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La regla del inglés con la que todos se confunden (y a los españoles nos cuesta más)
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EL ORDEN SÍ QUE IMPORTA

La regla del inglés con la que todos se confunden (y a los españoles nos cuesta más)

Cuando los angloparlantes lo descubren, se quedan sorprendidos al darse cuenta de que llevan toda su vida aplicando una norma que no sabían que existía. ¿Cuál es?

Foto: Evidente para unos, traumático para otros. (iStock)
Evidente para unos, traumático para otros. (iStock)

Aprender un idioma es complicado, pero no todas las reglas gramaticales que debemos tener presentes tienen la misma dificultad. Están las fáciles, esas en las que no hace falta que nos detengamos demasiado porque son iguales que en nuestro idioma. Hay otras más complejas, que debemos aprender más o menos de memoria y, sobre todo, interiorizar. Pero existe una clase aún peor, y se trata de las normas que ni siquiera los propios angloparlantes conocen, aunque a veces, las apliquen sin darse cuenta. Es en este último caso donde encaja a la que nos referimos.

Es probable que a alguien le suene por haberlo visto en clase de inglés: a diferencia de lo que ocurre en el castellano, la colocación de los adjetivos delante de un sustantivo no es libre, sino que responde a un orden concreto y establecido. Así pues, según la categoría de significado en la que encaje dicho adjetivo, irá delante o detrás de otra palabra de su mismo tipo. Un ejemplo muy sencillo: probablemente nunca veremos escrito “red big house” (de hecho, ¿no suena fatal?), y sí “big red house”, puesto que los adjetivos de tamaño deben ir delante de los de color.

Por lo general, cuanto más subjetivo sea un adjetivo, antes irá en el orden de la frase


El orden es el siguiente, según el diccionario de Cambridge: opinión (nuestro adjetivo valorativo; “divertido” /“funny”), tamaño (“grande”/“big”), cualidad física (“fino”/“thin”, por ejemplo), forma (“redondo”/“round”), edad (“joven”/“young”), color (“rojo”/“red”), origen (“español”/“Spanish”), material (“plástico”/”plastic”), tipo (“como si fuese un pan”/ “bread-like”) y propósito (“para pescar”/“fishing”). Una frase ejemplo, aunque no tenga mucho sentido:

“Strange big thin squared green american ceramic cooking pot”

Hay una constante, como habrá comprobado quien haya intentado averiguar un patrón en este orden: que los adjetivos más valorativos, relacionados con percepciones subjetivas, se colocan al inicio, mientras que los neutrales van al final. Dentro de eso, cuanto más general sea una opinión, antes irá en la frase (como en “lovely smart animal”). Aunque parezca lioso, solemos aplicar esta regla por pura intuición. Aunque conozcamos este listado, raramente nos paramos a recordar el orden antes de pronunciar una frase.

Esto le ocurre también a los angloparlantes, como muestra un artículo recientemente publicado en 'Indy 100'. Este recoge un viral tuit del editor de cultura europea de 'The New York Times' Matthew Anderson en el que reproduce esta regla con la frase “cosas que los hablantes nativos de inglés sabemos, pero que no sabemos que sabemos”. A juzgar por los más de 50.000 retuits que ha tenido el mensaje, muchos han simpatizado con este conocimiento que aplicaban de forma intuitiva. Algo que también suele ocurrir con la pronunciación del inglés, tan fácil para el que se ha criado oyéndola, tan difícil para el resto.

¿Y el español?

¿Qué ocurre en nuestro idioma, y por qué nos resulta tan difícil entender esta peculiaridad? Es tan sencillo como que no hay ningún orden determinado, con una salvedad que todos conocemos. Se trata, simplemente, de que debemos colocar los adjetivos especificativos (que delimitan su extensión significativa) después del verbo, mientras que los explicativos, que nombran algo que es inherente al sustantivo, se sitúan delante. Así, “la casa roja” nos llama la atención sobre ese edificio en concreto (y no el verde o el azul), mientras que “la roja casa” incide en explicar un rasgo de dicha vivienda. Por lo demás, el orden de los adjetivos suele ser más bien expresivo, según a qué pretendamos dar más relevancia.

Foto: Estos términos pueden hacer que se nos trabe la lengua (o que se nos lengue la trabe). (Corbis)
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¿Hay alguna manera de aprender esta regla de memoria? Aunque lo más fácil es adquirir el conocimiento mediante el uso (a poder ser, con alguien que nos señale cuando lo hemos hecho mal), es posible recurrir a ciertas reglas mnemotécnicas, como memorizar una frase construida con todas las posibilidades de adjetivos y recurrir a ella cuando nos veamos en la duda. Preferiblemente, de algún objeto que podamos visualizar fácilmente en nuestra cabeza. No es lo más práctico, pero nos puede ayudar a salvar la papeleta, especialmente si tenemos que enfrentarnos a un examen escrito.

Se trata más de una cuestión de corrección que de comprensión. Al fin y al cabo, si colocamos los adjetivos en otro orden nos seguirán entendiendo, aunque dejaremos ver que nuestro manejo del inglés no es perfecto. Eso sí, a diferencia de muchas otras reglas gramaticales o sintáticas, como recuerda Tim Dowling en 'The Guardian', es inviolable en todos los registros y en todas las situaciones. Algo que conocen bien todos los hablantes nativos, pero no tanto los que están aprendiendo inglés.

Aprender un idioma es complicado, pero no todas las reglas gramaticales que debemos tener presentes tienen la misma dificultad. Están las fáciles, esas en las que no hace falta que nos detengamos demasiado porque son iguales que en nuestro idioma. Hay otras más complejas, que debemos aprender más o menos de memoria y, sobre todo, interiorizar. Pero existe una clase aún peor, y se trata de las normas que ni siquiera los propios angloparlantes conocen, aunque a veces, las apliquen sin darse cuenta. Es en este último caso donde encaja a la que nos referimos.

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