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Monedero: “Hay un sector de la izquierda al que le molestan los pobres”
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Publica ‘Los nuevos disfraces deL Leviatán’

Monedero: “Hay un sector de la izquierda al que le molestan los pobres”

El fundador de Podemos, que acaba de publicar un ensayo, diserta sobre los errores de la izquierda y cómo ha dejado en manos de la derecha el control de las emociones

Foto: Juan Carlos Monedero. (EFE)
Juan Carlos Monedero. (EFE)

La leyenda es cierta: Juan Carlos Monedero tiene 55 años, pero parece un chaval de 32. Llega en moto a un bar de Malasaña, donde se pide un Rioja y devora patatas fritas porque son las cuatro de la tarde y todavía no ha comido. El interés del encuentro no es hablar de actualidad política, sino de su último ensayo, ‘Los nuevos disfraces del Leviatán. El Estado en la era de la hegemonía neoliberal’ (Akal). El libro tiene el morbo de venir firmado por alguien que combina un alto nivel académico con experiencia en la trinchera política, desde la asesoría al Gobierno chavista de Venezuela hasta la creación de Podemos en España, pasando por su participación en el movimiento 15-M. Además, acaba de firmar un potente texto de introducción en 'El Estado. Pasado, presente, futuro’, de Bob Jessop, catedrático de Sociología de la Universidad de Lancaster y una de las principales autoridades mundiales en teoría del Estado.

Monedero demuestra ser un buen conversador, capaz de explicar ideas complejas con fábulas, metáforas y anécdotas. Por ejemplo, cuando describe la huella política de nuestro país en América Latina. “España supo construir allí la maravilla democrática del mestizaje, pero también legamos la picaresca en las instituciones. Establecimos unas estructuras administrativas ineficaces y eso es grave porque de la ineficacia nace la corrupción. Perón decía que 'el ser humano es bueno, pero si lo vigilas es mejor'. Gran frase, ¿verdad?”. No estaría mal colgarla en algunos despachos oficiales.

Hay líderes que han estado en la guerrilla, han pasado por la cárcel y que al final quedan hipnotizados con el Estado

PREGUNTA. ¿Por qué un libro sobre teoría del Estado?

RESPUESTA. Hay que conocer a fondo las cosas, deconstruirlas, para poder defenderte de ellas. En Venezuela, he visto personas que se creían émulos del Che Guevara y que en tres semanas fueron devoradas por sus cargos en la Administración. Hay procesos revolucionarios donde te ves envuelto en trampas nimias, por ejemplo, la arquitectura de un ministerio. Entras cada mañana en el garaje, te metes en el ascensor que te lleva a la planta alta —la del ministro— y pierdes cualquier tipo de contacto con las personas corrientes. Ese aislamiento físico, fruto del diseño de un edificio, se convierte en aislamiento político e ideológico. Cuando te das cuenta, te pasas el día firmando papeles, con una burocracia que te está derrotando. La teoría del Estado es un chaleco antibalas, que impide que un cargo te desactive y también que te enamore. Hay líderes que han estado en la guerrilla, que han pasado por la cárcel y que al final quedan hipnotizados con esa máquina de crear obediencia que es el Estado. Existe una izquierda ingenua que piensa que lo que ha pasado a otros políticos, ese enamorarse del poder, no les va a pasar a ellos.

P. Define el Estado como un Doctor Jekyll y Mr. Hyde.

R. Antes el Estado te mataba, ahora no te deja vivir. Es importante dejar de verlo como algo estático y pensarlo como un conjunto de relaciones. La mayoría de la discusión marxista ha sido muy pobre, además de que no estaba contrastada con la práctica. A mí me interesa una teoría del Estado que funcione. Una ciencia política que solo leen profesores es una forma de corrupción intelectual. Bob Jessop y Claus Offe son importantes porque devuelven al debate un concepto muy marxista: la correlación de fuerzas. Dicen que es cierto que el Estado ha gestionado la victoria de los ricos sobre los pobres, de los empresarios sobre los trabajadores y de los blancos sobre los negros, entre otras. Eso está plasmado en las leyes, en los cuadros de los edificios oficiales y en el protocolo de los ujieres. Ahora mismo, al Estado le resulta más fácil reunirse con el Ibex 35 que con 18 millones de trabajadores. También le resulta más sencillo hacer ganar a los bancos 84.000 millones de euros desde la crisis. Pero, al mismo tiempo, y esto es importante, las luchas populares pueden conseguir cosas. No hay un determinismo trágico. La izquierda tiene una cosa muy típica que es que te considera más inteligente cuanto más pesimista sea tu análisis. Frente a eso, Bob Jessop te dice que estudies los mecanismos de la selectividad estratégica del Estado porque eso te da herramientas para que las demandas de la gente tengan la misma fuerza que las de los banqueros.

Patearía el trasero de la gente que está en la puerta de los actos de izquierda vendiendo libros de Lenin y Rosa Luxemburgo

P. ¿Diría que la izquierda ha superado esa posición nihilista?

R. Me gusta recordar que la Komintern expulsó a José Carlos Mariátegui, el secretario general del partido comunista en Perú, porque dijo que la revolución se hacía con los indígenas. Le pidieron que indicase en qué texto de Marx se habla de los indígenas. Él respondía que en Perú el 80% de la población era indígena, pero le volvían a insistir en que aportara un pasaje de Marx. Diría que hubo un avance importante cuando Walter Benjamin pone en cuestión la idea occidental de ‘progreso’, que en realidad es un trasunto laico de Dios. ¿Por qué coño hay que progresar? Cuando Benjamin invoca los “frenos de emergencia de la historia” está diciendo que la izquierda es estúpida cuando cae en eso de “cuanto peor, mejor”. Ese 'peor' puede ser algo terrible para muchos seres humanos. La izquierda tiene un debate crucial, recurrente en Podemos, que es escoger muy bien las luchas que vas a librar, ya que perder puede suponer un retroceso muy grave. Generas decepción, pesimismo y desmovilización. Es triste decirlo, pero la izquierda tiene un gusto católico por el martirio.

P. ¿Puede poner un ejemplo de batalla mal librada por la izquierda?

R. A Pablo Iglesias le han criticado mucho por decir que los independentistas iban a despertar el fascismo en Cataluña. Creo que no era ninguna tontería: ellos no crearon ese monstruo, que estaba latente, pero sí lo despertaron. Y le dieron argumentos que no tenía. Calcularon mal la correlación de fuerzas. Carlos Riera, portavoz de la CUP, me ha llegado a llamar falangista. Yo me pregunto, en esa escala, qué deja el señor Riera para la derecha tipo Ciudadanos. El resultado objetivo de la estrategia del independentismo ha sido un ascenso del pujolismo y una subida general de la derecha. ¿No van a reconocer esa equivocación? Yendo a lo general, el error de la izquierda es creer que el Estado mancha. Se lo servimos en bandeja a la derecha porque se supone que lo nuestro son los movimientos sociales. Yo patearía el trasero de la gente que está en la puerta de los actos de izquierda vendiendo libros de Lenin y Rosa Luxemburgo. No podemos quedarnos en eso. Es más útil vender libros sobre 'big data' y repartir enlaces a capítulos de ‘Black Mirror’.

P. ¿La izquierda ha regalado demasiadas cosas a la derecha? Religión, bandera, familia…

R. Les hemos regalado el discurso y hemos asumido sus tesis en la práctica. Es como esa escena de 'La vida de Brian' donde un jefe de la resistencia pregunta "pero ¿qué debemos a los romanos?". Los miembros de la asamblea se ponen a pensar y dicen que, bueno, les debemos el derecho, las carreteras, el alcantarillado, la seguridad, el vino… La izquierda ha renunciado a la espiritualidad porque no nos gustaba la Iglesia; hemos renunciado al relato colectivo porque no nos gustaban la policía, ni el ejército ni tampoco la propiedad privada; hemos abdicado de la autoestima porque no nos gusta hacer publicidad de nuestros logros… Hemos renunciado incluso a analizar las pasiones porque eran cosas de monstruos y de futboleros. La neurociencia ha demostrado que somos seres sentipensantes. Un razonamiento, antes de llegar al neocórtex, pasa por el hipotálamo. No hay que negar los sentimientos, sino elaborarlos, reconstruirlos. La izquierda ha sido víctima de esa dicotomía de la modernidad que dice que nosotros somos los racionales y ellos los emocionales. Les hemos regalado la incorrección política, les hemos regalado las pasiones, que es mucho regalar. Se han llegado a aceptar estupideces como que la izquierda diga que no hay que acudir a la televisión porque es el nuevo opio del pueblo. El resultado de esta derrota discursiva es que la derecha gobierna en muchos sitios con solo el 30% de los votos. Rajoy tiene el 30, Macron el 20%, Trump el 24%…

Creo que hay que recuperar el mensaje de ‘Un día de furia’, que es una película que me gusta y que me inquieta que me guste

P. El debate más candente ahora mismo es por qué las rentas bajas no votan a la izquierda.

R. Hay un tipo de izquierda a la que solo le gustan los pobres en foto, por ejemplo en las exposiciones de Sebastião Salgado. Los pobres son algo que incluso molesta. Se tiene esa concepción de dividir entre masas y élites, donde el papel de unos es mandar y el de otros, obedecer. Incluso ocurre con capas que no son pobres, pero que han visto deteriorado su nivel de vida. Creo que hay que recuperar el mensaje de ‘Un día de furia’, que es una película que me gusta y que me inquieta que me guste. El protagonista abandona su coche en un atasco para iniciar un vía crucis por su ciudad, que es un viaje lleno de complejidad. Si te fijas, en toda la película solo mata a ricos. Es una reflexión sobre cómo la sociedad capitalista ha mercantilizado el mundo, hasta un punto en que la mayoría de la gente no puede más. Ni las clases medias ni los sectores populares. Es muy estresante esa competición por ganar en el estudio, en el ocio, en el trabajo, en follar más que nadie, en ser guapos y famosos…

P. ¿La izquierda tiene un plan sólido en caso de conquistar el Estado? Sus principales teóricos parecen de acuerdo en que no.

R. Si los más listos dicen que no hay plan, es que no hay plan. Cada vez que alguien dice 'no', pero un 'no' colectivo en vez de individual, es una tesela que se pone en la pared. Ahora mismo, ese conjunto de teselas es el dibujo de la izquierda. Estamos todavía poniéndolas. Sabemos lo que no queremos, pero no lo que queremos. Es complicado dar con una alternativa a 400 años de capitalismo. Hay dos ámbitos de lucha: la conciencia y el Estado. El primero nos exige presentar batalla en los medios de comunicación y en los movimientos sociales. Ahí se define el marco de lo posible. El Estado es importante porque se juega la tasa de beneficio y los rescates bancarios. Acabo con una historia: José Bono sacó de los sótanos del Museo del Prado los cuadros de los reyes visigodos que se habían pintado por orden de Isabel II. Ahora vas al Congreso de los Diputados y ves una sala con los reyes visigodos. Entonces te preguntas… ¿dónde están los reyes árabes? ¿Mohamed? ¿Yusuf? ¿Boabdil? Eso es una construcción interesada, pero al mismo tiempo un bedel me contaba que en el parlamento también hay colgado un cuadro que representa a los comuneros de Castilla. Eso es lo que explica Bob Jessop: el Estado es muchas cosas, que luego se filtran por un proceso de selectividad estratégica que se puede disputar, tanto en lo simbólico como en lo material.

La leyenda es cierta: Juan Carlos Monedero tiene 55 años, pero parece un chaval de 32. Llega en moto a un bar de Malasaña, donde se pide un Rioja y devora patatas fritas porque son las cuatro de la tarde y todavía no ha comido. El interés del encuentro no es hablar de actualidad política, sino de su último ensayo, ‘Los nuevos disfraces del Leviatán. El Estado en la era de la hegemonía neoliberal’ (Akal). El libro tiene el morbo de venir firmado por alguien que combina un alto nivel académico con experiencia en la trinchera política, desde la asesoría al Gobierno chavista de Venezuela hasta la creación de Podemos en España, pasando por su participación en el movimiento 15-M. Además, acaba de firmar un potente texto de introducción en 'El Estado. Pasado, presente, futuro’, de Bob Jessop, catedrático de Sociología de la Universidad de Lancaster y una de las principales autoridades mundiales en teoría del Estado.

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