un lado y volviendo a la pareja: puede que esos rasgos deontólogos, según explica Samuel, tengan mucho que ver con la evolución. "Nuestras intuiciones deontológicas, en la medida en que indican a los demás que somos mejores interlocutores sociales, nos hacen más propensos a ser elegidos y, por lo tanto, pasan a las siguientes generaciones", explica. "Pero no hay un gen, no significa que los padres con inclinaciones deontológicas vayan a criar hijos con las mismas características. La genética no lo es todo".

Las conclusiones son, según indica, que las acciones que aportan muy pocos beneficios pero, por otro lado, ayudan en gran manera a personas concretas, aparentemente serán más reconocidas que aquellas que sirven para un grupo mayor de personas pero más difuso. O, en otras palabras, si estás tratando de impresionar a tu potencial pareja, es mejor que la invites a cenar a que le cuentes aquel verano en que diste clase en un colegio en Nicaragua.

Cruzas la calle para comprarle un bocadillo a ese hombre que pide entre los semáforos. Cedes tu asiento en el autobús. Curas a los insectos en lugar de fumigarlos. Llevas muchos meses trabajando y con el dinero podrías hacerte ese viaje a Sri Lanka que siempre habías soñado, pero en su lugar prefieres donarlo a un país en desarrollo en el que se comprarán mosquiteras para que los niños se prevengan de la malaria. Y, sin embargo y a pesar de tu gran corazón, digno de un protagonista de Disney, no logras encontrar a tu media naranja.

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